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De periodistas y mendigos

Fuentes: Indymedia Argentina

La mayoría de los que escribimos, lo que hacemos es desorientar a la opinión pública. La gente busca la verdad y nosotros les damos verdades equivocadas. Lo blanco por lo negro. Es doloroso confesarlo, pero es así. (Roberto Arlt – Aguafuertes porteñas) De todos los oficios ligados a la comunicación, no hay uno que sea […]

La mayoría de los que escribimos, lo que hacemos es desorientar a la opinión pública. La gente busca la verdad y nosotros les damos verdades equivocadas. Lo blanco por lo negro. Es doloroso confesarlo, pero es así.
(Roberto Arlt – Aguafuertes porteñas)

De todos los oficios ligados a la comunicación, no hay uno que sea mas dificil de dominar que la venta ambulante: Y dentro de ese extenso gremio, las palmas se las llevan los que se suben en el colectivo o el tren para convencernos de comprar cosas que uno creía no necesitar. No es joda ese trabajo; para tener éxito hacen falta adquirir conocimientos técnicos sobre el producto, además de saber de psicología y marketing y, sobre todo, hay que ser dueño de una gran capacidad de oratoria. No hay mejores comunicadores sociales que esos hombres intrepidos, de voz impostada pero firme, que en dos minutos pueden demostrarle a uno las bondades de un rezago de biromes importadas de China, o de los beneficios de comprar hilo para costura de industria nacional.

Entre todas las ramas de esa proactiva y, digamos heroica actividad, hay una que es considerada la mas dificil y a la vez la menos la honrosa: el mangueo. Tan denostada es la profesión, que en el gremio ni siquiera se considera vendedores a quienes hacen esa tarea, lo mismo que muchos artistas no consideran dignos de ese título a los que hacen periodismo. Pero quién haya tenido esa poco apreciada ocupación (la de mendigo, no la de periodista), sabe que la propia imagen de persona que necesita ayuda, es una de las mercaderías que mas cuesta colocar. En ese caso, el vendedor está obligado a ser creativo siempre, tratando sobre todo de no recaer en los mismos y gastados trucos que los mangueadores veteranos se encargaron de inventar y usar en demasía.

La mendicidad profesional se puede catalogar en diferentes rubros según las tácticas utilizadas. Algunos apelan a la tragedía; la enfermedad o el accidente, la incapacidad o la operación pendiente de la abuela. Otros recurren a la ternura, a los niños, a los sueños o a los apuros. Y, por último, hay quienes -incapaces ya de generar ternura o lástima- recurren al marketing del miedo. A estos se los reconoce por su porte de tipos potencialmente peligrosos, que lo encaran a uno diciendo que «te pido una moneda porque prefiero hacer esto antes que salir a robar». Es una frase que siempre funciona; uno generalmente le da lo que puede, quizás para contribuir a bajar el indice de inseguridad, o tal vez por que detrás del speech se detecta una velada amenaza del tipo «mirá que te puedo robar».

Toda esta pelorata viene al caso porque esta tarde, caminando hacía el congreso para cubrir la movilización por la libertad de los presos políticos, me encontré con uno de estos artesanos de la caridad. Fue en 9 de Julio, a la altura de Belgrano, en esa zona gris que queda entre el centro y Constitución, y que por lo tanto es lugar ideal para ese tipo de convites.

El hombre, que relojeaba a los transeuntes para seleccionar sus clientes, me eligió por descarte como comprador de una buena acción del día. «Jefe- me dijo en forma poco original- con todo respeto, ¿no me daría una moneda?…aunque sean diez centavos…es para comprar algo de comer».

Mientras yo revolvía en mi bolsillo, el hombre, quizás para reforzar su posición o pagarme con palabras la moneda que seguro encontraría, me siguió hablando. «Con todo respeto se lo pido, jefe, mire que no quiero hacerme piquetero y salir a romper todo».

Me sorprendió el nuevo recurso, pero no tanto. Durante toda la semana escuchamos cosas similares en gentes teoricamente mas preparadas, algunas lanzando pensamientos rayanos con el delirio, y es lógico entonces que en el marketing de la mendicidad se cuele un discurso tan repetido.

Confiezo que de todas las veces que escuché insultos contra los piqueteros, esta fue la primera vez en la que pensé por un instante en detenerme para explicarle al buen hombre que, en realidad, los piqueteros no se dedicaban a romper cosas, sino que quieren trabajo genuino y que muchos de ellos -casí cuarenta- están presos por querer hacer eso: trabajar.

Todo eso pensaba decirle, pero el lejano ruido de los bombos me hizo desistir y seguir caminando. Por suerte -o por mérito, mejor dicho- eran miles los que se habían congregado, y no para romper todo, sino para exigír la libertad de los presos. Así que me levantó el animó esa columna que partió del congreso, que se dobló frente al Obelisco y luego se estiró hasta la Plaza de Mayo. Son de esas cosas que le levantan el ánimo a cualquiera..

(Comentario al pasar: a cualquiera menos a los gobernantes, porque en la Plaza de Mayo, bajo un sol de primavera, se leyó un documento donde se enumeraron todos y cada uno de los actos represivos del gobierno, y la verdad que fueron muchos: desde que volvió la democracia que no había tantos presos políticos provenientes de los movimientos populares.)

Reconozco, sí, que el episodio del mendigo me quedó dando vueltas en la cabeza. Entiendo que aquel pobre hombre es apenas una víctima del bombardeo mediático que sufrimos todos. Lo que no puedo, es dejar de sentir vergüenza ajena por el papel que los medios de comunicación están jugando en todo este proceso político.

Tanta vegüenza siento, que cuando se me pregunta mi oficio, dudo si no es mejor decir que soy vendedor ambulante en vez de periodista. (y esto mas allá de la desilución con el personaje de hoy, que seguramente será una ecepción a la regla)

Incluso creo que ser vendedor ambulante no sólo es mucho más dificil que ser periodista, sino también mucho más ético. Cualquiera que venda en la calle sabe que si ofrece mercadería en mal estado, se arriesga a que le caiga bromatología o, lo que es peor, la represalia de algún cliente insatisfecho. También son tipos que defienden su trabajo: algunos de ellos hoy están presos por oponerse al Código Contravencional que les prohíbe trabajar en la Capital Federal, y la movilización de hoy, precisamente, exigió su libertad.

Los periodistas, en cambio, generalmente nos creemos invulnerables. Nos sentimos con derecho a decir y hacer cualquier boludez en forma impune, sin precuparnos por los efectos que esto pueda causar en el organismo del lector.

¿Un ejemplo?. Ahí tenemos a nuestro viejo amigo, el adonis del periodismo: Horacio Minotti, firma estrella del dario porteño Infobae. Se trata de un personaje que cada tanto recibe una revelación divina, una iluminación de fuentes situadas en altas esferas de los servicios de inteligencia. Esas que usted o yo, meros ciudadanos de a pié, creemos salidas de una película de acción.

Alguna vez, este hombre sorprendió afirmando que al ser asesinados Dario Santillán y Maxi Kosteki, los piqueteros estaban armados con fusiles de origen ruso que él bautizó «Klarafnicof «, además de una buena partida de fusiles FAL y granadas de mano AM 42. No se preocupó en explicar porque las víctimas eran todas piqueteras y no había quedado, en cambio, un tendal de policias muertos. Eso son sólo detalles sin impotancia, que va.

Otra vuelta, dedicado a bucear en la inseguridad ciudadana, nos habló de un juicio donde habían sido liberados peligrosos narcotraficantes porque el procedimiento estaba «mal hecho», olvidándose de que la droga secuestrada era basicamente el talco que suele utilizar la policía para armar causas..

Ahora Minotti volvió a la carga, esta vez para advertirnos junto con el ex presidente Duhalde que «las FARC han perforado a algunas organizaciones políticas y gremiales de Argentina».

Al leer el hallazgo, uno primero se asusta pensando que quizás las FARC hayan fusilado a alguno de los nuestros, pero luego nos venimos a enterar -gracias a las altas fuentes de inteligencia de Minotti- que en realidad está pasando algo así como la vuelta de la guerrilla al país.

Hemos llegado demasiado lejos. Por favor: aflojemos un poco. El verso de la subversión está viejo, tan viejo como el recurso del que se pone vendas un pie para simular ser rengo. Ahora hay cosas mejores, mas vendibles incluso que los problemas de tránsito; el secuestro extorsivo, por ejemplo, está de moda. ¿Por qué no acusar a los piqueteros de estar detrás de ellos?.

Le damos una ayudita. Días atrás, Infobae publicó una noticia que comenzaba diciendo que «Un peligroso individuo que pertenecía a la banda liderada por el ahora detenido Gustavo Escobar Duarte, acusado por 60 secuestros, fue apresado hoy por la policía bonaerense cuando salía de un banco de Llavallol luego de cobrar un plan social, informaron fuentes de la repartición.»

Ahí tienen un punta: un tipo que participó de 60 secuestros -al parecer exitosos- va al banco a cobrar el plan jefes y jefas de hogar de 150 pesos y se expone a que lo atrapen los siempre eficientes investigadores de la policía bonaerense.

Lo raro es que todavía ningún periodista se avivó de escribir que los piqueteros, que también cobran esos planes, son secuestradores. Hasta se puede decir que se encapuchan para que no los detecte la ley en las movilizaciones. ¿O quizás todavía no lo escribieron por miedo a ganarse, algún día, el premio Martín Fierro a la estupidez?.