Es raro, sucede en contadas ocasiones, pero uno puede escribir un buen poema por casualidad, quizá no un poema magistral, pero sí aceptable, del mismo modo que alguien sin talento podría escribir una buena escena de teatro, o por lo menos una funcional, o incluso alguien poco ducho en la narrativa podría escribir un relato […]
Es raro, sucede en contadas ocasiones, pero uno puede escribir un buen poema por casualidad, quizá no un poema magistral, pero sí aceptable, del mismo modo que alguien sin talento podría escribir una buena escena de teatro, o por lo menos una funcional, o incluso alguien poco ducho en la narrativa podría escribir un relato correcto. Pero no es la casualidad la que escribe un buen poemario, una buena obra de teatro o una buena novela. Por eso sorprende Días de bruma, porque Patricia Terino, una autora novel, ha logrado dotarla de una coherencia estética y narrativa muy sólida, sin fisuras.
Cuando la gente me cuenta que una novela es entretenida suele sorprenderme, porque generalmente hacen alusión a productos que a mí particularmente me aburren mucho. Me refiero a obras con una trama muy compleja, enrevesada y al final sorprendente, pero cuyo estilo es insulso, y lo mejor que podríamos decir de él es que es correcto, que los verbos concuerdan adecuadamente con sus sujetos y que los signos de puntuación no estorban (esto después de haber pasado por correctores que se encargan de que esto sea así). Sin embargo, a mí me encantan las novelas en las que apenas sucede nada ni falta que hace, porque escribir es un arte verbal y lo importante de estos títulos es la belleza de sus palabras, de las que podemos extraer la esencia del ser humano.
Pongamos, solo por citar algunos casos, cualquier título de Javier Marías, los relatos de Borges, Los pasos perdidos de Carpentier, las novelas de Bukowski, Tokio ya no nos quiere de Ray Loriga, y las novelas cortas Pedro Páramo de Juan Rulfo y La hojarasca de García Márquez. Días de bruma es, como todas ellas, sencilla y hermosa, a veces dura y siempre intensa. Rescata ciertas características del realismo sucio, propio del citado Bukowski, al que Patricia Terino admira, y del mencionado libro de Loriga. Pero es un realismo sucio que nunca pierde la poeticidad, a pesar de que no la persigue, no fuerza palabras para que adornen, no pretende descubrirnos ninguna verdad, y sin embargo toda la novela está llena de verdades sobre el ser humano, la sociedad, la soledad, la dificultad para comunicarnos unos con otros.
Y todo con un estilo sencillo, oraciones breves, contundentes, que permiten al lector adentrarse en el universo interior de la protagonista casi sin darse cuenta, casi sin querer. Y lo mejor de esta pequeña gran novela es que cuando terminas de leerla te deja un gusto agradable y extraño, porque inevitablemente has empatizado muchísimo con la protagonista, la has acompañado a través de su breve biografía, y te ha transformado en algo distinto. Cuesta mirar el mundo de la misma manera cuando has leído Días de bruma.
Bukowski escribía muchas veces libros autobiográficos. Resulta inevitable ver coincidencias entre la biografía de Lía Ayuso y tu propia biografía. ¿Cuánto hay de casualidad y cuánto de pretendido? ¿Se trata de un juego poético o de una necesidad de expresión?
Ciertamente hay muchos acontecimientos y experiencias personales que me han ayudado a conformar el personaje de Lía. Muchas de esas vivencias me han servido de inspiración para construir la ficción que se desarrolla en la obra, plasmando en la protagonista muchos aspectos de mi propio mundo interior, mis inquitudes, ideología, temores y ese tono amargo que define a Lía en muchas ocasiones motivado por los problemas internos del ser humano actual y de su mundo.
Creo que el juego poético al que te refieres y la necesidad de expresión van de la mano en este caso. Los recursos empleados, así como el estilo concreto de narración y el ritmo resultante de ello me han proporcionando las claves para transmitir una parte de lo que yo misma soy, como en todo acto de creación.
¿Qué conexión existe entre la protagonista y tú, en su modo de ver el mundo y de enfrentarse a él, en su manera de sentir?
Existen muchas coincidencias entre ambas en lo que a intereses, inquitudes o aspectos ideológicos se refiere. La filosofía, la literatura, el arte, la música o la conciencia crítica representan tanto para Lía como para mí misma un modo de afrontar las contradicciones que nos rodean y las situaciones que conforman el mundo real. El personaje refleja una buena parte de lo que yo misma soy, aunque en ella muchos de los problemas internos que se atisban en su modo de proceder o en las reflexiones que lleva a cabo, están más acentuados (o eso me gustaría pensar).
Lía me ha ayudado a expresar mis propias emociones, a sanar viejas heridas y a resolver antiguos conflictos, cumpliendo así con uno de los cometidos fundamentales en la creación de un alter ego que nos permita reencontrarnos con nosotros mismos.
Explícanos cómo fue el proceso de creación de una novela tan breve y, sin embargo, tan intensa.
En principio no estaba concebida para ser una novela, sino un conjunto de relatos, cuyo personaje principal en todos ellos era Lía Ayuso. Finalmente los conformé y amplié de modo que integrasen una obra unitaria en la que cobrasen sentido cada uno de los acontecimientos y situaciones que se narran. Y para ello me pareció fundamental expresar los cambios vitales que experimenta la protagonista a partir de su encuentro con Juan Martin. Desde su aparición, este personaje se convierte en la clave de la evolución existencial de Lía, independientemente de los acontecimientos futuros, pues ella queda marcada por una nueva mirada hacia el mundo, hacia las relaciones personales y hacia sí misma.
Mi intención ha sido mostrar el camino recorrido por el personaje, valiéndome de un lenguaje y un estilo muy concretos con los que me siento cómoda para poder expresar la coherencia entre el punto de partida y el final en el viaje que supone nuestra existencia, centrándome en un momento determinado de la misma.
El estilo utiliza oraciones sencillas y contundentes. De hecho, gracias a esa sencillez y brevedad se logra esa contundencia y esa belleza, donde cada pequeño elemento, cada palabra, tiene una relevancia mayúscula. ¿Te has basado en algún autor que admires, en alguna novela en particular?
A lo largo de la obra se mencionan los nombres de algunos de los escritores y pensadores que han marcado el camino de Lía y, por ende, el mío propio, por lo que acompaña de autobiográfico al personaje.
Me resultaría francamente difícil escoger solo a uno de ellos o selecionar una única obra como guía o fuente de inspiración. Por eso me quedo con la prosa sencilla y profunda a la vez de Bukowski, con la reflexiones vitales de Miller, con la belleza estilística de Fante, con el existencialismo de Dostoyevski, el tono tragicómico de Kafka, los recursos y las siempre inspiradas historias de Bolaño, el realismo bien hecho, transmitido y sentido de Rulfo, los monólogos poéticos de Virginia Woolf, la superdotación narrativa de Borges, la poesía épica de Blake, Beckett, Whitman, y tantos otros escritores y pensadores que me emocionan, me sorprenden, me enseñan y me reportan tanta satisfacción.
Lía Ayuso se ve atrapada en una sociedad que no comprende, a pesar de estudiar Filosofía, y a la que prácticamente renuncia. Bajo tu punto de vista, y como profesora y licenciada en Filosofía, ¿cómo crees que afecta esta sociedad al individuo?
Esta es una de las grandes cuestiones de nuestro tiempo y tiene tantas respuestas como enfoques existenciales y filosóficos existen. Personalmente, me adhiero a la perspectiva crítica que desarrollan los llamados pensadores de la sospecha (Marx, Nietzsche, Freud) y a las corrientes de pensamiento que continuaron en esta línea, como la Escuela de Frankfurt especialmente, el existencialismo de Sartre y Simone de Beauvoir, el estructuralismo o la postmodernidad filosófica, entre otras, cuyo análisis incide en el carácter artificial del mundo actual y en las consecuencias inmediatas de ello sobre nosotros.
Esto a grandes rasgos se traduce en la pérdida de identidad en una civilización homogeneizada como la nuestra (Sloterdijk), la domesticación de la conciencia en un mundo concebido para el crecimiento infinito a través del consumo exacerbado (Marcuse), la deshumanización a la que nos dirige, entre otras cosas, el impacto de la tecnología sobre nuestro mundo interior al anular el encuentro con nosotros mismos (Mander, Foucault) o la huida de lo que somos y su inmediato encubrimiento a través del acertado concepto filosófico de máscara (Vattimo).
Ante esta visión desanlentadora de la realidad, se hace imprescindible acudir a aquellos mecanismos que nos ayuden a afrontar el mundo y a transformarlo. Y en este caso, me quedo con Holderlin y la luz que aporta a nuestra existencia su conocida sentencia «donde hay peligro, crece lo que nos salva».