La sedición armada se planificó desde el 1 de julio de 1979, cuando el pueblo ganó una elección nacional. Cuatro meses después, el sector liberal del Ejército, el MNR y ADN ejecutaron la revuelta. Pero, tras 16 días de lucha callejera, más de 100 muertos y 200 heridos a bala, los trabajadores derrotaron a los […]
La sedición armada se planificó desde el 1 de julio de 1979, cuando el pueblo ganó una elección nacional. Cuatro meses después, el sector liberal del Ejército, el MNR y ADN ejecutaron la revuelta. Pero, tras 16 días de lucha callejera, más de 100 muertos y 200 heridos a bala, los trabajadores derrotaron a los «gorilas (militares)». Hoy muy pocos se acuerdan de esos héroes anónimos que ofrendaron su vida por la «democracia».
El golpe de Estado del 1 de noviembre de 1979 fue brutal. Ese día, hace 40 años -con el respaldo del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) de Víctor Paz y la Acción Democrática Nacionalista (ADN) de Hugo Banzer-, el coronel Alberto Natusch Busch, a las 02:30, comandó el asalto armado del Palacio de Gobierno, el Parlamento y los medios de difusión. Su gobierno duró 17 días. El pueblo, con palos, piedras y barricadas, lo derrocó.
El cuartelazo, en realidad, arrancó el 1 de julio de 1979, cuando se realizó la elección presidencial. En esa oportunidad, la Unidad Democrática y Popular (UDP) de Hernán Siles Suazo obtuvo el 39,9 por ciento de los votos a escala nacional; el MNR, el 35,8; ADN, el 14,8, y el Partido Socialista 1 de Marcelo Quiroga Santa Cruz, el 4,8 por ciento.
Así, el Congreso se polarizó. Paz y Siles lucharon por obtener una mayoría parlamentaria que los respalde. Nadie cedió. En ese marco, el poder legislativo ingresó, según la prensa de la época, en un «empantanamiento» político que, sumado a la crisis económica, generó un ambiente de «inestabilidad».
MAR
En ese marco, fue designado presidente interino Walter Guevara Arce, quien logró una «victoria diplomática internacional» en la IX Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA), que se realizó en la ciudad de La Paz, Bolivia.
A 100 años de la guerra del Pacífico, el 31 de octubre, 21 naciones resolvieron que el problema marítimo boliviano era «de interés de toda la OEA» y que Chile debía negociar con el país «una salida territorial libre y soberana al océano Pacífico».
Pese a ello, los golpistas no limitaron sus ambiciones de poder. Las delegaciones de la OEA huyeron y el triunfo diplomático se esfumó.
ASALTO
El 1 de noviembre, Illimani fue la primera radio que cayó en manos del Ejército. El 3, Panamericana, Cruz del Sur y Fides también fueron asaltas. A través de esos medios, Natusch prometió «convocar a elecciones» y respetar las «libertades democráticas».
Además, se leyó repetidas veces un manifiesto firmado por José Fellman Velarde y Guillermo Bedregal, donde el MNR respaldaba al «nuevo gobierno revolucionario».
La oligarquía de Santa Cruz, los empresarios, las clases medias acomodadas y algunos medios privados se alinearon al golpe.
MUERTOS
La Central Obrera Boliviana (COB) declaró un paro de 24 horas, que se amplió y radicalizó paulatinamente. A las 08:00, los obreros y los universitarios levantaron barricadas en el centro de La Paz y se enfrentaron con piedras y palos, por más de seis horas, a los tanques y militares. Dos personas murieron y 12 fueron heridas a bala.
En Cochabamba, la represión concluyó con un muerto y siete heridos. Los departamentos de Oruro y Potosí fueron militarizados para evitar la movilización de los mineros.
Esa actitud heroica obligó a Natusch a encerrarse en Palacio, protegido por tanques, metralletas y soldados.
RESISTENCIA
El 4 de noviembre, Natusch decretó la Ley marcial , el estado de sitio, el toque de queda y la «censura de prensa». La sede de la COB fue atacada por el Ejército. Varias emisoras mineras fueron «ametralladas». Frente a eso, los periodistas se sumaron a la huelga.
El pueblo no dio un paso atrás. Respondió la «arremetida gorila» con cientos de barricadas que llegaron hasta los barrios. La Paz quedó completamente paralizada.
A su vez, los campesinos y mineros, imposibilitados de llegar a las ciudades y la sede de gobierno, reforzaron el bloqueo de caminos. Así, el pacto militar-campesino quedó quebrado y fue sustituido por la alianza obrero-campesina.
Los golpistas intentaron romper el bloqueo con tanques. Pero, la resistencia de los humildes parecía invencible. La sangre de los caídos enojaba más a los sindicalistas.
HÉROES
La resistencia en esos aciagos días, según las crónicas de los medios, fue «estoica» y «digna de ser contada por siglos». Varones, mujeres e incluso niños le perdieron el miedo a las balas y a los efectivos del Ejército; pusieron sus pechos y le plantaron cara al gobierno de los tanques. La atención en los hospitales colapsó.
Ante la aguerrida lucha, que tuvo un saldo de más de 100 muertos y 200 heridos, el régimen, el 8, determinó suspender las medidas de excepción. La victoria contra los «gorilas» permitió la libre emisión de las radios y edición de periódicos.
Ese mismo día, los periodistas, como medida de presión, determinaron abandonar la sala de prensa del Palacio y realizar su trabajo en la Plaza Murillo, hasta la renuncia de Natusch. La tarea informativa de los trabajadores de la prensa fue vital para derrotar el cuartelazo de las élites dictatoriales.
CRIATURAS
Después de varios días de negociación, el 16 de noviembre, el gobierno de los tanques abandonó subrepticiamente el Palacio Quemado.
Sorprendidas y humilladas por la dura lucha de los obreros, los estudiantes, los campesinos y los humildes del país, las cúpulas del Ejército retornaron derrotadas a los cuarteles, denunciando la «traición» del MNR y ADN, dos criaturas del 52.
Los principales militares que participaron en esos sucesos fueron los generales Edén Castillo Galarza, Luis García Meza, Oscar Larraín, Jaime Niño de Guzmán, el coronel Carlos Mena Burgos, el contralmirante Walter Núñez y otros.
POBRES
De ese modo, los obreros, estudiantes y campesinos defendieron con su vida la democracia, mientras los «grandes líderes» sólo buscaban a los periodistas para ser entrevistados y «tirar línea».
La sangre que se derramó por la libertad, una vez más, fue la de los más pobres, aquellos que no estaban preocupados por tener un cargo en el Estado.
Después de 15 años de dictadura, el gobierno de Estados Unidos cambio de estrategia. Por debajo apoyó la preparación del golpe, pero luego, ante la resistencia de los trabajadores, se presentó como el «defensor del proceso constitucional». Así, la «democracia» renació como el nuevo mecanismo de opresión mercantil capitalista.
Pero esa retirada iba a durar poco, hasta el 17 de julio de 1980.
Miguel Pinto Parabá es periodista
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.