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Reseña

«Drop City» de T. C. Boyle

Fuentes: Ladinamo

T. C. Boyle  Drop City  Mondadori    Un autobús escolar lleno de hippies drogados se dirige a un inhóspito bosque de Alaska para refundar una comuna que las autoridades californianas han clausurado, ¿cómo se titula la novela? Drop City . T. C. Boyle es un genio de la novela cómica, un subgénero difícil e infravalorado. […]

T. C. Boyle
 Drop City
 Mondadori
 
 Un autobús escolar lleno de hippies drogados se dirige a un inhóspito bosque de Alaska para refundar una comuna que las autoridades californianas han clausurado, ¿cómo se titula la novela? Drop City . T. C. Boyle es un genio de la novela cómica, un subgénero difícil e infravalorado. Hacer llorar es sencillo, pones a un jorobado a dar tumbos por París y a todo el mundo se le saltan las lágrimas. Para hacer reír hay que saber sacar a la luz los absurdos cotidianos más allá de cualquier tópico. Y Boyle ha aplicado esa habilidad a escenarios sumamente variados: el falansterio macrobiótico del inventor de los Corn Flakes (El balneario de Battle Creek), una colonia literaria (Oriente, Oriente), las expediciones geográficas de la Inglaterra victoriana (Música acuática)… Mucha gente ha querido ver en Drop City una parodia de la contracultura de los años sesenta, de Ken Kessey y todos esos comeflores con sus enfermedades venéreas y sus pies sucios. O sea, la clase de crítica que Cartman (el de South Park) sintentizó en una máxima acerca de los estupefacientes: «Las drogas son malas porque las toman los hippies y los hippies apestan». En realidad, el propio Boyle ha aclarado que Drop City pretendía ser un libro realista, no humorístico. En ese aspecto ha fracasado: es una novela mondante. Pero los motivos de befa son sumamente democráticos: la Alaska moralizante en plan Jack London, el buen rollo interracial, los policías de pueblo neonazis, los hombres pasados de testosterona, los hombres pusilánimes, la liberación sexual, la no liberación sexual, el vegetarianismo, la caza… Drop City retrata la vuelta a la naturaleza como una salida sin duda risible a una civilización sin duda insoportable. ¿Los hippies eran infantiles e irresponsables? Tal vez, pero bastante más razonables que quienes regaron Vietnam con napalm, jalearon a linchadores racistas o votaron a Nixon. Mejor ser un pueril idealista que la clase de pragmatista que vivió con terror la contracultura de los sesenta. Por eso Boyle se ríe de La Era de Acuario con un indudable cariño.

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