Es una vieja tradición del periodismo político esperar a que transcurran cien días desde el inicio de un nuevo gobierno para iniciar el análisis del rumbo que seguirá en lo futuro. En el caso de Donald Trump, de esos emblemáticos cien días apenas han transcurrido dos tercios. Pero ya se pueden prefigurar algunas líneas de […]
Es una vieja tradición del periodismo político esperar a que transcurran cien días desde el inicio de un nuevo gobierno para iniciar el análisis del rumbo que seguirá en lo futuro. En el caso de Donald Trump, de esos emblemáticos cien días apenas han transcurrido dos tercios. Pero ya se pueden prefigurar algunas líneas de su desarrollo.
En relación con México son tres las grandes líneas de acción del gobierno trumpiano. Uno, la continuación y conclusión del muro en la frontera sur de Estados Unidos para impedir el ingreso de migrantes indocumentados mexicanos o de terceros países, incluidos africanos y asiáticos. Dos, el repudio del TLCAN o una renegociación muy onerosa y perjudicial para las burguesías de ambos lados de la frontera. Y tres, la imposible deportación de once millones de mexicanos indocumentados.
Por lo que toca a la culminación del muro, es razonablemente probable que se logre. Pero no cabe esperar que la muralla impida el ingreso al mercado laboral estadounidense de quienes quieren hacerlo. Dentro de éste hay demanda de brazos, y fuera hay una inmensa oferta. Allá esos brazos son muy necesarios, y fuera de allí son excedentes. Cambiar esta situación económica dual no está al alcance ni de Trump ni del gobierno mexicano. Ni está en el deseo o aspiraciones de las burguesías de ambos países.
Frente a esta situación, cómo esperar que la ampliación y conclusión del muro pueda frenar el flujo de trabajadores indocumentados. Lo esperable, en consecuencia, es que ese ingreso se siga dando por diferentes vías. Y máxime si se sabe positivamente que el tráfico de personas es un negocio transnacional multimillonario en el que participan autoridades migratorias de ambas naciones y bandas de traficantes de sólida organización que cobran hasta 5 mil dólares (unos cien mil pesos mexicanos) por introducir a una persona en territorio estadounidense.
De modo que habiendo oferta, habiendo demanda, habiendo un intermediario que se encargue de la recepción-entrega de la mercancía humana, habiendo unas autoridades facilitadoras en ambos lados de la línea fronteriza, y habiendo una fuente de financiamiento de los costos de la operación, están dados todos los elementos de la ecuación migratoria exitosa.
Pero que sea muy difícil, por no decir imposible, detener el flujo de migrantes indocumentados, no quita que la muralla trumpiana tendrá consecuencias, algunas indeseables. Primeramente, el incremento del costo del traslado e internamiento en EU del migrante. Y también, desde luego, el aumento de la cuota de dificultades, sufrimiento y muerte que habrán de pagar los aspirantes a sumarse al mercado laboral estadounidense.
También irán al alza los sentimientos antitrump entre los muchos millones de afectados en EU, en México y en el resto del mundo. Y no sólo entre los afectados directa e indirectamente, sino entre los muchos más millones de personas en todo el planeta que no están de acuerdo o se oponen, activa o pasivamente, a la odiosa medida del muro. Finalmente para Trump una situación de altos costos y nulos beneficios.
Y entre tantos puntos negativos aparece un elemento positivo. Con sus posturas rabiosamente antimexicanas, Trump ha revivido el antiguo sentimiento antiimperialista presente en el espíritu del pueblo de México desde hace más de siglo y medio. El magnate le ha quitado la demagógica máscara amigable a la agresiva potencia imperial.
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