Un breve libro, resultado mixto de una escritura de urgencia en tiempo presente y una revisita a una elaboración que lleva décadas, intenta respuestas en un momento de Argentina plagado de zozobras y decepciones.
Alejandro Horowicz.
El kirchnerismo desarmado. La larga agonía del cuarto peronismo.
Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 1ª. Edición. Ariel, 2023.
174 páginas.
Como es sabido, Horowicz es autor de un libro devenido clásico, Los cuatro peronismos, cuya primera aparición data de 1985, en el extinto sello Legasa. Desde entonces se han hecho múltiples ediciones.
En una de ellas, la de Planeta en 1989, el ensayista agregó un capítulo, “La democracia de la derrota”, en el que encaraba la continuidad del ciclo iniciado por la última dictadura, que entonces se abría a un último peronismo, privado ya de sus orientaciones nacional-populares y abocado a la consolidación y profundización de los resultados de la derrota sufrida por las clases subalternas en 1976.
En la mirada del autor esas coordenadas rigen el itinerario de la sociedad argentina hasta el presente, sin que las reformulaciones producidas por las presidencias de Néstor y Cristina Fernández de Kirchner alcanzaran a marcar un cambio de rumbo.
En este volumen, el escritor conjuga dos ensayos. En primer término “El peronismo estallado”, síntesis interpretativa elaborada en estos meses, que hace eje en el actual desmantelamiento del kirchnerismo, hundido en un mar de “moderación”, al servicio de los intereses del gran capital. El mismo que lo ha llevado al disciplinamiento renovado hacia el FMI, previa elección de un presidente ajeno a su tronco, que desmintió casi desde el primer momento todas las expectativas suscitadas en su torno.
Le sigue el mencionado escrito de 1989, sometido a una reescritura. El orden temporal invertido remite a un viaje a las raíces de los fenómenos actuales. Una secuencia heurística que se dirige a rastrear en los arreglos de los días de Raúl Alfonsín y el plan Austral, simientes no tan lejanas de los actuales tiempos colocados bajo el signo de Javier Milei.
La crisis permanente, la ofensiva antipopular constante.
El autor no asigna un decurso independiente a la crisis de representación que afecta nuestra institucionalidad política, sino que la encuadra en la persistencia del sistema de saqueo del país por una clase dominante que sale de cada crisis recurrente con un incremento de sus ganancias y un nuevo traslado de sus divisas al exterior.
Se configura así un “programa” vergonzante pero efectivo, verificado en un ciclo que puede remontarse hasta el “rodrigazo”. Para la gran mayoría de la sociedad se traduce en un empobrecimiento cada vez más acentuado, que emerge como resultado de unas políticas gubernamentales que concluyen por hacer “más o menos lo mismo”, una vez y otra.
Se configura un régimen político que, en la mirada del estudioso, se asemeja a una prolongación de los resultados de la dictadura por otros medios: “En la ‘democracia de la derrota’, es muy simple transformar las cosas si es en una dirección, pero ya no se precisan militares, desapariciones, torturas y muertes para impedir transformaciones en la otra dirección: las instituciones se encargan de volverlas tarea imposible.” (p. 81)
Se renueva el ciclo de déficit, inflación y endeudamiento impagable, que permite al gran capital incrementar sus ganancias para luego ponerlas a buen recaudo en el exterior. “El orden político, cooptado por el programa económico que terminó de imponerse en 1976, garantiza a través del monopolio de las candidaturas electivas una adecuada selección de personal.” (p. 70).
El capital “vota con los pies”, llevándose sus cuantiosas ganancias a plazas que se supone más “seguras”:
“En el último medio siglo, ningún presidente obtuvo la necesaria ‘confianza’ para que las empresas reinvirtieran el grueso de su tasa de ganancia en territorio nacional. Ni siquiera la obtuvieron gobiernos que exhibían sin pudor su afinidad con la ‘sensibilidad’ del capital: ni la dictadura de 1976, ni el menemismo, ni Mauricio Macri.” (p. 18)
El Kirchnerismo, discontinuidad irresuelta.
Horowicz sostiene así la continuidad del “programa de fondo” desde 1975. Reconoce que el kirchnerismo marcó una diferencia, pero la considera del todo insuficiente para imprimir un rumbo de fondo disímil con lo anterior a la sociedad argentina.
El sendero propio fue señalizado por su política de derechos humanos, exitoso corte del reinado de las leyes de impunidad y producto de una clave inteligente a la hora de lidiar con el abismo político abierto en 2001.
Las coordenadas que el autor percibe en el entramado de construcción de poder y legitimación urdido por Néstor Kirchner pasan por la cooptación de los artefactos supérstites del menemismo y el rescate de la épica setentista, puesta al servicio de la re-creación de un discurso popular con identidad peronista.
Esa combinación de avance y regresividad y su propensión al retroceso se pone de manifiesto en el texto a través del examen del conflicto con “el campo”.
El oficialismo de entonces se enfrenta al cuestionamiento activo de los propietarios rurales en pie de guerra. Choca de frente con la clase dominante, y lo hace sin apelar a la represión, y tampoco a la movilización masiva. Dejó la calle a sus adversarios, que incrementaron y diversificaron las medidas de hostigamiento, algunas de extrema violencia.
Sólo acudió al apoyo popular demasiado tarde, al tiempo que llevaba la disputa al terreno parlamentario, jugándolo todo a una votación que no pudo ganar, traicionado por una parte del aparato del justicialismo.
Emergió derrotado, aunque cabe señalar que no fue ese el final de las tentativas de poner en vereda ciertos abusos o colocar límites a algunos negocios, tal como ocurrió con la reestatización de las AFJP o la nacionalización de Aerolíneas Argentinas. Fue más bien el agotamiento de un ciclo económico favorable y la carencia de decisión para un avance más firme, lo que lo llevó a una candidatura de retroceso y a la derrota electoral que cerró el trayecto.
El pantano y la orilla.
Al acercarse a 2023, Horowicz pone énfasis en un cuadro político en el que los últimos tres presidentes (CFK, Mauricio Macri, Alberto Fernández) han quedado fuera de la posibilidad de volver a serlo. Y al respecto apunta:
“Que ninguno de los competidores de 2019 siga en carrera nos permite saber qué piensa la compacta mayoría sobre los últimos tres presidentes. La fórmula ‘los políticos son una mierda’, se diga o se calle, tiñe la despolitizada pero comprensible percepción colectiva.” (p. 13)
Tal vez debería agregarse que la ausencia de la actual vicepresidenta de la liza electoral no tuvo como determinantes únicos el desgaste y el desprestigio. Ingresa asimismo en la ecuación que haya sido víctima de una prolongada persecución judicial que a fines de 2022 arribó a una condena judicial. Y que fuera sujeto de un atentado contra su vida que resultó fallido sólo por una torpeza del ejecutor.
Lo cierto es que liderazgos de larga procedencia se revelaron agotados. Y las sucesiones respectivas aparecen como insatisfactorias para votantes invadidos por el desencanto. En ese cuadro de desconcierto se agigantaron las posibilidades de la ultraderecha emergente, en dirección al mayor oscurecimiento de una escena revelada con antelación como desoladora.
El autor hace referencia a las apelaciones a la “unidad nacional” que emanan del kirchnerismo en estos días. Las mismas que son acompañadas con frecuencia y fuerza crecientes por el actual ministro de Economía y candidato, afecto a descubrir “queridos amigos” en el rosario de gobernadores provinciales y dirigentes nacionales adscriptos a políticas económicas neoliberales y a acciones represivas brutales.
Invocaciones vacuas porque como A.H. apunta, las clases dominantes no se proponen acordar nada. No tienen un “proyecto nacional” propio, ni tampoco están dispuestas a consensuar ninguno que provenga de fuera de su ámbito.
A la hora de contemplar la perspectiva para las inminentes elecciones presidenciales, A.H. se detiene en la parquedad extrema de lo que augura la trabajosa re-versión del peronismo unificado:
“Massa sólo promete ‘sensibilidad’ en un ajuste ‘más piadoso’. La diferencia es puramente discursiva; cómo harán lo que van a hacer se conocerá en la cancha. Será mucho más importante cuánto estén dispuestas a resistir las víctimas que las promesas de campaña.” (p. 104)
La última frase encierra una clave decisiva. Frente al ya pétreo compromiso de la cúspide del peronismo y del conjunto del sistema político como “partido único del gran capital”, sólo la respuesta popular puede poner freno efectivo a los ataques que desatarán cualquiera de sus versiones. El “desarme” del kirchnerismo puede equivaler a una larga travesía del desierto. O dar lugar a la búsqueda eficaz del camino para convertir la derrota persistente en contraofensiva exitosa.
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Este nuevo libro reaviva añosos interrogantes y agrega otros nuevos. Como hitos de un recorrido que arrancó a mediados de la década de 1980 y se preña hoy de incertezas, en un clima de fin de época de contornos aún indefinidos.
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