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Despues de la matanza, ¿qué duda cabe de que se desarrolló un golpe en Bolivia?

Fuentes: Rebelión

Develar el golpe de Estado en Bolivia no es una simple discusión académica que analice las características del suceso para luego contrastarlas con un determinado concepto teórico de golpe de Estado. Más bien es parte de una lucha política destinada a desmontar el discurso político de los golpistas que, aduciendo una supuesta sucesión presidencial, pretende […]

Develar el golpe de Estado en Bolivia no es una simple discusión académica que analice las características del suceso para luego contrastarlas con un determinado concepto teórico de golpe de Estado. Más bien es parte de una lucha política destinada a desmontar el discurso político de los golpistas que, aduciendo una supuesta sucesión presidencial, pretende generar legitimidad a su toma del poder. El golpe «suave o blando», a diferencia de los golpes militares de las décadas de los 60 y 70, pretende mostrarse como una «rebelión democrática» contra «tiranos populistas». De ahí que su discurso político pretenda negar que, en realidad, se ha producido un golpe.

Sin embargo, y pese a su discurso, no han podido evitar algunas formas: Las tanquetas en la plaza Murillo, el militar con uniforme de campaña ciñendo la banda presidencial, el comandante de las fuerzas armadas «sugiriendo» la renuncia del presidente constitucional, son todas imágenes que inevitablemente pasarán a la historia de Bolivia como elementos ilustrativos de lo que ha sucedido. Así también están las imágenes patéticas, como una autoproclamación en un recinto parlamentario casi vacío.

Pese a esto, la campaña por generar legitimidad a los golpistas continua fuertemente en los medios de comunicación, que han sido y siguen siendo parte orgánica del golpe. En sus mensajes, la fuerte campaña por desprestigiar al presidente Morales contrasta con la permisividad y condescendencia con los golpistas. No se inmutan ante una Ministra de Comunicación refiriéndose como «sediciosos» a medios extranjeros que hacen cobertura de lo ocurrido o a un Ministro de gobierno advirtiendo a líderes del Movimiento al Socialismo que deben «comenzar a correr» -minutos después de haber sido posesionado en el cargo- porque comenzará la «cacería».

Frente a todo esto, las matanzas que han desatado, principalmente en Sacaba y en Senkata, los desnuda como lo que realmente son, ya que ningún gobierno, menos uno que se proclame provisional, puede ser legítimo si para consolidarse necesita acometer matanzas.

Ahí está entonces el contenido de lo que ha sucedido, más allá de las formas es la violencia brutal y despiadada que se ejerce para tomar y conservar el poder político en la sociedad. Después de esas matanzas ¿qué duda cabe de que se desarrolló en Bolivia un golpe de Estado?

Entonces pretenden, entre indisimulables declaraciones nerviosas, que están «defendiendo a la población de terroristas», que los masacrados «se balearon entre ellos», que «el bien mayor es la pacificación del país». Aunque parezca un sarcasmo que para pacificar al país hay que acometer masacres, en realidad, no lo es. Así ha sido siempre la pacificación de los poderosos sobre los débiles a lo largo de toda la historia. Por esa misma razón es que su modo de pacificar es otra prueba contundente del golpe de Estado.

Nada de suave tiene pues, «el golpe suave». Se implementa con la misma brutalidad y violencia que otros golpes que en el pasado no pretendían «reinstaurar la democracia». Por esta misma razón, no puede emerger de este golpe un Estado democrático. Las manifestaciones de racismo con las que iniciaron el golpe y que ahora tratan de esconder no pueden ser sino expresiones de su carácter racista y los racistas no pueden ser defensores, promotores o restauradores de una democracia. Su esencia es antidemocrática y violenta.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.