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Dos visiones del cierre de Megaupload

Fuentes: Diagonal

¿De quién es lo que se había subido? Por Txarlie Axebra El cierre de Megaupload no sólo ha significado la desaparición, al menos de forma temporal, de miles de archivos, libres y no libres. También ha abierto una posible brecha entre sus defensores y sus detractores, que algunos han querido ver, de forma interesada, como […]

¿De quién es lo que se había subido?

Por Txarlie Axebra

El cierre de Megaupload no sólo ha significado la desaparición, al menos de forma temporal, de miles de archivos, libres y no libres. También ha abierto una posible brecha entre sus defensores y sus detractores, que algunos han querido ver, de forma interesada, como partidarios de compartir contenidos con copyright y los partidaros del copyleft. Mi opinión es que ese conflicto realmente trataba sobre otra cuestión: ¿a quién pertenece Megaupload?

Si atendemos a una lógica puramente empresarial, la pregunta no tiene mayor complicación. La empresa la fundó el famoso hacker Dotcom, que supo anticiparse a lo que ahora llamamos «la nube»·, y se adelanta a servicios como Dropbox o Ubuntu One. Un pequeño sitio que consumía el 4% del tráfico de internet. Muchas fueron las creaciones copyleft que lo han usado al no carecer del límite de tamaño que ofrecían otros servicios como Youtube. Desde la lógica capitalista, Dotcom supo ver una oportunidad de mercado y consiguió ofrecer un producto que sus clientes necesitaban.

Sin embargo, la realidad es que Megaupload nace como un mecanismo para convertir en dinero lo que se estaba dando de por sí en las redes P2P a través de una cooperación sin ánimo de lucro. Es decir, Megaupload se aprovecha de la riqueza de cooperación y producción social distribuida, y la orienta a un solo lugar: la precariza. ¿Cómo lo hace? De dos maneras. Primero, haciendo a los usuarios responsables de apropiación indebida en las condiciones de la web. Segundo, convirtiendo esa cooperación en un «negocio». Pagando a determinados uploaders a cambio de subir determinados contenidos, pero a precios que en la mayoría de los casos significaba disfrutar una cuenta Premium de forma gratuita.

Sin embargo, precisamente por ser un servicio que se aprovecha y explota los usos de las redes P2P, se percibe colectivamente como lo mismo, una simple evolución. Aunque Megaupload nada tiene que ver con el P2P, la reacción de protesta por su cierre debemos entenderla como la defensa de lo que la herramienta significa. Como la defensa de la relación social de la que se apropian las empresas y no de la empresa en sí.

¿Es por lo tanto bueno que hayan cerrado Megaupload? Pues, a pesar del regreso con fuerza del P2P, no creo que pueda ser considerado una buena noticia. ¿Por qué? Porque nos encontramos con un paso más en la actual estrategia de represión de los lobbies de la propiedad intelectual. No les gusta la competencia; y no me refiero aquí al portal de música que supuestamente iba a sacar la empresa, sino a los intentos de denuncia de cualquiera que consideren intermediario dentro del proceso de compartir. Así tenemos el ejemplo de Pablo Soto, desarrollador de ManolitoP2P, un software para compartir ficheros de audio que Pablo había programado años atrás, y por lo que las discográficas le pedían 13 millones de euros. Por suerte, en esta ocasión no atendió a las peticiones de las discográficas.

A falta de que veamos el juicio, lo cierto es que Megaupload, hasta donde sabemos, cumplía escrupulosamente la ley. Al no subir archivos, borrar cuando eran solicitados y convertir al usuario en el responsable de la violación de copyright, su cierre sólo puede atender a la cooperación de la administración pública con los lobbies.

Además, ahora que el FBI tiene el acceso a sus servidores, pueden denunciar a todos y cada uno de los usuarios que subieron contenidos y/o cobraron por ello. Ahora que ya conocemos la trampa, nos queda volver al P2P. Es legal, es eficiente, es justo y no te crecen los millonarios a costa de tu trabajo.


Megaupload: el sonido del rebaño

Por David Aristegui

Cuando te pillaban leyendo una revista con gente desnuda, una salida solía ser el argumentar que en realidad la estabas consultando por sus artículos. Recordemos que autores como Ernest Hemingway, Norman Mailer o Woody Allen escribieron para Playboy. La cara que ponía el progenitor de turno al escuchar esa excusa era idéntica a la que se me pone ahora a mí cuando leo cómo desde ámbitos de izquierdas o activistas se intenta relacionar Megaupload (MU) con la libertad de expresión o la cultura libre.

En torno a MU el ruido que se ha generado es ensordecedor y desde el principio se ha perdido el foco. Megaupload es una empresa con sede en Hong Kong, cuyo modelo de negocio residía en proporcionar todo tipo de contenidos digitales para los cuales ni las personas que los habían creado ni las empresas implicadas en su comercialización daban jamás su consentimiento. Que hubiese gente que utilizase MU para transferir ficheros o para colgar materiales con licencias libres es anecdótico. MU se utilizaba para acceder a películas y series de manera gratuita o pagando una tarifa premium para descargar más y más rápido.

La industria sabrá por qué no impulsa plataformas que hicieran la competencia a este tipo de sitios de descargas, ya que es probable que un porcentaje de las personas que pagan por esas tarifas premium lo hicieran también por acceder a contenidos «legítimos», si el precio fuera razonable. Salvo excepciones, casi nadie se preocupa por el futuro de la industria.

Quien pone el grito en el cielo por el cierre de MU es una alianza de lo más peculiar: evidentemente, las y los respetables e indignados usuarios que pagaban (o no) por un servicio al que ya no pueden acceder. A éstos se suman ámbitos y personas relacionadas con la cultura libre. La animadversión hacia el entramado de la industria y las entidades de gestión es tal, que un movimiento como el copyleft, absolutamente riguroso y escrupuloso en lo concerniente a licencias de software, se ciega y adopta formalmente una bochornosa doble moral respecto a contenidos audiovisuales.

Mucha gente parece haber olvidado algo absolutamente elemental, en lo que ya se hacía hincapié al convertirse en productos de consumo masivo los programas de Microsoft. Los Windows y los clásicos Office sin licencia no fomentan el software libre, fomentan el todo gratis, exactamente como lo hacen ahora empresas como Megaupload con contenidos diferentes al software.

Jaron Lanier alerta en su libro El rebaño digital de lo que provocadoramente etiqueta como «totalitarismo cibernético»: una mentalidad y actitud de rebaño en lo que a contenidos digitales se refiere. Parece que ya no existe el término medio, como también reflejaba Isaac Rosa recientemente en Público («ni como internauta me siento seguro con el FBI apatrullando la Red; ni como creador me gustan los listos que se montan el negocio con el trabajo ajeno»), hay un diálogo de sordos entre el todo gratis y los excesos de la industria de entidades de gestión.

En vez de hablar de Megaupload, podríamos debatir sobre cosas más productivas. Ahora las entidades de gestión recaudan por obras libres quiera o no quiera el autor. El canon digital se ha «nacionalizado» y ahora es aún más indiscriminado que antes, ya que se pagará vía presupuestos generales del Estado. No hay entidades de gestión o formas análogas a sindicatos para defender a autores que quieran superar modelos obsoletos de propiedad intelectual. ¿Nos salimos del rebaño y encaramos todos estos temas, por favor?

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http://www.diagonalperiodico.net/Dos-visiones-del-cierre-de.html