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Reseña de libro "Ciencia o vudú. De la ingenuidad al fraude científico" de Robert L. Park

Contra las franjas lunáticas

Fuentes: El Viejo Topo

Robert L. Park, Ciencia o vudú. De la ingenuidad al fraude científico. Grijalbo Mondadori (Aula abierta), Barcelona 2001, 326 páginas. Traducción de Francisco Ramos [Edición original: Woodoo Science. Oxford University Press, Nueva York, 1999] Martin Gardner, en Carnaval matemático, explica que Wilhlem Fliess estaba convencido de que detrás de todo fenómeno biológico (y quizás de […]


Robert L. Park, Ciencia o vudú. De la ingenuidad al fraude científico.

Grijalbo Mondadori (Aula abierta), Barcelona 2001, 326 páginas.

Traducción de Francisco Ramos

[Edición original: Woodoo Science. Oxford University Press, Nueva York, 1999]

Martin Gardner, en Carnaval matemático, explica que Wilhlem Fliess estaba convencido de que detrás de todo fenómeno biológico (y quizás de la misma naturaleza inorgánica) había dos ciclos fundamentales: uno, masculino, de 23 días, y otro, femenino, de 28. Trabajando con múltiplos de estos números y sumando o restando, según las ocasiones, logró imponer este sistema 23-28 para explicar cualquier entidad o evento natural.

Algunas de sus tesis básicas las expuso, por vez primera, en una obra titulada Las relaciones entre la nariz y los órganos sexuales femeninos desde el punto de vista biológico: 1. Cualquier persona es bisexual. 2. El ciclo masculino es el dominante en los «machos normales» y está reprimido el femenino; lo contrario ocurre en las «hembras normales». 3. En el humán y en los animales los dos ciclos comienzan con el nacimiento: el sexo del niño viene determinado por el ciclo que se transmite primero. 4. Los períodos continúan a lo largo de la vida, manifestándose en los altos y bajos de la vitalidad física y mental, y determinando incluso la fecha del fallecimiento. 5. Ambos ciclos están íntimamente relacionados con la mucosa de la nariz: existe una relación directa entre las irritaciones nasales y toda clase de síntomas neuróticos e irregularidades sexuales. 6. Los zurdos están dominados por el ciclo del sexo opuesto (cuando Freud llegó a expresarle sus dudas en este punto, Fliess le contestó sin pestañear que era zurdo sin saberlo).

Freud tomó, en un principio, la teoría de los ciclos de Fliess por uno de los mayores avances en biología, llegando a pensar que con ellos podía explicarse la distinción que él había encontrado entre neurastenia y neurosis de angustia. Creyó que el placer sexual era una liberación de energía del ciclo de 23 y el displacer sexual del de 28, y pensó que moriría a los 51 años porque ese número es suma de 23 y 28. La obra magna de Fliess fue publicada en 1906 y lleva por título El decurso de la vida: fundamentos de una biología exacta. La fórmula básica de Fliess era 23x + 28y, siendo x e y, números enteros, positivos o negativos, aunque Fliess no respeta siempre el carácter entero de las incógnitas. A lo largo de las páginas del libro, aplica su teoría numérica a una gran diversidad de fenómenos naturales, desde la célula al sistema solar: la luna da una vuelta a la tierra en 28 días, el ciclo de una mancha solar es de 23 días,… Pero, también, añadimos nosotros, los días del año, la fecha del nacimiento de Freud o de Fliess, la edad de Cristo, la publicación de los Principia, el año de la muerte de Spinoza o del mismo Fliess (que no podía ser sino 1928), las páginas de las obras de Marx, el número del topo que el lector tiene entre sus manos, el año de la proclamación de República española,…podían ser «presentados» como combinación de los dos ciclos. ¿Por qué?. Por una razón simple y estrictamente matemática: porque existen dos enteros (11 y -9) tales que 23. 11 + 28. -9 = 1. De ahí que 2 sea igual a 23.(11. 2) + 28. (-9. 2) = 2, y, en general, para un número cualquiera n, 23.(11. n) + 28. (-9 .n) = n. De esta forma, 1931 puede ser puesto como combinación de 23 y 28 de la forma siguiente: 23.(11.1931) + 28 (-9.1931) = 1931.

Aún más: es demostrable que todo número natural puede ser representado como combinación de otros dos números enteros cualesquiera. Es decir, que si 23 y 28 se sustituyen por dos números cualesquiera, A y B (pongamos, 1979, el año de la revolución sandinista, y 1968, el nefasto año de la invasión de Praga) la nueva fórmula, A.x + B.y, permitirá expresar también todo número entero positivo (en este caso, como combinación del glorioso año sandinista y del trágico año praguense). Pero no importa la sencillez matemática de la explicación: la tenacidad es la tenacidad y los modernos fliessianos han añadido, para completar su, sin duda, penetrante y no menos profunda teoría, un tercer ciclo, el «intelectual», que tiene una duración de 33 días.

Si un pensador del rigor y la profundidad del autor de El malestar en la cultura, pudo mantener esta creencia confiadamente durante largos años de su vida, es de imaginar lo que puede ocurrirnos a cualquier mortal con las antenas críticas peor dispuestas. De ahí, el interés de Ciencia o vudú (CV) de Robert L. Park. RP es catedrático de Física en la Universidad de Maryland (EE.UU) y director de la oficina en Washington de la Sociedad Americana de Física. Físico especializado en la estructura de superficies cristalinas, colabora con artículos de opinión en The New York Times y sus reportajes sobre ciencia aparecen regularmente en el Washington Post. Edita, además, una columna semanal sobre temas científicos en Internet (www.aps.org/WN), de consulta casi obligada para hombres y mujeres de ciencia, para periodistas y para, en general, el público interesado en temas científicos.

CV está estructurado en diez capítulos donde se vierte información, comentarios críticos y juicios de valor sobre temas tan variados como el cambio climático, la medicina «natural», la astronomía virtual, la fusión fría, la guerra de las galaxias o el peligro que representan las líneas eléctricas en la difusión del cáncer. El hilo conductor es claro: denunciar disparates varios, construidos y vendidos publicitariamente, con buenas o rentables intenciones, en y con el nombre de la Ciencia y con efectos sociales no discutibles ni despreciables. Por ejemplo, la mitad de la población norteamericana actual cree que la tierra está siendo visitada por extraterrestres que conocen un modo de viajar más rápido que la velocidad de la luz, y «mucha gente culta lleva imanes en sus zapatos para recuperar la energía natural» (p. 13).

¿Por qué ideas y postulados científicos o pseudocientíficos que están total e indiscutiblemente equivocados atraen a un largo séquito de seguidores, no sólo entre capas sociales alejadas de centros o focos culturales? En opinión de RP, «muchas personas, eligen sus creencias científicas del mismo modo que deciden ser metodistas, o demócratas, o hinchas de un determinado club de fútbol. Juzgan la ciencia en función de cómo concuerde con el modo en que quisieran que fuera el mundo» (p.13).

De hecho el papel de las creencias previas (digamos, en términos clásicos, de la ideología) puede ser central en debates que se interseccionan con el ámbito científico. Si todos los científicos dicen obrar de buena fe, si la ciencia parece ser la búsqueda desinteresada y sin término de la verdad, si todos los practicantes creen por igual en el llamado «método científico» y si, finalmente, tienen casi todos ellos acceso a datos similares, ¿cómo explicar entonces su desacuerdo tan profundo en temas como, por ejemplo, el cambio climático? RP apunta la siguiente conjetura: «(…) El clima constituye el sistema más complejo que los científicos se han atrevido nunca a abordar. Existen enormes lagunas en los datos relativos al pasado distante, lo cual, unido a las incertidumbres de las simulaciones informáticas, significa que incluso los cambios más pequeños en los supuestos previos dan como resultado proyecciones muy distintas y desencaminadas. Ninguno de los dos bandos discrepa en este punto. También coinciden ambos en que los niveles de CO2 en la atmósfera están aumentando. Lo que les separa son sus cosmovisiones políticas y religiosas, profundamente distintas. En pocas palabras: quieren cosas distintas para el mundo» (p. 58) (la cursiva es mía).

Las creencias y las credulidades acríticas, más o menos ingenuas, pueden afectar netamente a la ciudadanía no especializada. Sea, a título de ejemplo, el caso de la homeopatía. Según la ley de Hahnemann, las sustancias que producen un determinado conjunto de síntomas en una persona sana pueden curar dichos síntomas en una enferma. Hahnemann pasó gran parte de su vida probando sustancias naturales para descubrir qué síntomas producían, para, posteriormente, prescribirlas a las personas que exhibían dichos síntomas. De hecho, la homeopatía, tal como se practica actualmente, nos recuerda RP, «se basa casi por completo en la lista de sustancias de Hahnemann y en sus indicaciones al uso» (p. 83). Pero, obviamente, las sustancias naturales suelen ser extremadamente tóxicas. Preocupado por los efectos colaterales de sus medicaciones, Hahnemann experimentó con la dilución. Descubrió que al diluir, los efectos secundarios se podían reducir y, en el límite, eliminar, y, aún más, que cuando más diluía la medicina, más parecían beneficiarse de ella sus pacientes. Su segunda ley, la ley de los infinitesimales, puede ser formulada del modo siguiente: cuanto menos, mejor.

Así, el Oscillococcinum, el remedio homeopático usual para al gripe, procede del hígado del pato, en una dilución estándar de 200 C. «200 C» significa que el extracto se diluye en la proporción de una parte por cien de agua, luego se agita, y se repite secuencialmente hasta 200 veces. El resultado: una disolución de 1 molécula del extracto por cada 10 elevado a 400 moléculas (un 1 seguido de 400 ceros) de agua. Pero dado que en todo el universo físico sólo existen, aproximadamente, 10 elevado a 80 partículas elementales (protones, electrones), la disolución homeopática de 200 C iría mucho más allá del límite de dilución de todo el universo visible. ¿Qué hizo entonces que Hahnemann y con él la homeopatía se hicieran muy populares? «En aquella época los médicos todavía trataban a los pacientes con sangrías, purgas y frecuentes dosis de mercurio y otras sustancias tóxicas. Si los remedios infinitamente diluidos no hacían ningún bien, al menos tampoco hacían ningún daño, permitiendo que las defensas naturales del paciente corrigieran el problema. A medida que la reputación de Hahnemann crecía, la confianza de los pacientes en su curación aumentaba. La creencia suscitaba el efecto placebo, y permitía que los mecanismos de reparación de su propio cuerpo funcionaran sin que el estrés los alterara» (p. 85).

Este es uno de los ejemplos presentados y analizados por RP. Puede que el lector constate críticamente un cierto conservadurismo epistémico en el decir de RP, aunque no siempre, así como una excesiva dependencia de situaciones de la cultura y sociedad usamericanos. Sin embargo, eso no quita un ápice de interés a muchas de sus aproximaciones y vale la pena destacar de alguien tan instalado en el sistema científico oficial y desde consideraciones básicamente científicas, su neta visión crítica de algunas de las aventuras espaciales (pp. 105-137) o de la resucitada «guerra de las galaxias» (pp. 264-267), asunto en el que no olvida la actuación de Edward Teller (el más firme partidario de la superbomba, de la bomba H), durante la era McCarthy, quien, en una audiencia ante la Comisión de Energía Atómica estadounidense (AEC), señaló que resultaría muy juicioso negar a Oppenheimer la autorización para trabajar en materia de seguridad. La AEC retiró la autorización en 1954 y eso conllevó, en la práctica, que el gran Oppenheimer nunca más pudiera ejercer su profesión de físico nuclear. «Muchos físicos no perdonarían jamás a Teller lo que considerarían una traición a un inteligente y honorable colega» (p.266). Sin duda, Robert L Park es uno de ellos.

Finalmente, el subtítulo de la traducción castellana parece incorporación editorial, al igual que el título. Lo primero no es grave, lo segundo lo es un poco más. No se trata de «Ciencia o vudú» sino de «Ciencia vudú», que es la forma con la que el autor se refiere a ese tipo de conocimiento afectado de cierta locura epistémica. «…utilizaré la expresión ciencia vudú para referirme de forma conjunta a todas estas variedades: ciencia patológica, ciencia basura, seudociencia y ciencia fraudulenta. El presente volumen pretende ayudar al lector a reconocer la ciencia vudú y a comprender las fuerzas que parecen conspirar para mantenerla viva» (p. 25). Propósitos no sólo nobles sino urgentes. Sin duda, una de las múltiples y necesarias tareas de nuestra hora.