En la dura batalla de las ideas, algunos medios de comunicación y periodistas hacen uso y abuso de la libre expresión para mentir, desinformar y difamar. En la última década, acelerada por las nuevas tecnologías, esa práctica ha sido una constante, que sólo ahora encuentra un freno legal y moral: dos fallos, uno de la […]
En la dura batalla de las ideas, algunos medios de comunicación y periodistas hacen uso y abuso de la libre expresión para mentir, desinformar y difamar. En la última década, acelerada por las nuevas tecnologías, esa práctica ha sido una constante, que sólo ahora encuentra un freno legal y moral: dos fallos, uno de la justicia ordinaria y otro del Tribunal Nacional de Ética Periodística, obligaron a tres periodistas a retractarse de sus infundadas aseveraciones.
Autoregulación
Sin duda, fueron dos fallos inéditos en la historia del periodismo boliviano. Si bien ambos siguieron caminos distintos, la luz al fondo del túnel alumbró la autoregulación de quienes se dieron el arbitrario derecho de acusar al Presidente Evo Morales de participar en la muerte de dos personas, cuando ejercía el sindicalismo, y de inventar un supuesto embarazo de una Ministra de Estado.
En diferentes momentos, los autores de tales infamias tuvieron que retractarse de cara a sus audiencias. Un poco a regañadientes admitieron las faltas cometidas en la realización de un tipo de periodismo que hoy en día permite ese grado de superficialidad y falsedad, en el que no existen pruebas, documentos ni fuentes verificables. En suma, carecen de toda credibilidad.
Si la credibilidad constituye el bien mayor, el capital simbólico del o la periodista y de un medio de comunicación, pues a partir de estos fallos el público en general puede respirar aliviado al saber que la impunidad no campea libre en los micrófonos. Habrá de saber el periodista o el medio que para alzar la voz con oscuras intenciones de dañar la dignidad de las personas, así sean o no autoridad, cuentan con tribunos que vigilan la ética en el hacer periodístico.
¿Opinión sin ética?
Queda por reflexionar y/o revisar el límite entre la información y la opinión que se emiten desde un soporte comunicacional. Está claro que la información vacía de verdad fundamentada no es válida en la construcción del sentido social, de la noticia, pero ¿en qué queda la columna de opinión admitida y hecha pública con la venia del medio? ¿Qué filtros se aplican en expresiones solapadas de comentario o análisis?
Días después de la histórica retractación, uno de los periodistas involucrados publicó este tipo de afirmaciones en un diario de amplia circulación nacional: «Los cocaleros movilizados no llegan a ser una guerrilla. Son solo comandos de ajusticiamiento, pero que operan con la táctica de los guerrilleros, de golpear y replegarse«. ¿Es plausible dejar pasar una opinión con esa intencionalidad discursiva?
Si la autoregulación aplica a la información, por qué no a la opinión, si ambas parten de la misma base subjetiva. Algunos analistas plantean que la autoregulación -incluida en la Constitución Política del Estado- tendrá vida en la medida que los actores involucrados la ejerzan. El precedente está echado, los fallos históricos cumplieron su doble objetivo: restituir la verdad y la «fe» en otro tipo de periodismo.
Claudia Espinoza I. es comunicadora
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.