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Cien años después

El marxista-einsteiniano Francisco Fernández Buey y la teoría de la relatividad general (II)

Fuentes: Rebelión

Para el colectivo, ni vacío ni contradictorio en sí mismo, ¡y mucho menos para sí mismo!, de los marxistas que han amado y aman la compleja obra y el consistente hacer de Albert Einstein.   Sabido es que al aplicar la electrodinámica de Maxwell -tal y como se suele entender normalmente hoy día- a cuerpos […]

Para el colectivo, ni vacío ni contradictorio en sí mismo, ¡y mucho menos para sí mismo!, de los marxistas que han amado y aman la compleja obra y el consistente hacer de Albert Einstein.

 

Sabido es que al aplicar la electrodinámica de Maxwell -tal y como se suele entender normalmente hoy día- a cuerpos en movimiento aquella conduce a ciertas asimetrías que no parece ser inherentes a los fenómenos. Piénsese, por ejemplo, en la acción electrodinámica recíproca de un imán y un conductor […] Ejemplos de esta especie, junto con los intentos infructuosos de descubrir algún movimiento de la Tierra con relación al «medio lumínico» obligan a sospechar que ni los fenómenos de la electrodinámica ni los de los de la mecánica poseen propiedades que se correspondan con la idea de un reposo absoluto. Indican más bien, como ya ha sido demostrado para magnitudes de primer orden, que las mismas leyes de le electrodinámica y de la óptica son válidas en todas los sistemas de referencia para los que son ciertas las ecuaciones de la mecánica. Elevemos esta conjetura (cuyo contenido llamaremos de ahora en adelante: «Principio de Relatividad») a la categoría de postulado e introduzcamos además otro, cuya incompatibilidad con el primero es solo aparente, a saber: que la luz se propaga siempre en el vacío con una velocidad c independiente del estado de movimiento del cuerpo emisor. Estos dos postulados bastan para obtener una teoría simple y coherente de la electrodinámica de los cuerpos en movimientos basada en la teoría de Maxwell para los cuerpos estacionarios. La introducción de un «éter luminífero» resultará superflua en tanto en cuanto la concepción que aquí vamos a desarrollar no requiere un «espacio absolutamente estacionario» provisto de propiedades especiales, ni necesita asignar un vector velocidad a un unto del espacio vacío en el que tienen lugar los procesos electromagnéticos.

Albert Einstein (1905) [1]

 

Francisco Fernández Buey [FFB] explica del siguiente modo los años de formación del gran científico y filósofo alemán en el primer capítulo de su libro [2]. Recordemos el subtítulo: «Ciencia y consciencia».

  Albert Einstein nació en Ulm (Alemania), el 14 de marzo de 1879, en el seno de una familia de comerciantes, judíos practicantes. Su infancia transcurrió en Munich, la capital bávara, «ciudad en la que el padre, Hermann Einstein, dirigió, con un hermano ingeniero, primero un negocio dedicado a la distribución de agua y gas y luego una fábrica de material eléctrico». La madre, Pauline Koch, también de familia de comerciantes, tenía educación musical, pianista ella misma. «Sus familiares más próximos decían que el niño nació con la cabeza demasiado grande y que tardó más tiempo del normal en empezar a hablar».

En Munich inició Einstein los estudios de primaria en la escuela. Pública por supuesto. En casa «se le instruyó en la religión judía y aprendió a tocar el violín, una afición que le acompañaría durante muchos años». A los diez años era un niño «que gozaba de un ambiente familiar estable y que, como recordaría mucho después, se consideraba profundamente religioso, sin que en esto haya influido particularmente la familia más próxima, que no era practicante sino más bien indiferente» [3]. Empero, según contó él mismo en sus famosas notas autobiográficas que escribió cuando tenía sesenta y siete años, aquel celo religioso de su infancia le duró muy poco. Su concepción de la religión no fue una creencia religiosa al uso.

Fue también en Munich, en el Luitpold Gymnasium, donde cursó sus estudios de secundaria entre 1888 y 1894. Destacó, en contra de leyendas biográfico-urbanas extendidas y muy repetidas, «en matemáticas, sacó notas regulares en las disciplinas literarias y despreció enseguida el tipo de disciplina dominante en el Gymnasium». Esta última fue característica permanente de su estar en el mundo; de joven, de adulto y de más mayor. Y en asuntos y momentos nada fáciles.

A los trece años, casi recordando lo sucedido -o sabiamente inventado o construido- con Pascal, podía leer, con provecho matiza FFB, un tratado de geometría entero. De esa lectura, nos recuerda el autor de Leyendo a Gramsci, dejó dicho: «La claridad y la certeza de la geometría euclídea me causó una impresión indescriptible». El intento de claridad y la aspiración a la certeza geométrica o a su búsqueda, le acompañaron también desde entonces. Pruebas de la primera pueden verse en sus artículos o trabajos de divulgación.

Pero al mismo tiempo, señala FFB, «podía no prestar la más mínima atención en las clases de griego, lo que le costó la animadversión del profesor de turno». Einstein fue tal vez, en consistencia con lo apuntado, «un estudiante poco disciplinado y con algunas lagunas en su formación, pero con espíritu crítico y, en general, con buenas notas no sólo en las asignaturas de ciencias sino también en las que le interesaban menos». Ese espíritu crítico, innecesario es señalarlo, fue otra de sus características ininterrumpidas más destacadas. Hizo gala de él en momentos muy difícile para Alemania, para él mismo y para la Humanidad en su conjunto.

La idea, nos recuerda FFB, «de que Einstein fue un mal estudiante es una de las leyendas que rodean su vida». Analizando las actas del Luitpold «y los exámenes que Einstein hizo en 1895 en la sección de formación profesional del instituto cantonal de Aarau, que se han conservado, Lewis Pyenson ha destruido esa leyenda». (FFB hace referencia a un libro de Pyenson: El joven Einstein Alianza, Madrid, 1990. Vale la pena remarcar: en la sección de formación profesional del instituto.

Mientras sus padres se trasladaron a Pavía por razones profesionales, Einstein vivió sólo algunos meses en una pensión muniquesa con apenas 14 años. «Pronto siguió a sus progenitores hasta Italia con la intención ya de continuar luego estudios en Suiza, en el Instituto Federal de Tecnología de Zurich». A los quince años, nos recuerda FFB, «tuvo algunas dificultades para entrar en el Politécnico de Zurich, en parte por la edad y en parte porque sus resultados en lengua alemana, historia y literatura fueron inicialmente calificados de insuficientes». No en matemáticas por supuesto, conviene insistir.

Así pues, antes de que pudiera matricularse en el Politécnico suizo, «tuvo que pasar casi un año en la escuela profesional del instituto cantonal de Aarau». Aquí «tuvo su primer amor», platónico según el propio enamorado. También esbozó entonces su primer experimento imaginario, lo que serían sus famosos Gedankenexperimen t , sus experimentos mentales. El mismo Einstein, con el transcurso del tiempo, lo «relacionaría con la teoría de la relatividad». Desde la altura de la edad, ya en 1946, Einstein lo describió así: «Si perseguimos a una onda luminosa a la velocidad de la luz, nos encontramos frente a un campo de ondas independiente del tiempo. Pero, al parecer, no existe tal cosa». Luego por tanto…

Como físico, AE se formó ya en el Instituto Federal de Tecnología de Zurich entre 1896 y 1900, durante cuatro cursos. «El cambio de residencia de Munich a Zurich, a los dieciséis años, tuvo que ver en parte con el traslado de la empresa familiar, pero también con las preferencias del adolescente, determinadas por la repugnancia que le producía el tipo de disciplina entonces reinante en la enseñanza prusiana». La característica a la que ya hemos aludido. El mismo año en que ingresó en el Politécnico «renunció por primera vez a la nacionalidad alemana, de manera que durante algunos años vivió en Suiza como apátrida». Hubieron otras veces, por motivos profundamente antimilitaristas (recordemos su más que valiente oposición a firmar el Manifiesto de los intelectuales y científicos pangermanistas de apoyo al gobierno militarista alemán al inicio de la I Guerra, supo estar en minoría de muy pocos). «En un manuscrito titulado «Mis proyectos de futuro», que escribió en francés a los dieciséis años, Einstein explica que quiere matricularse en una carrera para ser profesor de matemáticas y de física teórica porque en la profesión científica hay una cierta independencia que le gusta, mientras que, en cambio, cree carecer de fantasía y de aptitudes prácticas». Su principal profesor de física y primer mentor en el Politécnico de Zurich fue Heinrich Friedrich Weber (1843-1912) nos recuerda FFB.

En el Politécnico, Einstein se tomó con muchísimo interés las clases de H.F. Weber. Tuvo como profesor de matemáticas, en varios cursos, nada más y nada menos que a Hermann Minkowski (1864-1909), «quien algunos años después se haría conocido en el mundo científico por su teoría del espacio-tiempo cuatridimensional y por su presentación matemática de la teoría de la relatividad especial». Curiosamente, observa el autor de Marx (sin ismos), «tratándose de un excelente matemático en formación, Einstein no compartía la opinión de Minkowsi sobre la potencia explicativa de las matemáticas puras e incluso criticaba el abuso que se hacía de las matemáticas en física, según recuerda uno de sus amigos de entonces, Maurice Solovine». La opinión de Einstein la compartiría años después otro físico inolvidable, Richard Feynman, al que probablemente llegase a conocer. FFB señala:

Es un tópico decir que, ya desde la época de Zurich, Einstein manejaba las matemáticas con una destreza incomparable; no se subraya tanto lo que fue su punto de vista permanente al respecto, muy bien captado por el también físico Leopold Infeld en una observación que le atribuye, típica ya del Einstein maduro que dialoga constantemente en broma con la divinidad: «Dios no se preocupa por nuestras dificultades matemáticas. Él integra empíricamente». Tal vez por eso, como ha mostrado Pyenson, tampoco Minkowski era muy amable cuando hablaba (incluso en público) de la formación matemática del joven Einstein. Además de a las clases Minkowski y a las de física teórica y al laboratorio de Weber, Einstein dedicó mucho tiempo en aquellos años a leer y anotar a los grandes maestros de la física contemporánea, señaladamente a Hertz, a Helmholt y a Ludwig Boltzmann.

 

En cambio , otro tópico corriente sobre Einstein, nos recuerda FFB, era muy cierto: «ya entonces cuidaba poco su alimentación y su vestido». Al margen de las clases en el Politécnico y de la asistencia a conciertos, «llevaba una vida de estudiante modesto y en varias ocasiones comunicó a los amigos su desprecio por las «buenas» maneras burguesas, a las que llamaba «filisteas»» (Manuel Sacristán y algunos de sus discípulos usaron esa misma expresión en ocasiones). En cuestiones de vestimenta «prefería lo sencillo y lo cómodo, un rasgo que se le iría acentuando con la edad». Se cuenta, por ejemplo, yo mismo ignoraba este curioso detalle, «que durante temporadas enteras no usaba calcetines, alegando que sólo sirven para producir agujeros; o que prescindía del jabón de afeitar porque habiendo jabón de tocador haber inventado otro para afeitarse le parecía un exceso inútil».

Es posible, conjetura FFB, que a esa forma de estar en el mundo «haya contribuido también la crisis temporal de la empresa familiar, lo que dejó al joven Einstein de Zurich con pocos recursos económicos». Esto es al menos lo que, en la opinión de este marxista-einsteniano, «sugiere una carta que escribió a su hermana Maja en 1898». De este modo, hasta que logró encontrar un trabajo estable -probablemente le hubiera resultado imposible si hubiera vivido un siglo después-, «vivió de realquilado, aunque con personas amigas, próximas a la familia, y durante algún tiempo contó con la inestimable ayuda de su hermana; a veces habitó en pensiones y en algún caso se sintió incluso obligado a discutir con su casero hasta las condiciones de la pensión alimenticia». La situación recuerda parcialmente lo vivido por los y, sobre todo, por las Marx en el Londres de los años cincuenta y sesenta (mucho peor en este segundo caso desde luego).

Einstein, nos recuerda FFB, «no era nada práctico para las cosas de la vida cotidiana, a pesar de lo cual y de que por lo general reconocía esa debilidad suya, en varias de las cartas de ese período quiere mostrar cierta habilidad, por lo menos en lo que hace a algunas de las penosas negociaciones sobre vivienda y alimentación». En una carta de finales de 1901, «llega a decir a este respecto que la desfachatez es su ángel de la guarda en aquel mundo».

En el Politécnico de Zurich, a los 18 años de edad, «Einstein hizo amistad con el ingeniero Michele Besso, de origen italiano, con el que mantendría una interesantísima y dilatada correspondencia casi hasta el final de su vida» [4]. Conoció también a Marcel Grossmann, «quien luego colaboraría con él en la formulación de la relatividad general», y, por supuesto, a Mileva Maric (1875-1948), «matemática de origen serbio, con la que estableció una relación primero profesional y luego, desde 1898, amorosa. Einstein acabaría casándose con Mileva Maric en 1903, a pesar de la oposición manifiesta y reiterada de su familia, sobre todo de la madre, Pauline Koch».

FFB señala que la correspondencia de Einstein con Mileva Maric [5] y los recuerdos de algunos de sus compañeros de juventud arrojan luz no sólo sobre aquella pasión amorosa «sino también sobre las actividades y el carácter de Einstein durante este período». Las primeras cartas de Einstein a Mileva «aportan juicios sobre profesores y sobre el valor de sus clases, expresan deseos de lecturas conjuntas y contienen muchas bromas domésticas, mayormente sobre la madre (con quien pasaba habitualmente las vacaciones) y la hermana (con la que convivió durante algún tiempo)». Del padre, señala FFB, hablaba en estas cartas con respeto «pero también con cierta distancia». Einstein daba a Mileva noticia de sus lecturas y comunica reflexiones de interés sobre sus estudios y sobre sus hipótesis científicas. Por ejemplo, esta que nos recuerda FFB de agosto de 1889

Cada vez estoy más convencido de que la electrodinámica de los cuerpos en movimiento, tal y como se presenta en la actualidad, no se corresponde con la realidad, y que debería ser posible presentarla de un modo más sencillo. La introducción del término «éter» en las teorías de la electricidad ha llevado a la noción de un medio de cuyo movimiento se puede hablar, creo yo, sin ser capaz de vincular esta expresión con un sentido físico.

 

Lo dejamos aquí por el momento. FFB nos enseñará más sobre nuestro asunto en entregas posteriores.

 

Notas:

[1] Tomado de Carlos Solís y Manuel Sellés, Historia de la ciencia, Madrid, Espasa, 2005, p. 837

[2] Francisco Fernández Buey, Albert Einstein. Ciencia y consciencia. Barcelona, El Viejo Topo, 2005.

[3] S. López Arnal, Antología de Einstein sobre ciencia y religión. Casal el Mestre, Santa Coloma de Gramenet, 1995.

[4] A. Einstein, Correspondencia con Michele Basso (1903-1955), Tusquets, Barcelona, 1994.

[5] Se dio a conocer a finales de la década de los años ochenta del siglo pasado, en primer volumen de The Collected Papers. En castellano puede verse: Cartas a Mileva, Mondadori, Madrid, 1990. La edición, salvo error por mi parte, es del gran historiador, muy apreciad por FFB, Sánchez Ron.

 

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