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El insuperable rechazo del ‘progresismo’ hacia Malvinas

Fuentes: Rebelión

El vasto y difuso campo del progresismo fue siempre refractario a Malvinas. Aunque resulte difícil de creer, el conflicto de 1982 estuvo prácticamente ausente de los Programas de Estudio de las carreras de Ciencia Política o Sociología de la UBA en estos 40 años.

El hecho es particularmente sorprendente teniendo en cuenta que muchos destacados cientistas sociales consideran al 2 de abril como uno de los dos o tres Acontecimientos (con mayúsculas) más importantes de la historia argentina del siglo XX, a la altura del 17 de octubre del ‘45 y por encima incluso del Cordobazo.

Para ser preciso en el uso de los términos, corresponde establecer de entrada una distinción entre lo que podríamos llamar genéricamente el ‘progresismo liberal antiperonista’, cuyo rechazo a Malvinas es feroz y no admite miramientos, y el ‘progresismo nacional-popular’ que sostiene unas posturas más moderadas, especialmente a partir de la irrupción del kirchnerismo en el escenario político local.

Los intelectuales progresistas de la derecha liberal – entre los cuales podemos citar a la ex maoista Beatriz Sarlo, al ‘marxista solitario’ devenido macrista Juan José Sebreli, al filósofo televisivo Santiago Kovadloff, al abogado constitucionalista auto-percibido ‘izquierdista’ Roberto Gargarella y al fundamentalista antimalvinero Vicente Palermo, entre otros (también militan allí Jorge Lanata, Fernando Iglesias, Marcos Aguinis, etc) – han hecho del rechazo a Malvinas una causa inmortal, llegando al extremo de reclamarle al pueblo argentino un acto colectivo de arrepentimiento por haber apoyado la gesta en 1982. No explicaron en qué consistiría dicho acto, pero tal vez una gran marcha de antorchas con la cabeza gacha hacia la embajada británica en Buenos Aires los dejaría satisfechos.

El ‘progresismo nacional-popular’, en tanto, que durante el alfonsinismo y los ’90 no se diferenciaba demasiado de sus primos hermanos derechistas, revisaron sus posturas más antimalvineras como consecuencia de la emergencia del kirchnerismo – con su contenido plebeyo, peronista y su raíz patagónica – como expresión local de la oleada de movimientos populares latinoamericanos en las primeras décadas del nuevo siglo. Una de sus más connotadas plumas, Horacio Verbitsky, que había escrito en los ‘90 uno de los textos sagrados de la desmalvinización, supo moderar sus posturas, seguramente influido por los nuevos vientos de la época. Los tiempos cambian y está bien cambiar con ellos.

Ambas vertientes del progresismo, hoy definitivamente distanciadas en la coyuntura política, fueron las responsables intelectuales en los ’80 y los ’90 de la elaboración de la narrativa desmalvinizadora que intoxicó a las clases medias urbanas y levantó un muro impenetrable para el ingreso de Malvinas en las universidades públicas. ‘La guerra de la dictadura’, ‘los chicos de la guerra’, ‘la locura irresponsable’, ‘la democracia hija de la derrota’, ‘el fin de las antinomias’, ‘el pacifismo como doctrina’, etc, fueron algunos de los lugares comunes que circularon profusamente en aquellos tiempos, como una especie de nueva versión del Manual de Zonceras jauretcheanas. El autor de esta nota puede dar fe que la sola mención de la cuestión Malvinas en la UBA – especialmente en la Facultad de Ciencias Sociales (!!) – convertía al valiente en sospechoso de apoyar o haber apoyado a la dictadura liberal oligárquica del ’76. Los cultores de la obra de Gramsci omitieron aplicar sus fértiles categorías teóricas (guerra de posición, hegemonía, voluntad nacional-popular, etc) para advertir cuales eran las fuerzas sociales nacionales e internacionales que impulsaban el proceso desmalvinizador en el país y su íntima conexión con el despliegue del programa neoliberal. Más bien usaron al revolucionario italiano para consagrar su rendición a las bondades de la ‘democracia republicana’ frente a los sueños juveniles de transformación social.

Cabe preguntarse cuál es el fundamento teórico de ese rechazo a la causa nacional de Malvinas por parte del arco progresista en su conjunto. Se trata de la manifestación presente de un repudio histórico de la intelectualidad semicolonial por lo que la buena teoría social llamó ‘cuestión nacional’, que no es ni más ni menos que la lucha de los pueblos por su plena independencia en un mundo dividido en un centro dominante y una periferia dominada. Desde la irrupción del peronismo en 1945, y antes también, el progresismo bienpensante de la gran ciudad cosmopolita, históricamente deslumbrado por la refinada cultura europea (inglesa y francesa en especial) vio en el joven coronel un émulo criollo de Mussolini y en la clase obrera movilizada una expresión gangsteril del lumpen-proletariado de Berlín, Roma o Turín. Todo el sistema de partidos de la época (la partidocracia los llamó Perón), incluida la izquierda clásica, se unió con el embajador yanqui para frenar el ascenso del tirano que venía a instaurar un régimen totalitario, de cuño nazi-fascista, en la Argentina británica.

Podría parecer que estas alusiones históricas resultan extemporáneas y algo forzadas. No creemos que sea el caso. La Argentina fue lo que algunos llamaban en otros tiempos una ‘semicolonia próspera’. Mientras la renta agraria lo permitió, se desenvolvió una capa intelectual legitimadora del sistema oligárquico que se alimentaba de Europa y soñaba con sus instituciones y su democracia. La crisis mundial capitalista del ’30 y las gigantescas convulsiones posteriores llegaron a nuestras tierras y, al igual que en el viejo continente, hizo trizas el sueño de la República oligárquica. La aparición de las masas en el escenario político con el peronismo cambiaría la historia para siempre. La intelectualidad semicolonial se vio sacudida hasta la médula por los acontecimientos y maduró un odio profundo hacia el nuevo movimiento, con independencia de sus aciertos o sus errores. Ese horror por ‘lo nacional’ y ‘lo plebeyo’ reapareció como una rémora lejana, pero no superada, el 2 de abril de 1982 y en los años posteriores. El pueblo en la calle, y su potencial articulación con un sector nacional del Ejército que brotó de Malvinas, se dibujó en el horizonte como la escena más temida de un redivivo peronismo, un pavoroso renacer del espectro populista. Tras la derrota militar en las islas y el derrumbe de la dictadura, los primeros años del alfonsinismo, con su quimera de ‘democracia sin liberación nacional’, parecía un destino posible y hasta deseable. Malvinas, naturalmente, no tenía cabida en el reino del consenso partidocrático bendecido por la embajada norteamericana y los estadistas europeos del momento (Felipe González, Mitterrand, etc). Evocaba a la Patria y al pueblo, dos conceptos anacrónicos (‘te quedaste en el ‘45’), peligrosos, superados por la modernidad democrática. En la era del ‘no lugar’ la idea de Patria olía a naftalina. El poder constituido hizo un hábil uso de las pueriles taras de la intelectualidad europeizada de la época, fuertemente anclada en las universidades públicas. Pero la realidad de la crisis, la avidez financiera desenfrenada de la usura mundial y la codicia depredadora de la burguesía nacional e internacional, se encargaron de arrojar un baño de ‘realismo periférico’ a esa clase ilustrada que clamaba por un estadista de porte europeo en un país doblegado por una decadencia imparable.

Todo saltó por los aires en los años subsiguientes, las sucesivas crisis abortaron definitivamente las ilusiones europeístas del progresismo liberal, ‘este país no tiene remedio’ dicen muchos de ellos con resignación. Pero el rechazo a Malvinas persistió como el primer día pues estaba demasiado enraizado en la constitución primaria de la clase intelectual semicolonial. Remite inapelablemente a la lucha por la soberanía contra la dependencia, a la defensa del interés nacional y del proyecto inacabado de unidad de América Latina (sin la cual la recuperación de Malvinas se torna ilusoria). Alude también a otra necesidad aún más inquietante para el universo existencial del progresismo: la unidad del pueblo y lo mejor de su ejército sanmartiniano, que aprendió en Malvinas donde está el verdadero enemigo.

Fernando Cangiano es exsoldado combatiente de Malvinas y miembro del Espacio de Reflexión La Malvinidad de Argentina

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