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«El 47» nos interpela

Fuentes: Viento Sur

Es una película extraordinaria. Buena idea, excelente guion, gran trabajo de producción, admirable utilización de imágenes de archivo, magistral rodaje, actrices y actores muy bien elegidos y fantástica edición. Los espectaculares resultados en su exhibición en las salas de cine hacen prever que también tendrá éxito en las plataformas. Conviene visionarla en una sala, en gran pantalla, pero en cualquier caso es recomendable para personas de casi todas las edades. ‘Para todos los públicos’. Hay que reivindicar El 47.

Hay que tener muy presente que se trata de una producción cinematográfica de ficción, basada en hechos reales, pero totalmente alejada del género documental. No es un reportaje, ni un informe audiovisual construido con una recopilación de testimonios. Es, sencillamente, una inolvidable película, para la cual el director y su equipo se han permitido todas las licencias que han considerado oportunas. Aun así, El 47 sirve para refrescar recuerdos de un tiempo en el cual en los barrios obreros crecía y se consolidaba la conciencia de clase. Hacía falta una historia como esta, destinada al conjunto de la sociedad. Para jóvenes, niñas y niños de hoy es una demostración y una oportunidad para entender y aprender que existen clases sociales.

Es una herramienta valiosa para la recuperación de la memoria, para reflexionar sobre el presente y para mirar hacia el futuro, para que siempre se tenga presente a la gente que se vio y se ve obligada a dejar tierra, familia y amigos para intentar vivir dignamente en otro lugar.

Los 7 premios Gaudí que ha obtenido (mejor película, mejor actriz secundaria, mejor protagonista masculino, mejor dirección de producción, mejores efectos visuales, mejor vestuario, mejor maquillaje y peluquería) ayudarán a incrementar todavía más el impacto social ya conseguido. Cuenta con catorce nominaciones para los premios Goya que se entregarán el próximos 8 de febrero. Hay que prever y desear que El 47 sea reconocida en todas partes como lo que es: una película excepcional desde puntos de vista muy diversos, pero hay que destacar que, en estos tiempos de desengaño social y de extensión del individualismo, un valor fundamental es la capacidad de hacer hervir dentro de la cabeza de miles y miles de personas la idea de la solidaridad, la exaltación eficiente de la acción colectiva, la de recordar, de manera muy didáctica y emotiva, que la gente trabajadora puede hacer que se respete su derecho a vivir dignamente cuando toma conciencia y confianza en su propia fuerza.

El 47 recupera sentimientos y argumentos en favor de las redes ciudadanas de apoyo mutuo. Así queda reflejado en escenas situadas en los años 50, cuando crecían barrios de barracas. En un extremo de la ciudad de Barcelona, en Torre Baró, vecinos y vecinas deciden, en la película, construir viviendas colectivamente, una a una, durante la noche, para dejar terminado el techo y evitar de este modo los derribos previstos en las normas urbanísticas de entonces.

La mayor parte del film, sin embargo, se sitúa en el contexto de los años 70, donde se pone de manifiesto la relevancia de la vida asociativa, en condiciones más que difíciles, el orgullo de barrio, el valor de la escuela, la utilidad de la lucha obrera, el rechazo de las humillaciones, la capacidad de hacer frente a la represión policial, la de los grises, … La película no pasa por alto ni la actividad sindical ni las dificultades que hay que superar cuando se producen despidos o cuando los burócratas invitan a la resignación, con la amenaza de un recorte salarial y con un argumento muy clásico: “No es el momento de pedir nada”, “ahora toca perfil bajo”.

La película tiene protagonistas, claro está. Los necesarios para un argumento. Algunos para representar personajes que forman parte de la historia del movimiento obrero, como quien ejerció un liderazgo carismático entre los vecinos de Torre Baró, Manolo Vital. Un trabajador nacido en Extremadura, concretamente en Valencia de Alcántara, hijo de un hombre asesinado por la Falange, y que en los años 50 se siente expulsado de su tierra y se ve obligado a emigrar. Y una mujer, monja, de l’Espluga de Francolí, dedicada en cuerpo y alma a la escolarización y alfabetización de pequeños y mayores, Carmen Vila, que cuelga los hábitos, pero no su vocación de maestra y elige como pareja a Manolo Vital.

Vital y Vila, encarnados de manera fascinante por Eduard Fernández y Clara Segura, y una chica que en la ficción representa ser hija suya, Joana, interpretada por Zoe Bonafonte, transmiten ideas, estados de ánimo, deseos y contradicciones de quienes se implicaron de una u otra forma en la lucha por la conquista de derechos sociales desde un barrio olvidado de la capital catalana.

Otros profesionales de la escena elegidos para rodar este film permiten llenar de humanidad su relato, que ya se ha hecho famoso, pero el auténtico impulsor de la obra, Jaume Roures, y su director, Marcel Barrena, se pueden considerar afortunados por haber podido contar con la colaboración de un número considerable de vecinos y vecinas actuales de Torre Baró.

Las secuencias centrales y más célebres de El 47 son las relacionadas con la reivindicación de transporte público para el barrio y con una audaz iniciativa en la que Manolo Vital asumió con valentía. Él trabajaba como conductor de autobús y quería conseguir para su barrio el servicio que no tenía. Lo reivindicó de la manera que pudo en la calle y en los despachos del Ayuntamiento. Pero ni caso. Le decían que era imposible y ante la incomprensión y las negativas de la institución decidió demostrar que su autobús, el 47, podía llegar a Torre Baró. Lo secuestró  y lo condujo hacia las empinadas calles de su barrio, donde se había organizado el apoyo a su acción. Quien quiera saber cómo se evocan aquellos hechos en una maravillosa película tendrán que ir a una de las salas de cine donde se proyecta, o visionarla en alguna buena pantalla de TV.

Cuando se disponía a poner fin al secuestro del coche de TMB [Transportes Metropolitanos de Barcelona], Vital y otras personas que se solidarizaron con él acabaron detenidas. La movilización popular de aquellos años no solo neutralizó las represalias -el dirigente vecinal de Torre Baró mantuvo su empleo en la empresa municipal de autobuses- sino que abrió la puerta para que los vecinos de Torre Baró ganaran la batalla del transporte público y también otra, la del pavimentado de las calles. Consiguieron líneas de autobús con trayectos que llegan a su barrio. Ahora, por deseo del actual gobierno municipal, una parada de autobús quedará bautizada con el nombre de Manolo Vital.

Parece que todo el mundo celebra aquella gesta, pero no es difícil imaginar qué respuesta darían hoy las autoridades catalanas a un acto de insubordinación como el que protagonizó Vital. Con toda seguridad enviarían la BRIMO [la brigada antidisturbios en Catalunya].

Tinta derrochada

Dicho esto, resulta sorprendente la cantidad de tinta derrochada por algunas personas para poner en cuestión, con expresiones de desaprobación y/o de resentimiento, el valor de esta singular obra de cine social, la más vista en lengua catalana en salas del Estado español en los últimos cuarenta años. En vez de acoger con satisfacción el éxito de una producción dedicada a la autoorganización y la movilización de los y las de abajo, descalifican su contenido, amargamente, con más o menos contundencia. Unos consideran que la película es poco fiel a los acontecimientos, particularmente por la carencia de reconocimiento de la influencia de un partido, el PSUC, realmente muy implantado en aquel tiempo entre la clase trabajadora y en el cual militaba Manolo Vital. Otros consideran que el argumento se centra demasiado en la iniciativa de una persona y tendría que dejar constancia que antes y después de la muerte de Franco tuvieron lugar muchas acciones similares reivindicativas de transporte público y de otros servicios.

Tampoco han faltado ataques a las licencias que se ha tomado el equipo de dirección en la adaptación a su guion de hechos reales de los años 50 y 70. Y también hay quien manifiesta incomodidad por el tipo de utilización de la lengua catalana.

En determinados círculos izquierdistas siempre aparecen individuos que, más allá de la reflexión crítica, tienen por costumbre disparar contra quien se desmarca de las tradiciones autoritarias. Cuesta olvidar, por ejemplo, que había quien afirmaba que Missing, de Costa Gavras, centrada en los crímenes cometidos por militares chilenos durante el golpe de Estado contra el presidente Salvador Allende, “en realidad lo que rezumaba era una defensa del régimen político de Estados Unidos como país en el que se respetan los derechos de sus ciudadanos”. Muchos recordarán palabras de algunos significados dirigentes políticos contra el argumento de Tierra y libertad, de Ken Loach, porque deja constancia de la represión estalinista durante la guerra en el frente de Aragón contra la milicia del POUM. Los lunes al sol, de Fernando León de Aranoa, trasladó con gran eficacia a las pantallas el sufrimiento provocado por las reconversiones industriales, pero también tuvo detractores que aseguraban que transmitía un “derrotismo innecesario entre las clases trabajadoras”. También hubo quien escribió contra Salvador, de Manuel Huerga, por una supuesta instrumentalización de la figura de Salvador Puig Antich y por haber humanizado la actitud de un funcionario de prisiones… Podríamos seguir con otros muchos ejemplos de producción cultural contestataria menospreciada por quienes cabe esperar que aprovechen su potencial antisistema.

Quizás en El 47 se podía haber hecho mención de alguna manera al papel de la militancia del PSUC en la lucha antifranquista y en el tiempo posterior a la muerte del dictador, pero hay que lamentar que determinadas críticas en este sentido procedan de quien ha intentado y todavía intenta borrar de la historia la actividad filantrópica y subversiva de personas comprometidas en otras organizaciones de la izquierda comunista, en las anarquistas, socialistas, independentistas, maoístas, pacifistas, de los cristianos de base… Demasiado a menudo se oía la voz de dirigentes de partidos que reivindicaban el suyo como el partido, el partido único de la clase obrera. El resto, decían los más sectarios, representaban intereses pequeño burgueses o de otras clases.

Quien lamenta que El 47 se centra excesivamente en una persona y de que no se valora suficientemente la organización en la cual militaba olvida el culto que se practicaba y se practica en favor de determinados individuos, que ejercieron el poder de manera vergonzosa y despótica o que pretenden liderar organizaciones que se reivindican progresistas. Cultos a personalidades que se han dado en el pasado y en la actualidad se rinden en favor de quienes se empecinan en imponer su liderazgo y que no pueden disimular la enemistad con cualquier discrepante. Son devociones que se encuentran en la raíz de buena parte de las enfermedades que padece la izquierda.

Manolo Vital, presidente de la Asociación de Vecinos y Vecinas de Torre Baró hasta el año 1994, no era un sectario. Conviene revisitar esta entrevista que le hicieron en Nou Barris TV. Oirle hablar sobre lo que era su barrio, en el que vivió desde  1951, “cuando todo era montaña”, hasta el final de sus días en 2010, ayuda a hacerse cargo de su talante. Interesa lo que explica sobre las personas que llegaban a Catalunya, expulsadas de una u otra forma de sus poblaciones de Andalucía, Extremadura, Galicia…, de las manifestaciones legales e ilegales que realizaron para conseguir los servicios e infraestructuras más elementales, porque no tenían nada de nada, sobre el papel de la juventud, las reuniones antifranquistas bajo los pinos… Interesa también y mucho oír cómo explicó lo que guardaba cuidadosamente en su memoria sobre cómo se llevó a cabo el secuestro del autobús.

Las personas que le tomaron el relevo también son normales y próximas, preocupadas para conseguir lo que hoy necesitan los habitantes de Torre Baró, que no es poca cosa: aceras, espacios para la vida social, particularmente para la gente mayor, cableado bajo tierra, conexiones entre calles, médico, farmacia, panadería… Gregoria García Ruiz, que fue la primera mujer presidenta de la Asociación de Vecinas y Vecinos de Torre Baró, habla de su barrio en primera persona del plural. También conviene escucharla en este enlace. Este mismo sábado 18 de enero explicó que se siente “muy representada” en El 47 y “por todo lo que rodea la película”, porque “representa las vivencias del barrio”.

Hace falta que quien quiere trabajar en favor de un cambio social lo haga de la mano de quien se siente identificado con el pueblo de El 47. El canto de Joana al final de la película no deja lugar a dudas sobre cuál es la toma de partido de los autores.

Esta película interesa e interpela a miles y miles de personas de todas las edades, también jóvenes y niños, que necesitan asumir en sus vidas el valor de la solidaridad. Hay que reivindicar sin cicatería y sin reservas lo que aporta El 47. Hacen falta muchos 47.

Marià de Delàs es periodista