«En este marco se comprende el pedido de Jesús a sus discípulos: » ¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37), lo cual implica tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres, como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy […]
Papa Francisco
Hace 40 años tomé contacto con el cooperativismo, con su historia y con su práctica. Mi experiencia social en esa época, a los 20 años, remitía al movimiento estudiantil universitario y a una inserción informal en el mercado de trabajo, anticipando varias décadas algo que terminaría siendo normal, la precariedad laboral. Es lamentable el deterioro ocurrido en nuestro país luego de cuatro décadas. Entonces, y no solo como joven, todo era expectativa esperanzada. El presente y el futuro nos pertenecía, e incluso, Vietnam le ganaba la guerra al poderoso EEUU.
La dolorosa noche del terrorismo de Estado me recluyó en el estudio de la economía política y su crítica, especialmente en los estudios para desarrollos alternativos de las sociedades humanas, mientras continuaba mi actividad laboral y militante en el cooperativismo. Ahí descubrí al cooperativismo escolar y la importancia de trabajar con los chicos en edad escolar y valorar la práctica del trabajo manual e intelectual inspirado en la solidaridad de los cooperadores escolares, al tiempo que practicaban la democracia participativa, algo negado por el tiempo político de una dictadura genocida. Lo que si sabíamos entonces, era que se requería el acompañamiento de los docentes para favorecer la experiencia cooperativa.
Eso expresaba todo un tema, porque algunos directores/as eran totalmente funcionales a las antidemocráticas autoridades nacionales. El miedo a lo solidario y cooperativo cerraba las puertas al cooperativismo en general y al escolar en particular. Era muy importante la prédica que hacíamos por esos años bravos con las queridas Ruth Louhau, Beba y Orieta Barbato, extraordinarias maestras y cultoras de la enseñanza del cooperativismo en el aula. Eran los tiempos inaugurales del Instituto de la Cooperación dirigido por el maestro León Schujman. La cultura y la política del Estado terrorista nos impedían avanzar con fuerza, pero no impedían el esfuerzo y la convicción en defensa de nuestros ideales. Es algo que sigue teniendo validez pese a las restricciones para instalar los valores y principios de la cooperación en una sociedad sustentada en el consumismo, el individualismo y el sálvese quien pueda.
Expectativas por las que debemos seguir luchando
Desde 1983 imaginamos otra etapa que no termina de gestarse. Es cierto que proliferaron las experiencias y las declaraciones favorables al cooperativismo y a su enseñanza, pero la práctica social en el aula no fue el correlato correspondiente.
La respuesta es que ya no tenemos un Estado autoritario como en tiempos de la dictadura genocida, pero este Estado actual mantiene su calificativo como Estado capitalista, y por ende, favorece la lógica de la ganancia, de la acumulación y la dominación de los capitales más concentrados. Así, el cooperativismo es sólo y como mucho, adorno y retórica, salvo lo generado por los actores directos para construir un orden alternativo.
Esta afirmación, que es válida en el ámbito nacional, lo es más en las provincias empobrecidas de nuestro país, y entre ellas Formosa.
Hablo de empobrecidas y no pobres, porque la riqueza potencial de la articulación de los bienes comunes y la fuerza de trabajo bajo otras relaciones económicas podrían superar los problemas estructurales que condenan a la miseria a una parte importante de la provincia.
La riqueza socialmente generada en nuestras provincias es saqueada por el poder local y mundial. Lo que sobra en nuestro país es dependencia y extranjerización, de una política económica que históricamente contribuye a la acumulación de capitales más allá de nuestras fronteras.
Por eso se destruyen las economías regionales y aún, en el crecimiento económico, el beneficio es solo para los grandes inversores de la expansión de la frontera agrícola sojera, o de la mega minería a cielo abierto en un ciclo de re-primarización de nuestra economía, y en todo caso, con promoción de servicios para favorecer la lógica de acumulación de los grandes capitales, que incluye la actividad informal y precaria del empleo en servicios de baja calidad para los sectores de menores ingresos y se recurre a numerosos planes asistenciales que perpetúan relaciones de dependencia, y que a su vez son caldos de cultivo de corrupción.
¿Es dable pensar en proyectos alternativos emancipatorios en tales condiciones?
Valores y principios cooperativos en la educación
En ese sentido aparece destacado el aporte del cooperativismo y de la enseñanza de la cooperación en las aulas escolares y universitarias, ya que generan una cultura alternativa, conocimientos socialmente relevantes y que encuentran en el ámbito académico sustento científico dirigido a la formación de los futuros profesionales que, eventualmente, incidan en la sociedad, en la empresa y en la educación general.
Necesitamos que se discutan alternativas sustentables y desplegadas por la propia lucha y cultura popular. Necesitamos construir una conciencia emancipatoria.
El interrogante puntual es si se puede superar el empobrecimiento. No hay dudas que sí. Para ello se requiere de un proyecto social consciente y mayoritario que supere el atraso actual y organice formas solidarias de soluciones colectivas para satisfacer amplias necesidades de la población local, claro que en articulación con otras poblaciones de provincias vecinas y la región latinoamericana.
Para lograr esa conciencia se requiere una nueva cultura popular sustentada en los valores de la cooperación y la solidaridad, contrarios a los del sálvese quien pueda que impone el orden neoliberal del capitalismo en crisis.
Es larga la historia del cooperativismo para afirmar el proceso de emancipación social. Aunque es cierto que los poderes fácticos combaten esos objetivos, en primer lugar con la desnaturalización de variadas experiencias cooperativas, transformadas en formas concretas de subordinación a la acumulación de capitales. El objetivo se concreta con la cooptación de experiencias de origen solidario que son absorbidas por el orden hegemónico del mercado.
Una de las explicaciones del fenómeno es la falta de cultura y educación en los valores y principios de las cooperativas, de asesores, profesionales y dirigentes de las cooperativas absorbidos por la lógica cultural del capital y la ganancia.
De allí la importancia de la educación cooperativa y la práctica democrática en los emprendimientos solidarios. Es una tarea que necesita ser fomentada, a contramano de la lógica individualista y en integración con otros movimientos o fuerzas políticas que les interese construir otra economía más ligada a los intereses de las mayorías.
Es una actividad a desarrollar en todos los ámbitos de la educación formal y con mecanismos pedagógicos en el movimiento popular, especialmente con los adultos, consolidando una estrategia que atraviese a todas las edades en la formación sistemática en los valores de la cooperación.
Con ese espíritu existe una batalla por desarrollar la enseñanza del cooperativismo en las escuelas y universidades a fin de contribuir a estimular el pensamiento crítico y alternativo desde la niñez y la juventud.
Solidaridad con la lucha
Es el trabajo que vienen desarrollando los compañeros docentes de TECNICOOP que bregan por esos objetivos y valores en la educación formoseña y que como trabajadores se les retacea la jerarquización laboral y la remuneración salarial correspondiente.
Está claro que no alcanza con demandar al gobierno de Formosa que responda la justa reivindicación laboral y profesional de los docentes cooperativos de TECNICOOP, sino que debemos concentrar potencia solidaria, en primer término, del movimiento cooperativo Latinoamericano, argentino y en segundo término de fuerzas sociales y políticas, encaminando una gran «movida» que llame a los impugnadores a cejar esas impropias políticas anti cooperativas.
Se requiere, sin dudas, de un Estado que encause las luchas y valores alternativos, que consolide la enseñanza del cooperativismo en las escuelas y en las universidades.
Así se habrá de consolidar el sector social de la economía, estimulando a los emprendimientos autogestionarios del movimiento popular, a las empresas recuperadas por sus trabajadores, cortándole el paso a la concentración y centralización del capital contra toda experiencia de alternativa no lucrativa.
Por eso estas líneas, contextualizando los reclamos de los docentes sobre sus justos derechos de reivindicación laboral y profesional del cooperativismo escolar y universitario en Formosa, y que por cierto germinan interrogantes sobre la naturaleza de una gestión gubernamental que desaprovecha recursos humanos altamente cualificados como lo son los destacados docentes cooperativos, quienes potenciarían planes o proyectos estratégicos de capacitación a medianos y pequeños productores, ávidos de estas herramientas.
Para ellos mi más solidario reconocimiento, acompañándoles y alentándoles a continuar la lucha y la predica solidaria contra insensibles burócratas y socios menores del capitalismo contemporáneo.
Julio C. Gambina es Doctor en Ciencias Sociales de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Profesor de Economía Política en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario, Presidente de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas, FISYP, e Integrante del Comité Directivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, CLACSO (2006-2012). Director del Instituto de Estudios y Formación de la CTA, IEF-CTA Autónoma. También participa como miembro del Consejo Académico de ATTAC-Argentina y dirige el Centro de Estudios Formación de la Federación Judicial Argentina. Columnista sobre Economía Política en medios periodísticos.
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