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De fiestas y desilusiones

Fuentes: Rebelión

A propósito de una nota de J. P. Feinmann El domingo 19/12 José Pablo Feinmann publicó, en el diario Página 12, un artículo titulado «La fiesta». La nota oficia a modo de conmemoración reflexiva de los tres años transcurridos desde el 19/20 de diciembre de 2001, puestos a la luz de un hoy de tonos […]

A propósito de una nota de J. P. Feinmann

El domingo 19/12 José Pablo Feinmann publicó, en el diario Página 12, un artículo titulado «La fiesta». La nota oficia a modo de conmemoración reflexiva de los tres años transcurridos desde el 19/20 de diciembre de 2001, puestos a la luz de un hoy de tonos bien diferentes a aquel paisaje. En él pinta la imagen del Buenos Aires actual, de restaurantes llenos, euforia por la ‘recuperación’ del consumo posterior a la crisis, y bullicio en clave despreocupada y más bien egoísta. A ese presente lo compara con otras ‘fiestas’ anteriores, todas ellas a poco andar develadas como fallidas ensoñaciones, intervalos de prosperidad que puntean una larga crisis.

A partir de allí J.P.F va dejando la descripción de costumbres para ensayar un balance retrospectivo de lo ocurrido de diciembre de 2001 en adelante, desde aquellos días en que los teóricos del horizontalismo y el poder de la ‘multitud'(evoca a Negri, Virno, Holloway, que a su vez conjuraban el fantasma de Spinoza), tomaban a Argentina como ejemplo probatorio de sus respectivas líneas de pensamiento. Pero el balance lo preside un tono de decepción, que no se dirige tanto a las inconsistencias de los pensadores, a las que J.P.F. dedica sólo un par de ironías, sino a las carencias de ‘una entidad abstracta («el pueblo») a la que, afirma, ‘Nos hemos pasado los años atribuyéndole…nuestros deseos más íntimos.’ Y allí parece encontrar la raíz del mal, de este presente que, a todas luces, le provoca desasosiego. El ‘pueblo’ no respondería a la pintura optimista de esa vaga primera persona del plural que utiliza en tono autocrítico. El hombre de hoy quiere «Trabajar, consumir, veranear, divertirse, comer y dormir’.

Ya aquí podría objetarse cierta falta de matices, de distinción entre diversos momentos de la vida social, y de los estados de ánimo y conciencia colectivos; que pueden virar, y dar como resultado la abyección más completa, o desencadenar en el heroísmo, pasando por esa medianía rutinaria y autosatisfecha que Feinmann muestra y critica como signo principal de la sociedad argentina (o porteña, ya que se remite a Buenos Aires) actual.

J.P.F., es evidente, se deja tentar por la perspectiva de extremar el contraste entre el pasado reciente, en el que florecían nuevas formas organizativas y creativas modalidades de lucha, con ‘escraches’ generalizados y cacerolas batientes, y un presente al que describe sólo regido por un borrón y cuenta nueva en el que la única instancia de movilización que se destaca es la desencadenada en torno a Juan Carlos Blumberg. Allí afirma»A tres años del 2001 queda poco y nada. De las Asambleas, nada», y un poco más adelante «Los caceroleros se hicieron blumberistas.’, para rematar «Entre todo este barullo algo bobo se perdió la idea de participación popular.»

Hasta allí se le pueden reprochar ciertos esquematismos, como el de simplificar la supuesta metamorfosis de los asambleístas en cruzados de la seguridad, cuando no se necesita un estudio sociológico para intuir que buena parte de las clases medias urbanas no abandonaron ni siquiera en el caliente verano de 2002 su tirria hacia los pobres y a cualquier forma de acción colectiva en vena de protesta; mientras que fueron otros ‘clasemedieros’, muchos de ellos vinculados de antes a viejas y nuevas luchas, los que mayoritariamente formaron las asambleas y blandieron las cacerolas. Y aunque hayan dejado de hacerlo y se les escape la impaciencia si se topan con un corte de calle, no se identifican con el reaccionario culto al orden que predican Blumberg y sus amplificadores mediáticos.

Pero los desajustes del enfoque aparecen más serios cuando la nota se orienta a presentar a todo el ‘pueblo’ como hundido en la superficial satisfacción del consumo, y por tanto instalado en la pasividad social y política, y a juzgar por la disquisición previa sobre aquella ‘entidad abstracta’ se le asignan a esas actitudes raíces tan profundas como difíciles de remover. Y a partir de allí, se la responsabiliza de alguna manera de la carencia de propuestas transformadoras por parte del actual gobierno.

Mas aun, ese pueblo le habría dado la espalda a Kirchner cuando bajó los retratos del Colegio Militar e impulsó el ‘desalojo’ de la ESMA, sumándose en cambio a la ‘cruzada Axel’. En ese momento, según J.P.F. «el ‘pueblo’ le dio una soberana patada cuando hizo su jugada más fuerte…asustados entre la actual delincuencia y el regreso simbólico de la ‘otra’ delincuencia, rodearon a un personaje lamentable…’. No cabrían disidencias de fondo con la mirada que lanza sobre los seguidores de Blumberg (al menos buena parte de ellos), el problema es que los identifica lisa y llanamente con el ‘pueblo’ de la patria, que terminada aquella ‘primavera’ sólo habría salido a la calle para alentar la escalada de la ‘mano dura’. Además de soslayar luchas menos visibles pero no menos reales que las de 2001/2002, y se dan en nuestros días (las de centenares de miles de trabajadores por el salario, sin ir más lejos), y de identificar abusivamente al impreciso ‘pueblo’ de las ilusiones perdidas con el ominoso ‘blumberismo’, sale a la superficie, nos parece, una indebida transposición. La desilusión del autor es, sobre todo, con el gobierno de Kirchner, al que le reclama por no ocuparse lo suficiente de la lucha contra el hambre, por la educación y la distribución y ‘democratización’ de la riqueza. Pero en aras de no cargar las tintas sobre las responsabilidades de aquél, desea que las comparta con las mayorías populares, que se han dedicado a asistir, con distintos grados de satisfaccion y desconfianza, a las acciones del gobierno K., sin dejarse llevar en ningún caso por un entusiasmo traducible en movilización.

Lo que J.P.F. no incluye en su análisis es que el gobierno Kirchner se halla sumamente cómodo con esa pasividad popular. Mas allá de gestos o posiciones discursivas que tendieron a marcar una inflexión respecto al programa de reformas neoliberales y a los peores vicios de la ‘vieja política’, vuelve a recostarse, por convicción, antes que por necesidad, en el acatamiento pleno, sino en los detalles, al menos en las grandes líneas, del programa de máxima del gran capital. Y de allí la opción por las negociaciones a puertas cerradas con las elites de poder preconstituidas; el tramado de alianzas con fuerzas tan ‘innovadoras’ como la dirigencia justicialista y la cúpula de la CGT, los esfuerzos por desgastar y ‘sacar de la calle’ a los piqueteros… Hasta la mentada ‘transversalidad’ fue perdiendo toda connotación de alternativa y quedó delimitada apenas como ‘complemento’ de una maquinaria política en la que gobernadores y legisladores cuyo único compromiso inconmovible es con el Poder, vuelven por sus fueros … tras servir disciplinadamente a Menem durante una década.

Es cierto que las mayorías populares han tenido hacia el gobierno K. una actitud que básicamente consiste en ‘mirar’ lo que hace, con mayor o menor caudal de expectativas, pero sin impulsos firmes a involucrarse con su trayectoria. Pero tan verdad como eso es que el gobierno nunca pasó de pálidos amagos en materia de convocatorias populares, salvo alguna iniciativa des-ideologizada y desteñida, como la del último veinticinco de mayo. Mientras tanto, ha dedicado vastos esfuerzos a construir vínculos con ‘factores de poder’, y a declamar firmeza ante el Fondo y otros organismos multilaterales, mientras paga puntualmente y hasta explora el modo de hacerlo ‘por adelantado’. El costado audaz y convocante, en todo caso, lo reservó para el campo de los derechos humanos y la revalorización crítica de las luchas de los 70′; no para las políticas económicas y sociales, terrenos decisivos en los que eligió variantes que no se apartaran demasiado de las ortodoxias en boga en los 90′, evitando chocar de frente (y hasta de costado) con cualquier encarnación del poder real.

K se muestra ‘hegemónico, autosuficiente y poco amigo de convocar a la participación…’como señala J.P.F. con acierto; pero porque, todo indica, esa es su forma de ver el mundo y entender la política, y no en razón de que cuando apostó fuerte en el asunto E.S.M.A., la sociedad le diera la espalda, como el autor argumenta. No parece verosímil que, como escribe J.P.F. al final de su nota, el presidente quisiera recuerar ‘los militantes de 2001’. Y en cuánto a la recuperación del ‘estado-nación’, no hay por qué dudar que Kirchner y la dirigencia política la desean fervientemente… Sólo que en clave de monopolio del uso de la fuerza y capacidad efectiva para impulsar el proceso de acumulación capitalista; y no con los contenidos populares y democráticos que sin duda Feinmann le asigna a esa categoría.

Quizás sea hora de dejar de lamentarse de cuán diferente podría haber sido la historia del 20/12 hasta aquí, y sobre todo de compadecerse de la suerte de un gobierno que supuestamente sería otra cosa si tuviera unos apoyos que bien se cuidó de pedir (y hasta de desear, sospechamos). En cambio, es un momento oportuno para la reflexión y las prácticas orientadas a retomar el sendero de irrupción popular y democrática que recorrió las calles de nuestro país y otros del continente, para gritar su ‘basta’ a la degradación sin fin de la democracia representativa y al sometimiento ilimitado de los supuestos gestores del ‘bien común’ a los dictados de la gran empresa.

Buenos Aires, 21/12/04