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La Fábrica de Sueños. "El gran pez" (2003), de Tim Burton

El hombre que cuenta historias acaba por encarnarlas

Fuentes: Rebelión

Mi madre decía que leer es pensar. No es que leemos y luego pensamos, sino que pensamos algo y lo leemos en un libro que parece escrito por nosotros pero que no ha sido escrito por nosotros, sino que alguien en otro país, en otro lugar, en el pasado, lo ha escrito como un pensamiento todavía no pensado, hasta que, por azar, siempre por azar, descubrimos el libro donde está claramente expresado lo que había estado, confusamente, no-pensado por nosotros. Un libro para cada uno de nosotros. Hace falta, para encontrarlo, una serie de acontecimientos encadenados accidentalmente para que al final uno vea la luz que, sin saber, está buscando. RICARDO PIGLIA (1942-2017)

Desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños, vía Cine-Club Al Filo del Tiempo, el Ciclo sobre vida y obra de Tim Burton culmina con Big Fish (2003) o El gran pez, filme con guion de John August (1) basado en la novela Big Fish: A Novel of Mythic Proportions o El gran pez: una novela de dimensiones míticas, de Daniel Wallace (2), inspirada en la relación con su padre, como igual se da en la película: eso sí, con algunas variantes de tratamiento por parte de Tim Burton en el vínculo de Edward Bloom (flor, florecer, como el de Joyce) con su hijo Will, periodista. Una historia en la que ambos son cuentistas: uno, escribe y el otro, cuenta, lo que es lo mismo. Como pasa entre escritor y lector, según se puede inferir de Borges, quien achaca de paso el Quijote a Pierre Menard (3); o de Cortázar, quien dice que un buen lector es a su vez coautor, por cómplice, de una obra. En Big Fish, E. Bloom es alguien que al contar sus historias termina por convertirse en ellas. 

Para August la obra de Wallace, era genial. La historia de un sureño soñador en su lecho de muerte, y que en cuatro ocasiones busca charlar con su hijo sobre la verdad de todo, pero cada vez el intento naufraga entre chistes malos e historias imposibles. Además, en la Sec. 6, al preguntar Edward si a un padre no se le permite hablar de su hijo y Will le enrostra que él no es más que el contexto para la gran aventura paterna o un velado relato de narcisismo, Will señala que ese relato no le gusta como quizá a tantos otros, al oírlo más de mil veces, así que tras esa noche no hablaron por tres años. Sobre la verdad, discuten Joséphine y Will, quien de pequeño vio a su papá siempre fuera de casa, tal vez no quiso tener una familia, prefería su segunda vida: ella lo niega, y él riposta que nunca le contó nada que fuera verdad. Aun así, en la novela Will reconoce que Edward hablaba el idioma de los animales: otro blanco que puede hacerlo, como Tarzán, diría Muhammad Ali, mientras los africanos, no. (4)

Como lo relata en la Sec. 116 (2004: 121). Sin embargo, al final se va a ver que no es que Edward fuera mentiroso compulsivo, o que evadiera la verdad, sino que, aparte de que muchas cosas fueron ciertas, como lo comprueba Will en el sepelio por boca de los amigos de su padre, apenas fueron exageradas: como la estatura del gigante aquel que se resiste a comerse, literalmente, a Will, que luego le carga su bolsa cuando cogen caminos diferentes y, por último, deviene su más cercano amigo. Quizás cuando creció ya no lo vio tan grande. O le recordaba a Edward, quien cada semana de su vida desde que aquél tuvo uso de razón, le dijo: “Nunca he querido ser un pez grande en una charca pequeña”. Y ese nexo entre lo pequeño y lo grande, por portentoso, es el mismo que Will le plantea al gigante Karl, cuando le dice que tal vez el pueblo, Spectre, es muy pequeño y que debería irse a una ciudad, donde los espacios se adecuan más para su tamaño. Todo eso lleva a la empatía, a la reconciliación.

Y es que el factor nodal del filme es la reconciliación entre un padre y su hijo, en vísperas de que muera el primero. Wallace se basó en su propia familia. Edward era parecido a su padre, que usaba su carisma o encanto para guardar distancia con los demás: una, de afecto, no social o política como la del Covid19. Will cree que su padre no ha sido honesto ni le ha dicho verdades, ya que crea mitos exagerados sobre el ayer y usa las historias y su narración como forma de evadir. Están, además, plagadas de bichos de cuentos de hadas: gigante, bruja, sirena, hombre-lobo y pueblo mitológico de Spectre. La historia se teje con los hilos de Edward y el prurito de Will por hallar la verdad. Para el autor de la novela, la búsqueda del padre radica en ser un gran pez en un charco grande y la búsqueda del hijo en ver a través de sus cuentos fantásticos. Para Tim Burton: ‘Big Fish es acerca de lo real y lo fantástico, lo que es verdad y lo que no, lo que es de forma parcial cierto, y cómo, al final, todo es verdad’ (5). 

Sin duda, mérito mayor del filme es el guion de August que resiste a ser un cadáver exquisito. Lo prueban unas secuencias: la del circo: Amos alecciona al gigante flaco Karl en sus tácticas de venta agresiva, hasta del cancerígeno Ensure, dizque suplemento alimenticio, y Edward queda prendado de una joven de 16, pero tiene que marcharse ante el fallido intento inicial: ‘Cuando conoces el amor de tu vida, el tiempo se detiene… [como en Están todos bien y en Belleza americana (6)] ¡y es verdad!’, dice Edward. El guion añade (Sec. 74: 91): ‘Lo que no te dicen es que cuando vuelve a ponerse en marcha, se mueve muy de prisa para recuperar lo perdido’; la del prado de narcisos en el que están Sandra y Edward, antes de que Don Price le dé en la jeta al creerla suya y aquél se burla: “No sabía que fuera propiedad de nadie” (Sec. 100: 107); la de la bañera, en la que está Edward, y de pronto entra Sandra, se abrazan y ella dice algo así como que ‘quisiera no secarme nunca’ o, igual, ‘permanecer siempre mojada’…

Y los de 68 marzos/abriles sabemos de qué va la cosa. Otras escenas: la del nacimiento de Edward, cuando en el hospital él se desliza por el baldosín como si fuera nieve, hasta que una enfermera lo detiene y lo alza para júbilo general; la de la llegada de Edward a la U. Auburn y su declaración de amor a Sandra, cuando está ya comprometida con el tontín Don Precio, y le dice que no lo conoce pero está enamorado de ella, ha trabajado tres años para averiguar quién es ella, le han disparado, acuchillado y aplastado en varias ocasiones, roto las costillas dos veces, pero todo ha valido la pena por estar ahí y poder hablar con ella, porque está destinado a casarse con ella, claro: lo supo desde que la vio en el circo (Sec. 91: 102); la del reencuentro de Sandra y Edward después de la guerra de Corea; la de la fuga del hospital de padre e hijo y, obvio, la secuencia final en la que Edward se topa con todos sus amigos y entra al río a despedirse y Will cuenta el último chiste de aquél, sobre el que se volverá luego.

Porque guarda estrecha relación con una anécdota reciente de mi hijo Santiago y yo acerca de la escritura y, en especial, de cuentos: en el cuento de Burton se habla del pez gato y en nuestra historia de una gata y la inmortalidad o el vivir para siempre en la mente de los demás. El filme tiene también frases memorables, ya sea por acierto o por error: ‘Los peces del río crecen así porque nunca los atrapan’, le dice a Edward la bruja del parche que a veces se duda si es o no Jenny Hill. ‘Mientras más grande sea el sacrificio, hay una mayor recompensa al final’, cree Edward Bloom, claro cuando ya para qué, piensan los escépticos. ‘Nunca debes hablar de religión, nunca se sabe a quién puedes ofender’, dice Edward a Will, igual que lo diría cualquier imbécil intolerante con la diferencia sobre la política, y por eso los pueblos son tan ignorantes y, a la vez, negacionistas, de su propia historia. ‘No he sido más que yo mismo desde el día en que nací’, como quien dice un hombre consecuente y fiel a sí mismo…

Se habla de E. Bloom, narrador del filme (en la novela es Will) y quien al relatar su vida le agrega aspectos fantásticos, sin despegarse jamás de la realidad, como diría Cortázar para que la narración gane en verosimilitud. Sólo que a veces exagera, se reitera, como en la boda de Will y por eso cortan su diálogo tres años, mientras éste labora como periodista en París. Al enterarse de la mala salud de su padre, vuelve a Alabama con su esposa Joséphine y, en el avión, relata una de las historias paternas: la de la bruja que le mostraba cómo moriría luego de mirar a través de su ojo de vidrio. El mismo con el que los amigos de Edward gozan o se aterran con las diversas imágenes. Él recuerda que cuando niño pasó tres años en cama a causa de su veloz crecimiento, se vuelve deportista de alto nivel, pero estima que su pueblo es un charco pequeño y (sin que lo diga) que él es un pez grande. Conoce a Karl, se separan, pasa por un bosque embrujado y llega a Spectre, pueblo donde los lugareños van descalzos.

Entonces, conoce allí al (mal) poeta Norther Winslow, comparten diversas situaciones y tertulias hasta que, tiempo después se reencuentran y cuando Edward le pregunta ¿qué vas a hacer?, el poeta bonsái, por mediocre, le suelta, sin más: ‘Robar este banco’. Entonces entran los dos a hacer un oso mayúsculo y obtienen una suma minúscula. Antes de irse del pueblo, le promete a la niña que entonces tiene ocho y él 18 que algún día regresará. Aquí es cuando Edward y el gigante/flaco Karl van al circo y aquél ve al amor de su vida: el que luego le hará decir que hay dos clases de mujeres: ella y las demás, con lo que de paso no se involucra con la instructora de piano Jenny Hill. Edward le propone a Amos Calloway, trabajar gratis para él si a cambio le ayuda a ubicar a su traga. Una noche descubre que el dueño del circo es un hombre-lobo y, aun así, no lo elimina. Por esto, le hace saber que se trata de Sandra Templeton, quien es estudiante de la U. de Auburn, adonde irá luego a expresarle su amor…

Luego del desencuentro con Don Price, Edward hace saber que aquél muere joven de un síncope cuando lee el más reciente número de la revista Playboy mientras caga, como dice el guion (7), tal como él había visto a través del ojo de la Bruja. En medio del idilio, y dado que nada resulta como se planea, Edward es enlistado por el ejército y tiene que viajar a Corea, donde conoce a Ping y Jing, las siamesas que, primero, le ayudan a regresar a EE.UU y, luego, dejan de ser dos cabezas y un solo tronco. Sandra está muy triste porque todo el mundo da a Edward por muerto, hasta que un día que extiende ropa, voltea a mirar, de repente, y ya está ahí su eterno enamorado. Por sus limitaciones de trabajo deriva vendedor a pie y en moto y es, entonces, cuando se reencuentra con el poetastro Norther y roban el banco en quiebra. Winslow pasa de ladrón de bancos a venturoso Business Man, merced a los consejos que recibe de Edward para que invierta en Wall Street: ‘Ah, ese hombre sí es chistoso’, piensa…

Pero, el poeta no lo dice, por pena con el público. Por molestia con su padre y sus historias, Will le exige la verdad. Pero, como la verdad se revela y pasa, acaba más confundido. Cree que su padre tenía otra familia, como ya se dijo, revuelca su oficina, halla cartas de cuando lo dieron por muerto, un recibo de un fideicomiso, y otras misivas del pueblo al que se trasladó cuando dejó atrás Spectre, el pueblo que él había comprado por USD$ 50.000. Lo único que no pudo negociar ni comprar fue la dignidad de la instructora de piano, Jenny Hill, y entonces con la ayuda de Karl endereza su vivienda y ayuda a reconstruirla, pero luego rechaza la propuesta de una relación formal, parte y no regresa jamás: pero, antes le da a entender, con lo de los dos tipos de mujeres, que su padre siempre fue leal a su madre; hasta que un día cualquiera, años después, Spectre recae en ruinas y, entonces, Will llega y conoce a la legendaria Bruja con su ojo de vidrio que sólo ahora se sabe es la misma niña Jenny Hill.

Al regresar a casa, Will descubre a su padre en el hospital: entonces, éste le pide que le narre una historia y esa es la fuga del hospital, la ida posterior al río y el reencuentro con quienes conoció a lo largo y ancho de su vida. El entrar al río y convertirse en un gran pez, a la vez que relata la historia de mi vida y fenece, podría interpretarse como metáfora de que, si bien exageraba en aquello que contaba, jamás mentía del todo o mentía a medias, que es otra forma de decir la verdad, no siempre de omitirla. O que unida a la fantasía va siempre la realidad, ese sucedáneo de la verdad para quien sabe verla o descubrirla, sin importarle que se revele y pase, porque a veces pasa y se queda por y para siempre. Como le ocurre a su hijo Will, cuando en el sepelio ve a muchos amigos de su padre y protagonistas de sus fábulas. Entonces, constata que su padre no mentía, sino que a ratos exageraba: así, Karl, el gigante era apenas alguien muy alto, las siamesas, gemelas idénticas y él y su padre, cuentistas reales.

Lo que me remite al epígrafe de Piglia para señalar que leer, fuera de escribir mentalmente, es pensar y que lo pensado y escrito por otros, aunque no haya sido por nosotros, de alguna manera nos pertenece o somos sus coautores. Porque todo lo que se pensó en el pasado puede ser pensado hoy, y lo que se piense mañana pudo ser pensado ayer, y se puede encontrar en autores distintos que, por inmanencia histórica, sentimientos parecidos, ética común, lleva a resultados similares y uno u otro ha escrito, leído o descubierto, no siempre por azar sino por búsqueda inconsciente o deliberada, libros que expresan de manera diáfana lo que confusa u oscuramente está ahí, así haya sido no-pensado por nosotros. Un libro, sí, para cada escritor, autor, pensador, coautor, en fin, artífice de una serie de eventos o sucesos, hechos o situaciones, dramas o comedias, no siempre encadenados de manera accidental o por azar, sino que, luego de cruzar por los abismos y demonios del artista, cobran coherencia y lucidez.

Todo ello para que al final alguien vea la luz al final del túnel que, sin saber o sabiéndolo, anda buscando, para coincidir con Piglia. Para terminar con esta idea, se recuerda lo dicho por Edward a su hijo Will: ‘Somos cuentistas, ambos. Bueno, tú los escribes y yo los cuento: es lo mismo’. Y éste, en el filme, sobre su padre: ‘El hombre cuenta sus historias tantas veces, que se convierte en las historias. Estas viven después de él: de esta forma, se hace inmortal’. Lo que el relato de Santiago señala y el guion abrevia: ‘Un hombre cuenta sus historias tantas veces que al final se convierte en las historias. Siguen viviendo cuando él ya no está’ (Sec. 201: 175). August al final del guion observa: ‘Un pez gato gordo y feliz viene nadando hacia nosotros’. Ello me brinda la ocasión de cerrar esta parte con el relato que mi hijo Santiago hizo sobre la muerte de su gata de verdad, Negrita, en 2017, y en el que registra algo esencial sobre la trascendencia, el vivir para siempre, la inmortalidad, como efecto de la entrega total.

“Yo tuve una gata [llamada] Negrita y que quise siempre con el alma. Hoy a las tres en punto de la tarde su corazón, que creo que era más grande que el de muchos humanos, se detuvo para siempre. Pasé junto a ella casi 18 años de mi vida, desde esa noche en la que mi hermana Valentina se la trajo sin permiso de una finca y, desde ese instante, la quisimos casi que sin medida, como se puede querer a alguien que da todo su amor sin esperar nada a cambio. Hoy [12.dic.2017], día en el que su prolongada existencia felina llegó a su fin, sólo espero que haya encontrado la paz y la tranquilidad que muchos añoramos. Nunca he creído que pase algo después de morir, al menos nada parecido a un cielo o un infierno, pero sí creo que todo lo que uno entregó en su vida deja una marca que no se desvanece en todas aquellas personas que recibieron todo lo bueno que quisimos y pudimos dar y eso, para mí, es una forma de vivir para siempre. Hasta pronto Negrita, gatica querida, te recordaremos eternamente.” (8) 

En conclusión, El gran pez es un filme de guion, con historias que oscilan entre la realidad y la fantasía, el humor y el drama, la tragedia y la esperanza, y cuya técnica de narración se basó en The Princess Bride (1987) o La princesa prometida, de Rob Reiner (véase Cuenta conmigo, 1986), obra que intercala escenas de la realidad con la ficción (9), como en Big Fish se mixtura fantasía con hechos concretos, siempre con verosimilitud, por muy descabellado que parezca o resulte lo que se muestra o narra. Burton hace gala de una destreza única para recoger tanto la visión del novelista D. Wallace como del guionista J. August, con quienes está unido por vínculos extra cinematográficos incluso: en efecto, mientras August hacía la U. su padre falleció e igual que Will quiso conocerlo mejor antes de su muerte, pero ciertas cosas los separaba; lo mismo que él, era periodista y tenía 28 años. Burton se identificó con Big Fish: su padre murió en 2000 y su madre en 2002, hechos que, sin duda, lo descolocaron.

Sin embargo, como para salir de un dolor no hay nada mejor que darle forma (10), Burton se encontró con el guion de August e hizo de él un derroche de imaginación y fantasía, de búsqueda y creación de la verdad, aunque la haya inflado, como si fuera mentira: a la postre, en ambos casos se presenta el exceso, ya sea por acierto o por defecto. Así ha hecho uno de sus filmes menos góticos y más llenos de luz, relativa impostura y plenitud de amor: el que se respira en cada tramo de las 202 secuencias pese, eso sí, a insertos de acción (el atraco al banco, la fuga en carro), y cuentos de hadas, que causan más risa que angustia. Pese al mayor cúmulo de diferencias que semejanzas, de recuerdos amargos antes que dulces entre padre e hijo, éste termina por sintonizar con aquél cuando incursiona en la piscina y se ignora si ve o alucina con la bella ninfa que otro día se topó Edward: la dosis de verdad o mentira de uno u otro sobre un mismo evento, no siempre hace que las cosas terminen por dejar de parecerse.

De ahí la sorpresa que se lleva Will y que acepta con un giro de su cabeza, como quien dice: mi papá no habla tanta mierda. Soy yo el que de pronto inflo las cosas. O quizás lo que hay detrás sea bronca por el abandono de su padre, que lo lleva al rechazo, al rencor, a la rabia, en fin, a la intolerancia. Cuando de lo que en el fondo se trata es de aceptación, comprensión, tolerancia, así su padre no sea el tipo maravilloso que a él le hubiera gustado tener. Por eso, cobra valor capital la figura del pez gato, como alegoría de quien sufre una especie de acromegalia infantil, o sea, no puede cesar de crecer, cual Shrek de la fantasía (11) o Cortázar de la realidad. Recuérdese que, en su niñez, Edward estuvo atado a una cama por tres años; luego, ya adolescente, se le ve en misa sentado y, de pronto, sus zapatos se revientan y un botón de su camisa golpea a la mujer del frente. Le pasa lo mismo que al pez que vio en una enciclopedia: crece en función del ambiente: si es amplio, eso pasa, si es reducido, se encoge.

Para terminar, el asunto de la muerte del padre es otra clave del filme, de ahí que no sea gratuito el hecho de que Burton haya aceptado, luego de que Spielberg fuese descartado, dirigir Big Fish tras la muerte del suyo. Es muy difícil sostener que haya una complicidad con su hijo Will y, no obstante, sí es posible afirmar que la muerte del progenitor no sólo afecta el carácter de un hijo, sino que puede alterar por completo su visión sobre el padre (12). Por lo menos eso le ocurre a Will, quien, del descontento y la melancolía, pasa de a poco al interés y la dicha por lo que halla en el camino, en la casa o el garaje, donde hay todo tipo de trebejos que le ayudan en su labor de encuentro y reconciliación con quien antes no sólo se hartaba, sino que era incapaz de cruzar tres palabras: simple, no le interesaba. Seguro, en este cambio de óptica, fuera de todo lo mítico/simbólico (13), cobre peso la figura abstracta pero concreta del hijo que espera con Joséphine y con el cual querrá identificarse, no distanciarse.

La secuencia final de Big Fish es un paradigma de emoción sin control y, a la vez, controlado al milímetro, desde un guion trasladado a la escena con lujo de detalles y, ante todo, con un amor y una delicadeza que derriba cualquier muro que se le quiera atravesar. Estamos frente a una historia de diálogo, comunidad, acercamiento y que se opone, sin querer, a rechazo, insolidaridad, lejanía. No en vano, está llena de niños que juegan, hay un gigante atípico, y el abuelo Edward que sabía que iba a morir como vio en el ojo de cristal de la Bruja y Will, esta vez, sonríe ante su hijo que cuenta la historia, como él mismo termina por invertir su rol frente a Edward y ahora es el que narra los cuentos de su padre: con tacto, tolerancia, afecto. Así, al entrar en la órbita de la aceptación, descubre que la muerte del padre no es un evento del todo trágico, sino la ocasión propicia para verificar que contar lleva consigo encarnar para, de paso, afirmarse en la vida y reconciliarse con quien nunca él debió tomar distancia.

A Santiago, hijo adorado, a quien nunca he querido hartar o complacer con mis cuentos, sino disfrutar los suyos, en los que me reconozco sin esfuerzo ni prurito alguno en tanto efecto natural del amor mutuo.

A Valentina, nuestra hermosa hija, hermana y amiga, con quien jamás tuve el más mínimo desencuentro.

A Marthica, quien con su música y su piano, esa otra forma de lectura, escritura y arte, me ha permitido comprobar que las distancias con el Otro están apenas alojadas en el cuarto de los prejuicios y el desamor.

Notas, enlaces y bibliografía:

(1) Big Fish – Guion cinematográfico de John August. Ocho y medio, Madrid, 2004, 197 pp.

(2) https://drive.google.com/file/d/0B_5fA1QKl4CoMVk4eFkyLVlrUFE/view?resourcekey=0-JcDUe5KX-DujhhlPGPAfIg

(3) https://ciudadseva.com/texto/pierre-menard-autor-del-quijote/ 

(4) WALLACE, Daniel. El gran pez: una novela de dimensiones míticas, PDF, 459 pp.: 21. 

(5) https://www.nytimes.com/2003/11/09/magazine/drawn-to-narrative.html?pagewanted=all  

(6) Se habla de Stanno Tutti Bene (1990), de Giuseppe Tornatore, cuando en el metro Matteo Scuro coge el teléfono, llama a uno de sus hijos, y todo para, y de American Beauty (1999), cuando Lester Burnham descubre a una hermosa joven rubia, de la que luego se enamora.

(7) 2004, 197 pp. Secuencia 101: 107.

(8) Nota publicada en el Facebook, de Santiago Muñoz Calvo, el 12.dic.2017, tal cual figura en las redes.

(9) http://johnaugust.com/downloads_ripley/big-fish-intro.pdf 

(10) Oscar Wilde dixit, en su libro Ensayos y Diálogos, Hyspamérica, Buenos Aires, 1985, 303 pp.

(11) https://docsalud.com/clinica/que-es-la-acromegalia-el-trastorno-de-crecimiento-que-inspiro-a-shrek/1011489

(12) No hay que ser Freud para entender esto, como seguro pensaría Will Bloom.

(13) https://estebanierardo.com/2025/07/14/la-estela-de-el-gran-pez-una-interpretacion-mitico-simbolica-del-film-de-tim-burton/

FICHA TÉCNICA: Título original: Big Fish. Castellano: El gran pez. País: EE.UU. Año: 2003. Gén.: Drama / Fantasía / Aventuras. For.: 35 mm; color; 126 min. Dir.: Tim Burton. Guion: John August, basado en El gran pez: novela de proporciones míticas, de Daniel Wallace (no, David, según portada del texto en español). Mús.: Danny Elfman. Fot.: Philippe Rousselot. Mon.: Chris Lebenzon. Esc.: Nancy Haigh. Vest.: Colleen Atwood. Int.: Edward Bloom (Ewan McGregor); E. Bloom (Albert Finney); Will Bloom (Billy Crudup); Sandra Bloom (Jessica Lange); Sandra Templeton (Alison Lohman); Joséphine (Marion Cotillard); Jenny Hill (Helena Bonham C.); Dr. Bennett (Robert Guillaume); Karl, el gigante (Matthew McGrory); Amos Calloway (Danny DeVito); Norther Winslow (Steve Buscemi); Ping y Jing, siamesas (Ada Tai y Arlene Tai); Don Price (David Denman); Beamen, alcalde Spectre y padre de J. Hill (Loudon Wainwright III); Mildred, esposa de Beamen (Missi Pyle). Prod.: Jinks/Cohen Company / The Zanuck Company / Tim Burton Productions. Dist.: Columbia Pictures. Fecha de estreno: 10.dic.2003.

Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y jazz, catedrático, corrector de estilo, traductor y, sobre todo, lector. Fundador y director del Cine-Club Andrés Caicedo, desde 1984. Colaborador de El Magazín EE, 2012; columnista, 2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, se lanzó en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por MLK: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, coautoría con Luís E. Soares, publicado por la UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución, con su ensayo sobre MZO y su novela Changó, el gran putas, lo lanzó UFES, 20.feb.21. Invitado por Pijao Eds. al Encuentro Nal. de Narrativa vista desde las Regiones (Ibagué, 1º a 4 nov.23) Invitado por la UFES al Congreso Literatura, Soberanía Nacional y Multipolaridad (Vitória, 25.nov.23). El 10.abr.2025 fue publicado en Brasil La Fábrica de Sueños – Ensayos sobre Cine, primero de ocho libros por salir en dicho año. Autor en ARC, Rebelión, Magazín de EE, Las2Orillas y traductor/coautor, con Luis E. Soares, en dichos medios. Director del Cine-Club Al Filo del Tiempo, que se emite desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños. E-mail: [email protected]

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