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Reseña de "Cuidar la libertad. Entrevistas sobre política y filosofía" de Richard Rorty

Conversaciones con un ironista liberal, tenaz defensor del «sueño americano»

Fuentes: Rebelión

Richard Rorty, Cuidar la libertad. Entrevistas sobre política y filosofía, Trotta, Madrid, 2005. Ed. Eduardo Mendieta; 206 páginas; traducción de Sonia Arribas Considerado en círculos académicos, no forzosamente filosóficos, como el filósofo vivo más importante de Estados Unidos, Richard Rorty no ha dejado de manifestarse neta y reiteradamente en estas últimas décadas sobre una amplia […]

Richard Rorty, Cuidar la libertad. Entrevistas sobre política y filosofía, Trotta, Madrid, 2005. Ed. Eduardo Mendieta; 206 páginas; traducción de Sonia Arribas


Considerado en círculos académicos, no forzosamente filosóficos, como el filósofo vivo más importante de Estados Unidos, Richard Rorty no ha dejado de manifestarse neta y reiteradamente en estas últimas décadas sobre una amplia diversidad de asuntos públicos controvertidos con puntos de vistas no siempre transitados por mayorías, aunque no siempre a contracorriente del discurso y la argumentación imperantes en los círculos de poder de Estados Unidos. Editadas por Eduardo Mendieta, se recogen en este volumen once entrevistas publicadas entre 1982 -«De la filosofía a la post-filosofía»- y 2001 -«Sobre el 11 de septiembre». El editor finaliza su nota introductoria al volumen con una declaración de neto y combativo tono político, y con clara arista crítica: «Tengo la esperanza de que este libro permitirá que muchos de aquellos que le rechazan, y que de forma deliberada representan equivocadamente sus punto de vista, consideren en qué amplia medida Rorty ha estado de forma coherente al lado de la democracia y ha sido un defensor incansable del sueño de una América que debemos seguir forjando, porque su «identidad moral aún ha de ser forjada, más que necesita ser preservada»» (p. 206) [la cursiva es mía]. Las últimas palabras entrecomilladas son del propio Rorty y «el sueño de una América» remite a lo que usualmente se entiende por tal finalidad real-onírica en el discurso político contemporáneo.

Si no se está muy introducido en la filosofía de Rorty, acaso sea aconsejable iniciar la lectura del volumen por las páginas introductorias de Mendieta -«Hacia una política post-filosófica», pp. 9-29- y por la documentada presentación de Derek Nystrom y Kent Puckett en su entrevista con Rorty para Prickly Pear Pamphlets –aquí recogida en las páginas 111-119-, que lleva el sorprendente y enrojecido título, no sabemos si del gusto del filósofo, «Contra los jefes, contra las oligarquías: una conversación con Richard Rorty».

De hecho, el aforismo inicial de Rorty con el que Mendieta abre su introducción -«Cuida la libertad y la verdad se cuidará a sí misma»- marca el tono filosófico del conjunto: una vindicación de la libertad, no siempre definida con precisión (acaso por tratarse de un concepto borroso que permite multitud de aproximaciones en sus márgenes e incluso en su núcleo central), como instrumento, como procedimiento, como un estar esencial en el mundo, vindicación primordial que, se afirma, conlleva el desarrollo de otras normas o valores en base al siguiente razonamiento: si cuidamos la libertad, la verdad se cuidará a sí misma, dado que un enunciado verdadero es, por definición, aquel sobre el que la comunidad libre está de acuerdo en que es verdadero; consiguientemente, al cuidar la libertad, la verdad nos vendrá dada como fruta ya madura. El lector juzgará sobre el carácter circular, suficiente o conclusivo del razonamiento.

Algunas de las claves de las posiciones políticas de Rorty quedan dibujadas en los compases iniciales de la citada entrevista de Nystrom y Puckett :

1. McCarthy consiguió, para desgracia de las posiciones democráticas avanzadas de carácter socializante, como las defendidas por Rorty, que el anticomunismo tuviese mala fama entre los círculos de izquierda (p. 119).

2. El socialismo democrático, la posición política defendida por Rorty, es y debe ser netamente anticomunista y debiera ser entendida como una visión reformista del capitalismo (p. 120), que no aspira a la transgresión o transformación radical de este modo de producción y reproducción sino a la superación de sus aristas más inhumanas y más corruptas, cuya sangrante realidad no ofrece atisbo de duda a Rorty.

3. El «oro de Moscú» pagó real y eficazmente la infiltración rojo-comunista en muchas instituciones norteamericanas, más allá de la coincidencia en este punto con lo dicho y denunciado por ciudadanos tan poco admirables como el senador McCarthy. La diferencia básica entre la infiltración vía «oro de Moscú» y la financiación, a través de la CIA, de asociaciones e instituciones de grupos anticomunistas como el Congreso para la Libertad Cultural, que Rorty admite y reconoce, reside «en que el gobierno de Stalin fue malo y el nuestro relativamente bueno. Y además, cuando tomabas el dinero que Stalin te daba, trabajabas a sus órdenes, pero no cuando tomabas el dinero de la CIA […] Los intelectuales anticomunistas en Europa, cuyos escritos se publicaban gracias al dinero de la CIA fueron figuras heroicas, gente como Silone y Koestler y Raymond Aron» (p. 121).

4. Al final se obtuvo el que fue, según Rorty, el objetivo primordial de la guerra fría: dar una oportunidad a la ciudadanía para conseguir gobiernos democráticos en Europa del Este, aunque, como él mismo admite, se tuviera que «vivir con los recuerdos del asesinato de Allende, de la guerra del Vietnam y de otros horrores» (p. 122). Por ello tal vez pueda defender Rorty singulares afirmaciones como la de que la concepción marxista, la tradición marxista, no es un conjunto de ideas, sino una conspiración política no adjetivada a la que no se debería dar ninguna dignidad intelectual (p. 165).

Se encuentran, además, en el volumen singulares pasajes que acaso no deberían pasar desapercibidos. Así, al describir su visión de lo sucedido en Rusia y en otros países de Europa del Este después de la caída del muro y la desintegración de la URSS, Rorty apunta que lo que está ocurriendo puede ser entendido como una lucha entre los gánsteres -todos ellos, en su opinión, antiguos dirigentes comunistas- y los intelectuales, y que ignora quién va a ganar en cada país. A lo que añade Rorty: «Lo asombroso de Rusia, a mi juicio, es que toda la propiedad del estado fue robada en unos pocos años, [risa] y ahora todo es privatizado, lo que significa que la nomenklatura es su propietaria privada. Creo que los comunistas rusos se llevaron toda la riqueza del país y la pusieron en sus cuentas corrientes individuales en Suiza». El lector/a no perderá su tiempo filosófico si reflexiona sobre el origen y trasfondo de esa risa de Rorty, si se pregunta cómo es posible que un filósofo tan fino y sofisticado como él pueda hablar continuamente y sin matiz alguno de «los» comunistas, y cómo es posible que un exquisito lector de Wittgenstein y Shakespeare como él no tenga nada qué decir -el resto es silencio- respecto a los nuevos dirigentes rusos y a la bendición occidental no matizada de casi todas sus actuaciones.

Por si faltara algún grano gordo de sal, en una de las entrevistas recogidas, fechada a finales de 2001, Mendieta y Rorty dialogan sobre el 11 de septiembre y sus consecuencias y en un determinado momento el autor de La filosofía y el espejo de la Naturaleza sostiene que «el ataque terrorista a los Estados Unidos» justificó la acción militar desatada contra Afganistán, y ello independientemente de la permanente mentira en la que estaba instalado el gobierno anti-internacionalista de Bush. Preguntarse por las razones que justifican esa supuesta justificación es seguramente obligación de todo filósofo que no haya perdido definitivamente tensión filosófica y pulso moral y de todo ciudadano/a que no haya claudicado ni esté dispuesto a hacerlo, y que quiera pensar los asuntos hasta el final (o hasta donde alcancen sus fuerzas mentales).

Salvador López Arnal