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Líneas acerca de la coyuntura electoral argentina

Desempolvando al anarquismo perdido o cuando la abstención cobra sentido

Fuentes: Rebelión

La abstención o votar en blanco (otra forma de abstenerse), han sido desde el comienzo, uno de los pilares fundamentales del armado teórico-político del anarquismo. Cada vez que nos acercamos a elecciones —no importa el contexto— sean legislativas o presidenciales, salen a la luz las consignas del tipo: «Contra el parlamentarismo», «Contra la farsa electoral», «Contra el reformismo», o nace una nueva edición del famoso debate entre Malatesta y Merlino para contarnos que votar no sirve de mucho. Estos postulados, en general suelen ser caricaturizados. No son tomados en serio por la mayoría del espectro político, debido a la inconsistencia argumentativa de los anarquistas frente a la «sensatez» de aquellos que se presentan a elecciones. En general, podríamos decir que es verdad. La abstención no suele estar bien explicada y a veces le falta timing. Por más bien intencionada y profunda en convicciones que sea, tiende a no dialogar con la discusión pública­—generalmente centrada en los candidatos— con las dinámicas complejas de las relaciones de fuerza y tiene la antipatía de pecar de soberbia, ya que le estamos diciendo a los trabajadores y trabajadoras que no hay forma «realista» de expresar su descontento. Pero hay momentos, en donde los regímenes electorales o las democracias sufren. Se desnuda el poder de alguna manera. Evidenciando una extrema concentración de las decisiones, el tutelaje imperialista, su carácter de clase, el cierre de las expresiones populares en las instituciones, la ficción de soberanía, etc. Combinado con una realidad material de precariedad total y desilusión, dan como resultado, un cansancio— confuso por supuesto— frente a las elecciones y los políticos profesionales como modo legítimo de mejorar la vida cotidiana. Es aquí, en donde la abstención deja de ser una alternativa empolvada y ridícula, y pasa a ser una alternativa concreta para politizar y llenar de contenido la experiencia política saqueada de nuestras sociedades—azotadas por la crisis múltiple del capitalismo y lo insoportable del modo de vida neoliberal—.  De esta manera, podemos gritar en sintonía con la sociedad, que no nos representan, no nos motivan y que no les creemos. Sin ser antipolítico, sino más bien, desde el ejercicio político más coherente.

No hay salida institucional para canalizar el descontento frente a la precarización de la vida

Toda discusión política actual pareciera llevar consigo la pretensión de legitimidad justificada entre varias cuestiones particulares, por el supuesto de inminencia y velocidad. En este marco, desestresar la discusión política— quitándola del ring electoral— parece ser una locura. Que, por más buena predisposición que se tenga en buscar respuestas a los problemas de nuestra sociedad, esta debe ser soslayada por el salto al vacío de la «política de barricadas» y los principios del «no es el momento». Difícil podría ser, desde el rincón de los empáticos, no validar las emociones de aquellos que obtienen en la demencia una ganancia secundaria. Ya sea en cariño o en no pasar por la incomodidad de someterse al cuestionamiento de sus creencias. Pero, de vez en cuando, se abren espacios para atacar al sistema como tal y hay que aprovecharlos, por más que a los que saben de «política» les moleste un poco.

La oficialización de listas de los partidos con capacidad real de acceder al gobierno deja como resultado: puras expresiones antipopulares. Bajo los mandatos del fondo monetario internacional y la crisis económica internacional —en tiempos de guerra imperialista y catástrofe climática— todos los partidos del orden se preparan para fortalecer los mecanismos institucionales que favorezcan el saqueo de los pueblos. Represión, modificaciones constitucionales como la de Jujuy para el negocio del litio, extracción petrolera off-shore en Mar del Plata, la especulación inmobiliaria a punta de incendio; Niveles de inflación criminales, tasas de interés a la carta para los bancos, y cientos de políticas más— avaladas e impulsadas por el Estado— que atentan contra la vida de los trabajadores y trabajadoras.

Ante esto, la salida más «lógica» parecería ser la de presentar o apoyar una lista progresista como la del Frente de Izquierdas o la de Juan Grabois—por más que toda su lista sea la del PJ y que haya sido parte del gobierno del Frente de Todos y tengamos que fingir demencia—. Pero lamentablemente, y con las disculpas correspondientes a los que creen que la lucha de clases no puede en ningún contexto desprenderse de la idea de presentarse a elecciones, en este caso no existe alternativa institucional para resistir y mucho menos para avanzar en la conquista de derechos. El Frente de Izquierda no tiene capacidad autónoma para crear o modificar leyes, ni para resistir más allá de votos en contra o abstenciones, que son parte del mundo de lo testimonial.  La famosa tribuna pareciera estar más en los medios y en las calles, que en los recintos. Y la candidatura de Grabois es un hecho político para su militancia que, seguramente, va a aprovechar a mediano plazo.  Pero con su lista repleta de ajustadores y señores feudales no son alternativa. Solo permiten mayor contención por abajo. Tampoco pueden aceptarse sus justificaciones a través de un llamado a la soberanía o el espíritu patriótico. Vale recordarles que la pretensión de incluir al conjunto de los trabajadores y trabajadoras a la defensa de la «patria» no alcanza como soporte material de una política democrática. Ya que como dice mi amigo Pierre Dardot: «Ninguna pertenencia a una etnia, nación o humanidad puede constituir en sí misma el fundamento de la obligación política». La democracia es el ejercicio de lo común, de la participación co-obligada. Nace de la actividad compartida y no de actos de Fe.

Tampoco es opción la novedad neoliberal Fascista de Javier Milei, que comparte con el peronismo y la derecha tradicional, la defensa de la propiedad, la defensa del capitalismo como sistema más eficiente, y la necesidad de mantener la matriz extractivista en Argentina, pero agravada con discursos y prácticas de fascismo explícito. Hoy por hoy, su influencia en algunos sectores de la juventud son un llamado de atención enorme para las izquierdas. En estas elecciones el partido de Milei pareciera perder apoyo en electores pero sobre todo de sus patrones—los bancos y empresarios—que miran con mejores ojos a sus históricos aliados del PJ y la derecha (UCR-PRO).

¿Por qué ahora sí?

Militar la abstención, politizar la angustia.

Mantener la idea de que la abstención es un principio político en el anarquismo, es un error conceptual y metodológico. Desde un punto de vista conceptual, un principio es aquel que funda, y que continúa presente, de forma institucionalizada e instituyente, en las prácticas. En este caso, rige la actividad política. Por lo que pensar la abstención como principio, es pensar que es esta la que funda la actividad política y no una deriva crítica, táctica y política del principio de democracia, por ejemplo. En general, podría decirse, que llamarla «principio» tiene más que ver con un elemento estratégico. Y si así fuese, esto necesitaría de una clarificación conceptual que obligaría a un cambio de nominación.  Desde el punto de vista metodológico, es un error. Ya que no ayuda al pensamiento a ubicar escenarios donde el régimen electoral abre la posibilidad de resistencias al interior de las instituciones. En muchas oportunidades de la historia, los trabajadores hemos necesitado ocupar espacios institucionales que nos ayudaron a defender algún aspecto del Estado social, o a limitar la posibilidad de que alternativas políticas decididas a quitarnos derechos —en contextos de extrema fragilidad organizativa— se hagan con la totalidad del gobierno. Los anarquistas recordarán muy bien, el apoyo solapado de la CNT a las candidaturas del Frente Popular. También la necesidad de representantes Kurdos en Turquía o la apuesta defensiva—estrictamente defensiva—del EZLN con la candidatura de Marichuy. Está en las organizaciones entender cuáles son esos momentos sin hacer de las elecciones un fin en sí mismo, sino más bien ajustado a las necesidades del momento.  Pero no se puede, por metodología general, pensar que la abstención sirve para cualquier contexto, por más que sea legítima para la mayoría de los contextos. No es históricamente correcto ni políticamente conveniente.

Hoy observamos un consenso general de que el ascenso del neoliberalismo fascista de los Milei, por ejemplo, y el avance de la derecha en general, tiene que ver—entre otras muchas cosas—con un enojo bien difundido de la sociedad contra los políticos que no resuelven sus problemas. Si esto es así, hay un consenso general de que el espectro político profesional y las instituciones que representan, no están pudiendo contener en sí mismas las posibles salidas a las preocupaciones de la gente. De esta manera, lo que se produce es una apertura a nuevas instancias desde donde pensar posibles resoluciones a los dolores. Es aquí, donde la abstención debe llenar de contenido ese lugar, politizando de una forma socialista los problemas de los trabajadores y trabajadoras, sin que esta politización guarde conexión con las instituciones del Estado y el capitalismo como posible solución. Un espacio para ensayar la imaginación radical. 

Estos momentos pueden favorecer al surgimiento de partidos, movimientos y organizaciones que apuesten a dar cauce institucional a la desesperanza, o también pueden habilitar a dar debates silenciados por la velocidad y la «sensatez» institucional y dar lugar a formas de organización e instituciones de nuevo tipo. Es por esto, que aquí se plantea politizar la abstención para ejercer una crítica a los políticos profesionales, al Estado, al capital y poder hablar de revolución, de comunidad y de democracia en otros sentidos. Darle lugar a significar distinto la experiencia democrática e imaginar radicalmente. Desaprovechar estas pequeñas ventanas es imperdonable.

En estas elecciones, las organizaciones y colectivos o simplemente los trabajadores y trabajadoras de a pie, pueden ejercer su derecho a no votar o votar en blanco, desde la conciencia y el sentimiento, de que, en esta oportunidad, nada bueno nos espera de esa gente.

Este texto quiere ser un llamado a la militar la abstención activa. A revalorizar una herramienta histórica (y anarquista) de los trabajadores y trabajadoras para dignificar nuestra experiencia política.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.