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Respuesta a la nueva réplica de Jesús García Blanca

Contra la simplificación. No todo es uno y lo mismo y génesis no es estructura ni contenido

Fuentes: Rebelión

La situación de la ciencia en el mundo está lejos de ser buena, no digamos idílica. ¿Por qué la ciencia se iba a salvar de la crisis sistémica de valores y de la económica? Alfredo Caro Maldonado (2016) Apreciado Jesús García Blanca: Respondo brevemente a (parte de) tu nueva réplica, a riesgo de aburrir -yo, […]

La situación de la ciencia en el mundo está lejos de ser buena, no digamos idílica. ¿Por qué la ciencia se iba a salvar de la crisis sistémica de valores y de la económica? Alfredo Caro Maldonado (2016)

Apreciado Jesús García Blanca:

Respondo brevemente a (parte de) tu nueva réplica, a riesgo de aburrir -yo, no tú por supuesto- a las lectoras y lectores. Seis observaciones, no me permito más. Gracias de nuevo por el tono de tu crítica.

1. Abres con una cita. La siguiente, también (lo que es sin duda significativo) de Archipiélago 20, 1995: «El cuento de la ciencia» [1]: «»La ciencia es la máquina de creación de realidad más potente de cuantas haya ideado la humanidad [2, 3]. Y esa realidad ideal que la ciencia fabrica sin tregua es la realidad ideal para el dominio, el control y el sometimiento de las gentes y de la naturaleza [4]. De ahí la urgencia -incluso la necesidad- política de desbaratar el discurso científico [5] y su retórica de la verdad [6] para abrir así la realidad a otras posibilidades [7], para alumbrar otros modos de poder ser [8]».

1) La ciencia no es ningún cuento. Ejemplo: las dos bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki. La metáfora empleada no es inocente. 2) Creo que hay una «máquina de creación» mucho más potente que la ciencia (que no es ninguna de esas máquinas): las religiones. 3) Lo «de creación de realidad» es una expresión ambigua que puede mal interpretarse: las ciencias, no hay ciencia propiamente, no habría que hablar en singular, intentan comprender, sabiendo la provisionalidad y refutabilidad del resultado, la realidad natural, social (dejo aparte las ciencias formales). No crean realidad aunque algunas de sus aplicaciones puedan ubicarse en ese ámbito. 4) Lo del sometimiento luciferino a la naturaleza fue reconocido como potencial peligro incluso por uno de los «cientificistas» más denostados: Francis Bacon. En todo caso, lo que somete verdaderamente a las gentes y a la naturaleza es el Capital, no las ciencia. Ni el teorema de incompletud gödealiano ni la teoría de la relatividad general ni el descubrimiento del ADN han representado la esclavitud de nadie. 5) Desbaratar el discurso científico sería uno de los mayores disparates políticos que podría realizar las fuerzas y movimientos emancipatorios. El infierno político está lleno de irracionalismos. No hace falta poner ejemplos que están la mente de todos. Algunos son menos conocidos: la negación del virus del SIDA, los consejos antirracionalistas y las nefastas políticas sanitarias sudafricanas (sabiamente corregidas actualmente) que provocaron más sufrimiento y más muerte. 6) No existe tal retórica de la verdad. La ciencia aspira a la verdad como idea regulativa; la retórica se ubica en otros campos. Por ejemplo, en algunos de los críticos al honesto esfuerzo científico (no hablo de ti por supuesto). 7) La ciencia, bien entendida, no niega ninguna existencia a cualquier otra posibilidad justificada y fundamentada. La ciencia no es enemiga de la poesía, de la filosofía, del arte, del sentido común crítico, del saber popular empíricamente contrastado, etc. Es adversa a las barbaridades epistemológicas. A sostener, por ejemplo, que el siguiente de 7 es impar, que la Tierra es el centro del Universo o que los pobres son menos inteligentes que los ricos. 8) Se puedan alumbrar los modos de poder ser que sean convenientes en el supuesto que la expresión usada tenga algún sentido definido (y comprensible) y no sea jerga asignificativa. De hecho, la ciencia no tienen nada que ver con ningún poder ser. Las ciencias son teorías -¡teorías!- más o menos matematizadas, estructuradas, demostradas y sistematizadas (y, desde luego, si hay verdadero espíritu científico, abiertas a modificaciones y refutaciones globales o parciales). Como señala un joven científico español, Alfredo Caro Maldonado, en una entrevista sobre prácticas científicas y corrupción (publicada en Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, primavera de 2016) » Los investigadores que se inventan los resultados no son científicos. »

2. Tú nueva réplica, afirmas hablando de mi artículo, «me reafirma en mi convencimiento de que este no es tu terreno». No creas, añades, «que te lo digo con afán descalificador, ni mucho menos. Vivimos en una sociedad compleja en la que por desgracia no faltan frentes de batalla y no se puede estar en todos y conocerlos todos en profundidad». No lo dices con afán descalificador, pero tal vez descalifiques de hecho. No me siento así. Ningún problema por mi parte. En todo caso, puestas en el tema, yo no afirmaría por ejemplo, refiriéndome a ti, que tu nueva respuesta me reafirma en el convencimiento de que te mueves en un terreno próximo al antirracionalismo anticientificista con ropajes críticos (que se observa incluso en los autores que citas) y que tu lejanía de las prácticas reales de las comunidades científicas es más que evidente. Como no lo diría nunca, no lo digo ahora. Insisto: ni lo digo ni lo pienso. Sería una falacia y una falta de matiz.

3. Hablas dices de ciencia-ideología y me preguntas: «¿es posible que alguien a estas alturas no sepa quién pone mayoritariamente el dinero necesario para la investigación? Me refiero a la investigación que produce resultados jugosos para el capital». La respuesta es evidente tal como la formulas: el capital aunque no todo el dinero de la investigación, afortunadamente, proviene del capital. La investigación pública es muy importante incluso en un país como Estados Unidos. Por no hablar de Alemania, Francia o España. Añado que desgraciadamente la voracidad del capital es tal que incluso llegan a intentar sacar partido de investigaciones públicas en cuya participación ha sido inexistente. «Lo que financio es para mí… y lo otro también», ese es su lema. Y este es uno de los grandes retos de la razón política crítica.

4. Más allá de eso y aunque fuera así, tal como señalas, que no lo es. ¿Qué se quiere sugerir con ello? ¿Qué las teorías generadas por financiadas privadas, ansiosas de dominio y beneficios, son un disparare gnoseológico? ¿Que no valen un pimiento, que es pseudociencia, que todo aquello que ha financiado Telefónica, la Fundación Ford o el BBVA no vale una nariz, epistemológicamente hablando? Desgraciadamente no es así, es todo lo contrario: lo más peligroso políticamente hablando de la ciencia es que, en general, es muy buena epistemológicamente. Si los físicos atómicos hubieran sido unos tontainas irracionalistas, unos ideólogos subsumidos en una, digamos, cosomovisión «CuartoMilenio», no hubiéramos tenido que preocuparnos por las bombas atómicas lanzadas contra Nagasaki e Hiroshima. Hubieran construido una bomba de juguete, mal hecha, mal diseñada, mal pensada, que al ser lanzada, hubiera provocado la destrucción de un edificio por su peso y poca cosa más. No hubiera explotado porque no se hubiera conocido bien la estructura del átomo y en lugar de fisiones hubiéramos descubierto y elaborado ficciones (cuadra bien con aquello que hemos visto sobre máquinas constructoras de realidad).

5. En el caso de la investigación bio-médica, señalas, está muy claro: las multinacionales farmacéuticas. Como bien explica Pascual Serrano, añades (en un texto, añado yo, que no es ni mucho menos una de sus mejores aportaciones) «el mercado infesta todos los intersticios de nuestro sistema sanitario». ¡Claro, por supuesto!   Con un matiz importante: intenta infestar pero no siempre lo consigue. Ni mucho menos. En todo caso, sabiendo eso, ¿no luchamos todas -y algunos de los todos- por un sistema sanitario público, justo, correcto, informado, humanista etc? ¿Por qué iba a ser el sistema sanitario una institución libre de la lucha de clases donde el mercado capitalista no quisiera entrar a saco y rompiéndolo en mi pedazos para acumular más y más, hasta su infinito y más aláa? Pues como en todas partes, esto es el capital, esto es el ABC del capitalismo.

6. Pero no solo es cuestión de dinero, afirmas, y preguntas, retóricamente por supuesto: «¿es casualidad que las aberrantes propuestas de Darwin aparecieran en un contexto social dominado por las teorías sobre eugenesia, libre mercado y otras lindezas de Malthus, Spencer o Galton?» ¿Aberrantes propuestas de Darwin? ¿Qué aberrantes teorías señalas? ¿Están hablando de la teoría darwiniana clásica o neoclásica? ¿Dónde está su aberración? ¿Y qué quiere decirse cuando hablas del contexto social dominado por A o por B o por ambos? ¿Y cuál era el contexto social en el que aparecieron, por ejemplo, las teorías de Euclides? ¿El esclavismo? ¿La geometría clásica queda descalificada con ello? ¿Y si hablamos de Marx? ¿Descalifica el contexto social en el que elaboró su teoría sus tesis y conjeturas sobre la lucha de clases, la plusvalía o la concentración del capital? (Por cierto, ¿no fue Marx un admirador de Darwin?).

7. Creo que si hubieses consultado el enlace que aporté al hablar de los fundamentalistas científicos, me señalas, » te habrías percatado de que no me refería a los científicos en general, sino a un colectivo concreto representado en España básicamente por el Círculo Escéptico y la Alternativa Racional a las Pseudociencias, que te invito a investigar: descubrirás que no son otra cosa que un grupo de retrógrados intelectuales que defienden a capa y espada el statu quo y los intereses de poder globales». Les conozco, no personalmente. He leído algunas de sus cosas y alguna me parecen sensatas y otras opino que bordean y superan incluso un cientificismo bastante estrecho y poco científico y racionalista además. Van a veces a saco y tratan mal algunas de las teorías que critican (a veces con razón). En todo caso, yo no les llamaría en absoluto retrógrados intelectuales. No lo son. Y no todos son defensores a capa y espada de los intereses del Capital y el mal

Lo dejo aquí. En otros temas que citas (no en el caso del SIDA desde luego, nuestras diferencias son muchas aquí), como los de un sistema de salud pública «descentralizado, gestionado por la ciudadanía» o las vacunas (si no te entendido mal, tengo dudas en este punto) nuestras posiciones podrían aproximarse con más diálogo. Respecto al tema que originó esta discusión sigo pensando lo que apunté en su momento (me reafirmé en ello al oír al padre de la víctima en un programa de Radio: por lo que decía y por cómo lo decía). Más allá del caso concreto comentado, las actividades reales de una parte -no digo de todos por desconocimiento- de los grupos practicantes de medicinas que se autoproclaman alternativas (con todo la cara y la publicidad estudada del mundo) y que tienen muy poco de alternativas y menos aún de modernas, en el caso concreto del cáncer, superan el peor de los mundos pensables: engaños, manipulación de la conciencia, aprovechamiento de la débil situación psiológica de las enfermas. Una gran directora amiga de cine obrero sufrió las consecuencias de estos chupadores de sangre, dinero y mente hace más de 40 años. Los casos se amontonan.

Dos apuntes finales. Un estudio reciente del British Medical Journal, señalas, » concluía que entre dos y cuatro millones de personas habían experimentado daños graves o fatales por reacciones adversas a medicamentos». Hablas de mundo supongo y sin negar importancia al tema (aunque ese entre 2 y 4 millones, ¡vaya horquilla!, indica mucho), ¿qué porcentaje representa? ¿Qué daños son graves, de qué tipo son? ¿Cuándo daños fatales se han producido? ¿En cuánto tiempo? ¿De qué porcentaje estamos hablando en el fondo? Por otra parte, ¿ British Medical Journal es una publicación alternativa o es muy del sistema científico? Luego, entonces, desde tu perspectiva, si todo está contaminado por el capital, ¿por qué la citas? ¿No son todos lacayos y lacayas del sistema?

El segundo comentario. Durante las últimas décadas, señalas con razón, «ha aumentado el número de enfermedades, en particular las degenerativas, sistémicas y crónicas, además de unas siete mil enfermedades denominadas «raras» que afectan en España a tres millones de personas, en Europa a 27 millones, otro tanto en Estados Unidos y 42 millones en Latinoamérica». ¿Y? ¿Dónde apuntas? ¿Cuáles son las causas? ¿La ciencia, las ciencias, las prácticas médicas «oficiales»? ¿Efectos de los fármacos y de los perversos intereses de las corporaciones farmacéuticas (de las que, por supuesto, no hay fiarse ni un pelo)? ¿Es eso? ¿De dónde, si fuera así, tu afirmación? ¿Es solo una sospecha?

La cita de Tomas Ibáñez con la que finalizas tu texto, que de nuevo tomas del mismo número de Archipiélago (debe ser un clásico para ti) afirma que «en tanto que la razón científica se ha constituido en la más eficaz retórica de la verdad de nuestros tiempos también debe constituirse en el blanco principal para quienes pretendemos luchar contra los dispositivos de sumisión. Atacar la razón científica es hoy una necesidad, no para acabar con el conocimiento científico sino para romper su funcionamiento como retórica de la verdad».

Se me escapan, lo admito, muchas de las reflexiones de Tomás Ibáñez, a quien respeto y respeté, pero que a veces me parece muy oscuro (con finalidad de serlo, la claridad y distinción cartesianas no solían ser lo suyo). Esta no la acabo de entender del todo. La razón científica no es, desde luego, la más eficaz retórica de la verdad de nuestro tiempo. Tal vez lo fuera en 1995, cuando escribió su artículo, no ahora. Aunque lo dudo. No creo que deba ser tampoco el banco principal de ninguna lucha porque desde luego, no constituye el principal dispositivo de sumisión (que sigue siendo la relación salarial, el ser o intentar ser trabajador asalariado). Ni incluso en el ámbito ideológico. En todo caso, si lo que Tomás Ibáñez – que no está hablando del conocimiento científico propiamente, él lo fue, fue un sociólogo que hacía cuentas además de tener ideas brillantes no siempre alternativas (pensemos en la campaña a favor de la permanencia otánica y otros ejemplos publicísticos anteriores para empresas de electrodomésticos)-, si lo que él quiso señalar es que ciertas consideraciones sobre la ciencia deben ser comentadas críticamente no hay duda alguna que tuvo y sigue teniendo toda la razón. No hay que ubicar la ciencia, las ciencias reales, en ningún eidos intocable y nuestras críticas informadas son más que necesarias. Pero también cuando hablamos y comentados las reflexiones y las prácticas de gentes y grupos que se presentan como críticos de la ciencia oficial, como defensores de una supuesta «ciencia alternativa» que, esta vez sí y en muchas ocasiones, es uno de los mejores ejemplo de retórica falsaria de la verdad que corre en nuestros ámbitos político-intelectuales.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.