La  pandemia de covid-19 no debió sorprendernos, pero nos sorprendió.  Encontró, salvo unas cuantas excepciones, una sociedad humana sin  capacidad médica y hospitalaria para atender eficazmente la emergencia.  Y, consecuentemente, ha sido muy alta la cuota de vidas sacrificadas.
Pero  el coronavirus sólo hizo evidente, de una manera dramática, lo que bien  se sabía desde hacía varias décadas: el abandono del sistema público de  salud. En México, por ejemplo, es largo y tortuoso el camino para  lograr una simple consulta médica, ya no digamos tener acceso a una cama  de hospital. 
Y  lo mismo puede afirmarse de estudios radiológicos o de laboratorios. O  de una consulta con un especialista. Esperas de varios meses son la  norma en las instituciones de la Secretaría de Salud y en los dos  grandes sistemas en la materia: el Instituto Mexicano del Seguro Social  (IMSS) y el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los  Trabajadores del Estado (ISSSTE).
También  es proverbial la carencia de medicamentos y la insuficiencia de  personal. Antes de la pandemia México tenía ya un déficit de 200 mil  médicos y de 300 mil enfermeras. 
La doctrina económica neoliberal hizo su parte. Y la corrupción y la salud como negocio privado hicieron el resto. Si no hay cupo en los servicios de salud públicos, al enfermo y a su familia sólo les quedan dos opciones: pagar (si tienen dinero) o aguantar hasta el desenlace, sea cual sea, de la patología.
Por  lo que toca a la pandemia, no cabe duda alguna de que será vencida.  Tanto con medidas preventivas como con recursos curativos. Ya hay  evidencias de eficacia de varios medicamentos. Y pronto veremos la  aparición de una vacuna y de nuevos y más eficaces fármacos específicos.
No  será esta la primera vez que la ciencia y los científicos logren la  proeza. Ya han vencido enfermedades, epidemias y pandemias mucho más  feroces que el covid-19: viruela, poliomielitis, paludismo, sida,  influenzas, sarampión, diversos tipos de cáncer. 
Todo será más fácil y más rápido, sin embargo, si el Estado retoma, como ya se está haciendo en México, su papel de garante de la salud pública, lo que implica abandonar la insana ideología de la salud como negocio privado y fuente de ilegítimos y monstruosos enriquecimientos de un puñado de capitalistas dueños de hospitales y compañías de seguros médicos.
Pronto pasará el trago amargo. Pero Estado y sociedad deberán prepararse para que una nueva o vieja epidemia nos vuelva a tomar por sorpresa.
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