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Decadencia estadounidense y tecnofascismo

¡Cuidado, el Tío Sam nos espía!

Fuentes: Rebelión

«Sería una ingenuidad imperdonable presuponer que en las próximas décadas y generaciones no pudieran revivir dicho programa (hitleriano), purgado de su craso diletantismo y revestido de un brillo y vocabulario científicos». Carl Amery, Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor, Turner, México, 2002   En las últimas semanas se ha conocido la magnitud del […]


«Sería una ingenuidad imperdonable presuponer que en las próximas décadas y generaciones no pudieran revivir dicho programa (hitleriano), purgado de su craso diletantismo y revestido de un brillo y vocabulario científicos».

Carl Amery, Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor, Turner, México, 2002

 

En las últimas semanas se ha conocido la magnitud del espionaje que Estados Unidos realiza contra el resto del mundo y sus propios ciudadanos desde hace más de diez años. Ese espionaje se realiza a través de todas las tecnologías de la información y la comunicación, ninguna de las cuales está a salvo, llámese internet, teléfono celular o Facebook, hecho que ha desbaratado las utopías digitales que habían proclamado los cultores de esas tecnologías. El espionaje de los Estados Unidos no puede considerarse como un fenómeno pasajero, propio de éste o aquel gobierno, sino que es una muestra de la configuración de un poder tecnofascista a escala mundial, propio de un imperialismo en decadencia.

ESPIONAJE GENERALIZADO

Estados Unidos espía a todo el mundo, y en este caso no es una metáfora, porque se sabe con certeza que mediante distintos sistemas tecnológicos altamente sofisticados captura millones de correos electrónicos o comunicaciones de teléfonos celulares en todos los países del planeta. Estados Unidos espía indistintamente a amigos y enemigos, ya que no se salvan ni sus peones más incondicionales, es decir, gobiernos como el colombiano, el mexicano, el español o el israelí. Controla las comunicaciones personales que emiten desde sus «super-seguros» teléfonos móviles mandatarios de diversos países y otros individuos: durante años ha tenido interceptado el teléfono de la primera ministra de Alemania Angela Merkel; ha grabado los mensajes de los altos funcionarios del gobierno venezolano, incluyendo las comunicaciones del presidente Hugo Chávez; ha monitoreado las informaciones internas de conferencias y de reuniones de organismos como las de la ONU y otras instancias, con el fin de conocer en forma directa y anticipada las decisiones sobre asuntos políticos y económicos en juego…

Este espionaje no es algo excepcional que se ha derivado de la mal llamada «guerra contra el terrorismo», después del 11 de septiembre de 2001, sino que hace parte de la «sociedad de la vigilancia» perpetúa en que se convirtió el capitalismo contemporáneo. A diferencia de otras épocas, esa vigilancia y control permanentes han sido aceptados por la gran mayoría de la gente como algo normal, e incluso han sido interiorizados como una pauta de comportamiento cotidiano. En ningún otro momento en la historia de la humanidad, un sector de la sociedad consideraba como un gran avance que todas sus acciones individuales fueran conocidas por otra parte de la sociedad, como sucede hoy con las mal llamadas redes sociales (Facebook y otras), en donde se exponen a la vista pública los más elementales actos de la vida cotidiana. Nunca antes se habría admitido como algo normal que las calles de las ciudades estén repletas de cámaras que vigilan todos nuestros movimientos de día y de noche. En épocas anteriores existía algo de dignidad, como para negarse a participar en los shows mediáticos del «gran hermano» y vulgaridades parecidas. Tampoco antes era considerado como normal y sano que la gente estuviera contando sus cosas personales a los cuatro vientos, como se hace hoy a través de los insoportables teléfonos celulares.

El despliegue de todos estos artefactos de control indican que el capitalismo ya había creado desde hace varias décadas el escenario de la vigilancia perpetua en la vida diaria, que se hace extensivo al plano político, que es el objetivo central del espionaje que se realiza desde los Estados Unidos. Se trata de saber, para reprimir, lo que piensa, dice y hace la gente con respecto a la dominación y la explotación. Estos son los mensajes que le interesan a los Estados Unidos en forma prioritaria, a los que se califican como propios del «terrorismo», un nombre etéreo en el que se engloba todo aquello que se enfrente de una u otra forma al imperialismo y al capitalismo.

La vigilancia también tiene finalidades de tipo económico y mercantil, para determinar, por ejemplo, los patrones de consumo y las preferencias y gustos de la población. Eso lo hacen las empresas y bancos para impulsar aquellos productos que se sintonicen con los deseos hedonistas de los internautas y parlanchines compulsivos de los celulares. Pese a eso, el asunto principal es de naturaleza política, y tiene que ver con la intromisión en la vida privada de las personas y en el control y represión que de allí se deriva. Algunos dirán que esto es una teoría conspirativa que no es real, pero desafortunadamente no es así, y para demostrarlo basta recordar que la información que recoge Estados Unidos se materializa en bombardeos con los drones (aviones no tripulados) en varios lugares del mundo, donde han sido asesinadas miles de personas, o en la captura ilegal de los que son considerados como terroristas que luego son torturados en las bases secretas de los Estados Unidos o ahora en sus barcos en ultramar. Así mismo, diversas instancias del Estado yanqui le suministran información a sus súbditos sobre la localización exacta de aquellos que protestan o luchan a escala local, como ya se ha señalado con relación a la insurgencia colombiana. Al respecto, el New York Times ha informado que la Agencia de Seguridad Nacional cooperó con el Ejército colombiano, puesto que «su tecnología de espionaje, instalada en un avión del Departamento de Defensa de Estados Unidos que volaba a 18.300 kilómetros por encima de Colombia», les proporcionó «la localización y los planes de los rebeldes de las FARC».

Para un imperialismo en decadencia, como lo es el estadounidense, todos somos sospechosos y como tal debemos ser vigilados y reprimidos, lo cual se constituye en la premisa básica de las guerras de agresión, conquista y saqueo que esa potencia ha librado en los últimos años; guerras que se dirigen también contra su propia población, principalmente contra los pobres y los trabajadores. Por esa razón, no sorprende que los centros de espionaje se encuentren localizados en unas 100 embajadas de los Estados Unidos en todo el mundo. Desde allí operan programas que interceptan la información que circula por los cables de fibra óptica, así como por celulares, comunicaciones satelitales y redes de internet.

FIN DE LAS UTOPIAS DIGITALES

Con el espionaje generalizado se desmorona las utopías tecnológicas que se difundieron en los últimos años entorno al supuesto carácter libertario y democrarizador que tendrían en sí mismas dichas tecnologías, en especial internet y la telefonía celular. Valga recordar algunas de esas utopías:

  • Democracia electrónica y libertad absoluta en Internet

Desde cuando surgió Internet -que fue un proyecto original del sector militar de los Estados Unidos- se difundió la idea que esta red virtual daría origen a una democracia electrónica. Se suponía que con la web se podía multiplicar el conocimiento y la libre circulación de datos, bajo el amparo del anonimato y la creatividad individual, lo que se hacía al margen de los Estados y burlando el control de cualquier Estado y, por ende, se proclamaba la eliminación de la censura. A partir de esa suposición falaz se construyó el «espíritu internet», visto como el soporte tecnológico que permitía la emergencia de una democracia perfecta, en la cual se podía develar todas las tramas ocultas del poder y reafirmar la libertad individual a través del mundo virtual, y estaba libre y al margen de cualquier control y manipulación gubernamental.

Con lo que se ha sabido en las últimas semanas sobre la existencia de instrumentos tecnológicos que utilizan los Estados Unidos y Gran Bretaña, entre otros, y que permiten la captura de cualquier información que circule a través de los medios electrónicos, resulta muy difícil seguir defendiendo la utopía de la democracia virtual y de la libertad absoluta que propiciaría la web.

  • El mercado como garante de la libertad de expresión 

Otra de las utopías exaltadas hasta el hartazgo es aquella que considera que el mercado libre y la competencia son las mejores garantías del funcionamiento armónico y equilibrado de internet, como un espacio sin restricciones materiales. Se suponía que la existencia de varias empresas que otorgan el registro de dominios resguardaba la existencia de esos dominios y su libre presencia en el ciberespacio. En la «República Internet», el dominio se consideraba como algo sagrado e intocable, ya que garantizaba la presencia en la red de una persona o entidad que se podía expresar en forma libre, sin inconvenientes de ninguna clase. Estos supuestos han quedado destruidos, porque hace pocos días ocurrió lo impensable: se puso fin al dominio de WikiLeaks cuando EveryDNS.net, la empresa que le prestaba el servicio decidió suprimirlo con el pretexto de que estaba soportando ataques masivos. Fin de una época y de un mito: se demolió de un solo golpe la idea que el mercado era el mecanismo idóneo y neutral para preservar la libre expresión a través de la red virtual, lo cual muestra que ésta no es, ni mucho menos, esa zona de libertad plena y sin restricciones que alguna vez se consideró. Como para confirmarlo, después ha seguido la cancelación por muchas empresas de los dominios que albergaban paginas relacionados con WikiLeaks.

  • Las grandes compañías de la informática como defensoras de la libertad

Entre los héroes del capitalismo más exaltados porque representan el éxito empresarial siempre se habla de Microsoff, Apple, Facebook, yahoo, google y se resalta el papel de Bill Gates, Steve Jobs y otros como máximos defensores de la libertad de expresión y de enemigos declarados de la censura. Esta falacia ha sido desmentida hace pocas semanas, puesto que las empresas mencionadas se encargaron de suministrar la información de sus bases de datos, en las que aparecen los mensajes y comunicaciones de cientos de millones de personas en todo el mundo, lo cual no sólo es una labor de delación sino que es un crimen corporativo.

El caso más notable y cínico es el de Microsoft -que tanto presume de defender la libertad individual-, entidad que colabora en forma directa con la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, a la que le ha permitido acceder a las comunicaciones de sus usuarios. Hasta tal el punto llega la acción criminal de Microsoft, que trabaja conjuntamente con el FBI y la CIA para que estas tengan acceso, a través del programa PRISM, a los 250 millones de usuarios que se alojan en la nube SkyDrive. Igualmente, la empresa que fundó Bill Gates ayuda al FBI a descifrar el funcionamiento de la herramienta Outlook.com, a través de la cual se pueden crear alias de correo electrónico. En pocas palabras, con la entrega de información que se consideraba confidencial, las empresas de la informática han demostrado que son fieles e incondicionales servidores del imperialismo estadounidense y que su pretendido espíritu libertario es solo un sofisma comercial.

Como puede verse, en pocas semanas han sido barridas, como castillos de naipes, las utopías digitales, que tanta literatura barata originaron a nivel mundial en los últimos veinte años y tanto le han servido al capitalismo y a sus empresas informáticas para justificar el ingreso a una nueva y supuesta era de confort y bienestar, a la que algunos bautizaron como la «era de la información» o «sociedad del conocimiento».

DECADENCIA IMPERIALISTA Y TECNOFASCISMO

El escritor alemán Carl Amery ha dicho que el proyecto de Hitler es muy actual para el capitalismo y que por algo aquel nefasto personaje es el precursor del carácter cada vez más fascista que adquiere el capitalismo en nuestros días. Su afirmación no es ni mucho menos retórica ni caprichosa, ya que se basa en comparar los supuestos del régimen nazi con lo que sucede en el capitalismo contemporáneo: disminución de recursos, problemas de abastecimiento de energía, reducción de la población, necesidad de mantener el nivel de producción y consumo de una élite mundial, desigualdad extrema en cada país y en todo el planeta y utilización de la ciencia y la tecnología para preservar la desigualdad y la injusticia. (Carl Amery, Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor, Turner, México, 2002).

En este escenario cobra actualidad para el capitalismo el programa de Hitler y por eso no extraña que ahora se imponga el tecnofascismo y, como en la Alemania nazi, ese proyecto tenga gran apoyo y aceptación de parte de la población en los Estados Unidos y sea respaldado por los medios de comunicación dominantes, tanto en ese país como en el resto del orbe, y por muchos intelectuales que le rinden culto a la era de la información.

De ahí que al espionaje generalizado no se le haya dado la importancia que tiene como imposición de un control perpetuo que destruye las libertades individuales y que legitima la criminalización de todos aquellos que enfrenten al capitalismo. Si ese espionaje se diera por parte de Cuba, Venezuela o cualquiera de los países que son considerados como «peligrosos», a diario y a toda hora estaríamos bombardeados por la información mediática que denunciaba esos hechos como propios del «totalitarismo de izquierda», pero como procede de los Estados Unidos se le reduce a ser una cuestión sin importancia y casi folklórica, y se minimiza su verdadero significado; aún más, se afirma que si uno no tiene nada que esconder no debe temer a que lo vigilen y espionaje siempre ha existido. Estos lugares comunes simplemente indican el grado de pasividad y de aceptación, como si fuera algo normal, del control perpetuo, porque, como dijimos al comienzo de este artículo, ya nos han acostumbrado con el control desplegado con los artefactos tecnológicos, como el celular y las «redes sociales». En realidad esas frases ocultan una terrible verdad difícil de aceptar. Al decir que «todos lo sabíamos», se está reconociendo que no se ha hecho nada para impedirlo; y afirmar que «no tengo nada que ocultar» simplemente indica que nos tiene sin cuidado que nos vigilen, porque no nos interesa ni nuestra privacidad ni mucho menos nuestra dignidad -una cualidad en vías de extinción-, solo queremos que nos dejen exhibirnos y disfrutar de los chismes a través de nuestros aparatos tecnológicos. Como alguna vez lo dijo Benjamin Franklin, uno de los «padres fundadores» de los Estados Unidos: los que son capaces de ceder la libertad esencial para obtener un poco de seguridad temporal no merecen ni libertad ni seguridad.

En esas condiciones, se tiende a legitimar la existencia de programas como el PRISM, con el cual se graban las llamadas telefónicas y los correos electrónicos y cualquier comunicación por medios electrónicos que circule en cualquier lugar del mundo a toda hora. Luego, una máquina, a partir de unos códigos determinados que se le suministran, analiza, selecciona y depura la información que «pone en peligro» la seguridad interna de los Estados Unidos.

El tecnofacismo no tiene límites, porque apenas han sido descubiertos los representantes del imperialismo estadounidense han salido a decir que no hay que dramatizar que las acciones de vigilancia y control se hacen para beneficiar a la humanidad y debemos estar agradecidos con sus cuidados filantrópicos y, además, se arguye que con ese control de han evitado miles de atentados terroristas, con lo cual se sostiene que el espionaje ha sido benéfico. Recordemos que esta pobre argumentación no es nueva en el caso de los Estados Unidos, porque cuando se lanzaron las dos bombas atómicas sobre ciudades japonesas en agosto de 1945, se dijo que con ese hecho se habían salvado miles de vidas de las tropas yanquis.

En conclusión, a lo que estamos asistiendo es al control totalitario por parte de un imperialismo en crisis, que recurre a todos los medios, incluyendo la tecnología, para vigilar, controlar, perseguir y reprimir a los que concibe como sus reales y potenciales enemigos. Y para ello, no duda ni un instante en destruir los mismos mitos que Estados Unidos había creado sobre la libre y democrática república virtual, y sobre la circulación de información, hasta el punto que puede decirse con plena seguridad que los únicos ordenadores y teléfonos celulares plenamente seguros son aquellos que jamás han sido desempacados ni encendidos. Por ello, no sería raro que este artículo sea leído primero en las oficinas de espionaje de los Estados Unidos que por los lectores de REBELION.

Renán Vega Cantor es historiador. Profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional, de Bogotá, Colombia. Autor y compilador de los libros Marx y el siglo XXI (2 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 1998-1999; Gente muy Rebelde, (4 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 2002; Neoliberalismo: mito y realidad; El Caos Planetario, Ediciones Herramienta, 1999; entre otros. Premio Libertador, Venezuela, 2008. Su último libro publicado es Capitalismo y Despojo.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.