La escena transcurre en una sala de audiencias judiciales de Estados Unidos. Un jurado integrado por ciudadanos comunes escucha con atención a una veterana fiscal, que propone una condena inédita en la historia del país. La acusación: conspiración para cometer fraude contra Estados Unidos. Los acusados: el presidente George W. Bush, el vicepresidente Dick Cheney, […]
La escena transcurre en una sala de audiencias judiciales de Estados Unidos. Un jurado integrado por ciudadanos comunes escucha con atención a una veterana fiscal, que propone una condena inédita en la historia del país.
La acusación: conspiración para cometer fraude contra Estados Unidos. Los acusados: el presidente George W. Bush, el vicepresidente Dick Cheney, el ex secretario (ministro) de Defensa Donald Rumsfeld, la secretaria de Estado (canciller) Condoleezza Rice y su antecesor, Colin Powell.
En la primera audiencia, el fiscal le dice al jurado: «Por favor, recuerden que deben decidir sobre el caso basados únicamente en la evidencia de que es una ley presentada y aplicable, sin considerar prejuicio o simpatía», advierte.
«En otras palabras, sus ideas políticas, así como cualquier sentimiento personal que puedan tener hacia los acusados –positivos o negativos–, no deberán influir de ninguna manera en sus deliberaciones.»
Luego, la fiscal reparte el texto de la acusación. Y les recomienda a los jurados no olvidar sus lentes de lectura.
Los acusados «conspiraron a sabiendas e intencionalmente para defraudar a Estados Unidos usando engaño, maquinaciones, artimañas, medios deshonestos, informes formales falsos y fraudulentos, incluso sin base razonable y con imprudente indiferencia hacia su veracidad o falsedad, omitiendo hechos materiales necesarios que sus aseveraciones fueran veraces, justas y precisas», según la fiscal.
Bush y sus colaboradores «intentaron que sus aseveraciones falsas y fraudulentas influyeran en el público y en las deliberaciones del Congreso (legislativo) para que éste autorizara una guerra preventiva contra Iraq, y, por lo tanto, venciendo, obstruyendo, perjudicando e interfiriendo con las legítimas funciones del Congreso de vigilar los asuntos exteriores y hacer asignaciones presupuestales».
En los siguientes siete días, los miembros del gran jurado evaluarán una demanda de 64 puntos presentada por la fiscal, para lo que atenderán testimonios de tres agentes del Buró Federal de Investigaciones (FBI) y analizarán miles de páginas de documentos.
Por supuesto, nada de esto sucedió realmente, ni es probable que ocurra. Es la trama de un libro de ficción publicado en Estados Unidos, sobre un caso judicial hipotético presentado ante un gran jurado hipotético y con testigos hipotéticos.
Solo la magistrada es real. Se trata de Elizabeth de la Vega, fiscal retirada con más de 20 años de experiencia. Se desempeñó como asistente de fiscal en Minneapolis y miembro de la Fuerza de Choque contra el Crimen Organizado, de la cual encabezó su filial en San José, California.
Su libro se titula, como si fuera un simple expediente judicial, «U.S. v. George W. Bush et al» («Estados Unidos contra George W. Bush y otros»). Será publicado en diciembre por Seven Stories Press. La librería en internet Amazon.com ya recibe pedidos.
¿Por qué De la Vega escribió este libro? «El presidente no será responsabilizado por informar mal sobre los datos de inteligencia que fundamentaron la guerra a menos que el Congreso realice audiencias similares a las del caso Watergate», dijo a IPS la abogada y escritora. «Pero hasta ahora hemos parecido incapaces de llegar a ese punto».
«Aunque la evidencia de errores es abrumadora, los hechos son tan complicados que un debate productivo sobre ellos en la esfera política resulta imposible», opinó. «Un foro donde eso no ocurriría es el judicial.»
¿Acaso De la Vega cree que el libro permitirá a un caso judicial hipotético como éste volverse realidad?
«Este libro es mi llamada telefónica al 911. Estoy exhortando a demócratas y republicanos y al Congreso a hacer lo correcto. No estoy hablando de llevar gente a la justicia en el sentido vengativo que emplea el presidente Bush», aseguró la abogada.
«Lo que estoy proponiendo es hacer, efectivamente, justicia, responsabilizando a los más altos funcionarios del gobierno por una traición criminal de la confianza que es sorprendentemente similar al fraude cometido por altos funcionarios de Enron, aunque mucho peor», escribió.
«Muchas de las víctimas del fraude del presidente –millones de iraquíes– no tienen voz en Estados Unidos, pero los millones de estadounidenses que fueron engañados por el presidente sí la voz.»
«Deberíamos elevarla, fuerte y reiteradamente, para presionar al Congreso a que llame a la responsabilidad al presidente, al vicepresidente y a sus colaboradores de alto nivel por engañar a la nación para ir a la guerra.»
La acusación lleva a los jurados de la trama creada por De la Vega a investigar documentos y hechos anteriores a la guerra de Iraq.
Entre ellos figuran la propuesta de «cambio de régimen» iraquí formulado por el neoconservador Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense, los atentados que dejaron 3.000 muertos en Nueva York y en Washington el 11 de septiembre de 2001, la formación del tenebroso Grupo Iraq dentro de la Casa Blanca y los preparativos de la invasión desde septiembre de ese mismo año, cuando faltaba uno y medio para la invasión.
Los jurados también analizan la distorsión de datos de inteligencia sobre los programas de armas de destrucción masiva del régimen de Saddam Husseion y las deliberaciones de Bush con el primer ministro británico Tony Blair.
Además, consideran las acciones emprendidas por Washington para poner fin a las inspecciones de armas en Iraq, a cargo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el abandono de la diplomacia multilateral, la defectuosa comparecencia de Colin Powell ante el Consejo de Seguridad del foro mundial para que avalara la invasión y, finalmente, la autorización elevada por el Congreso estadounidense al gobierno al uso de la fuerza.
Mientras, funcionarios del gobierno manifestaron a través de los medios de comunicación absoluta certeza sobre las armas de destrucción de masiva de Saddam Hussein, los lazos entre Iraq y la red terrorista Al Qaeda, la existencia en ese país de equipos para enriquecer uranio, hasta la advertencia de la entonces consejera de Seguridad Nacional Rice y el vicepresidente Cheney de que el arma humeante podría ser «una nube con forma de hongo».
Algunos de los lectores de De la Vega pueden sentirse desilusionados de que el libro carece del final. Nunca se sabrá la decisión del gran jurado. Pero ése es uno de los puntos en favor del libro: es el lector el que está sentado en el jurado.
Se trata de una obra breve, fascinante y llena de suspenso. Debería ser leída por todos los que buscan verdad y claridad, especialmente quienes se sentarán en el Congreso luego de las elecciones legislativas del 7 de noviembre. (FIN/2006)