1. El ejército, se dice, es el pueblo armado, y hay mucho de verdad porque más del 95% de sus soldados vienen de las masas de campesinos miserables. Ninguno de esos soldados ingresó a esa institución por convicciones o «amor patrio» sino por falta de trabajo y de ingresos. Pero al ingresar a esa institución […]
1. El ejército, se dice, es el pueblo armado, y hay mucho de verdad porque más del 95% de sus soldados vienen de las masas de campesinos miserables. Ninguno de esos soldados ingresó a esa institución por convicciones o «amor patrio» sino por falta de trabajo y de ingresos. Pero al ingresar a esa institución armada -como puede verse en la película Cara de Guerra del inolvidable Kubrick- debe olvidar sus pensamientos y sentimientos como campesino para adoptar el que le imponen por la fuerza brutal. ¿Pueden acaso escuchar los llamados ilusos de los luchadores sociales de no reprimir a sus hermanos campesinos, a su pueblo? ¿Se olvida acaso que los soldados sufren un profundo proceso de «lavado de cerebro», que tienen que obedecer órdenes para no ser acusados de traidores? ¿Qué comerá su familia sin sus salarios?
2. Al ejército federal mexicano -garantía para la estabilidad y la supervivencia del sistema capitalista en el país- se le otorgó un carácter casi sagrado, intocable, desde su creación después del desarme del ejército de la dictadura porfiriana en Teoloyucan en 1915. Desde entonces fue la garantía del orden y la paz capitalista después de una revolución y una constitución (1910/17) que garantizaba y hacía inviolable la propiedad privada. Cientos de miles de miembros del ejército se hicieron respetar en los «desfiles patrios» y cuando acudían a auxiliar a la población en caso de ciclones o temblores; pero en la medida en que se convirtió en fuerza de represión contra las luchas del pueblo, invadió ciudades y estados, así como al perseguir y asesinar a inocentes, perdió totalmente el respeto. Se le cayó la máscara y enseñó su verdadera cara.
3. Nadie olvida las terribles represiones que han estado a su cargo: los maestros othonistas, los ferrocarrileros vallejistas, los estudiantes de 1966/68, los campesinos de diversos estados. El gobierno poco a poco se fue acostumbrando a usar al ejército para auxiliar a la policía o ya, más claro, para intimidar y garantizar la toma de cualquier plaza, ciudad o poblado rural, como ha podido verse de manera permanente en Guerrero, en Chiapas a partir del EZLN y en Oaxaca con la lucha de los profesores y la APPO. Si antes decir ejército significaba amenaza y terror, hoy pronunciar ese nombre significa protesta y repudio. ¡Qué maravilloso hubiese sido que el ejército sirviera solamente para defender al país contra cualquier invasión extranjera, tal como se escribió en la constitución y mientras tanto se dedique a la solidaridad social!
4. El ejército -con un gigantesco presupuesto público y altísimos salarios de sus jefes- sólo sirve para apoyar a cualquier gobierno constituido aunque esté destrozando y llevando al desplome al país. Los ejércitos no defienden a la «patria» como dicen, sino que desde que se integró sólo a defendido al presidente de turno cuando el pueblo, demostrando con dignidad su descontento, se ha rebelado. ¿Puede ser de otra manera? Se han hecho muchas propuestas para democratizarlo, es decir, para abrir su estructura y funcionamiento al análisis y a la crítica social. Por ejemplo: ¿Para qué sirve el ejército si México es un país de paz y nadie lo ha amenazado nunca? ¿No basta acaso una policía eficiente para controlar la situación interna de la nación? ¿Qué hacen los 500 o 700 mil efectivos diariamente para justificar sus salarios?
5. El director del centro de Derechos Humanos Agustín Pro, Luis Arriaga, dijo que ante los hechos contundentes en Ciudad Juárez: alta incidencia de delitos, ‘espectacularidad’ en las acciones, la crueldad de los delitos y el incremento de las fuerzas policíacas y militares; las propuestas del gobierno han sido ineficaces, apenas se sintetizan en el aumento de las penas punitivas y la intervención de las fuerzas militares en tareas de seguridad que corresponden a las autoridades civiles. El gobierno mexicano sigue una «estrategia equivocada» en el combate y seguimiento del narcotráfico y el secuestro. La confrontación de 45 mil militares diseminados en el país contra las organizaciones delictivas esta generando «mayor violencia contra la violencia» y sextuplicó de 2006 a 2008 el numero de quejas y violaciones en contra de los castrenses.
6. En México han surgido miles de denuncias que se hacen ante derechos humanos. Sólo desde México se han registrado denuncias de abusos, allanamientos, cateos de viviendas sin orden judicial, violaciones y torturas; así como ejecuciones perpetradas por militares, dijo Arriaga refiriéndose al caso de un hombre que en Sinaloa fue asesinado por el Ejército. Han documentado en un reporte 120 casos de abusos, entre los que destacan ataques con arma de fuego; cateos arbitrarios; torturas y la agresión a grupos vulnerables: niños y mujeres en las entidades de Guerrero; Tamaulipas; Chiapas; Michoacán; Chihuahua; Sinaloa y Nuevo León. Los militares -al decir del Agustín Pro- se han movido bajo una «lógica bélica» y parecen dispuestos a morir o matar. ¿Quién les da las órdenes para su actuación indiscrimina en los lugares que ocupan?
7. Por eso, cuando el derechista secretario de Gobernación -ante la exigencia de los diputados para que sean investigadas las violaciones a los derechos humanos y los excesos cometidos por integrantes del Ejército Mexicano- tal como lo han expuesto organizaciones como Human Rights Watch (HRW), el funcionario defendió a los militares y dijo que algunos reportes sobre presuntos abusos abren espacios para la difamación de la institución castrense. Señaló que ni está en su interés (del gobierno) tolerar abusos, pero tampoco someter a los soldados, marinos y policías de México al escarnio injustificado, que muchas veces puede obedecer a los fines e intereses de quienes combaten, sostuvo el funcionario. Incluso se le exigió que se supriman los operativos y retenes militares en el país.
8. Señala el gobierno que se difama a la institución castrense, pero las distintas organizaciones de Derechos Humanos han demostrado lo contrario. Lo que sucede es que el ejército, en lugar de demostrarle a los distintos gobiernos que los llamados delitos no se combaten con la fuerza bruta sino mediante la justicia y la equidad, se lanzan de la manera más violenta a defender gobiernos injustos. ¿Cómo acabar con la delincuencia y el narcotráfico? Pues con la distribución equitativa de la riqueza, acabando con el desempleo y los ingresos miserables y, al mismo tiempo, obligando a los millonarios y gobiernos a alejarse de los negocios que tienen con los grandes capos de la droga. El ejército puede limpiar su nombre como institución pero necesita separarse de esa ideología de fuerza, de represión y poder que le han inculcado.