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El 40 por ciento de la tierra latinoamericana aún está en manos de pueblos originarios, negros y campesinos. Sobre ellos está avanzando el extractivismo. Arrebatarle la tierra a los pueblos es como arrebatarles la vida, por eso la defienden con esa contundencia. Jujuy es un ejemplo brutal.
La realidad no es como nos gustaría que sea, ni siquiera como lo fue décadas atrás.

En 2003, millones de personas ganaron las calles de muchas ciudades del mundo para protestar contra la invasión de Irak por Estados Unidos, pergeñada con el falso argumento de la existencia de armas de destrucción masiva.
La izquierda del continente se fue distanciando gradualmente del régimen, a tal punto que ninguna fuerza o personalidad significativa lo defiende y el gobierno Ortega-Murillo está ausente en las cumbres y reuniones regionales para evitar la condena. Comprender las razones de la conversión de la revolución en dictadura está siendo sin embargo una empresa más compleja, aunque se evidencian algunos avances.

La forma más adecuada para garantizar la estabilidad gubernamental ha sido, hasta ahora, la democracia controlada o democracia de baja intensidad.

El modelo extractivo es mucho más que una política económica. En el libro «No secarán la tierra», de la editorial Grito Manso, Raúl Zibechi afirma que la explotación de la naturaleza es reflejo de un modo de pensar y actuar que domina mentes, cuerpos y sociedades. Las diferencias con las luchas obreras del siglo XX y los actuales espacios que construyen alternativas.

En algún momento deberíamos comprender que la crítica no es solo éticamente defendible, sino políticamente decisiva para forjar las fuerzas del cambio. No se consigue avanzar en esa dirección eludiendo debates.
Tiempo atrás, Mónica Baltodano comentaba que la represión de la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo es aún peor que la de Anastasio Somoza, contra quien se levantaron en armas los sandinistas.

«Luchas territoriales por las autonomías indígenas en Abya Yala», es el título del reciente libro que comparte los diálogos entre representantes de pueblos indígenas y organizaciones sociales con intelectuales e investigadores/as de América Latina. Coordinado por Luciana García Guerreiro y Fátima Monasterio Mercado, el prólogo es de Raúl Zibechi.