Unos meses antes de ser capturado y fusilado, el Ché Guevara escribía desde su fallida guerrilla en Bolivia un manifiesto sobre sus motivaciones políticas. El puro título del texto sintetizaba su idea: «Crear dos, tres… muchos Viet-Nam, es la consigna.» Así, para el Ché, el objetivo debía ser replicar muchos frentes de resistencia como el […]
Unos meses antes de ser capturado y fusilado, el Ché Guevara escribía desde su fallida guerrilla en Bolivia un manifiesto sobre sus motivaciones políticas. El puro título del texto sintetizaba su idea: «Crear dos, tres… muchos Viet-Nam, es la consigna.» Así, para el Ché, el objetivo debía ser replicar muchos frentes de resistencia como el del país oriental, a fin de vencer al imperialismo.
De modo análogo, hoy hay que buscar, para México, «crear dos, tres… muchos Michoacán».
Las milicias plebeyas que han surgido en ese Estado han combatido mejor al crimen organizado que el Ejército o la Policía. De hecho, esas milicias ya habrían aniquilado al cártel de Los Caballeros Templarios… si el Estado no hubiera intervenido para evitar la toma de Apatzingán. La humillación al régimen habría sido absoluta. Lo que el régimen no había logrado en Michoacán desde que declaró la guerra al narcotráfico, el pueblo levantado en armas lo había logrado en tiempo récord.
El acuerdo firmado el pasado 27 de enero entre el Gobierno y algunos líderes de las autodefensas de Tierra Caliente, donde estos aceptaron integrarse al Ejército como «cuerpos de defensa rurales», es, hay que decirlo claramente, un duro golpe. (Aunque aún está por verse cuántos de los 15-20 mil alzados responden al llamado.) Pero detrás de este hecho hay algo crucial. Si el Gobierno de Peña Nieto se volcó a cooptar a las autodefensas es justo porque fracasó en su política anterior, desarmarlas.
En otras palabras, el daño al régimen está hecho. El «mal ejemplo» michoacano quedó a la vista de todos y la lección es clara: el pueblo debe armarse. Con los cárteles de la droga sustituyendo o traslapándose con el Estado, no basta con protestar contra la violencia actual. O dicho con la elegancia de Marx: «El arma de la crítica no puede reemplazar la crítica de las armas». Ante la ausencia de iniciativas audaces como la legalización de las drogas para socavar el poder del narco, la autogestión de la seguridad es una alternativa real a las clases populares para poder garantizarse la vida.
Por otro lado, la cooptación de alzados mediante su transformación en guardias rurales es una solución muy mexicana que la última vez que se usó, de todas formas ya no pudo detener la revolución que ya se había desatado. Cuando Francisco I. Madero, en 1910, recibió el fraude electoral de Porfirio Díaz, aquél huyó a Texas y desde ahí convocó a la lucha armada. Este llamado tuvo un gran eco entre las clases populares, lo cual espantó no sólo al viejo Díaz, sino al propio Madero. El resultado de ese episodio terminaría materializándose en los Tratados de Ciudad Juárez, donde además de pactarse la renuncia de Díaz y la organización de nuevas elecciones, Madero aceptaba el desarme de los alzados. Esto último no sería fácil, como ha observado el historiador (admirador de Carranza) Javier Garciadiego, quien constata que «si bien muchos alzados aceptaron volver a la vida pacífica luego de recibir un pago como gratificación, otros fueron organizados en nuevos «cuerpos rurales».» [1]
Pero no todos devolvieron las armas. Zapata entre ellos:
«Emiliano Zapata y los alzados sureños se negaron a disolverse o a organizarse como «rurales», pues no estaban dispuestos a entregar sus armas antes de que les devolvieran las tierras que consideraban usurpadas por los hacendados».
El daño estaba hecho. Se había desatado la revolución.
Si la última vez que el gobierno mexicano creó guardias rurales para desactivar a los alzados, no le funcionó, ¿le funcionará ahora?
Es estúpidamente obvio que el México de hoy no es el mismo de hace cien años. Sin embargo, como observa otro historiador, Friedrich Katz (admirador de Pancho Villa): «Algunos retos que existían en 1910 son similares, otros son diferentes. Desafortunadamente dos siguen siendo similares: la pobreza y la desigualdad.» [2]
Hoy por hoy, el surgimiento de milicias no solucionan la pobreza y la desigualdad, pero resuelven una violencia que ha lastimado más a las clases populares. Para Katz es importante evocar la revolución de 1910 para que «las clases populares de México tomen conciencia de su fuerza y posibilidades.» Por eso mismo son importantes las milicias que han surgido en Michoacán y Guerrero: hoy le han dado permitido a las clases populares enfrentar la violencia, ¿mañana qué?
Notas
[1] «La Revolución», en Historia mínima de México. COLMEX, 2004, pp. 231-232.
[2] Entrevista con Friedrich Katz, por Eduardo Estala Rojas. Revista Contratiempo, no. 68, septiembre de 2009, pp. 20-21.
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