Hay momentos en que si uno quiere mostrarse como demócrata es conspirar contra la misma democracia, esto es lo que hoy hace la derecha, porque un de las formas de derrocar a Lucho Arce, es escindirse de la democracia y formar una corriente política que se apropia de palabras de contenido fuerte y les cambie su sentido y significado, así la supuesta lucha que la derecha posfascista instala es la consigna: democracia, libertad y justicia.
La derecha dice que la democracia está infectada de totalitarismo, comunismo y violación a los derechos humanos, que el único antibiótico se llama Camacho o Mesa o Reyes Villa. Imaginemos un país donde una gran mayoría sucumben al discurso racista de la derecha (bestias llaman a los indios, déspota le dicen al presidente, raza bendita cruceña, cuervos a los migrantes, etc.) y en unas elecciones la mayoría vota por ese discurso. Pero supongamos que en otro país donde a pesar de dichos discursos, los ciudadanos votan reafirmando su compromiso con la solidaridad y su voluntad de convivir con todos. Aquí, la diferencia no es solo objetiva, no es que a los primeros votantes que actúan con una aparente sincera convicción, en su conciencia saben que lo que están haciendo es un hecho vergonzoso y que los discursos de la derecha solo encubren sus malos sentimientos.
Pero también en este caso hay una diferencia subjetiva, porque hay distintos tipos de pasión política, ya que la gente que vota en contra de los discursos racistas es consciente del efecto liberador de su acto, porque encarna un auténtico progreso de los principios morales del país. Por esta razón desde el 2006 entendemos que la democracia no es un reflejo de una doctrina o de la aplicación de unos principios universales; la democracia, como lo han asumido los movimientos sociales, debe resolver problemas sociales y no enredarse en problemas teóricos, todo esto en el marco de una constante evolución de las prácticas que llamamos democráticas.
Entonces, la democracia vinculada a un contexto concreto debe ayudar a construir una vida comunitaria que sea coherente con las necesidades, intereses y expectativas de las grandes mayorías nacionales, una democracia que es contradictoria a la democracia de la derecha, que significa una democracia sin indios como diputados o ministros, pactos de la democracia para repartirse los excedentes económicos, privatizaciones de los recursos naturales, cuoteo del poder judicial, etc. Por tanto, lo que nos interesa en esta lucha por la consigna de democracia con la derecha son las prácticas democráticas, o sea determinar qué es democrático y lo que no es democrático. Esta diferenciación marca el terreno de la lucha democrática.
Cuando la derecha reivindica la consigna “libertad o comunismo”, lo que en realidad desea es la “libertad” de competencia, porque como todos somos capitalistas, afirmación del facho de Carlos Valverde, entonces lo que se busca es la competición encarnizada sin límites entre todos. A la derecha para nada les sirve la libertad ilimitada de prensa y de reunión, el contraste libre de opiniones, la libertad de asociación, pilares de las libertades democráticas. La “libertad” de la derecha está asociado al concepto “securitista”, que es el esfuerzo agresivo tendiente a la defensa de un privilegio o supremacía –social, racial, nacional, sexual, étnica, propietaria– y que lo perciben como amenazada; por eso hablan de que el comunismo al estilo cubano controlará sus ahorros, sus propiedades, su monoculturalismo, etc.
Esta reacción paranoica, obsesionada por el fantasma del comunismo, está decidida a proteger por cualquier medio lo que cree que está en peligro, en este caso la “libertad” de sus propiedades; esta clase de “libertad” nos demuestra que la democracia política de esta derecha también puede ser una forma de no libertad, porque su libertad política seguirá reproduciendo desigualdades económicas y políticas, donde los menos favorecidos seguirán siendo considerados como ciudadanos de segunda categoría, ¿recordamos las dos Bolivias? Con esta clase de libertad, la derecha quiere pedirle al pueblo que se sacrifique por esa libertad, consciente que dicha libertad es incapaz de darle de comer; así, se produce formas de no-libertades, por ejemplo, cuando se priva al pueblo de una redistribución justa de los excedentes económicos, cuando no se atiende con dignidad a los ancianos y los niños mediante bonos, cuando se nos priva del derecho de tener en nuestras manos nuestro destino.
La batalla por la libertad para la derecha no es la batalla por el control de los bienes comunes en favor de los pueblos, sino en favor de sus bolsillos; o sea entre la derecha y nosotros hay una marcada diferencia, y es que nuestra noción de libertad se basa en la realización mutua, colectiva, dicho de otra manera, no se puede ser libre fuera de la comunidad.
La justicia instrumento de la ley no es un campo neutral de juego, es la materialización (nunca definitiva) de una relación de fuerzas; por esto que las victorias de los humildes, de las mujeres, de los indios, de los trabajadores que se expresan en actos de justicia, escritas en las leyes, nos dicen que no son las leyes, la justicia, que otorgan derechos, sino las luchas. Y si no hay nuevas luchas que actualicen las luchas pasadas, los derechos y su justicia, se convierten en papel mojado. Entonces de nada sirve repetir que la Constitución es la más justa, si los pueblos, las mujeres, etc. dejan de luchar por más justicia, por más derechos.
Pero cuando la derecha reivindica la justicia, tiene en mente arremeter contra las luchas sociales, porque entiende que las calles, las comunidades, son los espacios donde fermentan las demandas de justicia social. Solo así se comprende el ataque mediante insultos y violencia física en contra de personas humildes a las que se llama bestias y se las patea en el suelo, todo en nombre de la libertad y de la biblia. Esta derecha antinacional nunca comprenderá que, frente a su idea de justicia, está el concepto de justicia social que es el antídoto contra las divisiones, las exclusiones y las desigualdades. Este desprecio y ataque por parte de la derecha al concepto de la justicia social, tiene que ver con el desmantelamiento o la destrucción de la función social del Estado, destrucciones que la derecha nos lleva progresivamente a un sistema totalitario.
Como vemos las ideas sobre democracia, libertad y justicia que tiene la derecha, para nada apunta a relaciones de dominación, no atenta contra las líneas duras de subordinación, marginación, exclusión y explotación; esta derecha posfascista llama a las cosas por su nombre: bestia al aymara, dictador al Presidente Lucho, comunista al gobierno, trapo sucio a la wiphala, así devela todo lo que su política encubre. Y en este delirio de la derecha antinacional, hay una verdad y que pretende resolver esta lucha política de modo violento. Y dada la magnitud de la crisis que arrastramos desde el 2006 y la violencia que la acompaña, debemos preguntarnos cómo enfrentarlos y hacia dónde queremos ir.
La derecha ha decidido hablar claro, quiere seguir reafirmando las líneas de dominación donde se reproducen indios excluidos, trabajadores mal pagados, mujeres violentadas, etc., pero el MAS hasta ahora no hizo el balance y seguimos repitiendo errores, no se han construido los mínimos del proceso de cambio, las bases de un proyecto político que no olvida la deuda social que tiene el gobierno con su pueblo, mínimos por los cuales el pueblo estará dispuesto a luchar y a defender, porque es un proyecto que es suyo y le ayuda a su felicidad y a la construcción de su identidad; y, solo podremos construir nuestra identidad si formamos parte de un proyecto compartido – colectivo, un nuevo “modo de convivencia” donde todas y todos participemos en su construcción, un proyecto que jamás la derecha lo hará porque tiende a fomentar lo individual y a generar individuos “perdidos”, sin identidad.
Jhonny Peralta Espinoza. Exmilitante de las Fuerzas Armadas Zárate Willka.
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