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Reseña del documental El paraíso de Hafner de Günter Schwaiger

Duke, Irving, Varela y la persistencia del fascismo

Fuentes: Rebelión

En un soleado sábado aterrizó, el mes pasado, en Barcelona David Duke, Gran Brujo del Ku Klux Klan y ex senador de Louisiana por el Partido Republicano. Duke, que antes había hecho escala en Madrid, acudió a la ciudad condal para dar una conferencia titulada Mi despertar sobre la questión (sic) judía y firmar copias […]

En un soleado sábado aterrizó, el mes pasado, en Barcelona David Duke, Gran Brujo del Ku Klux Klan y ex senador de Louisiana por el Partido Republicano. Duke, que antes había hecho escala en Madrid, acudió a la ciudad condal para dar una conferencia titulada Mi despertar sobre la questión (sic) judía y firmar copias de su último libro, titulado Supremacismo judío, en la Librería Europa. El dueño de esta librería radicada en el céntrico barrio de Gràcia no es otro que Pedro Varela -un conocido agitador de la extrema derecha europea, fundador del grupo neonazi CEDADE (Círculo Español De Amigos De Europa)-, quien la semana anterior vio cómo el Tribunal Constitucional daba luz verde a la Audiencia de Barcelona para pronunciarse sobre la sentencia de un juzgado penal que en 1998 lo condenó a cinco años de prisión por apología del genocidio, de acuerdo con el artículo 607.2 del Código Penal que castiga la difusión «por cualquier medio, de ideas o doctrinas que nieguen o justifiquen» el Holocausto, y que Varela había conseguido sortear mediante un recurso al TC. La presión de diferentes colectivos y organizaciones consiguió que la Fiscalia Superior de Catalunya tomara medidas y, aunque no se consiguió prohibir el acto (por realizarse en un local privado), éste al final fue cancelado por sus organizadores gracias a la presión popular. Desde las cuatro de la tarde, un impresionante dispositivo policial cerró todos los accesos a la calle Séneca, en la que se encuentra la librería Europa. Frente a los Mossos d’Esquadra -la policía autonómica catalana- medio millar de jóvenes antifascistas se manifestaron para impedir la conferencia. Finalmente Duke y Varela aparecieron ante los micrófonos para anunciar que suspendían el acto porque, en sus palabras, no tenían por qué tolerar las coacciones al público asistente ni tener que hablar bajo vigilancia policial (la Fiscalía había ordenado la presencia de policías en la sala y la grabación de la conferencia en vídeo para evitar que se cometiera un delito de negación del Holocausto).

Todo este ruido mediático sirvió, en fin, para dar cierta publicidad a un siniestro personaje, representante de las más rancias esencias sureñas: en su juventud militó en el Partido Nacionalsocialista Norteamericano, en la universidad de Louisina celebraba el aniversario de Adolf Hitler y no era raro verle vistiendo el uniforme nazi en manifestaciones supremacistas o pidiendo la pena de muerte para Los Siete de Chicago. Pero Duke es sobre todo conocido en su país por tratar de ampliar la base social del KKK sacándolo de la clandestinidad, disfrazando su retórica racista (algo que tratan de hacer todas las organizaciones de extrema derecha actuales), admitiendo en él a mujeres y católicos (cuya participación hasta entonces era considerada un tabú en la organización) y sustituyendo el típico atuendo blanco del Klan por la apariencia más funcional de hombres de negocios, vestidos pulcramente con traje y corbata. Con ánimo de adaptarse a los tiempos de videopolítica que corren, Duke pasó incluso por quirófano a finales de los ochenta para hacerse un lifting y estrecharse la nariz porque, por lo que parece, hasta la «raza superior» se desgasta con la vejez. De poco le sirvió todo esto, pues este famoso klansman no sólo perdió su cargo de senador, sino también el de gobernador del estado, y en diciembre del 2002 llegó a ser condenado a quince meses de prisión por fraude fiscal.

Pocas semanas después, aprendida la lección y sin levantar tanto ruido mediático, la librería Europa volvió a organizar una conferencia, en esta ocasión a cargo de David Irving, historiador británico revisionista que sostiene que en el Holocausto «murieron entre dos y tres millones de judíos», eximiendo a Adolf Hitler de toda responsabilidad. «No se ha encontrado ninguna prueba documental», declaró, «que indique que [Hitler] sabía lo que pasaba en los campos de concentración». Un centenar de manifestantes antifascistas trató de boicotear el acto, que finalmente tuvo lugar gracias a un fuerte desplegamiento policial. La Fiscalía ordenó a la policía que grabara en vídeo la conferencia por si Irving o Varela incurrían en un delito de opinión.

Las visitas de Duke e Irving han coincidido con la presencia en nuestras pantallas de El paraíso de Hafner ( Hafner’s Paradise , Günter Schwaiger, 2007), un sorprendente documental austriaco premiado en los festivales de Locarno, Valladolid y Gijón entre otros que, como Blood in the face (Kevin Rafferty, Anne Bohlen y James Ridgeway, 1991) -en la que, por cierto, aparecía abundante material de archivo de David Duke-, nos muestra un mundo, el de la extrema derecha, que pocas veces vemos y mucho menos imaginamos tan cerca nuestro. El epónimo protagonista de esta cinta que corre el riesgo de pasar inadvertida no es otro que un antiguo oficial de la WaffenSS que vive hoy retirado en Madrid. Voluntario en las SS, Hafner alcanzó el rango de oficial por su participación en la Segunda Guerra Mundial. Su entusiasmo y su entrega le valieron la confianza de sus superiores, que le eligieron para formar a otros jóvenes en las escuelas de élite de las SS antes de ser destinado a varios campos de concentración al final de la guerra. Detenido por los aliados, tras cumplir su condena viajó a la España franquista como hicieron muchos otros nazis -de ahí el «paraíso» del título- para evitar los numerosos procesos judiciales abiertos contra ellos. Una vez establecido en el país inventó una yogurtera que le proporcionó algunos beneficios antes de dedicarse a la cría de cerdos de importación («estan repartidos por toda España y nadie sabe que son cerdos alemanes»), mientras se integraba en la red de nacionalsocialistas huidos de la justicia trabando una profunda amistad con algunos de ellos, como el fascista belga León Degrelle (exiliado en Marbella), Joachim Heyroth, un piloto de la Legión Cóndor que participó en el bombardeo criminal de Gernika y que hoy languidece en una pensión madrileña, o Gerd Honsik, un revisionista austriaco arrestado en Málaga el 24 de agosto y extraditado a Austria, donde actualmente cumple 18 meses de prisión por negación del Holocausto.

El paraíso de Hafner resulta espeluznante y no hay en ella ninguna imagen atroz, más allá de los testimonios gráficos del Holocausto. Schwaiger nos ofrece el retrato de un nazi octogenario que se ha fabricado un mundo a su medida a base de engaños, cuya pequeñez y cotidianeidad -la famosa banalidad del mal de la que hablara Hannah Arendt-, y aún diríase más, su extrema vulgaridad, resultan tan chocantes como insoportables para el espectador. Como ha escrito el propio director, » Paul María Hafner no es un marciano, ni un ser diabólico, sino aparentemente un señor respetable que vive en un barrio señorial de Madrid y, a sus 84 años, podría pasar por un simpático abuelo lleno de bondad y cariño. Y, paradójicamente, esa visión no es del todo desacertada. Hafner te estrecha la mano y te sonríe muy conciente de que tiene cierto charme y gracia. Habla del bien y del mal como cualquiera, juega al ajedrez, nada 600 metros todos los días y cuando va a la compra a uno le entran ganas de llevarle las bolsas a casa. El ser humano es tremendamente complejo y camaleónico. Como ya sabemos, un vigilante de un campo de concentración podía besar a sus niños por la mañana y matar a palos a un preso por la tarde. Era todo cuestión de ‘perspectiva’.» Hafner, que nunca ha aceptado la existencia del Holocausto ni se ha arrepentido de su pasado nazi (su refugió en España le facilitó evadir ese compromiso), es al final de la película confrontado con Hans Landauer, un ex-brigadista austriaco que sobrevivió a Dachau y que coloca ante los ojos de este nazi convencido todas las pruebas de la existencia del Holocausto -algo parecido a lo que hizo Rithy Pahn en la excelente S21: La máquina de la muerte de los jemeres rojos (S-21: la machine de mort Khmère Rouge, 2003) al reunir a verdugos y víctimas para que los primeros se enfrentaran a su pasado y los segundos recuperasen su dignidad-. Hafner, evidentemente, niega todas las evidencias, tachándolas de fabricaciones, de propaganda. Después de lo cual, vuelve a su gris existencia, aligerada de vez en cuando con la asistencia a los mítines del partido ultra Fuerza Nueva. Aunque después de su encuentro con Landauer, Hafner, que en treinta y cinco años no había tenido problemas de salud, empieza a notar un repentino e inexplicable dolor de muelas (¿metáfora psicosomática?). Especial interés tiene para el espectador español la presencia inquietante -¿inexplicable?)- en el piso de Hafner de un cartel electoral de la AP de Manuel Fraga (actual Partido Popular) y de un retrato de la presidenta de la comunidad autónoma de Madrid, Esperanza Aguirre.

Duke, Hafner, Irving o Varela pueden parecernos personajes extemporáneos. Pero no conviene olvidar que el fascismo fue el resultado del temor a la fuerza del movimiento obrero europeo por parte de la gran burguesía, que financió, organizó y aupó al poder en Europa a toda suerte de grupos de desclasados y lumpenproletariats de ideología violenta y reaccionaria para destruir así las conquistas de la clase obrera, eliminar sus organizaciones y sindicatos y, en definitiva, no sólo «para suprimir un socialismo revolucionario sino para barrer las conquistas del socialismo reformista», como señalara Otto Bauer. El economista belga Ernst Mandel demostró en varios de sus escritos, y particularmente en El fascismo, cómo la extracción de plusvalía o la reducción de salarios fueron crecientes en todos los países sometidos al fascismo durante la segunda mitad del siglo XX. Lo que no debe perderse de vista, en todo caso, es que el fenómeno del fascismo es incomprensible sin una explicación que describa el origen y el mecanismo de sus estructuras, que no son otros que los del capital financiero cuando quiere asegurar su dominio «apostando fuerte». Y de momento, y aunque veamos con preocupación un cierto resurgir de la extrema derecha (1), «prefieren llamar a la policía y equiparla con mejores armas para que se ‘ocupe de las perturbaciones'», como escribía Mandel.

«Que el fascismo sobreviva, que la tan trillada elaboración del pasado no se haya logrado hasta hoy y que haya degenerado en su propia caricatura, el olvido frío y vacío, se debe a que subsisten los presupuestos sociales que propiciaron el fascismo. En lo esencial, éste no puede ser deducido de disposiciones subjetivas», escribía a mediados de siglo Adorno. «El orden económico, así como la organización económica basada en su modelo, aún obligan a las mayorías a depender de acontecimientos sobre los que no tienen control y, por tanto, a un estado de minorisdad. Si quieren vivir, no les queda más remedio que adaptarse a lo dado y someterse; deben eliminar precisamente aquella subjetividad autónoma a la que apela la idea de democracia y sólo pueden sobrevivir si renuncian a su propio yo.» Recientemente hemos podido ver a Pedro Cuevas, asesino de Guillem Agulló durante una manifestación en Alicante, presentarse impunemente como candidato en las últimas elecciones municipales por la fascista Alianza Nacional, o a un joven antifascista madrileño morir apuñalado en una reyerta con un grupo de neonazis. La frase, pues, continua siendo válida. ¿Cuándo dejará de serlo?

Àngel Ferrero es licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Autónoma de Barcelona. Actualmente realiza el doctorado en esa misma universidad.

(1) Véase el artículo de Miguel Urbán para SinPermiso (www.sinpermiso.info ): La extrema derecha en el Reino de España (25-02-07)