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Del New Deal al No Deal

Fuentes: Rebelión

En el periodo que va de 1933 a 1938, Estados Unidos atravesó por una serie de reformas estructurales que -sin ánimo de dar carpetazo a las controvertidas discusiones entre historiadores- indiscutiblemente contribuyeron a apuntalar el capitalismo en aquel país. El New Deal (Nuevo Trato), fórmula pionera del Estado de Bienestar, emergió como una política de […]

En el periodo que va de 1933 a 1938, Estados Unidos atravesó por una serie de reformas estructurales que -sin ánimo de dar carpetazo a las controvertidas discusiones entre historiadores- indiscutiblemente contribuyeron a apuntalar el capitalismo en aquel país. El New Deal (Nuevo Trato), fórmula pionera del Estado de Bienestar, emergió como una política de Estado orientada a reestructurar la tullida economía norteamericana en el contexto de la Gran Depresión. Se puede decir que Franklin D. Roosevelt, impulsor del New Deal, dio lectura adecuada a la turbulenta coyuntura, y que su gran mérito consistió en poner en marcha un paquete de reformas preceptivas e inescapables dictadas por la premura de una crisis con visos devastadores. Los vértices de este programa fueron: a) restablecimiento de la competencia leal; b) regulación estricta de los mercados financieros; c) rescate de la industria nacional   (National Industrial Recovery Act); d) ampliación de subvenciones federales para agricultores nacionales   (Agricultural Adjustment Act); e) sindicalización de la fuerza de trabajo, reconocimiento jurídico de la libertad sindical (Wagner Act); f) creación de un programa exhaustivo de asistencia social con cobertura universal; g) prohibición del trabajo infantil e introducción de un salario mínimo decoroso (Fair Labor Standards Act); h) derogación de la ley de prohibición de alcohol (Volstead Act) que durante su vigencia condujo a una escalada de violencia sin parangón en E.U. El New Deal consistió, en suma, en la atenuación de los matices más virulentos de un emergente orden capitalista cuyo afianzamiento se consumaría en la segunda posguerra; una suerte de contrato-pacto social entre los diversos grupos sociales en Estados Unidos para amortiguar los abusos intrínsecos del librecambismo desregulado.

México también atravesaría por un proceso análogo, temporalmente concomitante con las reformas del New Deal: un Nuevo Trato a la mexicana. El cardenismo (1934-1940) significó la incorporación de las múltiples centrales obreras a las filas del partido único, a la política de Estado, concediendo teóricamente la prerrogativa de la libertad sindical, aunado a políticas de corte proteccionista como la nacionalización de los recursos del subsuelo, el impulso al campo nacional, la industria agropecuaria, la empresas productivas domésticas.

No pocos historiadores, entre ellos Howard Zinn, coinciden en resaltar que el New Deal sirvió para preservar las estructuras e instituciones torales del capitalismo. Esto resulta tan cierto para Estados Unidos como para México.

Aunque ya con anterioridad se acudía al desmembramiento de esta red de seguridad social, y con ello a la caducidad de la vigencia del trato, pacto o contrato, cabe apuntar que el quebrantamiento definitivo de los dos Pactos, a saber: el New Deal y el Corporativismo Cardenista, se efectuó tras el advenimiento del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA). Esta integración económico-territorial significó, en proporción exactamente inversa, la desintegración social-política al interior de los dos países: a saber, la renuncia de ambos gobiernos a las políticas de provisión de satisfactores básico s, al ejercicio de su autoridad para imponer controles a las prácticas de la libre competencia; la financiarización de la economía en detrimento de la actividad productiva vital; la desvalorización de la fuerza de trabajo doméstica; la liquidación de sindicatos e instituciones obreras; la extinción de empresas paraestatales, públicamente orientadas, y el consiguiente tránsito a un modelo de asociaciones público-privadas, gerencialmente orientadas.

El TLCAN, expresión regional del proceso de globalización en curso (integracionismo regionalista en beneficio de las metrópolis de la economía-mundo), aceleró el desgarramiento de identidades y solidaridades en México y Estado Unidos, pulverizando los programas, políticas, disposiciones, que dotaban de sentido comunitario a la sociedad, encumbrando como único referente cultural el excremental «emprendedurismo» nacionalmente desarraigado, universalmente utilitario.

Pero no habrá reedición de ningún trato, pacto, contrato, ni en Estados Unidos ni en México. Precisamente esto reivindican -a nuestro juicio inteligentemente- los movimientos emergentes o existentes en esta esquina del hemisferio: el zapatismo en Chiapas, las guardias comunitarias en Guerrero, el Occupy Movement en Nueva York u Oakland, el M-132 allí donde se organiza autónomamente. El trillado New Beginning de los Demócratas o el risible «Pacto por México» del PRI, constituyen un esfuerzo de las antiguas elites por reeditar los tiempos de estabilidad política «pactista». Tal pretensión es un anacronismo. La desubstancialización, pudrimiento e ilegitimidad del cuerpo político imposibilita la materialización de un Nuevo Trato. El No Trato será canon. Y el Nuevo Mundo, en Estados Unidos y México, se construirá en los márgenes de la legalidad establecida.

 

Fuente: http://lavoznet.blogspot.com/2013/02/del-new-deal-al-no-deal.html