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Reseña del libro Ensayos bioeconómicos. Antología. de Nicholas Georgescu-Roegen

De un clásico que crece y crece con el paso del tiempo

Fuentes: Rebelión

Nicholas Georgescu-Roegen, Ensayos bioeconómicos. Antología. Los libros de la Catarata, Madrid, 2007, 156 páginas. Colección: clásicos del pensamiento crítico. Edición de Óscar Carpintero.    «Clásicos del Pensamiento crítico» es una colección dirigida por Francisco Fernández Buey y Jorge Riechmann. Los títulos que la integran tienen el objetivo de «acercar al lector actual la obra y el […]

Nicholas Georgescu-Roegen, Ensayos bioeconómicos. Antología.

Los libros de la Catarata, Madrid, 2007, 156 páginas.

Colección: clásicos del pensamiento crítico.

Edición de Óscar Carpintero.   

«Clásicos del Pensamiento crítico» es una colección dirigida por Francisco Fernández Buey y Jorge Riechmann. Los títulos que la integran tienen el objetivo de «acercar al lector actual la obra y el pensamiento de aquellos autores y autoras que han destacado en la elaboración de un pensamiento crítico a lo largo de la historia: enseñar qué dimensión histórica tuvieron y qué dimensión política, social y cultural tienen; enseñar cómo se leyeron y cómo se leen hoy». Si esas son las finalidades, es netamente consistente la incorporación a la colección de esta magnífica selección de escritos de Nicholas Georgescu-Roegen.

Ensayos bioeconómicos está compuesto de una introducción de Óscar Carpintero, el antólogo del volumen -«Nicholas Georgescu-Roegen: un economista transdisciplinar»-, de siete sustantivos ensayos del economista rumano: «Hacia una economía humana», «La ley de la entropía y el problema económico», «Bioeconomía: una nueva mirada a la naturaleza de la actividad económica», «La crisis de los recursos naturales» (un extracto), «Bieconomía y ética», «Mitos sobre la energía y la materia» y «Los métodos de la ciencia económica», y, finalmente, de una cuidada bibliografía.

Óscar Carpintero, reconocido autor de El metabolismo de la economía española: Recursos naturales y huella ecológica (1955-2000) y profesor de Economía Aplicada en la Universidad de Valladolid, era sin duda el mejor Virgilio para aproximarnos a la obra del economista rumano. Óscar Carpintero no sólo ha presentado magníficamente esta antología sino que ha traducido una buena parte de los textos, ha anotado excelentemente aquello que debe ser anotado para información y ayuda del lector y nos ha regalado un anexo bibliográfico inmejorable para facilitar una mejor aproximación a la obra del autor antologizado.

Nacido en Rumania en 1906 y fallecido en Estados Unidos en 1994, matemático, estadístico, Georgescu-Roegen dio el salto a la economía a principios de los años treinta de la mano de Joseph Alois Schumpeter. La insatisfacción con la economía convencional le impulsó a dedicarse a lo que llamó la bioeconomía, lo que hoy conocemos como economía ecológica, en la que combinó creativamente, de forma entonces muy inusual y alejada del, digamos, paradigma dominante, ciencia económica, termodinámica y biología. Publicó su principal obra de «economía heterodoxa» en 1971: La ley de la entropía y el proceso económico.

Es conveniente destacar un significativo detalle biográfico del que Carpintero da cuenta en su presentación. Entre 1934 y 1936, Nicholas Georgescu-Roegen estuvo en la Universidad de Harvard al lado de Schumpeter. Se vivía en aquellos momentos el proceso de matematización generalizada de la ciencia económica. Para un economista como él, que provenía directamente del ámbito matemático, el futuro se presentaba prometedor. Pero cuando, con apenas 30 años, se le abrían las puertas de una de las principales universidades del mundo y se iniciaba una carrera profesional que no podía ser sino brillantísima, Georgescu-Roegen decidió regresar a su país natal donde permaneció doce años, entre 1936 y 1948, renunciando «a una cómoda y brillante carrera científica en Estados Unidos a cambio de un incierto y duro futuro en su tierra natal» (p. 11). No debió de ser fácil y fue ya entonces indicio claro de su compromiso ciudadano como científico responable.

La cita de Schumpeter que encabeza el texto de presentación -«Ninguna ciencia podría progresar si no existieran disidentes entre sus adeptos»- ayuda a explicar la mezcla de motivaciones que dan continuidad y rompen a un tiempo el desarrollo intelectual de la obra del autor. «Georgescu-Roegen se comporta como un economista heterodoxo […] cuando tensa la cuerda del paradigma convencional. Y se convierte en un verdadero disidente cuando decide traspasar las fronteras académicas acercándose a otras disciplinas como la termodinámica o la biología» (p. 14).

No cabe aquí resumir totalmente las numerosas -y aún novedosas- ideas, sugerencias y argumentos de los artículos incorporados a estos Ensayos bioeconómicos, pero sí señalar los siete puntos que componen el programa mínimo bioeconómico defendido por el autor desde una perspectiva ético-económica próxima a la de Hans Jonas y su imperativo ecológico (pp. 81-85): cesar completamente todos los instrumentos de guerra; aspirar a que la población de cualquier país, no sólo de los países superpoblados, pueda ser alimentada sólo con agricultura orgánica; ayudar realmente a que los países subdesarrollados puedan eliminar el hambre y sus terribles consecuencias; mientras esperamos la llegada de una nueva, limpia y abundante fuente de energía, la población, cuando sea el caso, debe cesar su exceso de consumo en calefacción, refrigeración, alumbrado o velocidad; la humanidad debe renunciar a sus ansias de lo más grande y mejor; la moda debe ser orillada al baúl de los disparates culturales y, finalmente, todos debemos curarnos del síndrome de la «maquinilla de afeitar»: producir algo para producir más de ese mismo algo sin tiempo para la vida ni el sosiego.

También cabe destacar aquíi algunas de ideas, por su actualidad y urgencia, del capítulo «Hacia una economía humana», un texto de NGR que, como señala Óscar Carpintero, fue escrito con la participación de Herman Daly y Keneth Boulding, fue firmado por más de doscientos economistas y presentado a la reunión anual (¡qué tiempos los viejos tiempos!) de la American Economic Association de 29 de diciembre de 1973:

1. La evolución de nuestra morada en la tierra, se apunta en el texto, se aproxima a una crisis de cuya resolución puede depender la supervivencia de la humanidad (tasas de expansión demográfica, galopante crecimiento industrial, contaminación ambiental y su séquito: hambre, guerra, colapso biológico).

2. Esta evolución no ha estado determinada únicamente por las leyes naturales sino por la voluntad humana que actúa dentro de esa naturaleza.

3. El poder de los economistas, y con ello su responsabilidad, se ha convertido en algo muy importante.

4. La producción, contemplada anteriormente de forma exclusivamente beneficiosa, conlleva también costes que sólo recientemente se han convertido en algo evidente (agotamiento de stocks, residuos de los procesos). «La producción actual continúa creciendo a expensas de la producción futura, y a expensas también del delicado y eternamente amenazado medio ambiente».

5. La realidad de que nuestro sistema es finito y que ningún gasto energético es gratuito, nos enfrenta con una decisión moral en cada punto del proceso económico: en la planificación, en el desarrollo y en la producción.

6. El tiempo en que los economistas puedan trabajar provechosamente de manera aislada ha pasado. Debemos generar «una economía cuya finalidad sea la administración de los recursos y el logro de un control racional sobre el desarrollo y las aplicaciones tecnológicas, de modo que sirvan a las necesidades humanas reales más que a la expansión de los beneficios, la guerra o el prestigio nacional». Debemos construir una economía de la esperanza que haga posible la distribución equitativa de la riqueza de la Tierra entre la población actual y futura. Para ello las poblaciones de los países industrializados deben renunciar a lo que ahora parece un derecho ilimitado a consumir cualquier recurso que esté a su disposición. Los economistas deben «jugar un papel en reformar los valores humanos hacia ese fin».

7. Los economistas deben trabajar por un orden de prioridades que trascienda los estrechos intereses de la soberanía nacional y que sirva a los intereses de la comunidad mundial.

8. Debe rechazase la postura de la desesperación: «el imperativo moral para nosotros es crear una nueva visión, construir un camino para sobrevivir a través de un territorio adverso donde no existen caminos».

El manifiesto finalizaba apuntando que la Humanidad poseía ya entonces la riqueza y la tecnología suficiente no sólo para salvarse a sí misma durante un largo futuro «sino para construir para él, y para todos sus descendientes un mundo en el que sea posible vivir con dignidad, esperanza y confort». Para ello, debemos decidir hacerlo.

Por lo demás, algunas de las reflexiones del científico rumano son de rabiosa actualidad. Esta por ejemplo:

Algunos científicos sostienen con orgullo que el problema de la alimentación está a punto de ser resuelto por la conversión inminente, escala industrial, del petróleo mineral en proteína alimenticia -una idea inútil a la vista de lo que sabemos del problema entrópico-. La lógica en este problema justifica, por el contrario, la predicción de que, bajo la presión de la necesidad, el hombre finalmente optará por la conversión contraria, o sea, la de hacer gasolina de los productos vegetales (si la gasolina es todavía necesaria) (p. 52). 

Es además destacable que el economista rumano no sólo fue un magnífico científico, uno de los grandes del siglo XX, sino que además fue un singular epistemólogo y un filósofo con todas las letras y con todo el espíritu que la adscripción exige. Me permito sugerir por ello el inicio del estudio de estos ensayos por dos escritos, en mi opinión, filosóficamente deslumbrantes: «Bioeconomía y ética» (pp. 95-105), fragmento de un artículo inédito presentado al tercer congreso mundial de Economía social, y «Los métodos de la ciencia económica» (pp. 129-145). Destaco a continuación alguna idea metodológica de estos ensayos.

Georgescu-Roegen no pone en cuestión el interés de los modelos analíticos cuya utilidad al representar símiles de procesos reales no puede negarse. Sin embargo, lo que importa en la mayoría de los procesos evolutivos es la emergencia de novedades, la irrupción de cambios cualitativos, por usar terminología clásica.

Por eso, un concepto dialéctico aunque no sea discretamente distinto, es sin embargo distinto. Y aunque el razonamiento dialéctico no pueda ser tan preciso como un razonamiento aritmomórfico al estilo ingenieril, el razonamiento dialéctico puede ser perfectamente correcto. Aquí, lo mismo que en el arte de la pintura, no debemos echar la culpa a los colores por el horrible trabajo que algunos «pintores» pueden producir con ellos. Ábrase un buen libro de positivismo filosófico y léase casi cualquier párrafo para ver cuán espléndido puede ser el razonamiento dialéctico. Todos nuestros libros tendrían que ser arrojados por la borda si insistimos en que el «sin sentido» dialéctico -tal y como se menosprecia a la dialéctica con frecuencia no debe nunca utilizarse (p. 140). 

El aspecto más importante del proceso económico es precisamente la continua aparición de novedad, desde luego impredecible, y de forma muy distinta a cómo no es predecible el lanzamiento de una moneda: «cada novedad es algo singular y único en el sentido de que, desde el punto de vista del tiempo cronológico, sólo ocurre una vez» (p. 137). Pues bien, para estos aspectos, en su opinión, no hay otra solución de que una aproximación dialéctica que use palabras en lugar de números, «para aquellos cambios verdaderamente cualitativos que no pueden ser representados por modelos aritmomórficos» (p. 143). Desgraciadamente, escribía NGR en 1979, la profesión comulgaba con el veredicto de W. J. Baumol: los trabajos de Karl Marx y Joseph Schumpeter no deben ser emulados por su vaguedad e imprecisión. En opinión del autor, los efectos de este desafortunado enfoque se imponen: los análisis de la inflación o del desempleo de la economía matematizada ortodoxa ignoran los efectos estructurales y las recomendaciones políticas de los economistas son totalmente ineficaces. La sorpresa de esta ineficacia, dado el enfoque asumido, no debería sorprender.

De este modo, la ciencia económica, que quiera comprender realidad y ayudar políticamente de manera efectiva, debería orientarse hacia un mayor número de estudios vagos e impresionistas, ya adelantados, concluye NGR, por Marx, Schumpeter y otros economistas menos conocidos. Simplificando: menos formalización sofisticada e inútil, y más ideas sensatas y praxeológicas.

Si el lector es filósofo o aficionado a la filosofía, es deber recomendarle el citado capítulo sobre «Bieconomía y ética». Allí podrá encontrar no sólo una argumentada defensa de la aproximación ética a la economía, contraria a toda separación con intersección vacía entre ambas disciplinas, sino que encontrará pasajes de tanto valor y coraje intelectual como el siguiente:

La ética y la economía política ya estaban divorciadas desde hacía tiempo. Las protestas ocasionales no tuvieron éxito a la hora de causar algún daño a la economía ortodoxa -algunas como las de Carlyle se perdieron en el barullo del mercantilismo económico, y otras, como las de Karl Marx, se convirtieron en una poderosa llamada de atención al mundo (p. 102). 

Una última recomendación casi necesaria. Si el lector quiere ampliar su aproximación a la obra de este gran científico y filósofo, no debería dejar de leer o releer a la limón un trabajo del propio antólogo del volumen: La bioeconomía de Georgescu-Roegen (Montesinos, 2006), en mi opinión uno de los mejores y más hermosos ensayos publicados en castellano en estos últimos años, y una entrevista, también con Óscar Carpintero, publicada en El Viejo Topo, de mayo de 2006, que ahora puede ser leída en las páginas de www.rebelion.org y www.sinpermiso.info.

  Nota: Una versión de esta reseña fue publicada en Papeles de relaciones ecosociales y cambio global , nº 101, primavera 2008, pp. 189-191.