El ultimátum anunciado por los militares al poder legislativo, en un momento de crisis política, obliga a analizar a la institución castrense que es el corazón del Estado, y que durante el gobierno de Evo Morales se lo quiso transformar mediante la tristemente famosa Escuela de Comando Antiimperialista (ECA), que fue una acción táctica para, dizque, profundizar la Revolución Democrática y Cultural, y decimos táctica porque la utilidad de la ECA nunca tuvo una meta clara a la que debía arribar. Y esto sucedió porque el ejército es un poder del Estado y siempre ha servido y sirve hasta el presente a la clase que ha diseñado este Estado: la oligarquía antinacional.
Zavaleta Mercado afirmaba que “el ejército es la síntesis de la sociedad”, un lugar en el que las preferencias ideológicas están descartadas, y si se permite una lucha ideológica, el intento es estéril, porque lo que prevalece en ese ejército, en última instancia, son los intereses, las creencias, las ideas y las concepciones del mundo de la clase dominante. En este caso el sistema de creencias que predomina por jerarquía y verticalidad es el que emana del encanto de las clases medias, ideología que no es más que el culto a la ideología del sistema dominante, que quiérase o no, es todavía del capitalismo. Así, la ideología y su soporte, el ejército, no han hecho más que conservar las tradiciones y las cosas, aspecto que se refleja en el ciclo de dictaduras militares que concluyó el 1982 y cuyo único fin era la ejemplarización política de los movimientos populares.
Es verdad que esta oficialidad, no es la de Busch, Villarroel o Tórrez que constituyen la excepcionalidad del ejército, es la oficialidad de la democracia iniciada el 82 pero que se encuentra con la Guerra del gas el 2003, con las masacres de Senkata y Sacaba el 2019, en una actitud de revalidación de su formación represiva y que, por su colocación en los aparatos del Estado, cumple con su rol de la imposición del orden interno y no la defensa de la frontera; todo porque es un ejército entrenado en la doctrina norteamericana. Entonces, si sumamos una oficialidad con creencias de las clases medias más un entrenamiento en la doctrina norteamericana, lo que impera todavía dentro del ejército son otros intereses, porque no hay que olvidar que el momento constitutivo del ejército o sea su existencia, su equipamiento, sus formas organizativas provienen bajo el control neocolonial norteamericano, que es algo así como su mantra militar.
Por tanto, lo que estamos cuestionando es el espíritu conservador del ejército, que nos lleva a problematizar cómo podemos reconstruirlo en un ejército más democrático, donde los oficiales hablen en condiciones de igualdad con los suboficiales y la tropa, y que ese diálogo esté enmarcado en base al respeto y el reconocimiento, porque a fin de cuentas los de abajo (suboficiales y tropa) son su corazón, su sangre, su pensamiento y su camino, y sólo de esa manera surgirán nuevas prácticas y discursos. Este “nuevo” ejército democrático tendrá que defender el poder democrático popular que se expresa en derechos sociales conquistados por los movimientos indígenas y sociales; y estar integrado en una gran mayoría por militares fieles a esos intereses democráticos del pueblo. Donde el trabajo político revista una importancia primordial, porque será el alma del ejército; una formación política que sea el reflejo de una ideología, o sea de ese nuevo conjunto de ideas, creencias, normas, concepciones sobre el mundo, que reflejen los sueños, aspiraciones, reivindicaciones de las mayoría sociales.
Y este punto de la politización es importante aclararlo, porque escuchamos voces que afirmaban: “nos han inculcado que los militares debíamos ser apolíticos”[1], o por el contrario, militares que “dan plazo al legislativo para que apruebe ascensos”[2]; ésta amenaza y la experiencia de los dictaduras militares nos demuestran que el ejército siempre han hecho política debido al fracaso político de su clase dominante, aspecto que nos obliga a descartar el prejuicio de que los militares son seres que sólo se dedican a obedecer lo que los políticos les ordenan. Todo lo contrario, cuando los militares irrumpen en la política es para ejecutar lo que dice el abc de su doctrina, “salvar a la patria” con el dogma de su impunidad, que en otros términos significa, que el ejército y sus oficiales deben ser considerados para todo fin intocables, porque ellos son los portadores del espíritu del Estado. Por ello, “la absolución está inmersa en el acto mismo: lo que se hace allá, en el seno de la liturgia militar, está dentro de la razón de Estado” (Zavaleta M.)
Por el momento, debemos dejar de ilusionarnos si un militar lanza peroratas heroicas, y trabajar para cuando llegue el momento en que el ejército pueda parir militares estilo Busch, Villarroel, Tórrez, Chávez, que hacían y decían en lo que creían, con pasión. Militares en el que la disciplina significaba respetar la responsabilidad propia y la de los demás, y donde la moral connotaba el sentido ético de la palabra y el sentido heroico; porque disciplina y moral son las bases sobre las que se asienta la fuerza de un ejército, cualquiera que sea su composición. Solamente así podremos reconstruir un ejército con pasión por su patria, contando con dos características fundamentales: su naturaleza popular y la justa causa que defienden.
Si esa posible reconstrucción del ejército es seria y estructural, nunca más el ejército disparará contra el pueblo, sea cual sea el régimen de gobierno que esté en la Plaza Murillo, esto significaría que el ejército, como todo el mundo, pertenece en primer término a su propia historia, por lo tanto tendrá que hacer el esfuerzo para que su presente resignifique su pasado. De lo que estamos hablando es que el ejército al resignificar su pasado desde este presente, comience a respetar, ayudar, defender al pueblo, con el fin de ganar su confianza, su afecto y realizar una perfecta alianza entre pueblo y ejército; de esa manera el nuevo proyecto de convivencia, entre estos dos sujetos, ya no estará basado exclusivamente en la fuerza concentrada del ejército, sino en el afecto y el apoyo de su pueblo, que es la fuente inagotable de su poder. Sólo así se cumpliría el sueño del cura Camilo Tórrez: “el ejército es el pueblo uniformado”.
Notas:
[1] “A través de la Doctrina de Seguridad nacional, impuesta por los norteamericanos, nos han inculcado que los militares debíamos ser apolíticos: ¿cómo apolíticos? Si defendíamos los intereses del imperio; nos inculcaron el odio al socialismo; entonces, ¿dónde que éramos apolíticos los militares?” (Edwin de la Fuente, ex – Comandante de las Fuerzas Armadas, Modernizar las FFAA implica descolonizarlas, La Razón, Animal Político, Nº 277, 31 de julio 2016)
Jhonny Peralta Espinoza. Exmilitante de las Fuerzas Armadas de Liberación Zárate Willka.