Con la guerra del agua de abril de 2000, los pobres de la ciudad y del campo de Cochabamba consiguieron expulsar a la multinacional que pretendía adueñarse del más elemental bien común. Entre 2003 y 2005 los pobres de todo el país acabaron con el modelo neoliberal. La gestión comunitaria del agua es ahora el […]
Con la guerra del agua de abril de 2000, los pobres de la ciudad y del campo de Cochabamba consiguieron expulsar a la multinacional que pretendía adueñarse del más elemental bien común. Entre 2003 y 2005 los pobres de todo el país acabaron con el modelo neoliberal. La gestión comunitaria del agua es ahora el desafío pendiente.
El asfalto se termina demasiado pronto en los barrios del sur de Cochabamba. A sólo cinco kilómetros del centro, apenas se percibe una capa irregular sobre las grandes avenidas que los coches transitan con dificultad. Al torcer hacia los cerros que dominan un amplio valle sin árboles, se ve sólo polvo sobre las calles y canales de riego convertidos en zanjas resecas por las que debería correr por lo menos algún hilo de agua.
Cuesta arriba van apareciendo hileras de casas que se prolongan hasta que se pierde la vista, casi en la cima de los cerros donde predomina un clima árido y seco. Estamos en uno de los barrios más importantes de la periferia sur, Villa Sebastián Pagador, o distrito 14, fundado hace 32 años por emigrantes de Oruro. La zona sur, formada por seis distritos, reúne la mitad de la población de la ciudad, unos 250 mil habitantes, los más pobres y los más afectados por la ineficacia del Servicio Municipal de Agua Potable y Alcantarillado (SEMAPA).
El Estado boliviano decidió, en el período neoliberal, que sólo tendrían agua los ricos y las capas medias, un servicio elemental que no llega a los pobres, en particular los inmigrantes de última generación. Para paliar o resolver este gravísimo problema, los vecinos decidieron organizarse creando comités de agua, cooperativas y asociaciones, construyendo ellos mismos las redes de distribución, los tanques de almacenamiento y la perforación de los pozos con sus escasos recursos.
En los barrios del sur de Cochabamba funcionan unos 120 comités de agua, a los que deben sumarse unos 150 de la zona periurbana y una cantidad aún mayor en las zonas rurales, que regulan el uso del agua según usos y costumbres de las comunidades. En la zona urbana del sur entre 70 y 80% de la población no es atendida por la empresa municipal, en tanto los comités abastecen casi al 30% y el resto reciben agua de camiones cisterna. Son cientos de miles de personas organizadas sólo para el agua, pero existe una multitud de organizaciones territoriales.
La célebre «guerra del agua» sólo puede explicarse como resultado de una decisión comunitaria, de cientos de miles de personas, de defender un recurso que no fue ni creado ni gestionado por el Estado sino por las propias comunidades urbanas y rurales. En la ciudad, la población que integra los sistemas de agua comunitarios proviene de muchas regiones del país, siendo una mezcla de inmigrantes campesinos y mineros relocalizados1. «Estas dos características aportan fuertemente a la organización comunitaria en torno al agua», dicen dos dirigentes del movimiento por el agua2.
Los primeros aportaron sus tradiciones andinas de trabajo solidario y por turnos, conocido como el «ayni», y los segundos su vasta experiencia organizativa en los sindicatos de las minas. Los sistemas de agua tienen un promedio de 200 familias asociadas pero algunos tienen apenas 30 ó 40 usuarios. La mayor parte no tienen personería jurídica. Los vecinos que decidieron no organizarse compran a los camiones cisterna que recorren todo el día la ciudad cobrando precios abusivos por agua de dudosa calidad.
Don Fabián Condori, una vida por la comunidad
Es media tarde del sábado y el sol pega fuerte haciendo la subida más pesada. Llegamos con Boris hasta un pequeño predio con paredes de adobe, abrimos la puerta de madera y aparece un amplio espacio abierto con dos pequeñas y prolijas oficinas en los costados: estamos en la APAAS (Asociación de Producción y Administración de Agua y Saneamiento), el primer sistema de agua de Cochabamba, y uno de los más consolidados. Don Fabián Condori nos recibe con una generosa sonrisa que ahonda los surcos que engalanan su rostro.
«Tengo 61 años y llevo 19 en el sistema de agua. Nací en Oruro y llegué a Sebastián Pagador cuando sólo había 70 familias, hace 30 años. Hasta fines de los 90 casi el 80% éramos de Oruro pero ya somos 60 mil habitantes de todos los rincones del país, sobre todo andinos. Creo que la gente escogió este lugar por su clima, por su riqueza, o por la buena comida y la fruta». Fabián relata su vida con calma, como si hablara de otra persona, tal vez porque no se considera el centro de la historia que cuenta.
En 1990 el municipio lo declaró a Sebastián Pagador «zona roja», cuando apenas tenía cinco mil habitantes, por la absoluta falta de agua. «Esto era un desierto», dice. «Aún no había avenidas, sólo calles que la gente abrió a pico y pala. Había una acequia para los regantes y unos pozos cerca del canal de riego donde nos hacíamos regalar el agua. Además había cisternas que vendían agua». Asegura que la mayor parte de sus vecinos son trabajadores manuales por cuenta propia, comerciantes, artesanos, carpinteros, sastres. «Como todos levanté mi primer vivienda de adobe».
En Villa Pagador los ancianos como Fabián aún hablan quechua, escuchan música andina y festejan el carnaval a lo grande, como lo hacían en Oruro, con morenadas y diabladas, con hasta 11 comparsas y 200 bailarinas, algunas llegadas del departamento.
«Al principio, como había poca gente, nos alcanzaba con el canal de riego y con los pocitos donde brotaba agua. Pero para el 80 ya había más gente y hasta una escuelita con 25 alumnos. Los niños de 3 a 4 años jugaban a bañarse con cubos de arena». En ese período se crea un Comité Impulsor de Agua que nace en una asamblea de 90 personas. «Fue el primer comité de Cochabamba. Empezamos a diseñar la excavación de la red de distribución, porque primero se construye la red y luego se busca el pozo».
Comenzaron en 1990 picando y cavando zanjas para las 390 familias que se adhirieron al comité de agua. «Cada familia aportaba un boliviano por mes para explosivos, herramientas, alquiler de oficinas. Eran los fondos propios. El trabajo duró tres años. Cada familia tenía que cavar seis metros por mes a medio metro de profundidad, todo esto es terreno de roca, muy duro, por lo que íbamos muy lento».
El diseño es muy sencillo: las zanjas salen de cada vivienda y se conectan con la red matriz que a su vez se conecta con el caño que lleva al pozo. «Toda la comunidad participó, y el que no trabajaba se quedaba sin agua. Había un control que se llamaba jefe de manzana para ver cómo se hacía el trabajo. Nosotros poníamos la mano de obra no calificada. La máquina éramos nosotros. Cuando se colocaban las tuberías se hacía una cama con tierra cernida de 30 centímetros para que las vibraciones no rompan el caño».
En los casi tres años que demandó el trabajo realizaron 105 asambleas, una cada diez días. «Era una pelea fuerte, aunque nosotros también nos peleamos. El problema es que la gente no descansaba, venía de su trabajo a darle, cada familia tenía que aportar 35 jornadas de trabajo de 8 horas, podía trabajar cualquier miembro de la familia pero mayormente trabajaron las señoras. Todo el mundo estaba con ampollas y muy cansados. Pico, pala, carretilla, cernir tierra, compactar, era mucho, mucho trabajo. Me di cuenta que la mujer es más trabajadora».
Sólo la ilusión de tener agua los mantuvo activos tantos meses, en condiciones precarias, en barrios repletos de zanjas. Fabián no rehúye los problemas internos del comité. «Había mucha pelea. El primer año y medio avanzamos mucho, pero al terminar el segundo año ya había problemas; entre nosotros casi nos tumbamos. Algunos del directorio trabajaban, pero otros son mirones. Más o menos la mitad de los dirigentes puso el hombro».
Pozos y bombas
En dos años y medio terminaron las zanjas y la colocación de tuberías, pero nadie había pensado de dónde saldría el agua. Consiguieron un proyecto del Banco Mundial, a lo que ningún otro comité pudo acceder, para construir la red de aducción, una larga cañería de cinco kilómetros que sube 400 metros hasta la montaña y sigue hasta un pozo perforado a siete kilómetros del barrio. «Ahí metimos dinamita y contratamos mineros porque es todo roca, no entra el pico ni la pala. Seis meses más de trabajo hasta llegar arriba. Y al llegar ahí preguntamos recién por la fuente de agua… Nadie había pensado en eso. Ahí hubo mucha presión de la comunidad».
Durante semanas consultaron ingenieros y geólogos que les aconsejaron dónde comprar un terreno, del otro lado de la montaña, que cobijara bolsones de agua. «Compramos el terreno pero dijimos que era para un depósito, porque no nos iban a permitir. Empezamos a desmontar los arbustos, nos íbamos hasta allá a trabajar y empezamos la perforación, a los 98 metros brotó un agua fuerte y buena. Pero otros seis meses más demoramos porque aparecieron dirigentes de otros sectores que nos paralizaron la obra porque necesitaban el agua. Perforamos dos pozos, uno para nosotros y otro para ellos porque esas tierras les pertenecían».
El paso siguiente fue construir un tanque de almacenaje en el lomo del cerro de 100 metros cúbicos. El siguiente problema fueron las bombas y las cañerías. Tuvieron que cambiar varias veces las bombas porque no resistían, pero luego los caños reventaban por la presión. «Ahí empezaron otra vez las peleas entre nosotros porque no acertábamos ni con el tipo de bombas ni con el tipo de caños, primero PVC, después hierro, al final galvanizado».
El 15 de febrero de 1993 inauguraron el primer pozo comunitario de agua de toda la ciudad. «Abrimos los grifos allá en el cerro pero a las tres horas no llegaba nada. Todo el mundo en la calle y nada. La gente desesperada. Al final cuando nos estábamos desparramando recién el agua saltó, a través de una red que se había reventado. Era un caño de la red que estaba malogrado. Pero por lo menos era un indicio de que el agua llegó. Entonces arreglamos, inauguramos, y vino una fiesta, fiesta, fiesta».
Las peripecias que relata Fabián fueron similares en más de cien comités de agua de la zona sur. En muchos casos perforaron los pozos en el mismo barrio, pero el agua suele ser salada y no es apta para el consumo, y los pozos se agotan o tienen poca agua. Casi todos los comités cuentan con tanque. Los que no tienen pozo, compran el líquido a las cisternas y lo vierten en el tanque desde donde llega a las viviendas. Una inmensa red descentralizada, construida en base a la reciprocidad y la ayuda mutua, y gestionada de la misma forma.
Como señala un estudio universitario: «La autogestión de los servicios y de la infraestructura es percibida por los vecinos como motivo de orgullo y un hecho natural pues no esperan nada de las autoridades»3. Sin embargo, una vez que se ha conseguido el agua comienza el problema de la administración. A grandes rasgos, existen dos situaciones diferentes: una estrictamente técnica, relacionada con las bombas y el mantenimiento de la red, y otra vinculada al precio de la electricidad y también a la participación de los vecinos que en esta etapa disminuye considerablemente.
Don Fabián admite que en el comité de agua de su barrio comenzó otra etapa cuando las familias tuvieron agua en sus viviendas. «Hicimos cursos sobre el mantenimiento de la red, redactamos estatutos, reglamentos, gestionamos la personería, hicimos seminarios porque no había ni un plomero, no sabíamos nada. Fue la primera conexión de agua comunitaria de Cochabamba, el primer experimento, el más complicado, pero a su vez fuimos privilegiados porque tuvimos un préstamo».
Hoy tienen 612 familias conectadas y unas 200 en espera. Cada familia paga un promedio de 16 bolivianos (dos dólares) por mes a la organización. «Pero el primer mes los tres que trabajan en mantenimiento y bombeo y los tres de la administración no cobraron nada. Al principio ni mesita teníamos. Nada, ni un boliviano. Había un desafío de hacer funcionar esto sin dinero. Al principio cobrábamos a todos por igual, pero todo lo que entraba se iba en la luz de la bomba y los trabajadores sólo recibían 50 bolivianos cada uno»4. Después crearon la estructura tarifaria en una asamblea y comenzaron a ordenar los gastos.
Ahora realizan sólo cuatro asambleas al año. Una de las mayores dificultades fue luchar por una tarifa especial de electricidad porque el costo del uso de las bombas era muy elevado. Lo consiguieron. La APAAS de Fabián dedica buena parte de su tiempo a apoyar a otros comités de agua para mantener y mejorar las bombas, en lo que se han convertido en expertos.
«Acá hay un gran control social, no hay ningún secreto, todo está claro, cada usuario conoce todo lo que sucede, todo está registrado. Hemos tomado mucha experiencia. Todo esto, el equipamiento, los sistemas de bombeo, todo lo sacamos con las utilidades. Nos autosostenemos, incluso compramos tres terrenos para uso del barrio. Hemos trabajado unidos, claro que hay peleas, tiene que haber porque si trabajamos tiene que haber observaciones, pero toda esa crítica hay que aceptarla», concluye Don Fabián.
El retorno del Estado
En 2004 surgió ASICA-SUR (Asociación de Sistemas Comunitarios de Agua del Sur) para buscar una solución unitaria al problema de agua de la zona sur. Contaron con el apoyo de SEMAPA en un momento en que los directores de la zona sur respondían a la orientación de la coordinadora de defensa del agua y la vida, que jugó un papel relevante en la «guerra del agua»5. Comenzaron con 40 comités pero ahora ya son unos 120.
La organización cuenta con un directorio nombrado directamente por la asamblea de los representantes de los sistemas comunitarios de agua. Pero para su funcionamiento depende de un financiamiento de una ONG italiana ya que no recibe aportes de sus afiliados. Los dirigentes no reciben remuneraciones6.
La principal pregunta que se propuso responder ASICA-SUR es «¿Después de la guerra del agua, qué?» La respuesta que fueron encontrando es la co-gestión como «un modelo nuevo de gestión comunitaria pública»7. Se trata de buscar un nuevo modelo de gestión que vaya más allá de la gran empresa estatal, que resulta muy difícil de gestionar y controlar, y que se apoye en la cultura comunitaria y su larga experiencia en el manejo de los bienes comunes.
A grandes rasgos, la propuesta consiste en la co-gestión SEMAPA-ASICA-sistemas de agua, «a través de una entidad pública, colectiva y comunitaria que se encargaría de la administración conjunta de un bien colectivo comunitario como es el agua, donde estarían en constante coordinación dos actores principales (SEMAPA y ASICA-SUR) que están involucrados en la gestión del agua y que, además, tienen corresponsabilidades sobre el servicio»8.
En tanto, la organización desarrolló talleres de capacitación sobre el manejo administrativo de los comités de agua, la contabilidad, el manejo de las bombas, su montaje y desmontaje así como aspectos eléctricos y mecánicos. Se contrataron técnicos para los talleres y se contó con el apoyo de la APAAS, dirigida por Don Fabián. Además hubo relaciones estrechas con los sistemas de agua de Santa Cruz y otras ciudades donde también existen comités y cooperativas de agua.
También realizaron talleres sobre el uso, cuidado y aprovechamiento del agua y capacitaciones para conseguir que la empresa de energía eléctrica les permita modificar la estructura tarifaria y así abaratar los costos para todos los comités.
El cambio mayor sucedió a raíz de la llegada al gobierno de Evo Morales en enero de 2006. Los viejos planes de SEMAPA de dotar de servicios de agua y alcantarillado a la zona sur comenzaron a implementarse por diferentes vías, poniendo a los sistemas de agua y a la ASICA-SUR ante una nueva realidad. La co-gestión pasó de los papeles a los hechos. Los desafíos crecieron y se volvieron mucho más complejos.
En este momento existen tres grandes proyectos de agua para la zona sur de Cochabamba. Por un lado el Proyecto BID (Banco Interamericano de Desarrollo) que cuenta con 8 millones de dólares para la actualización y ejecución del plan de expansión de servicios de agua en parte de los distritos 6, 7, 8 y 14, en la zona sur, gestionado por SEMAPA.
En segundo lugar está el proyecto JICA (Agencia de Cooperación Internacional de Japón), destinado a algunos distritos de la zona sur siendo SEMAPA la encargada de la ejecución.
Por último, el proyecto PASAAS (Programa de Apoyo Sectorial en el Abastecimiento de Agua y Saneamiento) es fruto de un convenio entre el gobierno de Bolivia y la Unión Europea que está realizando las obras de agua potable y alcantarillado para 22 sistemas comunitarios de agua de la zona sur con una donación de 4 millones de dólares9. El proyecto se denomina «Mejoramiento y Ampliación de Sistemas de Agua Potable y Construcción de Alcantarillado en los Distritos 7, 8, 9 y 14 de la Zona Sur en los Sistemas Comunitarios de Agua pertenecientes a ASICA-SUR».
La peculiaridad del proyecto PASAAS es que la organización ASICA-SUR y los comités de agua son los encargados de supervisar todo el proceso de diseño, licitación, adjudicación y ejecución de las obras. «La participación de la población beneficiaria se realiza a través de un Comité Consultivo (conformado por tres representantes de base elegidos), representantes del sistema de agua, y en forma directa a través de asambleas comunitarias donde los diferentes representantes informan para posteriormente tomar decisiones»10.
En segundo lugar, las obras no pretenden sustituir los sistemas de agua existentes sino «mejorarlos y ampliarlos», haciendo llegar el agua a las familias que aún no tienen. ASICA-SUR y los sistemas comunitarios de agua se han convertido en los actores principales de gestión y ejecución de proyectos, articulando instituciones, sistemas comunitarios de agua y empresas constructoras. Para ello contrataron seis supervisores encargados de vigilar los trabajos de siete empresas, tanto en lo relativo a la ejecución de las obras como a la calidad de los materiales de construcción.
El tercer aspecto son los talleres de capacitación para la gestión técnica, administrativa, sanitaria y ambiental del servicio de agua. Todo el proceso se ve marcado por varios hechos: las empresas constructoras deben contratar preferentemente a hombres y mujeres que residan en los distritos donde se realizan las obras; los sistemas de agua han acumulado una larga experiencia que les permite fiscalizar a las empresas, que en el pasado realizaron fraudes y actos de corrupción; se siguen creando nuevos comités de agua, ya son 150 en la zona sur, con lo que la organización de base se sigue fortaleciendo.
La difícil creación de un mundo nuevo
La zona sur de Cochabamba es un hervidero de obras, reuniones, asambleas, del que nacen zanjas, tanques y colectores. Por primera vez en mucho tiempo el Estado está empezando a realizar obras elementales como el alcantarillado y las redes de agua potable domiciliaria. La ausencia del Estado forzó a los vecinos a organizarse de forma comunitaria para resolver todos sus problemas, entre ellos el del abastecimiento de agua. Ahora que el Estado se hizo presente, aparecen nuevos debates.
En 2003 el periódico Yaku al Sur formulaba interesantes preguntas. «¿Qué será de nuestros comités cuando SEMAPA reciba la concesión sobre nuestros distritos? ¿Nuestra organización habrá terminado? ¿Podremos influir en las decisiones de SEMAPA a partir de ese momento? ¿Nos convertiremos en usuarios individuales y anónimos de la empresa municipal? ¿O podremos conservar nuestras organizaciones, nuestra capacidad de decisión y de gestión que hemos demostrado durante años?»11.
Las preguntas apuntan al nudo de los problemas: ¿quién tendrá el poder en la gestión del agua? Ya han pasado casi diez años de la «guerra del agua» y los miembros de los sistemas comunitarios de agua han aprendido mucho en base a su propia y prolongada experiencia. Podemos enumerar tres grandes aprendizajes:
1. Fueron capaces de construir todo el sistema de agua, desde la perforación de pozos hasta la construcción de las conexiones y las redes domiciliarias. Pero también aprendieron a mantener las bombas y los caños en buen estado o a repararlos y, sobre todo, a administrar toda la red.
2. Comenzaron luchando contra la privatización del agua pero pronto percibieron que no se trata de la tradicional alternativa privado-estatal, ya que la larga experiencia con la empresa municipal, SEMAPA, los llevó a formular la propuesta de una propiedad «pública comunal» o «comunitaria», que «en cierto sentido es privada (porque no depende del Estado sino de la ciudadanía directamente), pero que al mismo tiempo es pública (no pertenece a un individuo, sino a toda la comunidad)»12.
3. Aprendieron que una gran empresa, aunque sea de propiedad estatal, no puede ser controlada ya que se interpone una enorme burocracia con intereses propios y ajenos a los vecinos de los barrios pobres. La historia de SEMAPA es de corrupción e ineficiencia, incluso cuando los sistemas de agua fueron capaces de nombrar a sus propios directores en el organismo. Por eso no quieren entregarle el poder al Estado y aspiran a mantener en pie los sistemas comunitarios de agua. O sea, su propio poder de base.
En este punto aparecen grandes dificultades e incertidumbres. La ASICA-SUR se ha pronunciado por la co-gestión, que pasa por la creación de una «entidad pública, colectiva y comunitaria» que nacería de una articulación entre SEMAPA, ASICA-SUR y los sistemas de agua. La fórmula no ha sido aún diseñada, pero el seguimiento del proyecto PASAAS puede contribuir en esa dirección.
Por otro lado, los comités de agua tienen claro que no deben desaparecer cuando todo el sistema esté terminado, si es que algún día eso sucede. Eduardo Yssa, vicepresidente de ASICA-SUR y miembro del comité de agua PDA de Villa Sebastián Pagador, sostiene que «cuando todos tengamos agua por cañería y saneamiento, los comités de agua no deben desaparecer, sino que deben continuar para actuar como mecanismos de control». Además cree que «los tanques de agua en cada barrio deben mantenerse en pie, porque no sería bueno que una mega empresa como SEMAPA administre y gestione todo»13.
Si las comunidades dejaran de lado sus tanques de almacenamiento, sus redes y pozos de agua, estarían desarmando lo que fueron capaces de construir en dos décadas. Más aún: estarían pasando de un servicio descentralizado y disperso, y por lo tanto controlable por las bases, a un sistema centralizado y concentrado, administrado por una burocracia y por técnicos que son los que tendrán el poder real sobre un bien común indispensable para la vida.
Por último, cientos de miles de personas se han demostrado a sí mismas que son capaces de hacer, de crear algo nuevo desde la nada, con sus propias fuerzas. Quienes aspiren a un mundo nuevo («Otro mundo es posible», dice el lema de los Foros Sociales), prácticas como las de los comités de agua serán decisivas. Se trata, nada menos, que de la gestión exitosa de bienes comunes en un medio urbano, algo en lo que los movimientos antisistémicos han tenido escasas experiencias.
Nos enseñan que es posible gestionar por fuera del Estado y de las grandes empresas privadas y estatales; pusieron en marcha un modelo que consiste en infinidad de iniciativas descentralizadas y horizontales, exitosas y sostenibles, eficientes y sin burocracias. De algún modo, la experiencias de los comités y sistemas comunitarios de agua de Cochabamba anticipa, de modo embrionario, los trazos que podría tener ese «otro mundo», tan necesario como posible.
Notas
1. Trabajadores de las minas que luego de su cierre o privatización, en 1985, emigraron buscando nuevas fuentes de trabajo.
2. Abraham Grandydier y Rosalio Tinta, ob cit p. 241.
3. Nelson Antequera Durán, ob cit p.78.
4. Un dólar son siete bolivianos (marzo de 2009).
5. El movimiento social por el agua consiguió que una parte de los directores de la empresa municipal fueran nombrados en elecciones.
6. Grandydier y Tinta, ob cit.
7. Idem p.246.
8. Idem.
9. Boletín Yaku al Sur No. 15, ASICA-SUR, 2008, p.4.
10. Boletín Yaku al Sur No. 16, ASICA-SUR, diciembre de 2008, p.2.
11. Boletín Yaku al Sur No. 2, agosto de 2003, p.1.
12. Idem p.5.
13. Entrevista a Eduardo Yssa.
Referencias
Nelson Antequera Durán, «Dinámica organizativa en la zona sur de Cochabamba», en Villa Libre No. 2, CEDIB, Cochabamba, 2008.
ASICA-SUR (Asociación de Sistemas Comunitarios de Agua del Sur): www.asica-sur.org.
CEDIB (Centro de Documentación e Información de Bolivia), revista Villa Libre No. 2, Cochabamba, 2008.
Abraham Grandydier y Rosalio Tinta, «Experiencia de una asociación de sistemas de agua potable de la zona Sur del municipio de Cochabamba», en Apoyo a la gestión de comités de agua potable, Universidad Mayor de San Simón, 2006.
Yaku al Sur, boletín periódico de ASICA-SUR.
Raúl Zibechi, entrevista a Fabio Condori Guzmán, dirigente de APAAS, Cochabamba, 28 de marzo de 2009.
Raúl Zibechi, entrevista a Eduardo Yssa, vicepresidente de ASICA-SUR, 28 de marzo de 2009.
Raúl Zibechi es analista internacional del semanario Brecha de Montevideo, docente e investigador sobre movimientos sociales en la Multiversidad Franciscana de América Latina, y asesor a varios grupos sociales. Escribe el «Informe Mensual de Zibechi» para el Programa de las Américas (www.ircamericas.org).