Cuando escucho los dramáticos acontecimientos que afectan a la hermana república de Bolivia en estos días tengo una fuerte sensación de «deja vú», como dirían los franceses. Esto lo he visto antes. ¿Dónde? ¡Ah! Es la misma estrategia de Estados Unidos que separó a Panamá de Colombia en 1903 para apoderarse del canal. Los panameños […]
Cuando escucho los dramáticos acontecimientos que afectan a la hermana república de Bolivia en estos días tengo una fuerte sensación de «deja vú», como dirían los franceses. Esto lo he visto antes. ¿Dónde? ¡Ah! Es la misma estrategia de Estados Unidos que separó a Panamá de Colombia en 1903 para apoderarse del canal.
Los panameños que aún creen en las mentiras históricas contadas por nuestros historiadores al servicio de la oligarquía y el imperialismo yanqui, especialmente aquellos que se dicen de «izquierdas», que miren hacia Bolivia en 2008, y aprenderán algo de historia panameña.
En Bolivia, desde la elección abrumadora del presidente Evo Morales, en enero de 2006, el imperialismo norteamericano y europeo, en asocio con la oligarquia blanca que ha explotado, oprimido y discriminado a la mayoría indígena de ese país por 500 años, se han dedicado a la tarea de sabotear todas las iniciativas del gobierno.
Primero, empresas transnacionales y oligarcas «nacionales», trataron de bloquear la nacionalización del gas decretada por Evo. Recurso natural que dichas empresas venían explotando por décadas sin entregar al país casi nada de las ganancias que se embolsaban.
Luego procuraron sabotear la Asamblea Constituyente, electa democráticamente, en que el pueblo de TODAS las provincias (incluida Santa Cruz) ratificó, para redactar un nuevo modelo de país, a los partidarios de Evo Morales y a una mayoría de diputados indígenas, hasta entonces excluida de la participación política y las grandes decisiones.
Inventaron que, para aprobar los artículos de la nueva Constitución, el gobierno debía aceptar de las imposiciones de una oposición castigada con una escasa representación por parte del voto popular, aduciendo una que sólo podía aprobarse por una mayoría de 75% de los diputados y no por mayoría simple (mitad más uno),
Cuando, después de meses de sabotaje, los diputados decidieron aprobar la nueva Carta Magna, cuetionaron la «capitalidad» de La Paz, obligaron a mover de ciudad las sesiones y pusieron manifestantes violentos que agredieron a los diputados aymaras, quechuas y de otros grupos étnicos en las puertas de la Asamblea Constituyente.
En el interín, la oligarquía racista boliviana, asesorada por el embajador yanqui Philp S. Golberg (que antes trabajó en Kosovo ayudando a la fragmentación de las exYugoslavia), inició una campaña para prejuiciar a los «mestizos» contra los indígenas. Campaña acompañada de ataques armados de grupos paramilitares contra organizaciones obreras y populares que apoyan al gobierno. El objetivo, anular su presencia en las provincias del este del país donde los pueblos originarios son menores que en la sierra.
Su labor de división del país continuó tratando de legitimar ideológicamente la existencia de dos Bolivias, la blanca y la india, para justificar la división del país, el desconocimiento del gobierno y las autoridades legítimamente electas. Ese divisionismo, disfrazado de «separatismo» adoptó ahora el llamado a unos referéndums ilegales en Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija que buscan declararse independientes del gobierno central.
Como ha dicho el diplomático boliviano, Jorge Alvarado: «Ellos persiguen separarse de Bolivia porque consideran que en su territorio se encuentran las mayores riquezas, reservas importantes de hidrocarburos, las tierras más productivas y con esas riquezas pueden mantenerse». Cuyos frutos no quieren compartir con las mayorías desposeídas, tal y como vienen haciendo desde la Colonia.
Agrega el embajador boliviano, «detrás de todo esto está el imperio». «Quieren es dividir al país para reinar -señala- no sólo en Bolivia, sino en Latinoamérica, porque la intención de Estados Unidos es dividir a los países latinoamericanos con esos pretextos del separatismo».
El objetivo de Estados Unidos es claro: obtener el control de los recursos naturales bolivianos, en especial el gas, que serán cedidos gustosamente por los gobernadores separatistas, anulando los impuestos y la nacionalización hecha por Evo Morales.
La política contienental de Estados Unidos del «divide y vencerás» no es nueva. Tiene 200 años de aplicación en el continente, desde la famosa doctrina del «América para los americanos». Y fue advertida y vaticinada por Bolívar numerosas veces, en especial en la convocatoria al Congreso Anficitiónico de Panamá en 1826.
Ese «divide y vencerás» se aplicó literalemente en Panamá, en 1903, por parte de Teodoro Roosevelt para apoderarse de nuestro principal recurso natural, la posición geográfica, y construir un canal controlado por ellos.
Primero propusieron un borrador de tratado tan leonino que, cuando los negociadores colombianos (Martínez Silva y Vicente Concha) se opusieron, forzaron su retiro, hasta que el embajador colombiano firmó, sin consultar a su gobierno, el oprobioso Tratado Herrán-Hay en enero de 1903.
Cuando el tratado empezó a encontrar una tenaz resistencia de la opinión pública, panameña y colombiana, y se hizo evidente que no se aprobaría sin modificaciones en el Senado colombiano, Estados Unidos empezó a preparar el «plan b», es decir, la separación de Panamá de Colombia.
Para ello contó con la decidida colaboración de la oligarquía conservadora panameña, hasta ese momento aliada del gobierno conservador de Bogotá presidido por Marroquín, cuyos líderes eran, casualidad (!), dos empleados de la Compañía del Ferrocarril de Panamá, José A. Arango y Manuel Amador Guerrero (el último cartagenero). Cerradas las sesiones del Senado en Bogotá, el 30 de octubre de 1903, se procedió a realizar la separación el 3 de noviembre, con una cuantiosa flota militar norteamericana.
Quince días después se firmaba en Washington el Tratado Hay-Bunau Varilla, por un francés accionista de la Compañía Nueva del Canal, con aprobación de la ilegal Junta Provisional de Gobierno panameña, compuesta por conspicuos oligarcas del patio, que lo ratificó en inglés y sin traducción oficial. Por esa vía, Estados Unidos se apropio del Canal de Panamá, del que salieron en el año 2000 después de un siglo de luchas generacionales del pueblo panameño.
Para dar apariencia legítima a este acto intervencionista, los historiadores al servicio de la oligarquía, procedieron a reescribir la historia tratando de encontrar un supuesto anticolombianismo de los panameños durante el siglo XIX, igual que hoy hace la oligarquía boliviana para dividir al pueblo entre «indios» y «cambas».
Lamentablemente, en Panamá, mucha gente progresista sigue imbuida de la falsificación histórica sin querer aprender la lección que nos legara el propio Libertador Simón Bolívar: sólo la unidad nos hará libres, los divisionismos regionalistas son fomentados por intereses extranjeros y oligarquías locales para sojuzgarnos.
Por ello, los panameños más que nadie, debemos ser plenamente solidarios con el pueblo boliviano que pugna por su liberación, denunciando a los divisionistas de hoy, hijos de la casta de traidores que nos fragmentaron el siglo pasado para beneficio del imperialismo norteamericano.
¡Viva Bolivia unida!
¡No a los ilegítimos referéndums separatistas!
¡Manos yanquis fuera de Bolivia y Latinoamérica!
¡Por la unidad latinoamericana!