Demoledor artículo el que publica la revista alemana «Der Spiegel» en su segundo número del 2010 (2/11.1.10), en el que bajo el título «La empresa que sabe de usted más que usted mismo» pasa revista a las causas que pueden convertir a Google en protagonista de conflictos con empresas, gobiernos y sus propios usuarios. Google […]
Demoledor artículo el que publica la revista alemana «Der Spiegel» en su segundo número del 2010 (2/11.1.10), en el que bajo el título «La empresa que sabe de usted más que usted mismo» pasa revista a las causas que pueden convertir a Google en protagonista de conflictos con empresas, gobiernos y sus propios usuarios. Google Books y su pretensión de digitalizar todos los libros del mundo traerá problemas con las editoriales. El desarrollo de innovaciones como Google Earth, Google Street, el navegador Chrome e incluso un teléfono móvil propio harán que otros se pongan a temblar por el futuro de los negocios. El ciudadano de a pie pasa un buen rato contemplando el espectáculo, tal vez con la idea -no pocas veces erronea- de que la lucha a muerte entre el Tiranosaurus Rex y el Triceratops supone algún tipo de ventaja para lemures, ornitorrincos y otros bichejos del comun: más donde elegir, mejores productos, mayor comodidad en la búsqueda de información y menos gasto en telecomunicaciones. Que se fastidien los fabricantes de GPS si es designio del olimpo tecnológico que el teléfono móvil o el iPhone incorporen de serie esa misma funcionalidad.
Mientras las grandes empresas -Barnes & Noble, Nokia, Microsoft- y los gobiernos convocan asesores jurídicos, el hombre de la calle es poco consciente de la medida en que el progreso tecnológico afecta a sus propios intereses. Ciertamente si Google se ha vuelto imprescindible para navegar por Internet no es porque alguien lo haya impuesto. Fue el pueblo quien lo aceptó, votando con sus ratones y teclados. Un modelo de negocio basado en informaciones publicitarias discretas y específicas, que aparecen en el margen derecho de la pantalla durante las consultas que hace el usuario, es útil, amable y no contaminante. Si alguien quiere enlaces sobre fotografía digital, ¿qué hay de malo en ofrecerle también anuncios sobre cámaras, seleccionados en función de la consulta y un historial de búsquedas previas? El problema está cuando nos podemos a pensar en cómo puede saber Google -una simple máquina- que tengo una Panasonic Lumix LX2, para acto seguido recomendarme el modelo superior con avances que me permiten sacar unos verdes más saturados, tipo película Fujichrome, de mis entornos favoritos de turismo rural, como por ejemplo la campiña segoviana.
Google es una empresa formada por especialistas que se han convertido en obsesos del procesamiento de datos. Nadie sabe lo que se hace aquí con la información suministrada por los usuarios, pero si de vez en cuando arrojaran un poco de luz sobre este asunto contribuirían al bien público en mayor medida que mediante el desarrollo de todas esas novedosas herramientas como Chrome, Wave o el Google Phone que, en el fondo, no son más que un banal pasatiempo. El próximo tsunami innovador tiene que ver con el sentido de la vista. Para entenderlo, mejor poner como ejemplo algunas situaciones hipotéticas pero del todo plausibles.
Un miércoles por la noche el editor norteamericano Tim O’Reilly sale con su señora al porche de su casa y enfoca el teléfono móvil hacia el cielo estrellado. Gracias al GPS y un sensor de posición en la pantalla van saliendo los astros con etiquetas amarillas que indican sus nombres. Esposa boquiabierta. Marido no menos. Ideal para aprender astronomía, ¿no? Otra: salida nocturna en una gran ciudad. Qué rollo. ¿A dónde vamos? Asi que iPhone en mano buscando twitters emitidos en el vecindario. Gran número de ellos vienen de un club en las cercanías, con mucho ambiente, otros de un tugurio donde se organizan peleas ilegales de gallos. Lo echamos a cara o cruz. La misma ciudad un poco más tarde. Chico en la disco a las 2 de la mañana. Entra universitaria anónima, morena despampanante que va haciendo que los iPaqs se cuelguen a su paso. Pero nuestro pisaverde lleva un iPhone. Enfoca con él a la mina y le saca una foto. Google busca el rostro en una base de datos compuesta por miles de millones de imágenes y encuentra el perfil de la chica en Facebook: cómo se llama, dónde vive, qué estudia, y finalmente lo más importante: cuál es su número de móvil.
El primer ejemplo es real: sucedió un miércoles por la noche a comienzos de este mismo año. El segundo está en fase experimental, y el tercero llegará muy pronto. Asi que mucho cuidado con Google. Merece la bendición del Papa y no podemos vivir sin él, pero no debemos olvidar que es un kraken de la Sociedad de la Información. Sabe más sobre tí que tú mismo. Ahora mismo una parte de tí está dentro de sus bases de datos. Conviene reflexionar sobre el tema. Como empresa Google es sin duda uno de los proyectos más fascinantes que se haya emprendido jamás. Pero también ha puesto en marcha un proceso masivo de destrucción de la privacidad que no se sabe hasta donde puede llegar. Rebasa la potestad normativa de los estados y el poder de las grandes multinacionales. Cuando estés distraido con tu iPhone en el metro, moviendo iconos con cara de alelado, dedica un par de minutos a reflexionar sobre esto: ¿no es hora de que el ciudadano deje de pensar en juguetes y lo haga en cómo reclamar una mayor capacidad de decidir sobre sus propios datos, que son los que en último grado han hecho posible esta revolución de las nuevas tecnologías?
http://writeonlymode.wordpress.com/2010/01/31/el-fin-de-la-privacidad/