Morena representó en su momento un cambio radical en la política, aunque un tanto infundada la esperanza, pues era un partido formado por actores que ya habían sido parte del viejo régimen. Sin embargo, su líder representaba a ojos de una parte importante de los mexicanos, una opción que podía significar un tan ansiado cambio político de corte popular.
El declive del viejo modelo político inició con la fatídica respuesta del Partido-Estado en 1968 y con ello el lento debilitamiento de su hegemonía, que finalmente fuera capitalizado por el modelo neoliberal, propuesto históricamente por la derecha política y empresarial, ahora disfrazado de una propuesta ciudadanizante, antítesis del corporativismo.
Tras 36 años de políticas neoliberales, doce de ellas comandadas por el panismo, pero que en esencia representaban más de lo mismo, la opción de la ruptura, aunque no quedara bien claro cómo, se posicionó y logró poner a un partido que tenía menos de un lustro de existencia como la primera fuerza política nacional.
El triunfo de 2018 dejó en claro el hartazgo de la mayoría. Lamentablemente los cambios políticos se construyen con mucho más que hartazgo, hacen falta programas y proyectos, fundados en una filosofía que deje en claro a agremiados y simpatizantes, cuáles son los objetivos y la forma en que se pretende llegar a ellos, y así garantizar tanto que se trabaje para ese fin, como que todos sean vigilantes de ello.
Un partido político necesita más que un slogan para gobernar, si bien en términos propagandísticos frases como “Por el bien de todos, primero los pobres” o -la ya usada por neoliberales- “El lado correcto de la historia” pueden tener encanto, no bastan para garantizar un proyecto político, mucho menos uno autodenominado transformador, al nivel de tres revoluciones previas.
El declive de la esperanza
Ya arrancado el segundo gobierno federal de corte morenista, las dudas empiezan a hacer mella en la hegemonía conquistada a base de personalidad y carisma. A diferencia del gobierno del líder histórico, López Obrador, el actual gobierno empieza a enfrentar cada vez más críticas y sus cuadros se van volviendo más indefendibles que nunca.
Los nexos delictivos con un colaborador del primer círculo de Adán Augusto López Hernández, han causado una crisis política, pues más que otro cuadro reciclado del viejo régimen, López Hernández fue uno de los más allegados al ex presidente López Obrado, nada menos que su secretario de Gobernación y en algún momento una de sus “corcholatas”.
Además de demostrar que el régimen sigue funcionando igual que en el pasado -¡qué sorpresa, si solamente está integrado por sus viejos cuadros!- esta crisis deja en claro que Morena está lejos de ser un ente monolítico y disciplinado a un eje único del poder. Algo que el PRI sí logró tener durante la mayor parte de su existencia.
Es el mismo Octavio paz quien dejara esto en claro su ensayo El Laberinto de la Soledad cuando señalaba que tal vez la más extraordinaria fortaleza del PRI era su disciplina, la única razón por la que sus presidentes -seres todopoderosos del sistema- no habían devenido en tiranos; esto fue escrito en 1950, pero aún así el 68 sería mínimo comparado con los riesgos que Paz advertía.
Hoy Morena no tiene esa disciplina y lo que es peor, carece totalmente de un proyecto más allá del triunfo electoral a toda costa. Y los triunfos electorales deberían ser medios, no fines.
El riesgo del cinismo
El desencanto con la izquierda, debido a su bajo compromiso con políticas verdaderamente ancladas a la clase trabajadora han resultado costosos en toda América. Bolsonaro y Milei en Argentina son ejemplos tan claros como Trump en Estados Unidos.
Contrario a la perezosa acusación mediática de que la clase trabajadora se vuelve clase media y luegpo conservadora, la realidad es que los gobiernos de izquierda han sido derrotados porque no han cumplido sus promesas a las y los trabajadores.
En los próximos años el desencanto generalizado con la política podría desencadenar el triunfo de una derecha extremista, fundada en discursos populistas y escandalosos. Si en Estados Unidos existe hoy la posibilidad latente del autoritarismo, en países con estructuras institucionales mucho más endebles, como es el caso de México, esto es un riesgo grave.
Culpar a Morena y su falta de compromiso sería lo más fácil, pero la realidad es más compleja. Fuera del escándalo y la vociferación ramplona, es un hecho que la mayoría de la población se caracteriza por la idiotez en su concepto clásico, la de aquellos que carecen de interés por los temas públicos, de lo político.
Mientras la inmensa mayoría estemos abstraídos en temas mediáticos, absurdos y carentes de un auténtico valor informativo -que por tanto que permitan la efectiva generación de opinión pública-, corremos el grave riesgo de convertirnos en rehenes del poder, sobre todo del económico en una tiranía oligárquica.
Morena no ha mostrado un verdadero interés en llevar la política a las bases de la sociedad, eso implicaría por un lado perder el favor de los grandes patrocinadores económicos y por otro el riesgo de ser obligados al rendimiento de cuentas. Pero esta escasa vocación democrática acabará por ponernos en riesgo a todos, porque nosotros también hemos perdido el interés y la vocación democrática.
@PacoJLemus
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