Desde el aparatoso descalabro del conservadurismo mexicano, en las históricas elecciones federales de 2018, y el ascenso del liberal Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de México, numerosos analistas de la política nacional se han dedicado –como si la vida les fuera en ello– a especular sobre quién será el próximo líder moral de la derecha mexicana. No faltan los que, sin ningún disimulo, proponen sonoramente a su gallo de pelea: que si el cotorro, que si el nopal, que si el diablito o que si el valiente. Mientras tanto, la actual crisis sanitaria develó, finalmente y para sosiego de los embalsamados legatarios de aquel Habsburgo errante, el nombre del ansiado prohombre: Covid-19. ¡Lotería!
Ahora bien, por puro ensayo del equilibrio periodístico, conviene recordar –y para el registro histórico– que la carrera ha sido verdaderamente cerrada, y que, de hecho, sí hubo otro actor que seriamente disputó al Covid-19 el liderazgo conservador: el expresidente Felipe del Sagrado Corazón de Jesús Calderón Hinojosa, cuya guerra contra los mexicanos dejó, por lo menos hasta finales de 2019, alrededor de 250.000 personas muertas, 40.000 desaparecidos, y millones de familias desgarradas por la violencia bestial que desencadenó su política beligerante y la alianza estratégica de su gobierno con el cártel de Sinaloa. (Adviértase que a Maximiliano lo fusilaron por menos; y no, no estoy dando ideas como las del tal Leo Zuckermann).
Básicamente entre estos dos polos –Covid-19 y Calderón– ha oscilado la corona del rey conservador. Sin embargo, la última secuencia de acciones concertadas, de las que hemos sido testigos no sin cierta rabia redentora (nótese el guiño al tal Krauze), confirman fehacientemente que la élite del conservadurismo decidió cerrar filas alrededor de la apocalíptica pandemia (y no, no es Calderón). En este sentido, cabe preguntar: ¿por qué la derecha se encomienda al Covid-19, y qué evidencias dan cuenta de que tal unión encierra una conspiración golpista?
Hay un hecho inexorable, y que no es posible ignorar en el contexto de la pandemia: prevalece, en el mundo, una profunda crisis de credibilidad de los gobiernos. Durante 40 años, nos recetaron dosis tremendas de antipolítica, esa excrecencia ideológica que consiste básicamente en echarle la culpa al gobierno de cualquier cosa que sale mal, y mantener en el anonimato a la iniciativa privada. El neoliberalismo es el programa que prohíja esa salvajada patrañera. Y esto es importante resaltarlo porque las derechas del mundo están acudiendo a esa desconfianza ciudadana para sembrar la confusión, agitar el odio, e invocar soluciones autoritarias. Los casos más emblemáticos de esta revuelta de delirio y encono son Donald Trump en Estados Unidos y Jair Bolsonaro en Brasil, quienes constantemente llaman, desde la propia presidencia, a desconocer las disposiciones que emanan del orden constitucional.
Pero si en todas partes se cuecen habas, en México, nuestra casa, a calderadas. Ante la desestructuración postelectoral del conservadurismo mexicano, y la incapacidad de producir, por generación espontánea, un liderazgo político, los herederos de Santa Anna y Porfirio Díaz apostaron todas las fichas al Covid-19, a fin de utilizar la calamidad mundial para desestabilizar, con base en fake news, llamados a la sedición y narrativas autoritarias, al gobierno que encabeza el Presidente Andrés Manuel López Obrador. Esa es la lógica de la derecha mexicana al colocar su destino en manos del Covid-19: a saber, anunciar una catástrofe, propiciar el desastre, y celebrar la profecía autocumplida. Están conscientes de que son débiles moral e ideológicamente, y que solo un apocalipsis sanitario los puede salvar de los seis años de la administración que, por mandato popular, y con una legitimidad sin precedentes, le corresponde ejercer a AMLO.
Ahora bien, ¿qué señales apuntan en la dirección de una vocación golpista de este conservadurismo coronista (y no por la Corona peninsular, sino por el coronavirus)? Observo una serie de sucesos e incidentes que discurrieron casi simultáneamente, y que a continuación recapitulo, no sin reconocer que el orden de exposición tal vez no concilie con el orden cronológico:
- El conocido comediante Eugenio Derbez comunicó un mensaje a través de sus redes sociales, con base en la información que proporcionó un amigo de su amigo que es amigo de otro amigo, y en el que denunció la falta de equipo de protección para el personal médico de una clínica en Tijuana. El personal de la clínica desmintió la información.
- Apenas unos días después, el gobernador de Baja California, Jaime Bonilla –antiguo miembro del Partido Republicano de Estados Unidos–, respaldó los señalamientos de Derbez, y advirtió que en la entidad –que él gobierna– los “médicos están cayendo como moscas” (sic). Tal información también fue impugnada por el personal ejecutivo del seguro social y el consejo nacional de salubridad.
- Exactamente en el medio de la fase 2 de la pandemia, los gobernadores de Jalisco, Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas pidieron revisar el pacto fiscal con la federación, que es un pacto que tiene cerca de 40 años de vigencia y que AMLO heredó de las administraciones pasadas. De acuerdo con el oportunísimo razonamiento de este bloque derechista de gobernadores, el modelo recaudador de la bolsa común y la distribución entre todos los estados es injusta porque la gente del sur no trabaja y la del norte sí… y reteharto. Por consiguiente, proponen convocar ex profeso e ipso facto una convención nacional hacendaria para instaurar un paradigma innovador en el que los impuestos se queden en cada una de las entidades. ¡Ni Cataluña, vaya!
- Coincidentemente, en el contexto de este remedo tropical de sedición autonomista, las redes viralizaron fotografías de presuntos narcotraficantes repartiendo despensas en las comunidades del norte y occidente de México. En el costado de las cajas, titilaban impresas las siglas del cártel en cuestión, el alias del jefe de la organización, el nombre del ayuntamiento beneficiario, y alguna numeralia posiblemente referente a la sucesión de tronos dentro del universo narco. Llama la atención, no obstante, que las organizaciones benefactoras fueran, por un lado, el CJNG del estado de Jalisco, y, por otro, el Golfo del estado de Tamaulipas, dos de las cuatro entidades declaradas en dizque estado de sublevación. A propósito de lo anterior, me permito hacer un par de acotaciones. Primero, cualquiera que haya visto una manta de diseño narco sabe perfectamente que los delincuentes no son particularmente aventajados en prolijidad. La adornada presentación que lucían las cajas de despensa no es de manufactura narco sino “marca gobierno”. Y segundo, todos saben que los narcos están subordinados al campo de la política, y que lo que menos quieren es exposición pública. México no es Colombia: en México, la política controla al narcotráfico. Tales imágenes alimentaron la idea de que la administración de AMLO es un desastre cuyos vacíos de autoridad capitalizan a su favor los narcos. Y de los gobernadores de Jalisco y Tamaulipas, Enrique Alfaro Ramírez y Francisco Javier García Cabeza de Vaca, ambos bajo investigación en Estados Unidos por nexos con el narcotráfico, nadie dijo nada.
- Y el colofón (banderazo, dicen algunos) es el llamado de Tv Azteca, en voz del tal Alatorre, a desobedecer a Hugo López-Gatell, titular de la Subsecretaría de Prevención y Promoción de la Salud y encargado en jefe de la estrategia contra el Covid-19 en México. Con este llamado al disturbio, los golpistas aspiran a viralizar el coronavirus a niveles catastróficos. Y esperan que la añorada calamidad propicie el desconocimiento generalizado –viral– del Poder Ejecutivo federal.
El líder de la derecha mexicana se llama Covid-19… y es golpista.