No quedan dudas que, vista la globalidad de la sociedad argentina, el cristinismo es la fuerza política más poderosa. Eso lo prueban su poder estatal cada día más importante; la reconocida fuerza electoral y de convocatoria de una dirección política unificada en Cristina y -ahora- también su hijo Máximo.
Lo muestran el progresivo avance sobre el PJ y otros aparatos electorales; el control total del gobierno de la Provincia de Buenos Aires; la presencia de La Cámpora como factor organizador del conjunto y con fuerte presencia en sectores juveniles y de mediana edad.
A estas fortalezas le acompaña más de una debilidad. En estas reflexiones, más allá del señalamiento de algunas de ellas, lo que se pretende es mostrar los desafíos que el cristinismo deberá superar adoptar si quisiera ofrecerse como una alternativa superadora de esta crisis.
Lo que esconde el tironeo entre funcionarios
El cristinismo (los seguidores de Cristina Fernández de Kirchner), como una profundización del kirchnerismo, viene formulando un discurso de una cierta rebeldía hacia el sistema y trata de presentarse como una alternativa al mismo. Sin embargo y fiel al pensamiento socialdemócrata en el que -en términos generales abreva- toma como propias algunas ideas de dicho tradicional pensamiento.
Eso condiciona su programa actual y las perspectivas futuras. Dentro de esas limitaciones hay dos conceptos al que adscriben y que marca los límites de su pensamiento: Continúan llevando a la práctica el viejo modelo agroexportador, ampliado en los últimos años a las exportaciones forestales y mineras.
La otra idea, de la que se muestran fieles defensores, es que el capitalismo es el único sistema aplicable. Sobre esta cuestión no son pocos los que cuestionan esa afirmación por la responsabilidad del capitalismo en los dramas que atraviesa esta humanidad. El propio Papa Francisco es uno de esos críticos.
Es por eso que, más allá de algunos discursos altisonantes, la práctica -allí donde mueren las palabras- indica de qué modo continúan las políticas que favorecen el extractivismo de nuestras riquezas.
Son pruebas evidentes las masivas deforestaciones, los nefastos proyectos de la megaminería, las prácticas agrícolas dependientes de paquetes tecnológicos y semillas genéticamente modificadas, que enferman a nuestros pueblos y destruyen el medio ambiente.
Esa contradicción, entre un discurso con rasgos antisistémicos, que aparenta “comerse la cancha” y una práctica que no ataca nuestros problemas tradicionales, es una cuestión ante la cual el cristinismo (a pesar de haber gobernado largos años) no tuvo, ni tiene respuesta.
Esa incapacidad de construir en la práctica un programa distinto, que permita organizar y canalizar las expectativas populares, hace que termine encerrado en debates que -sin un viable y visible proyecto de poder- se agoten en pomposos discursos.
Si el cristinismo aspira construir un país y una sociedad distinta, debe decirlo. Ya se ha demostrado que este modelo agroexportador y el consumismo (para los tiempos de las “vacas gordas” en los precios internacionales) no alcanzan. Cuando caen los precios de nuestros productos de exportación (como pasara en el segundo gobierno de Perón, o el de Cristina -2011/2015-) o nos acogotan con la deuda, como pasa en la actualidad, vienen las falencias y quedan sin respuesta.
Defender al subsecretario de Energía Eléctrica Federico Basualdo para que las tarifas eléctricas no hundan más aún al pueblo está bien, pero si eso permite que algunos grupos empresariales reducen la oferta de la energía necesaria algo anda mal, porque el Estado tiene instrumentos para evitarlo.
Del mismo modo que no pareciera que sea correcto que sean los bancos quienes acumulen las mayores ganancias en todos estos años, al amparo de las leyes de Entidades Financieras de Alfredo Martínez de Hoz cuyos contenidos centrales siguen vigentes.
La falta de un proyecto de largo plazo hace que la Argentina discuta cuestiones menores mientras que las grandes decisiones siguen estando en manos de los filibusteros de siempre.
Por todo ello el cristinismo debe decidir si continúan bancando las actuales políticas, pagando el precio de ese desgaste o si deciden hablar claro y ponerse al frente de las decisiones. Es obvio que la contradicción entre el poder electoral de Cristina y la lapicera institucional del presidente Alberto Fernández produce un gobierno que se paraliza a sí mismo.
Pero antes deberían explicitar el porqué, el sentido, la dirección que proponen con una u otra decisión.
La deuda decide … y mucho
En los tiempos que corren, el tema de la deuda no tiene un despacho en la Casa Rosada (de gobierno) que diga algo así: “Ministerio para el pago de la deuda”. Aunque parece que sí tiene un ministro para esa tarea: Martín Guzmán. Eso no pasa sólo con este gobierno. Eso viene de lejos, está pasando, desde hace décadas.
Los acontecimientos político-económicos de mayor impacto en la coyuntura tienen que ver con el Fondo Monetario Internacional (FMI), sus políticas, nuestros compromisos y cómo se sale de este berenjenal.
Mencionaremos algunos de ellos: El debate sobre las tarifas; los problemas con el pago de 50 mil planes sociales que están suspendidos y la reposición o no del Programa de Ingreso Familiar de Emergencia (IFE). Todos ellos remiten a la forma de abordar el tema de la deuda y las relaciones con el FMI.
Más allá de las fotos y consignas de “unidad” aquí están las cuestiones que tienen en vilo las relaciones entre quienes ocupan la cúpula administrativa del gobierno: los dos Fernández, Cristina y Alberto.
El Presidente está convencido que resolviendo el tema de las vacunas se gana la elección. Por eso cede pagando los vencimientos, confiando en las negociaciones con el FMI. Con ello aspira llegar a un acuerdo, aunque sea al precio de “ajustes” que agraven la situación social.
Cristina, también confía en las vacunas como herramienta electoral, pero responde más a la idea que con esta inflación y una caída en el empleo y consumo es muy difícil “salvar la ropa” en las urnas.
Por ello propone jugar cartas mucho más fuertes en la relación con el FMI, sin descontar una “negociación infinita” con el mismo, que deje -hasta las elecciones- las manos libres para emitir, frenar algunos insoportables aumentos de tarifas, no suspender los pagos de planes sociales, junto a otras medidas de protección económica para una sociedad exhausta.
El viaje del Presidente a Europa, para reunirse con las autoridades de Portugal, España, Francia, Italia y el Papa Francisco va en la dirección de conseguir apoyos que lo acerquen a una menos gravosa negociación con el FMI. Es posible que el viernes 14 se cruce, en el Vaticano, con Kristalina Georgieva -Directora General del FMI- que allí asistirá a un Seminario.
Este viaje es la continuación del reciente de Guzmán a ésos y otros países de Europa. El mismo atiende a la necesidad de acordar con el FMI y también encontrar respuestas para los próximos vencimientos que Argentina tiene con el Club de París por 2.400 millones de dólares.
En simultáneo con estos gestos hay otros dos hechos de la semana que no pueden pasar indavrtidos. Uno que, en la Cámara de Representantes de EEUU, 70 diputados demócratas presentaron un Proyecto de Declaración para que ese país, hasta el fin de esta pandemia, suspenda los reclamos por deudas de nuestro país e igual petición se formule a las autoridades del FMI.
Eso fue el fruto de una gestión de Sergio Massa, el “canciller” para EEUU. Dos, El senador Oscar Parrilli, la mano derecha de Cristina en el Senado y en el Instituto Patria, presentó un Proyecto de Declaración para que los 4.350 millones de dólares que el FMI le transferirá a nuestro país, por un aumento del capital del mismo, no sean utilizados para pagar deudas, sino para combatir Covid, pobreza y dar empleo.
En esta cuestión llama la atención esa “declaración”, dado que la prohibición de pagar deudas está contemplada en las condiciones para el destino de esos recursos. Además es una “Declaración” del oficialismo para recordárselo a su propio Ministro de Economía. Raro, ¿no? Es obvio que, en lo que respecta al FMI, la Casa Rosada tiene una idea y el Instituto Patria (Cristina) tiene otra.
Más importante que esas diferencias es recordar que mientras se sigan aceptando como válidas esas “deudas odiosas”, seguirán estos tironeos internos.
La crisis del sistema institucional
Los temas están en la agenda de la política diaria, aunque a veces se los oculte. Pero estas cuestiones, entremezcladas, aparecieron con fuerza esta semana. El signo más evidente fue el fallo de la Suprema Corte, reconociendo la autonomía de la Ciudad de Buenos Aires, con el consecuente rechazo del gobierno nacional.
Pero lo sucedido con este motivo no es más que la punta del iceberg de una profunda crisis que atañe a todos y que cobra mayor actualidad cuando el país vive situaciones, como las que están transcurriendo en Colombia. Allí, larguísimo tiempo de gigantescas broncas acumuladas están explotando haciendo evidente lo obvio.
Nuestra América, dicen los números, es el continente con mayor desigualdad de todo el planeta. Se puede decir que Nuestra América está en llamas. Aquí estamos en otro nivel, pero se vienen juntando broncas que si no encuentran su salida terminará estallando.
Hoy la realidad argentina ve asomar otros riesgos. Se trata lisa y llanamente de una descomposición interna. Un poderoso sistema se ha construido en torno a la administración central, los puertos, la ciudad de Buenos Aires y lo que la rodea. Allí se concentran la mayor riqueza, pero también las broncas.
Frente a hay un interior desarticulado, donde aparecen atisbos de autonomías que amenazan con una disgregación que en estos largos años se ha ido construyendo, bajo la mirada olvidadiza o interesada de diversos gobiernos, que parecen no percibir todo lo que ello significa.
Juan Guahán. Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)