El próximo 2 de junio habrá en México elecciones generales. Se disputarán miles de cargos. Pero los más reñidos e importantes serán la presidencia de la república y las dos cámaras del Congreso.
En cuanto a la primera, las cosas parecen ya estar decididas. Claudia Sheinbaum ganará por muy amplia mayoría: dos tercios del electorado.
Por lo que toca al Congreso, el panorama es un tanto menos claro. Porque si bien la izquierda obtendrá la mayoría de puestos legislativos, la competencia se centrará en la obtención de la llamada mayoría calificada: dos terceras partes de cada una de las cámaras.
Será una disputa sui generis. Porque sólo la izquierda puede aspirar a ello. La derecha, por su parte, buscará simplemente evitar que Morena logre la mayoría calificada, con el único propósito de obstaculizar al gobierno.
Pero en cualquier caso, es indudable que la transformación hacia la izquierda continuará. De modo franco y contundente o, como hasta ahora, a tirones y empujones.
De modo que para impedir un nuevo gobierno de izquierda, a la derecha sólo le queda un camino. Este es el descarrilamiento del proceso electoral, es decir, demandar y conseguir la anulación de las elecciones, cosa que de antemano se mira casi imposible.
Para el logro de ese propósito altamente improbable, el conservadurismo cuenta con algunos recursos políticos. En primer término, la complicidad del grueso de los medios de información aliados de siempre de la derecha.
Un segundo elemento en favor de la salida anticonstitucional es el Poder Judicial, el que desde hace cinco años milita abiertamente en el conservadurismo.
Tampoco, sin embargo, es sencillo este camino. La derecha conoce bien el muy alto costo político, económico y social de un golpe de Estado de este tipo. Sería un verdadero terremoto del que nadie, ni sus promotores, saldría beneficiado.
Así que la prudencia aconseja desistir lo más pronto posible de esos propósitos golpistas en los que hay mucho que perder y nada que ganar.
Y, aconseja, en consecuencia, atenerse al fallo inapelable de las urnas. Y más allá de pronósticos, preferencias y cábalas el próximo 2 de junio habremos de conocer ese inatacable veredicto.
La elección no es tan difícil: sufragar por la alianza del PRI con el PAN, de negro historial, o inclinarse por la opción progresista, democrática y transformadora representada por Morena y su candidata presidencial, Claudia Sheinbaum.
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