A cuatro años de aquel diciembre donde el pueblo salió a las calles, a los miles de hombres y mujeres que seguimos actuando y ensayando nuevas formas de lucha y organización -con la vista puesta en otra Argentina donde ser niño no sea sinónimo de pobre y futuro sea más que un mero tiempo verbal- […]
A cuatro años de aquel diciembre donde el pueblo salió a las calles, a los miles de hombres y mujeres que seguimos actuando y ensayando nuevas formas de lucha y organización -con la vista puesta en otra Argentina donde ser niño no sea sinónimo de pobre y futuro sea más que un mero tiempo verbal- nos recorre un debate sobre qué perduró de aquellos días y las condiciones actuales para el cambio social. No se trata de un debate académico, estamos urgidos a él por la pobreza que sigue campeando en la mayor parte de la población (mientras se ensancha la brecha con el sector más rico) y por la profundización de los factores que nos conducen -a pesar del actual ciclo expansivo de la economía- a una mayor destrucción nacional. Las recientes elecciones legislativas donde los políticos de siempre -ayer repudiados y acosados hasta el cansancio- volvían a lucir sus calculadas sonrisas por televisión y a renovar sus bancas, en otro «milagro» de la democracia representativa, nos coloca frente a la necesidad de recuperar experiencias, herramientas y puntos de apoyo para proyectar y articular una estrategia popular de emancipación.
El escenario ya no es el de fines del 2001 y gran parte del 2002, y ahora es el gobierno quien va logrando manejar los tiempos y la agenda política. Su triunfo en una campaña electoral donde las chicanas y golpes de efecto suplantaron todo debate sobre alternativas de fondo, señala la unidad del bloque dominante alrededor del modelo económico vigente. Acompañando estos cambios, el movimiento popular ya no se encuentra a la ofensiva sino en una situación de acumulación de fuerzas, donde la creciente lucha de los trabajadores por recuperar lo perdido (sumándose así a un movimiento social que perdura), aporta impulso y densidad social a lo nuevo que – con ritmos más lentos y subterráneos- sigue gestándose. El hastío popular ante la falta de soluciones, una y otra vez estalla en forma espectacular, como sucedió recientemente en la estación de Haedo. Pero la fragmentación y las dificultades para plasmar aquello expresado en su momento con «piquete y cacerola, la lucha es una sola», da cuenta que «la crisis es también una crisis de las clases subalternas, en tanto no consigan forjar una voluntad común e imponer un nuevo proyecto hegemónico.»
«Normalización» argentina en el marco de la ofensiva yanqui y la revuelta latinoamericana La reconstrucción de la hegemonía burguesa en la Argentina se da en el marco de la ofensiva global del imperialismo yanqui por reordenar el mundo a su favor, en una estrategia que si bien discutida hace años, se despliega con total desfachatez tras la excusa brindada por los atentados a las torres gemelas. Ofensiva que tiene como respuesta un «clima de revuelta en los de abajo que explica la inestabilidad latinoamericana, donde la movilización popular derribó a seis presidentes constitucionales en los últimos años, desmontó regímenes autoritarios y corruptos, y frenó procesos privatizadores. Explica también, el desarrollo de una nueva onda expansiva de antiimperialismo en la región al compás del atolladero imperialista en Irak. De allí, las manifestaciones masivas contra la guerra, el apoyo a la revolución bolivariana de Venezuela, y la persistente solidaridad popular con el pueblo y gobierno de Cuba»
Esto marca -si bien mediadas- las posibilidades, límites y contradicciones de la vuelta a la «normalidad» capitalista en la Argentina. La ofensiva yanqui, si por un lado limita las posibilidades de los gobiernos de implementar medidas populares y les ocasiona rápidos desgastes, por el otro acentúa las penurias del pueblo trabajador y acota lo que en el imaginario popular se percibe como cambio social «posible».
Pero hechos como la persistente lucha del pueblo boliviano, que derribó sucesivos gobiernos en pro de recuperar los hidrocarburos para sí, no puede dejar de tener influencia sobre nuestro país. Y tampoco puede soslayarse el surgimiento y desarrollo extraordinariamente múltiple de nuevas organizaciones sociales, que si bien influyen positivamente, chocan con el límite de no haber logrado hasta ahora la determinación de objetivos comunes a todos ellos y su organización en una voluntad popular colectiva. «El enfrentamiento de las fuerzas de la izquierda radical e incluso de los movimientos sociales se viene dando en las fronteras nacionales, aunque en los últimos años ha progresado significativamente hacia un cuadro de acoplamiento continental. En esta fase, falta todavía, un liderazgo social y político anticapitalista y antiimperialista que pueda afirmar una contra-autoridad al poder (y al Estado) de las elites dirigentes y las clases dominantes, una contra-autoridad basada en las evoluciones efectivas del movimiento real de las masas trabajadoras» .
Una herramienta eficaz para la recomposición de la gobernabilidad capitalista sigue siendo el régimen democrático representativo que propone a los pueblos rebelados -una y otra vez- el objetivo de elecciones anticipadas, desviándolos de una construcción autónoma contra-hegemónica; así como también se ha demostrado eficaz en la cooptación ideológica o «material» de dirigentes del movimiento de masas.
El gobierno tiene una de sus preocupaciones en el mantenimiento de esta gobernabilidad «democrática» en América Latina, tanto que su gobierno la propuso como tema de la Cumbre de las Américas, indicando que se da perfecta cuenta de la importancia que tiene para su gobierno la situación regional, en sintonía con el gobierno de Washington. Colabora, entonces, mandando tropas a Haití, mediando en Bolivia, intercediendo con Hugo Chávez (al tiempo que promueve los intereses de Repsol o Monsanto en Venezuela), entre otras muchas cuestiones. Todo esto en nombre de un fantaseado eje Lula-Kirchner-Chávez-Tabaré, con que el «progresismo» autóctono intenta embellecer al gobierno argentino y a sus colegas del Cono Sur.
La construcción de una alternativa de las clases populares, opuesta a la dominación actual, requiere por tanto y en primer lugar, de saber distinguir entre gobiernos que -como el de Chávez- se plantean hacer reformas… ¡y las hacen!, de quienes sólo se acuerdan de ellas en las tribunas. Y requiere de librar una intensa batalla política, intelectual y moral que -en este marco latinoamericano- se proponga la construcción de una alternativa anticapitalista y antiimperialista. La caída del muro a fines de los ’80 abrió su posibilidad «teórica», al terminar con el falso «socialismo real», aunque en lo inmediato fortaleció al capitalismo imperialista que apareció como lo único posible.
Con el alzamiento zapatista, las movilizaciones de Seattle y las rebeliones latinoamericanas, su posibilidad dejó de ser virtual, en un contexto que sigue estando signado por la crisis de alternativas al capitalismo imperialista, pero éste se ve cuestionado en su legitimidad y ya no se visualiza como único dueño del escenario, mientras va surgiendo, dificultosamente, un nuevo internacionalismo. El repudio continental a la venida de Bush fue un jalón importante, más allá de los intentos del «progresismo» por apoderarse y esterilizar el mismo. El próximo Foro Social Mundial que se realizará en enero del 2006 en Caracas, Venezuela, podrá serlo también, por realizarse en el único lugar (además de Cuba) donde su gobierno no implementa obedientemente las directivas yanquis.
El bloque dominante se recompone y transforma
Es cada vez más claro que el gobierno K, por más que se diferencie en varias cuestiones de los gobiernos anteriores, tiene muchos puntos de continuidad con lo que se dio en llamar el modelo neoliberal, que con sus vaivenes, viene siendo aplicado desde la dictadura de la década del ’70.
La sustitución de la agotada convertibilidad por un modelo de dólar alto y de sostenido superávit fiscal, han trasladado el centro del bloque burgués -hoy recompuesto tras su ruptura hacia finales de los ’90- desde las privatizadas, el sector financiero y los importadores, hacia los grandes exportadores del campo y del área petrolera, así como a un grupo escogido de grandes empresas industriales exportadoras, como Techint, Arcor o el complejo automotriz. El resto de las fracciones burguesas, a pesar de exigencias y algunos roces, han aceptado su predominio, faltos de un plan de alternativa a la necesaria reestructuración capitalista tras la crisis.
Es dable esperar que esta unidad burguesa en torno a la nueva política económica se mantenga mientras continúe el crecimiento económico basado en las crecientes exportaciones y en un aumento del consumo por parte del sector de la clase media alta que ha visto mejorar sus ingresos. La pata floja de la reactivación -habrá que ver su desarrollo- es que las inversiones productivas, si bien han comenzado a crecer, no llegan a un nivel que permita mantener el crecimiento en forma sostenida. El «cuento chino» es una manifestación de esta debilidad.
La unidad burguesa se sostiene también en la baja brutal que han sufrido los salarios a partir de la devaluación y en el mantenimiento de las formas flexibles del trabajo y fue aceitada por la intervención del gobierno que mantuvo en lo esencial de la política hacia las privatizadas, aumentó los ya millonarios subsidios a las mismas, compensó a los bancos por la pesificación y logró la salida del default.
Por último, el miedo al pueblo movilizado y a la crisis del sistema institucional «democrático» con el cual venían ejerciendo el control, es otro de los factores que motorizó tal recomposición.
El gobierno se cuida bien de ocultar sus esfuerzos por recomponer el bloque dominante -en un nuevo juego de prestidigitación verbal- y lo presenta como el surgimiento de una nueva burguesía nacional. Pero si entendemos a la misma no a la nacida aquí, sino a la que tiene como ejes de su reproducción el mercado interno y formas de acumulación más endógenas, no se vislumbra ningún sustento, siquiera débil, al nacimiento de un capitalismo «nacional», productivo o como se lo quiera llamar. Ninguna de las vías para su surgimiento es viable: los grandes grupos económicos están definitivamente transnacionalizados, las pymes sobrevivientes no pueden tener otro proyecto político-económico que aspirar a ocupar algún nicho exportador o alrededor de uno de los gigantes y por último, su promoción desde el Estado, exigiría una política de utilización de los recursos nacionales opuestos al pago de la deuda y al sostenimiento de las privatizadas, que K no está dispuesto a implementar. La única «utilidad» que tienen quienes siguen apostando a un proyecto de capitalismo «nacional», es ocultar la realidad y aportar a una nueva frustración popular.
Cualquier política contra-hegemónica debe tomar en cuenta los elementos de continuidad, pero también sus transformaciones, huyendo de las afirmaciones superficiales que, poniendo el centro en que el gobierno K sostiene una continuidad de los gobiernos de Menem o De la Rua, olvidan que la rebelión del 2001, si bien se dirigió contra los políticos, las instituciones del Estado, los bancos, las privatizadas, el FMI y los principales símbolos del imperialismo como los Mc Donalds, no avanzó en identificar como enemigos a los exportadores o industriales. Por el contrario, mientras ya pocos creen, por ejemplo, en la panacea de la privatización, se alientan esperanzas que el aumento de las exportaciones traiga aparejado un derrame hacia el resto de la sociedad o se alimentan ilusiones en industriales preocupados por dar trabajo.
La confianza en K y la vuelta a la espera pasiva de vastos sectores populares, se sostiene en este sentido común que hunde profundamente sus raíces en el pasado argentino y en que el rol de dichos sectores fue ejercido tras bambalinas durante el período anterior, así como en la actual recuperación económica. Una política que apunte a construir una contra-hegemonía no puede subestimar este factor ni sumirse en los micro-climas de «izquierda» que sólo ven en forma excluyente los elementos de continuidad y la inminencia de las crisis. Ni tampoco ignorar que lejos de iniciar un camino de desarrollo, la economía argentina acelera su dependencia de los ciclos de la economía internacional en general, y de la economía yanqui en especial.
Una «quita» en la deuda que quita todo sentido a los discursos sobre «soberanía»
La reinserción en los mercados financieros internacionales -más allá de la promocionada «quita»- dejó a la Argentina con un nivel de endeudamiento mayor en relación al PBI (el 84% del mismo) que antes de la crisis. Lo que se ha logrado en realidad es un aplazamiento de los pagos, que la coloca a corto plazo en una situación más sólida, pero a mediano plazo en una situación explosiva. Aún así, la necesidad de comenzar a pagar la parte de la deuda que no se venía pagando, impone al gobierno la necesidad de renegociar con el FMI y lo obliga a redoblar su doble discurso para hacer pasar su política frente a un pueblo que viene de rebelarse contra la dependencia.
La «perla» discursiva es la política de «desendeudamiento» con el FMI, nuevo nombre de lo otrora llamado «honrar la deuda» o más sinceramente, política de sumisión. Porque más allá de las palabras, significó 12.000 millones de dólares pagados al FMI en los últimos tres años y una cifra similar para los próximos tres, obligando a seguir con los ajustes permanentes. El Fondo, por su parte, está entusiasmado ante esta «soberanía» posmoderna que va en el sentido de la orientación votada por su directorio, de reducir la exposición del organismo financiero con los grandes deudores como Argentina o Turquía. Más allá de diferencias puntuales o política mediática, el gobierno de K. implementa toda la política imperialista para América Latina, por lo que mantiene vigencia la denuncia del pago de la deuda así como la lucha contra la dependencia nacional, en un marco de integración de los pueblos latinoamericanos.
Acentuación de la concentración económica, de la pérdida de soberanía y del carácter destructivo del capital
El nuevo modelo de «dólar alto» y superávit fiscal no sólo no ha revertido el proceso de concentración de la economía, sino que lo ha acelerado. Las primeras 10 empresas que representan menos del 1% de las empresas que exportan, pasaron de tener el 31,2% de las ventas al exterior en el 2001, al 42,8% en el 2003.
Al mismo tiempo se ha acelerado el carácter de «saqueo» que adopta el capitalismo imperialista en nuestro país, demostrando que la globalización no sólo no ha disuelto las diferencias interestatales, sino que ha acentuado el carácter jerárquico y desigual del sistema internacional en que se inscriben los Estados nacionales.
El 25% de las exportaciones argentinas se basan en la soja, el petróleo y sus derivados. Por lo que el gobierno, que necesita como el aire de las retenciones para enfrentar el pago de la deuda y asumir los raleados gastos estatales, no puede más que hacer la vista gorda a la destrucción del suelo que produce la primera, y al agotamiento de los recursos que ocasiona la segunda, en busca del aprovechamiento de los altos precios actuales. La situación es grave. Se calculan las reservas de petróleo en 10 años más, y se considera que la tierra sólo podrá seguir rindiendo -ante la erosión ocasionada por el cultivo de soja que ocupa el 50% de las tierras cultivadas- un promedio de otros 15 años solamente.
Este carácter destructivo del capitalismo-imperialista y del plan económico es uno más de los motivos que empujan a la lucha. «En un contexto en el cual el poder imperialista avanza sobre el control de los recursos naturales, la defensa de la soberanía es un eje potencialmente unificador del campo popular a la vez que delimitador (de los intereses de los grupos dominantes locales), no sólo en el marco nacional, sino también latinoamericano. Soberanía sí, ALCA no, es la consigna del MST del Brasil. Tierra y trabajo, ALCA al carajo fue la consigna del MTD Aníbal Verón y el MOCASE, en el escrache a la empresa multinacional Monsanto. La defensa de la soberanía nacional es un componente de la lucha por la emancipación del capital en el marco del sistema mundial de relaciones interestatales asimétrico».
Se van generando resistencias. La lucha de familias campesinas, por sus intereses y por la soberanía alimentaria, para la cual «la tierra tiene como objetivo prioritario y excluyente la de alimentar en forma suficiente y sana a todos los habitantes de la nación. Pero además, hacerlo previendo las necesidades de las generaciones futuras, utilizando métodos y tipos de producción no «extractivos», que permitan la regeneración de los nutrientes de la tierra» , es una de ellas. Los pueblos que, como Esquel, se rebelan contra la instalación de minas en sus cercanías por sus efectos letales sobre la salud de la población, son otra de sus manifestaciones, así como organizaciones como el MoNaReFa se levantan en defensa de los ferrocarriles y por otro país. Estas luchas deberán multiplicarse y triunfar, so pena de encontrarnos en pocos años con un páramo donde otrora se levantaba el «granero del mundo».
Se cristaliza un nuevo descenso en el nivel de vida
El gobierno construye, con media verdad, una enorme mentira, ya que si bien la recuperación económica ha dado lugar a cierta mejoría del empleo y en algunos sectores del salario, esto es sólo si lo medimos con el pico de la crisis. Pero ni se volvió ni se volverá a los niveles previos a la misma, dejando a millones de personas en una pobreza y desempleo estructurales.
Puede ser útil comparar la actualidad con lo ocurrido en crisis anteriores. Mientras en la crisis del ’89 la tasa de pobreza llegó al 47,3%, con la recuperación posterior volvió a descender al 19,7% (aunque nunca regresó a los niveles anteriores). Hoy, tras haber llegado en el 2002 a una tasa de pobreza del 54,3%, a fines del 2004 si bien descendió, sólo lo hizo hasta el 40,2%. Es decir, que no estamos recuperándonos, como dice el gobierno, sino «cristalizando un nuevo escalón hacia abajo en el nivel de vida de los argentinos.»
Llevado a números más tangibles, 15.619.000 argentinos viven en la pobreza, de los que 5.828.000 permanecen en la indigencia, quedando bajo otra luz la falsedad del supuesto «derrame social» que produciría el crecimiento, lo que se agravará aún más ante la imposibilidad de sostener por mucho tiempo tasas del crecimiento del PBI al nivel de las actuales. El peligro más grave es naturalizar esta nueva situación. Luchas como la del subte o la del Hospital Garraham -que pretenden que el salario no sea menor a los $1820 en que está valuada la canasta básica familiar- tienen la virtud de negarse a aceptar dicha naturalización, proponiendo a los sectores populares otra lógica, lo cual explica la saña de los medios de comunicación y del gobierno.
Resulta evidente, entonces, que el problema no es la pobreza sino la concentración de la riqueza. Porque plata para levantar salarios y satisfacer las inmensas necesidades sociales como en salud, vivienda o educación, hay. Por el lado del Estado, se calcula que este año habrá un superávit fiscal de $16.000 millones, más de lo comprometido con el FMI. Por el lado privado, un estudio de la CTA y CLACSO revela que el incremento de la productividad por encima de los salarios permitió que los empresarios se embolsen $33.548 millones extra en los últimos 12 años.
Los alertas gubernamentales y de las cámaras empresarias sobre los efectos inflacionarios de los pedidos de recomposición salarial, una vez superada la indignación que causan, se revelan como un nuevo intento de seguir concentrando la riqueza en unos pocos.
Hegemonía gubernamental y crisis institucional
La recuperación económica y las transformaciones en el bloque de poder, como sustento y trasfondo de la gestualidad sobre la que el gobierno Kirchner fue construyendo su actual hegemonía -junto a los propios límites del movimiento popular del 2001/2002-, le han permitido capear, aunque no terminar de solucionar, la crisis política.
La recomposición de la figura presidencial -la hiperactividad de K contrasta con el «aburrido» De la Rúa o el hedonismo menemista- no constituye por sí mismo una recuperación de todo el sistema institucional resquebrajado. Los recambios en la Corte Suprema le ha permitido retraer el rechazo popular a la misma así como sacar de escena el debate sobre que justicia necesitamos, pero cuestiones como la liberación de Chabán o de María Julia, vuelven a minar su credibilidad. Por su parte, las instituciones represivas, a pesar del descrédito popular, parecen no mostrar fisuras importantes, más allá de algunos conflictos salariales en policías provinciales. El gobierno se ocupó en garantizarles pertrechos y, la falta de alternativas, hace que contradictoriamente, haya sectores que exijan más policía y «mano dura». Si hay algo que el gobierno se ocupó de motorizar, es enfrentar a sectores de las clases dominadas contra otras, para evitar su unidad contra el régimen.
El sistema de partidos políticos que ofició de andamiaje del régimen representativo sigue sin encontrar salida a su crisis. La conformación de dos grandes coaliciones, una de centro-izquierda y otra de centro-derecha, que en la estrategia gubernamental servirían para recomponer el destruido bipartidismo PJ-UCR y canalizar el descontento popular, sigue constituyendo, por ahora, sólo un anhelo de K.
Los aires renovadores en la política, que en sus inicios pretendió mostrar el gobierno, se fueron agotando cercados por los profundos límites políticos, económicos y sociales de los mismos. Se terminó, entonces, recostando en el rancio aparato del PJ, en las cúpulas sindicales de la CGT (dejando en el aire a la CTA que le brindó su apoyo) y en los restos del radicalismo. El diario Clarín, tras las elecciones, editorializó, preocupado, por la ausencia de una oposición articulada a nivel nacional que viabilice la alternancia (amén de la falta de consistencia del urdido oficialista), así como por la ausencia de festejos populares tras el escrutinio.
El ocultamiento de datos no logró tapar totalmente que un 31% no concurrió a votar y un 9% lo hizo en blanco o anuló su voto. En este marco, el triunfo de gobierno, si bien lo fortalece, sólo parece mayor ante lo mal que le ha ido a la mayor parte del resto de los candidatos.
El gobierno ha logrado capear la crisis. Pero la tendencia a las crisis políticas constituye un rasgo específico de la fase capitalista actual. «La tendencia creciente a la centralización de la propiedad y de la riqueza en menos manos, la existencia de crecientes masas de población sobrantes para el capital y la profundización de los procesos de pauperización y de proletarización de diversas fracciones y capas sociales, con el consiguiente desalojo de los espacio sociales que ocupaban, se corresponden con una pérdida de grados de ciudadanía de la mayor parte de la sociedad, una de cuyas manifestaciones es la crisis de las mediaciones políticas existentes. Estas tendencias -irreversibles en esta fase aunque no lineales-, convierten al problema de la democracia en un problema central» .
En Argentina, esta tendencia a las crisis políticas, probablemente se acentúe ante el hecho que casi ninguna de las aspiraciones democráticas y sociales del 19 y 20 se han visto satisfechas. Por otra parte, por más que el gobierno intente mostrar su gestión como fundacional de otra Argentina, carece de base social que de sustento a dicha aspiración.
Más allá de las elecciones de octubre… la política está en otra parte
Las cercanas elecciones marcando el regreso de todos y cada uno de los viejos políticos, junto a los crecientes rasgos autoritarios que va asumiendo el gobierno de Kirchner (represión del conflicto social, presos políticos, manipulación de la prensa), convierten a la cuestión democrática en terreno de batalla esencial contra el sistema. No nos referimos sólo a la imprescindible lucha por los derechos (sociales, económicos, culturales y políticos) vulnerados, ya que con el capitalismo-imperialista «el enfoque de la «democracia» dio un giro del ejercicio activo del poder popular al goce pasivo de las salvaguardas y derechos constitucionales y de los procedimientos; y del poder colectivo de las clases subordinadas a la intimidad y el aislamiento del ciudadano individual. El concepto de democracia se fue indentificando cada vez más con el del liberalismo» . La rebelión del 2001 puso en cuestión esta «democracia», para recolocar en el centro de la escena el «ejercicio activo del poder popular».
En forma confusa esto se expresó -por muchos de los nuevos sectores sociales que se desarrollaron con la rebelión- como la búsqueda de «autonomía», que apuntaba contra la dependencia del Estado, sus partidos y sus instituciones «democráticas» que -paradójicamente- no garantizan la democracia sino su giro de 180 grados. Confuso, sin embargo, porque muchos entendieron autonomía como el rechazo a toda forma de delegación, representación u organización, lo cual constituyó un importante escollo para la consolidación de los procesos surgidos de diciembre del 2001. Preferimos, entonces, una noción de autonomía que «remite a la recuperación de las experiencias de auto-organización obrera y popular, como parte de la construcción del «espíritu de escisión» necesario para concretar la ruptura con el capitalismo, pero sin renunciar a la construcción de formas políticas alternativas (organización de «nuevo tipo» como «intelectual colectivo»).»
En las recientes elecciones el gobierno buscó convalidar su gestión y apuntalar la representación política, relegando la democracia al voto cada tantos años. Buscó, sobre todo, confirmar que no quedó nada del estallido de diciembre del 2001. Los resultados graficaron cuanto había ya avanzado en tales propósitos, pero también cuanto perdura a pesar de todo. Las luchas y conflictos por la recuperación del salario y por todas las demandas populares insatisfechas -antes y después de las elecciones- es una muestra de ello, en un proceso electoral inédito, en cuanto a que nada se frenó por el mismo. Ante la catástrofe social, la destrucción nacional y el abismo cada vez más amplio entre las necesidades populares y el accionar de los políticos del sistema, la política transcurre cada vez más por otra parte. O, por lo menos, estamos seguros que ya no transcurre sólo por los viejos carriles.
Párrafo aparte nos merece la actuación de la izquierda (no por considerarnos fuera, sino por tener mucho en común con estos compañeros) que pagaron caro en las urnas (y no sólo en ellas) su supeditación del desarrollo de los espacios de construcción colectiva a sus propias necesidades electorales, en el marco de una crisis de representación que -nunca lo comprendieron- abarca a todos, izquierda incluida. La fragmentación endémica de este campo, no es causa sino efecto de su imposibilidad de poner el centro en el desarrollo del poder popular, antes que en su autoconstrucción.
Incapaces de percibir que la reapropiación popular de la política no puede reducirse a construir una alternativa político-electoral de izquierda, se busca consuelo de la pobre performance electoral contándose las costillas entre las raquíticas organizaciones, alucinando «generalizadas» votaciones o culpabilizando a la «inmadurez» popular. Lamentablemente, cotidianamente no sólo se ignora sino se ve como competidoras a las nuevas expresiones de la recomposición popular y se prefiere -como antes con las asambleas- boicotear o fragmentar el agrupamiento del activismo, como actúan hacia la nueva corriente intersindical clasista, antes que permitir que la política sea asumida colectivamente más allá de sus partidos. La catástrofe social y la crisis de representación que perduran, son síntoma, puntal y acicate para la renovación de una izquierda que aporte a la construcción de una nueva política.
La rebelión desde abajo: fragmentación y recomposición
En las diversas manifestaciones de lucha de los sectores populares continua primando la fragmentación, lo cual dificulta su desarrollo. Esto se hace candente en el movimiento piquetero que reproduce las divisiones de muchas de las organizaciones que lo impulsan y cuya «fragmentación que parece no tener fin, guarda relación con las tensiones que genera actuar como mediadores entre el Estado y los potenciales beneficiarios de los planes sociales a los que se busca organizar, con la inexistencia o severos límites a la democracia de base en las instancias de coordinación y, más en general, a la inexistencia de una orientación general efectiva para la confluencia con el conjunto de los trabajadores y sectores en lucha».
Esta situación se agravó con la adhesión incondicional al gobierno por parte de la FTV de D’Elía y de Barrios de Pie y la feroz campaña mediática por aislar a quienes continuaron la lucha. La coordinación de piquetes de los últimos meses no alcanza a revertir esta falta de política para evitar el aislamiento e «invisibilidad» de los movimientos, máxime cuando dos importantes agrupamientos como el MIJD y el Polo Obrero siguen actuando como si fueran la dirección no sólo de los piqueteros sino del conjunto de los explotados. Sólo el Frente Popular Darío Santillán encaró una reorientación de su política en forma superadora del exclusivismo piquetero.
A pesar de su aislamiento el gobierno no terminó de desarticularlos -lo que motiva la furia de los medios de comunicación de masas-, y los movimientos piqueteros siguen expresando un factor significativo de las luchas sociales y políticas, así como un importante espacio de dignificación, organización y lucha de un sector de la inmensa cantidad de pobres y excluidos.
Por otra parte, sigue existiendo un activismo que surgió de las asambleas barriales, con escasa convocatoria actual, pero que puede llegar a tener mayor relevancia ante futuras expresiones de descontento de los sectores medios bajos. Esos valiosos militantes -repartidos hoy en unos 50 grupos que si bien conservan el nombre de asamblea, agrupan sólo un promedio de 10 compañeros-, tras un período de confusión con la asunción de Kirchner y si bien conservan su heterogeneidad, siguen siendo en su mayoría anti-gobierno, anti-imperialistas y continúan enfrentados al régimen «democrático». Dentro de ellos, muchos se declaran también anti-capitalistas.
Por otra parte, se sigue manteniendo la tensión en relación a las formas organizativas que se pretenden, entre un sector minoritario autonomista más puro, y otros compañeros que buscan pasar a una mayor articulación y a un perfil e identidad políticas en los conflictos de la realidad. Lentamente, se va procesando la crisis que ocasionó en este sector, por una parte el aparatismo de organizaciones de izquierda, pero por otra, el autonomismo y la horizontalidad extremas que negando toda organización, los fue llevando al aislamiento y el estancamiento en el que la mayoría de estos espacios se sumieron. Los que se mantuvieron organizados fue porque tuvieron la virtud de empalmar y/o impulsar procesos concretos en sus barrios. Así, se tomaron conflictos contra la contaminación ambiental de establecimientos industriales, por la defensa de la tierras públicas que se quieren vender, por la calidad de vida, contra el negocio del agua, contra las privatizadas, por la organización de los cartoneros, comedores, micro emprendimientos de trabajo, así como se solidarizan con las luchas de los ocupados y los desocupados, como van contra el ALCA y, durante la Cumbre de las Américas, contra la venida de Bush.
Por su parte también perduran las fábricas y empresas recuperadas demostrando la gran capacidad obrera para preservar la producción y fuentes de trabajo, lo que -más allá de la suerte diversa de las casi 150 empresas- tiene el enorme valor simbólico de desnudar en la práctica la fábula sobre la presencia imprescindible del patrón para garantizar la eficiencia en la producción, así como cuestiona el propio criterio de eficiencia. Si bien muchas terminaron adoptando una estructura interna gerencial y una vinculación con el mercado como cualquier empresa capitalista (en especial las influenciadas por Caro y su Movimiento de Fábricas Recuperadas), otras, como la emblemática Zanón, siguen resistiendo a este curso y van prefigurando nuevas relaciones sociales no sólo al interior de las mismas, sino hacia el conjunto de la sociedad.
Y «aunque el resultado de todas estas propuestas será siempre relativo en un contexto de relaciones capitalistas -más aún con una estrategia estatal que busca encerrar estas experiencias en el mundillo de las pymes- los esfuerzos por coordinar recursos y necesidades, por el establecimiento de contratos de provisión de productos y servicios de utilidad pública, el sostenimiento y desarrollo de nuevas relaciones sociales de producción al interior de esas empresas, tendrán un valor más que simbólico, en tanto no se modifique la actual relación de fuerzas sociales, en el sentido de mostrar efectivamente que la gestión obrera directa es una salida a la crisis, cualitativamente diferente a la que proponen el capital y el mercado» .
Entre los demás sectores populares, el movimiento estudiantil, aunque no participó como tal en la rebelión del 2001 a pesar del gran componente juvenil de la misma, ha comenzado a luchar, aunque sigue sin aparecer de conjunto y en forma sostenida en el escenario. Comenzaron a luchar los secundarios de la Capital, lo hicieron los universitarios del Comahue o de Córdoba y se movilizan algunos institutos terciarios. Aunque conocemos muy poco, parece haber también progresos en los movimientos campesinos y entre los pueblos originarios.
Lo nuevo, es la aparición en escena de los trabajadores ocupados, pateando el tablero de lo que se pretendía como naturalización del límite de la pobreza, como máximo nivel al que podía aspirar un trabajador. Desde agosto del 2004 hasta julio del 2005 se desarrollaron 555 conflictos salariales y mientras el promedio mensual es de 46 conflictos, en el mes de julio hubo 94, duplicando el mismo. Pero más allá del entusiasmo que nos despierta este aire fresco, no podemos perder de vista que estamos ante los inicios de un proceso donde «la amplia mayoría de los trabajadores siguen estando maniatados por el control burocrático, el temor a la pérdida del empleo, y especialmente, por la falta de experiencia de una camada de jóvenes trabajadores, todo lo que fue posible por la ausencia, durante más de una década, de importantes luchas de los ocupados».
Los triunfos alcanzados por algunas de las huelgas resonantes del último período no pueden ocultar que el conjunto de los trabajadores no ha podido recuperar lo perdido tras la devaluación. Sólo un 20% de la clase obrera ha logrado sostener su nivel de vida, encontrándose entre aquellos sólo quienes han librado grandes luchas y aquellos que se encuentran trabajando en blanco en las empresas más concentradas, que han pegado un salto en la exportación. Sólo este minoritario sector de trabajadores ha podido sostener su nivel de vida, pero es también entre éstos donde más ha crecido la tasa de explotación, por la enorme productividad lograda, que de ninguna manera es retribuida.
Sobre esta situación es que han comenzado a surgir las nuevas formas de agrupamiento y de solidaridad de clase de las que el «encuentro intersindical», es una de las más prometedoras e importantes, si logra empalmar con el resto de los trabajadores.
La entrada en escena de los trabajadores ocupados, si bien es hoy un segmento más de la clase, tiene una importancia estratégica ya que «… a pesar de la heterogeneización, complejización y fragmentación de la clase obrera, la posibilidad de una efectiva emancipación humana aún puede ser concretada y viabilizada socialmente a partir de revueltas y rebeliones que se originan centralmente en el mundo del trabajo; un proceso de emancipación simultáneamente del trabajo, en el trabajo y por el trabajo. Esto no excluye ni suprime otras formas importantes de rebeldía y contestación. Pero, viviendo en una sociedad que produce mercancías, valores de cambio, las revueltas del trabajo tienen estatuto de centralidad.
Todo un amplio abanico de asalariados que comprende el sector servicios, además de los trabajadores tercerizados, los trabajadores del mercado informal, los trabajadores domésticos, los desempleados, o los subempleados, etcétera, pueden sumarse a los trabajadores directamente productivos y por eso, actuando como clase, constituirse en segmento social dotado de mayor potencialidad anticapitalista. Del mismo modo, la lucha ecológica, los movimientos feministas y tantos otros nuevos movimientos sociales, tienen mayor vitalidad cuando consiguen articular sus reivindicaciones singulares y auténticas con la denuncia a la lógica destructiva del capital -en el caso del movimiento ecologista- y del carácter fetichizado, extrañado y desrealizador del género humano, generado por la lógica societal del capital -en el caso del movimiento feminista».
Y tiene una importancia estratégica, también, porque las luchas que están librando hoy, se inscriben en la nueva situación que vivimos desde la rebelión del 2001/2002 y, por sus características, requiere de la interacción y unidad de esfuerzos de los diversos sectores hoy dispersos, vecinos, asambleístas, organizaciones piqueteras, organismos de defensa de los recursos naturales, la salud o la educación, intelectuales, medios alternativos culturales e informativos, y todos quienes queremos cambiar esta situación en que vivimos, para la tarea de recomposición del pueblo trabajador y de la construcción de una perspectiva y estrategia política contra-hegemónica al capitalismo.
El cuadro, entonces, es el de un movimiento social complejo y diverso que perdura y seguirá luchando, como perduran gran parte de las demandas que dieron origen a la rebelión popular del 2001. Ninguno de los partidos u organizaciones populares actuales puede adjudicarse resumir en su seno tal diversidad, por lo que sigue planteada la necesidad de un nuevo movimiento que la contenga y proyecte. El trabajo paciente por ir articulando y por elaborar propuestas alternativas a las de este sistema que supedita a los hombres y mujeres a las ganancias de unos pocos, son los desafíos de la hora para el movimiento popular y, como parte del mismo, para los grupos y organizaciones que como Cimientos, nos proponemos aportar a la lucha por la emancipación humana.
Noviembre de 2005 [email protected]