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Los precios de los conciertos

¿El gran timo del rock and roll?

Fuentes: Ladinamo

Quienes acuden regularmente a conciertos habrán notado que en los últimos años se han disparado los precios de las entradas. Ejemplos: 18 euros por ver a un grupo debutante, 36 por una noche africana o 55 por un rockero decadente. Así están las cosas. Estamos ante uno de esos asuntos de los que se habla […]

Quienes acuden regularmente a conciertos habrán notado que en los últimos años se han disparado los precios de las entradas. Ejemplos: 18 euros por ver a un grupo debutante, 36 por una noche africana o 55 por un rockero decadente. Así están las cosas.

Estamos ante uno de esos asuntos de los que se habla por todas partes menos en los medios de comunicación. Ni las radios, ni las teles, ni las revistas especializadas parecen dispuestas a perder tiempo con algo tan terrenal como los precios de las conciertos. Es comprensible: no se trata de un asunto fácil. Nosotros acabamos este artículo con la sensación de no haber llegado hasta el fondo de muchas cosas. Por eso lo titulamos «texto en construcción», a la espera de las aportaciones que quieran hacer otros artistas, discográficas, artistas, mánagers y público (podéis mandarlas a [email protected]). En cuanto tengamos material suficiente publicaremos una versión ampliada en www.ladinamo.org. A ver si antes del verano lo podemos tener listo.
¿Son caras las entradas?
Barnaby Harrod, de Mercury Wheels, promotor: «No creo realmente que sea una queja justificada. Si lo comparas con el Reino Unido los precios son muy parecidos, y eso que en Londres hay muchos mas conciertos y los promotores intentan que los precios sean aún más competitivos. En marzo vamos a traer a Le Tigre de gira. La entrada en Londres cuesta 12,50 libras + gastos y aquí 18 euros + gastos (al cambio, el mismo precio). Hace poco hicimos The Mark Lanegan Band en Arena y costó lo mismo en Londres y Madrid: 12,50 libras y 18 euros. Estos precios dependen más que nada del caché y un grupo no tiene porqué cobrar menos por tocar en España que en el Reino Unido. De hecho sus gastos por tocar aquí suelen ser mayores. De vez en cuando vemos grupos que están dispuesto a cobrar menos (o, lo que es lo mismo, perder aún mas pasta) para poder bajar los precios de las entradas. Un ejemplo es The Blood Brothers. Les traemos de gira en marzo y durante las negociaciones me comentaron que no querían que cobrásemos más de diez euros por la entrada. Yo les expliqué que en ese caso no podíamos pagar tanto caché. Me dijeron que sí, que vale, que cobrarían menos para mantener el precio en diez euros. Me parece admirable pero es raro y el grupo tiene que estar dispuesto a invertir mucho para que pase esto».
Mark Kittkat, de la distribuidora, discográfica y promotora Everlasting: «Antes las discográficas hacían una contribución (en concepto de tour support) a los costes de los conciertos, ya que entendían que las giras servían de promoción a los grupos. Ahora se venden menos discos y más baratos, así que las discográficas han dejado de subvencionar las giras. Por eso las entradas cuestan más. El sector parece disfrutar de buena salud de lo que se desprende que los precios de las entradas deben ser los adecuados».

El alquiler de las salas

Nando Cruz, periodista de Rockdelux y El Periódico de Catalunya: «El otro día un promotor amateur me decía que el gran problema de Barcelona es que las salas cobran un alquiler propio de Londres para un público de Logroño: es decir que piden 100.000 pesetas por ceder una sala para 300 personas cuando, dado el interés del público por la música, el grupo quizás no convoque a más de 50. Las salas, supongo, tendrán otro punto de vista. De todos modos, ésta debe ser una de las razones por las que cobran 18 euros por ver a un grupo como TV On The Radio, que sólo ha publicado un disco y del que, cuando llegó a Barcelona, apenas se había oído hablar. ¿Cómo vas a gastar 18 euros en un grupo que no conoces? Habrá quien preferirá gastarlos en el disco y esperar a su próxima gira. En mi opinión es contraproducente pedir tanto dinero por grupos que empiezan: los alejas del público».
Jorge Navarro, Everlasting: «Nosotros hemos montado conciertos que a la gente le han parecido caros y en los que hemos perdido dinero. Por ejemplo, en Devendra Banhart, que costaba 18 euros, el mánager exigía hacer tres fechas. Madrid y Barcelona fueron bien, pero pinchó en Bilbao. Si lo hubiésemos puesto más barato, habríamos perdido más. Nosotros somos una discográfica y distribuidora que nos metimos a montar conciertos para traer artistas que nadie más iba a traer. Respecto a las salas, diré que el método más justo me parece el de no cobrar alquiler y quedarte con lo que vendas en copas más un 25% de lo recaudado en taquilla. Eso se hacía antes y en Madrid lo siguen haciendo algunos como Clamores y Galileo Galilei.
Rubén Caravaca, promotor, La Fábrica de Ideas: «Si sólo hay una sala en una ciudad, pues ya sabes: o tragas o no actúas. Entonces pagas un precio alto que repercute en las entradas».
Jorge Navarro, Everlasting: «Hay muy pocas salas, sobre todo de tamaño pequeño y mediano y la tendencia es que haya aún menos».
El peso del riesgo
Jorge Navarro: «Montar conciertos es una lotería»
Mark Kittkat: «Hay muchos factores ajenos que pueden afectar a un concierto: si llueve, si coincide con un partido o con otro concierto de un artista parecido».
Barnaby Harrod: «En el concierto de TV On the Radio en Barcelona (18 euros) pagaron unas cien personas. Si se baja la entrada a 10, hay que meter ochenta personas más para que te salgan los mismos números (¡con pérdida de todas formas!) ¿Quién nos puede asegurar que un martes van a venir ochenta personas más a ese concierto? Si al final viene la misma cantidad de gente, pues palmamos unos 750 euros más (el promotor palma, no el grupo). Creo que, en general, sería un error bajar los precios y creo también que hay gente en España que está un poquito mal acostumbrada en cuanto a pagar para ver conciertos. Llevan años viendo conciertos gratuitos organizados por sus ayuntamientos. Además flipo con la cantidad de gente que nos llama para pedir entradas gratis, como si fuese su derecho. ¿Crees que la gente llama a Amenábar pidiéndole entradas para su última peli? Si no hay subvenciones de los ayuntamientos (desde luego, en Madrid no hay) tenemos que ser realistas y poner los precios acordes con los gastos (el caché, dietas, el alquiler de la sala y la promoción). Considero que los precios son bastante realistas, ni altos ni bajos».
Nando Cruz: «El sello B-Core lleva toda la vida viviendo de las entradas baratas. Montan conciertos de presentación de sus artistas a precios simbólicos en los que además regalan un CD con la entrada. De ese modo fidelizan a la clientela, presentan el producto y convierten conciertos de grupos desconocidos en fiestas con el lleno casi garantizado. Es obvio que las plantean como un acto promocional, más que como un negocio y que son a un tiempo discográfica y promotora. En cualquier caso, cuando yo digo que el precio de la entrada para grupos noveles es caro lo digo desde el punto de vista del que paga, del espectador, no del que invierte, la empresa, que tendrá muchos momentos a lo largo de la temporada para recuperar ese dinero con otros conciertos».
¿Música en los teatros?
Rubén Caravaca: «No hay una red de espacios públicos para la música. La red de teatros públicos prácticamente ignora la música popular. La danza, la música clásica o el teatro sí tienen apoyo. En los sitios públicos suelen actuar artistas que no lo necesitan: por su renombre podrían hacerlo en salas privadas. Es lamentable que algunas actividades culturales y ciertos artistas estén súpersubvencionadas y a la música popular no se la apoye de ninguna manera o incluso se la persiga. Las infraestructuras públicas existentes tienen que cambiar y ser más polivalentes. Debería subvencionarse a fondo perdido a las salas privadas para que se adapten: insonorización, escenarios correctos, camerinos, respeto a los vecinos o ayudas para la promoción. No puede tratarse igual ni legal, ni fiscalmente a un local que promueve la música en directo que a otro que sólo se dedica a vender copas, en donde ni siquiera llevan a un DJ».
Patricia Godes, crítica musical: «Considero que la música no debería salir fuera de teatros, salones de actos, auditorios y, en general, de los sitios creados especialmente para escucharla, como pueden ser también los cafés-concierto. Dicho esto, hay que apuntar que muchas veces identificamos mala música y malos grupos con mal sonido de sala. Los malos músicos abundan y son inaguantables pero normalmente echamos la culpa al sonido de la sala por el mesianismo que protege a los que se suben al escenario. Hay que hacer una excepción con La Riviera que, por sus condiciones arquitectónicas, tiene un sonido prácticamente infernal sea quien sea quien actúe. Para hacer justicia diré que los conciertos acústicos que he presenciado en dicha sala no sonaron mal».
Nando Cruz: «En Inglaterra hay varias salas con la pista en ligera pendiente. Eso permite a los del fondo tener una visibilidad aceptable sin que le estorben las cabezas de los más altos. Aquí no existe porque las salas de conciertos no están pensadas para ello. Son bares o discotecas con escenario y a nadie se le ocurriría construir una pista de discoteca en pendiente. Lo que sí se debería hacer es garantizar una ventilación adecuada de las salas. De acuerdo, el rock es sudor, pero es el artista el que cobra por sudar».
El timo del macroconcierto
Nando Cruz: «El gran timo del rock está en los precios de los grandes conciertos. Al parecer, cuanto más grande es la sala, cuanto más lejos vas a ver al artista y cuanta más gente va a asistir al mismo concierto que tú, más dinero te hacen pagar. No tiene sentido pagar 55 euros para ver a Rod Stewart a través de una pantalla. Eso es ver la tele en masa. Sus tickets en las primeras filas cuestan120 euros. En el mejor de los casos, en un macroconcierto te adornarán la música con una escenografía curiosa y un dispositivo visual espectacular que nadie te ha preguntado si quieres costear. Porque 30 de los 55 euros servirán para pagar focos, tráilers, maquilladoras, confeti, pasarelas, anuncios de radio… Por cierto, en el concierto de Bryan Adams en el Sant Jordi había servicio de alquiler de prismáticos. Te cobraban seis euros (y treinta si los devolvía en mal estado). Otro caso triste es el Grec, un festival veraniego que, pese estar organizado desde el Ayuntamiento, parece destinado a los ricos de la ciudad. En él abunda la programación de músicas del mundo, aunque tiene la poca sutileza de poner las entradas a precios inaccesibles para la gente que viene del tercero. El verano pasado vi una escena paradigmática. Actuaban Ray Lema y Manu Dibango. Un grupo de africanos se acercó a la taquilla a comprar entradas. Cuando descubrieron que las que les permitían estar más cerca de los músicos valían 36 euros les dio, literalmente, un ataque de risa».
Música, juerga y menores
Patricia Godes: «También considero horripilante la costumbre de vender más entradas de las que la capacidad del local debería permitir. Pero, bueno, luego todo el mundo sale contento porque suele identificarse la asistencia de público con el mérito del acontecimiento. De hecho, hay ya varias generaciones de público que no han conocido otro tipo de trato. Todo empezó en los tiempos de la post-movida (segunda mitad de los ochenta), cuando se equiparó la música con la juerga. Hablo de horarios nocturnos, desaparición de la música en teatros y anteposición de la idea de diversión frente a la belleza o el disfrute artístico. Lo más grave ha sido la alienación de sectores completos de público empezando por los menores que son el público natural de estilos como el pop y el rock».
Barnaby Harrod: «No entiendo muy bien por qué la gente de 16 ó 17 años puede entrar en un concierto en Barcelona y Euskadi pero no en Madrid. Me parece ridículo y me gustaría ver un cambio en este aspecto. Se podrían buscar formas de impedir el acceso al alcohol fuerte de los más pequeños en los conciertos (pulseras de un color por ejemplo) sin prohibirles la entrada».
¿Subvenciones?
Nando Cruz: «El 90% de las salas de este país deberían renovar su equipo de sonido y mejorar el sistema de sonorización, pero eso exige una grandísima inversión que tardarían años en amortizar. Creo que es aquí a donde deberían destinarse las subvenciones públicas en el sector de la música. La Associació de Sales de Concerts de Catalunya ha conseguido ayudas para hacer mejoras, pero son a todas luces insuficientes. Los conciertos se nutren principalmente de gente joven que, con el paso del tiempo, deja de ir. Los adultos, acostumbrados a que el resto del mundo funcione adecuadamente, no entienden por qué hay que ‘sufrir’ un concierto en vez de disfrutarlo. Es un público quizá más acomodado, pero muchas de sus exigencias son totalmente razonables: las mismas que le harían a un teatro o un hipermercado. Los promotores y salas deben hacer algo para recuperar a ese sector que se les escapa y sólo va a ver un concierto al año».
Los festivales
Nando Cruz:
Los festivales no han afectado directamente a los precios de las entradas, pero sí a la percepción que el público tiene de éstos. Hace cinco años pagar 18 euros por ver a Smog en Barcelona podría parecer razonable. Ahora, con el importe de tres entradas de conciertos similares puedes tener un abono de día para el Primavera Sound y ver a cuarenta artistas más. Obviamente, los festivales han devaluado subconscientemente el caché de los músicos que tocan en salas de conciertos. Lo que ocurre es que se trata de una competencia algo desleal porque ofrecen mucha cantidad y también mucha calidad en sus carteles, pero después las condiciones en que el público asiste a esas actuaciones suelen ser muy deficientes. Los festivales (Primavera Sound, FIB, Festimad…) son, de hecho, otros de los grandes incumplidores de las mínimas condiciones de comodidad que hay que garantizar a un espectador al que se le cobra una entrada: colas, aglomeraciones, retrasos, cancelaciones, sonido deficiente, visibilidad nula, falta de higiene… Afortunadamente, empiezan a consolidarse festivales más pequeños en los que se puede disfrutar perfectamente de la música, como Periferias (Huesca) o el Tanned Tin (Santander).
Los precios de las entradas en Estados Unidos
Texto: Redacción Música
EE UU es el mayor mercado mundial de música en directo. También es el más influyente, ya que allí se deciden los superventas más exportables. Según la revista Pollstar, la biblia del mercado del directo, la media de las entradas más populares estaba en 1997 en 29,81 dólares. Un lustro después, en 2002, había saltado a 46,56. Superventas como los Stones o Paul McCartney pusieron su granito de arena desbordando la «barrera psicológica» de los cien dólares por entrada. Pero este año la tendencia alcista se ha hecho añicos. En la revista Rolling Stone, varios promotores definieron el verano de 2004 como «la mayor crisis de público desde 1979». De hecho, el artista más recaudador del año fue Prince, que apostó por una política de entradas baratas, a menos de la mitad del precio de sus más inmediatas perseguidoras, Céline Dion y Madonna (segunda y tercera más recaudadoras). Prince cobraba una media de 61 dólares frente a los 136 de la Dion o los 143 de Madonna. Además, el guitarrista púrpura regalaba su disco Musicology (2004) a cada persona que comprase una entrada.
El público dijo «no» rotundamente a las entradas caras. El festival Lollapalooza tuvo que cancelarse, a pesar de contar con pesos pesados de la escena alternativa como Morrissey, Sonic Youth o Pixies. Algunos pueden pensar que esta gira no traía artistas muy del gusto yanqui pero no es un caso aislado. Entre los pinchazos más llamativos está la superventas Norah Jones, que tuvo que reducir en varias ocasiones los aforos debido a la escasa venta anticipada.
En Chicago pasó de una sala al aire libre con capacidad para 30.000 personas a un teatro para 3.600. Otras estrellas como Kiss, Linkin Park o The Cure optaron por rebajar sus entradas, maquillando así las cifras de asistencia. Gracias a eso, los fans pudieron verles incluso por diez dólares. ¿Moraleja aplicable al mercado global? La gente está dispuesta a ir a un concierto si el precio es razonable. El gran triunfador del verano, aparte de Prince, fue el festival punk Warped, que sólo cobraba 25 dólares por ver a grupos de rock, punk y hardcore. La conclusión de Prince fue de lo más contundente: «Las reglas de este negocio fueron escritas por gente a la que no le gusta la música, así que quizá debamos rescribirlas».