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Reseña del libro "El presidente del bien y del Mal. Las contradicciones éticas de George W. Bush", de Peter Singer

Desde un punto de vista estrictamente ético

Fuentes: El Viejo Topo

    Peter Singer El presidente del bien y del Mal. Las contradicciones éticas de George W. Bush . Tusquets, Barcelona 2004. Traducción de Victoria Ordoñez, 344 páginas.   Si algo ha caracterizado la primera presidencia de George W. Bush -y es muy posible que no haya tampoco alteraciones sustantivas en este punto en su […]

 

 

Peter Singer

El presidente del bien y del Mal. Las contradicciones éticas de George W. Bush .

Tusquets, Barcelona 2004. Traducción de Victoria Ordoñez, 344 páginas.

 

Si algo ha caracterizado la primera presidencia de George W. Bush -y es muy posible que no haya tampoco alteraciones sustantivas en este punto en su segundo mandato- es su dificultad para reconocer el mínimo error en sus análisis, estrategias y decisiones. Recuerda Singer que, cuando en diciembre de 2003, cuando tras meses de búsqueda no se habían encontrado en Iraq las armas de destrucción masiva (punto nodal de la justificación del aniquilador ataque angloamericano), Bob Woodward hizo una larga entrevista a Bush en la que citó un comentario del primer ministro británico Tony Blair, laborista para más señas y máximo aliado del gobierno de EE.UU. en «la aventura iraquí»: según Blair, toda persona que se hallara en su situación y dijera que no había tenido dudas, no era digno de crédito. Bush. sorprendido, respondió: «Yo no he tenido dudas». ¿De verás?», insistió Woodward, «¿ninguna duda?». «No», respondió el señor Bush.

Seguramente, detrás de estas respuestas y de la misma conservación, estén los consejos de los asesores de imagen del presidente del eje del Mal y el mismo director de su campaña presidencial. Pero cabe también no olvidar, como señala Singer, que la neta dificultad de Bush para admitir que está o ha estado equivocado en algún momento sobre un asunto cualquiera nace de su convicción moral de que sabe discernir perfectamente entre el bien y el mal. Está «tocado» y dotado moralmente. Singer sugiere y argumenta que esta convicción proviene de la fe religiosa del presidente «cuyas implicaciones van más allá del ámbito de las creencias privadas» (p.11).

Muchas de las declaraciones políticas del comandante en jefe del Ejército usamericano confirman esta apreciación de Singer: «Estamos involucrados en un conflicto entre el bien y el mal, y Estados Unidos llamará al mal por su nombre», «la libertad es el don que el Todopoderoso les hace a todos los hombres y las mujeres de la Tierra», «estamos obligados a alinear nuestros corazones y nuestras acciones con el plan divino, o con lo que podamos saber de este plan», «Dios no está del lado de ninguna nación, pero sabemos que está del lado de la justicia. Y la principal virtud de Estados Unidos es que, desde el momento de nuestra fundación, hemos optado por la justicia». En un momento de la citada entrevista con Woodward, Bush comentó: «Sabe, no es a a este padre [a su padre, al ex-presidente Bush] a quien deba pedirle fortaleza. Me dirijo a un padre superior».

A la ideología que subyace a estos comentarios y a las posiciones políticas derivadas, podemos o no caracterizarlas como fundamentalismo religioso. Sea como sea, en opinión de Singer, George W. Bush no es sólo el presidente de Estados Unidos sino «su moralista más destacado» (p. 29). Pocos presidentes, pocos políticos de relieve, del Oeste, del Este o del Sur han hablado tanto, y tantas veces, sobre el bien y el mal, sobre lo lícito y lo ilícito, sobre lo correcto y lo incorrecto. Así, pues., sostiene Singer, parece consistente un tratamiento desde un punto básicamente ético de las posiciones defendidas por Bush. Pero, sostiene Singer, este ensayo no es sólo un estudio sobre la ética de un presidente estadounidense, sino la «visión que tiene un observador externo de una corriente importante del pensamiento de ese país: la forma de pensar que guía hoy las políticas de la nación dominante en el mundo, y que propugnan abiertamente el objetivo de convertir el siglo XXI en el siglo estadounidense» (p. 33).

Desde esta perspectiva moral, Singer analiza -y aniquila en casi todas las ocasiones-, con el rigor al que nos tiene acostumbrados, los asuntos y políticas centrales de la presidencia de Bush, dividiendo su análisis en una primera parte centrada en la política interior (política fiscal, pena de muerte, eutanasia, individualismo y libertad) y, en su segunda, en las relaciones entre el Imperio y el mundo (Tribunal internacional, Pax americana, Afganistán, Iraq). El capítulo final está dedicado al detallado análisis de la ética del presidente del (eje del) Mal.

Es posible admitir que las fronteras difusas entre la moral y la política no siempre son transitadas sin errata alguna por Singer en todas las secciones de su ensayo. Es posible que algunos comentarios marginales del autor de Liberación animal demanden una mayor aclaración. Podemos discrepar en algunos aspectos o en la perspectiva de la filosofía moral que subyace a los análisis de Singer. Pero siempre, sin excepción, se observará a lo largo de estas páginas un análisis riguroso, equilibrado, que intenta comprender correctamente -incluso mejorando, añadiendo matices inexistentes- las posiciones del otro, antes de iniciar su evaluación analítica y moral. Además de ello, las posiciones éticas de Singer no sólo están llenas de consistencia y coraje sino que suelen apuntar verazmente a aspectos nodales de las tradiciones emancipatorias. Un ejemplo: después de probar la inconsistencia entre la política fiscal de Bush y su apoyo a la igualdad de oportunidades, Singer afirma que sería un error creer que el ideal basado en la igualdad de oportunidades -en ocasiones, en muchas ocasiones, el máximo horizonte defendido por las izquierdas- sea una concepción adecuada de una sociedad justa. Sus (libertarias) razones: «No merecemos nuestros talentos naturales más de lo que merecemos heredar la riqueza de nuestros padres. Nuestra sociedad recompensa a los que destacan en el campo de los deportes, o en análisis financiero, o a los que son atractivos y saben actuar o cantar bien, pero da muy poco a los que no tienen nada que vender en el mercado excepto su trabajo físico, e incluso menos a los que no pueden trabajar. No hay nada intrínsecamente justo en esto. Reconocer que las recompensas que obtiene la gente están claramente influenciadas por la fortuna de haber heredado algún talento debería llevarnos a mirar más allá de la igualdad de oportunidades» (p. 65).

El subtítulo inglés del ensayo de Singer no habla de contradicciones éticas sino, estrictamente, de la ética de George W. Bush. Esta vez, sólo esta vez, el olfato comercial de los editores ha mejorado un milímetro el original. La cuestión (dialéctica) pendiente es: cómo el Sr. Bush a pesar de estar lleno -más aún, pletóricamente rebosante- de contradicciones de todo orden y clase, puede encabezar, o servir de cabeza aparente, a un movimiento político que se presenta públicamente no como conservador sino como netamente revolucionario y que ha conseguido amplio apoyo entre la ciudadanía norteamericana, incluyendo sectores nada marginales de sus clases trabajadoras. Hace unos 30 años, Marvin Harris nos ofreció una clave interpretativa que, sin menospreciar posibles matices, no debería ser condenada al olvido: «Una relación proporcional como la que existe desde hace algún tiempo entre la magnitud de la investigación social y la profundidad de la confusión social sólo puede significar una cosa: la función social global de toda esa investigación es impedir que la gente comprenda las causas de su vida social» (Marvin Harris, Vacas, cerdos, guerras y brujas, p. 9).

Una recomendación final: el prefacio de Singer, fechado en mayo de 2004, es de lectura y relectura obligatoria. Con netos beneficios para el lector/a atento.