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El mito de las «izquierdas» en México

Fuentes: Rebelión

Desde hace algunos años se viene difundiendo la idea de la presunta existencia de una «izquierda» en México, junto a otras fuerzas que estarían aglutinadas en torno al «centro» y a la «derecha». Esta idea, o más bien mito, ha justificado que ciertas agrupaciones políticas se adjudiquen ser la «izquierda» en el país y en […]

Desde hace algunos años se viene difundiendo la idea de la presunta existencia de una «izquierda» en México, junto a otras fuerzas que estarían aglutinadas en torno al «centro» y a la «derecha». Esta idea, o más bien mito, ha justificado que ciertas agrupaciones políticas se adjudiquen ser la «izquierda» en el país y en su nombre desplieguen políticas articuladas en los procesos políticos que ampara el Estado mexicano dentro del juego de otro mito denominado «democracia», sin definir con precisión el significado y contenido de esta palabra, a no ser que se reduzca al mero juego electorero. Por supuesto: muy lejos de la raíz griega [ δημοκρατία ] de la democracia, cuyo significado esencial es poder del pueblo .

Las «izquierdas», estereotipo y denominación ideológica que han consagrado los medios de comunicación y sus ideólogos institucionales, comprende los partidos de la Revolución Democrática, del Trabajo y Convergencia (que trocó su nombre por el de Movimiento Ciudadano), en cuyas formaciones participaron predominantemente ex-integrantes del partido institucional (PRI), que se mantuvo en el poder durante 71 años hasta que lo cedió al actual gobernante de derecha, el Acción Nacional en el año 2000.

La «izquierda» -que es más bien una especie vernácula de la socialdemocracia que opera en los países capitalistas avanzados- es el mote que utilizan indiferentemente todos los ideólogos de los medios privados de comunicación, los intelectuales orgánicos afines a esa ideología y los miembros de los propios partidos. Sin embargo, en ninguna parte se define qué se entiende por izquierda, salvo ser «oposición» de los otros partidos políticos que interactúan en el gobierno, en el parlamento y en la escena electoral.

Se olvidaron que el concepto «izquierda» implica una acción política con un proyecto histórico alternativo de superación del estado de cosas existente; es decir, del capitalismo y de sus relaciones sociales de explotación, de miseria y de dominación política; la construcción de una nueva sociedad sustentada en un nuevo modo de producción no capitalista. Y la reducen a la praxis política dentro del orden existente, y para el orden, enmarcado en la actual etapa neoliberal del capitalismo dependiente depredador sin plantear, en ningún momento, su transformación, ni mucho menos su superación. A lo sumo, llegan a enarbolar políticas neodesarrollistas y distribucionistas del ingreso; la creación de empleos -la mayoría de ellos precarios y sin derechos para los trabajadores-; la asistencia social para la población de la tercera edad mediante dádivas generalmente encaminadas a convertirla en una dócil clientela política que la partidocracia utiliza para reproducir sus intereses y prebendas. Pero se cuidan de mantener y reproducir el sistema de explotación y de dominación política vigente en el país.

Una vez en el gobierno las burocracias políticas de esos partidos se dedican a gestionar eficientemente el Estado capitalista mediante construcción de infraestructura, apoyos y subsidios a las empresas privadas nacionales y trasnacionales que operan en el país; todo ello tendiente a la manutención del orden existente. Cuando no conviene a sus intereses, de clase y partidarios, recurren a la represión de los movimientos populares como los estudiantiles, indígenas, magisteriales o, bien, contra los movimientos obreros que reclaman sus derechos y denuncian la explotación.

El mito de las «izquierdas» resulta por lo menos de tres fenómenos articulados. En primer lugar, de la desarticulación real y efectiva -y de la fragmentación-de los verdaderos grupos o agrupaciones de izquierda que operan en la sociedad y en los movimientos sociales, populares y sindicales como el movimiento zapatista o los movimientos magisteriales y estudiantiles independientes. En segundo lugar, de la ausencia de una verdadera discusión teórica e ideológica entre las fuerzas de izquierda sobre las características de la naturaleza del capitalismo dependiente de México y su etapa actual dentro de la división internacional del trabajo y de una profunda discusión sobre conceptos fundamentales como: qué es el Estado hoy, el gobierno, el régimen político, el imperialismo, las clases sociales, la crisis y el problema del poder, la cuestión de la revolución social y la transformación del sistema en un nuevo modo de producción y régimen político-social no capitalistas. Por último, de la hegemonía que los medios de comunicación (oficiales y privados) han impuesto, junto con las burocracias y los ideólogos de esas llamadas «izquierdas» -cuyos discursos son ampliamente promovidos y difundidos en las monopólicas cadenas televisivas-, sobre la sociedad y los movimientos populares, al introyectar la ideología dominante, de cuño básicamente neoliberal, como la única posible para pensar los graves problemas socioeconómicos y políticos del país. Esta ideología dominante comprende al neoliberalismo (que es hegemónico), al neo-estructuralismo y, por último, a las diversas corrientes del neopositivismo y el racismo que plantean que la «naturaleza humana» está cimentada en los intereses del mercado capitalista, en la competencia acérrima entre los seres humanos, el individualismo, la propiedad privada y en el «derecho» a explotar al ser humano en beneficio del capital y de las clases dominantes. Y sobre todo, que el sistema y el régimen que engendra son «inmutables» e «insuperables», pudiendo solamente «reformarse» por la acción de los «líderes y burócratas iluminados»; que cualquier intento por superarlo está condenado de antemano al fracaso y, por lo tanto, es plausible y «legítima la intervención del Estado a través de la represión para sofocar a las fuerzas, individuos y movimientos sociales que se planteen la toma del poder para mejorar las condiciones sociales y garantizar la construcción de una nueva sociedad.

Las «izquierdas», esa partidocracia subsidiada por el Estado y controlada a través de leyes y reglamentos, substituye la voluntad popular y la de sus propias membresías -otrora militantes-por las decisiones autoritarias y centralistas que uno o dos miembros de la dirigencia toman en acuerdos cupulares y deciden las acciones y las prácticas a seguir. Se confunde la militancia del partido con las prácticas gubernamentales de sus miembros que se convierten en verdaderos empleados asalariados, con ideologías corporativistas cimentadas en los intereses económicos y las acciones individuales para escalar los niveles sociales y del poder. Quedaron atrás las iniciativas de los colectivos de los partidos, las asambleas tumultuarias democráticas que definían quienes deberían ser los dirigentes y los programas de acción, los debates internos, la discusión teórica y política sobre los problemas del país y las posibles soluciones a desarrollar; la posibilidad o no de participar en los comicios locales, estatales o nacionales. Todo fue sustituido por la voluntad de uno o dos dirigentes que se autodesignan «líderes carismáticos», pero que son quienes verdaderamente toman las decisiones desde arriba, desde sus lujosas oficinas y al margen de las bases de sus propios partidos en temas como las políticas de alianzas, la asignación de candidaturas para diputados y senadores y, finalmente, trazan el rumbo del partido que tendrá que seguir durante los siguientes meses o años. Las burocracias de la partidocracia utilizan el poder que les otorga el Estado para asignar y distribuir prebendas y privilegios de todo tipo a sus miembros tales como puestos gubernamentales, designación discrecional de partidas presupuestales del erario correspondiente; reparto y promesas de beneficios personales que garantizan la adhesión acrítica e incondicional a los dictámenes y mandatos de sus jefes. El resultado final es que el partido en estas circunstancias se convierte en un verdadero mecanismo empresarial de enriquecimiento personal, de corrupción y de continuidad para seguir usufructuando esos beneficios mientras los partidos se mantienen en el gobierno y con su registro.

Frente a la pobreza, el desempleo, la inseguridad y la violencia, la problemática de la emigración de enormes contingentes de mexicanos a Estados Unidos, la inflación y el pronunciamiento del deterioro de la vida social y cultural de la mayor parte de la población (sujeta a la informalidad y a la precariedad del mundo del trabajo de baja remuneración y sin prestaciones sociales), los partidos de la autodenominada «izquierda» -al igual que los de la derecha-no tienen empacho en derrochar sin piedad recursos financieros, materiales y humanos, en acciones de propaganda de sus personeros a través de mensajes televisivos y mediante cientos de miles de carteles y propaganda inútil que inundan y contaminan las calles y avenidas de las ciudades en un afán por promoverse y obtener, de esta forma, el voto de los ciudadanos para, una vez encumbrados en sus puestos, olvidarse de ellos hasta la próxima coyuntura electoral, cuando le pedirán nuevamente su voto. Brillan por su ausencia planteamientos esenciales, propuestas de proyectos y de alternativas frente a los graves problemas de la población y del país, y en su lugar, se promueven las «cualidades» individuales, narcisis tas -y hasta mesiánicas- de los alfeñiques-candidatos que participan en el proceso electoral carentes de planteamientos o, si los tienen, absolutamente superficiales y sin ningún contenido profundo que realmente, por lo menos, sugiera alternativas para intentar resolver los grandes y graves problemas y la crisis de la sociedad mexicana.

El corporativismo y mesianismo encarnados en los partidos de las autonombradas «izquierdas», no representan los intereses de la gran masa de la población del país, es decir, alrededor de 112 millones de personas, mayoritariamente, mujeres. Sólo sus propios intereses y los de sus clientelas partidarias, por lo que se abre un enorme campo de indefensión para millones de personas que tendrán que soportar los efectos de las políticas neoliberales y mercantilistas que el sistema capitalista habrá de imponer durante los próximos seis años de la nueva administración gubernamental (2012-2018), en un país que acusa uno de los índices de desigualdad social más altos -junto a bajísimos niveles salariales- en el planeta.

En suma, la discusión se tendrá que dar desde abajo, entre las distintas agrupaciones de la izquierda, con los trabajadores y demás sectores oprimidos de la sociedad mexicana con el fin, en primera instancia, de definir y construir un proyecto alternativo que verdaderamente represente -y de cauce (a)- los intereses y necesidades del pueblo y del país.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.