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Liberan a los 15 presos y presas de la Legislatura

El gusto y el disgusto de la Libertad

Fuentes: América Libre

Ayer liberaron a los 15 presos y presas de la legislatura. Son vendedores ambulantes, mujeres en estado de prostitución, un militante glttbi. Tienen algo en común: son pobres. Por ello han sido víctimas y rehenes de un régimen que criminaliza la pobreza y judicializa la protesta. Algunos se conocieron por primera vez, al recuperar la […]

Ayer liberaron a los 15 presos y presas de la legislatura. Son vendedores ambulantes, mujeres en estado de prostitución, un militante glttbi. Tienen algo en común: son pobres. Por ello han sido víctimas y rehenes de un régimen que criminaliza la pobreza y judicializa la protesta.

Algunos se conocieron por primera vez, al recuperar la libertad, frente a los tribunales, y pudieron intercambiar sus primeras palabras en un improvisado brindis colectivo, realizado en el local de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre. Se abrazaron, como si se conocieran de toda la vida. Quienes los esperaban cantaban con risas y lágrimas mezcladas: «a los compañeros la libertad».

Nos abrazamos con felicidad, saboreando el gusto de una libertad por la cual hubo que pelear, contra el poder y contra el sentido común que lo reproduce y fortalece, infectando incluso nuestra subjetividad, la nuestra, la de los que queremos cambiar el mundo.

Hay quienes se preguntaban… ¿qué pasó? ¿cómo fue? ¿por qué un día no y al otro día sí? No intento responder y ni siquiera comprender. Cualquier esfuerzo de racionalidad, se estrella contra la sinrazón de un poder omnipotente que decide cuando castigar, cuánto y cómo.

El relato de los hechos indica que el Tribunal Oral Correccional N° 17 tomó la decisión de cambiar la carátula de la causa. Ya no son acusados de «coacción agravada y privación ilegítima de la libertad», sino de «perturbación de los poderes públicos». Esta es una figura excarcelable, explican los abogados.

Lo que nadie explica -lo que no se puede explicar- es la arbitrariedad de los 13 meses que llevan los hombres y mujeres encarcelados aquel 16 de julio del 2004, en cuyos cuerpos se quiso castigar y amenazar a todos los que resistimos el desorden de un mundo que excluye y desaparece, descarta y niega, somete y controla, a hombres y mujeres arrojados más allá de los márgenes: a la nada social.

Ahora el tribunal considera que es pertinente cambiar la carátula. En verdad, lo pertinente hubiera sido que esta prisión nunca existiera. Lo pertinente sería, si ahora corresponde el cambio de carátula, juzgar a quienes colocaron una carátula que permitió que durante más de trece meses, se sostenga esta causa inmoral contra las víctimas del también inmoral código de convivencia. Y también que se investigue a quienes en el poder político son parte de la política de represión de la pobreza, de mano dura contra los que luchan. Ya que estamos, sería pertinente que se investigue a los medios de comunicación y desinformación, que generaron el clima que permitió construir un sentido común condenatorio de quienes hoy han quedado en libertad. Los mismos medios que ayer a la noche, todavía, unían la información sobre la libertad de los presos y presas, con las imágenes de los enfrentamientos en la legislatura, pretendiendo juzgar como responsables de esos hechos, a quienes los mismos tribunales ya no podían culpabilizar, porque no se encontraron pruebas para sostenerlo.

Quiero decir, que la libertad tiene gusto y disgusto. Porque mientras festejamos el calor del abrazo de los cuerpos y de las subjetividades lastimadas, sabiendo que todo nuestro cariño no repara el daño que produce un sistema carcelario cruel y opresor, sentimos al mismo tiempo la fuerza de la arbitrariedad con que se dirime nuestra suerte y desgracia.

Gusto dulce la libertad. Gusto amargo la injusticia. Disgusto produce la ley que refuerza la inseguridad y la soberbia de los poderosos.

De todas maneras, quedan aprendizajes. Ya no son los mismos los hombres y mujeres que cayeron presos hace 13 meses, y los que ahora recuperan la libertad. Aprendieron en la cárcel -no es cierto que la cárcel no educa-. Aprendieron todos los colores de las injusticias. Aprendieron la corrupción que corroe el servicio penitenciario, la hipocresía de sus disposiciones, la violencia de sus guardianes, la crueldad de sus torturadores, que no figuran en el museo de la memoria, porque sus crímenes son actuales y cotidianos. Aprendieron que hay un mundo que nadie ve, que nadie nombra, en el que se amontonan los pobres y las pobres, sin derecho, sin justicia posible. Aprendieron también que hay un territorio común que unifica nuestras luchas. El de ser víctimas de un sistema que oprime y domina.

Tal vez queda pensar qué aprendimos los que no estuvimos encerrados estos trece meses. Tal vez valga la pensa que nos encontremos y creemos un espacio de diálogo que permita reconocernos, no sólo dentro de los muros de la cárcel, a quienes no aceptamos sobrevivir miserablemente con las limosnas del sistema. Será necesario volver a pensar el sentido mismo de nuestra libertad. Si el poder la ha convertido en una fuerza de chantaje sobre nuestra capacidad de resistencia, tendremos que descubrir las llaves que nos permitan desnudar y desarticular ese chantaje, para poder pensar una libertad que no sea meramente para sobrevivir, sino para vivir con dignidad.

Hoy los presos y presas de la legislatura están en sus casas, abrazando a sus hijos, hijas, nietos, nietas. Volverán al amor, a las amistades, a los sueños, y también a la dura batalla de sobrevivencia. Ahora son más sabios que antes. Conocieron el sabor de las injusticias en la piel, pero también aprendieron el gusto de la solidaridad que se entrega, en una pintada en la pared, en una marcha, en un desvelo, en un abrazo, en el brindis de la libertad, que ya no será -nunca más- un brindis solitario.