«Desengaño» tiene, entre otras, dos acepciones: pérdida de ilusión y descubrimiento. Continuamente se nos bombardea con que hay que olvidar, callar, no decir, porque es inoportuno, porque no es el lugar, no es el momento, hay que dejar atrás. Decir la verdad, se nos dice, es un fallo garrafal, no se puede decir de esa […]
«Desengaño» tiene, entre otras, dos acepciones: pérdida de ilusión y descubrimiento. Continuamente se nos bombardea con que hay que olvidar, callar, no decir, porque es inoportuno, porque no es el lugar, no es el momento, hay que dejar atrás. Decir la verdad, se nos dice, es un fallo garrafal, no se puede decir de esa forma… Es la forma lo que interesa, no el fondo, ya tenemos el desengaño.
Por otra parte, hemos oído a los mismos voceros hacer loas a la verdad y su importancia, y claman por ella cuando sus consecuencias tienen calculado que van a ser vanas, que es otra «forma» de conducirnos al desengaño. Con todo esto se da la paradoja de culpar a alguien por decir la verdad, por recordar, por refrescar la memoria, por señalar las causas, el pasado, el comportamiento que conduce a las consecuencias. Y es que nuestros actos nos señalan, son nuestros apellidos, nos identifican, son la luz que nos hace ver ante los demás. Más sibilinamente los enemigos de la verdad chantajean diciendo: «si tiramos del hilo vamos a saber algo que no queremos saber, o algo que no es bueno que se sepa, o que sepamos». Eso si no oímos, tras enterarnos de la verdad, conclusiones y cierres de conversación tan conformistas como el tópico «es que siempre ha sido así». La consecuencia del chantaje para conculcar la verdad puede ser desastrosa: podemos alcanzar la cima de la ignorancia sobre el mundo en que vivimos, sobre nuestra, y la de todos, situación que es el presente, sobre nuestro pasado, y por tanto las directrices de nuestro futuro.
Después de la guerra, el terror fascista había implantado el miedo entre la población, haciendo decir a mucha gente «qué bonita es la ignorancia», triste modo de conservar lo que le quedaba a uno de vida. La responsabilidad de la degradación social y humana a ese respecto es de los que extienden entre la gente el que la verdad es mejor ocultarla, «que bonita es la ignorancia», y a esos mismos los escuchamos todos los días en la radio, en la televisión, lo leemos en los periódicos, y a individuos que adoctrinan en lo sobrenatural y en lo natural. Consiguen que se viva en el miedo, en la aceptación de lo impuesto por la fuerza, y resulte intocable lo que ha establecido el más fuerte, el que tiene más dinero, el que tiene más poder, el más influyente a cualquier nivel, que viene desde el pasado haciendo callar a los demás, en las familias, en los colegios, en la calle, en las instituciones públicas o privadas. En fin, les gustaría suprimir el fondo, lo principal, lo que debemos saber.
La imposición del silencio es tan discutible como deshumanizador. No hace mucho hemos oído decir ante la propuesta de retirar las estatuas del dictador, placas de calles y demás, porque pertenecen a un pasado nefasto, el pasado, entre otras cosas, de la mentira, hemos oído decir despectivamente para tratar de distraer la mirada sobre la Historia: «eso no interesa a la gente». Pero son los mismos que están contra las libertades que se dan para el que quiera hacer uso de ellas: unas veces es el divorcio, otras el aborto, otras la investigación con células madre para combatir enfermedades, también contra el matrimonio, claro que fuera de la iglesia, nadie obliga a nadie ni les obligan a ellos, el matrimonio -trámite legal que otorga derechos y conlleva deberes legales-, de personas, seres humanos como usted, que tienen una sexualidad distinta a la establecida, única y absoluta por esos amigos del silencio. Son, claro que no es casualidad, los que desean que el mundo, la Historia, la vida vuelva atrás. Tienen una preocupación especial por las «almas», no por el hombre de «h» minúscula; recuerdo lo que decía monseñor Obando, aquél de Nicaragua, ante las imágenes que mostraban un grupo de niños asesinados por el ejército mercenario armado por EE.UU., conocido como «la contra»: «es peor matar las almas que los cuerpos», eso decía Obando, tan hipócrita e inhumano, tan fascista. Pero no hay que olvidar. ¿Qué seríamos sin nuestro nombre?, ¿cómo podríamos vivir sin saber quienes somos?
La Generalitat de Cataluña va a abrir un centro público para impulsar un proyecto que se llamará «Memorial Democrático para la recuperación de la cultura antifranquista». Entre otras cosas, pretende mantener una exposición permanente de reivindicación de los valores de la II República y de la lucha antifranquista. Se propone, además, recoger todos los sumarios de consejos de guerra y recuperar los datos autobiográficos para constituir un banco audiovisual. Además, recogerá fondos de otras instituciones, así como de particulares, creará un inventario de lugares y elementos significativos de la dictadura y una biblioteca especializada. El Memorial Democrático se podrá consultar por internet. ¿Habrá alguien más, en ayuntamientos o en cualquier otro estamento de gobierno, que recoja la propuesta de la Generalitat?
Para que fortalezcamos la memoria democrática, para conocer el pasado que es nuestro, se pone en las librerías y centros de lectura un libro que firma Ricard Vinyes, El daño y la memoria. Las prisiones de María Salvo, que muestra la vida de María Salvo en las prisiones fascistas. Una mujer trabajadora que luchó en las fábricas, en las calles, con sus compañeras para reivindicar un salario justo, y que luego, en la guerra defendió la Republica, el régimen democrático. Dentro de la cárcel también sufrió el acoso que la mentira del fascismo supo hacer creer a sus compañeros con respecto a ella: fue acusada de colaboracionista y aislada por sus propios compañeros. Más tarde descubrirían la verdad. La vida, si se puede llamar así, en las cárceles fascistas fue horrorosa. María Salvo sufrió en ellas dieciséis años, dieciséis años apartada del mundo la convirtieron en un ser que acabó desconociendo hasta el uso de los cubiertos, que la pusieron al borde de la locura. María Salvo nunca se desengañó porque nunca se engañó. Sabía lo que los amigos del silencio hacían con los seres humanos, matarlos, encarcelarlos, engañarlos, eliminar, degradar la condición humana, confundir. Su historia, la historia de su lucha, es la historia de muchas y muchos, mujeres y hombres, que nos enorgullecen a los demócratas. Historia nuestra, Historia de España que debía ser enseñada en los colegios, para poner la verdad entre nosotros y hacer que los niños, los jóvenes y los menos jóvenes conozcan su pasado, y se otorgue el respeto que se les debe a quienes defendieron la República, como es el caso de María Salvo. Ella, que había luchado en esas condiciones espantosas contra la propia degradación que produce la mentira, sobrevivió. Una lectura para reafirmarse en la verdad.
- El daño y la memoria. Las prisiones de María Salvo
- Plaza y Janés, Barcelona, 2004