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Reseña de "Retrato de una mujer en llamas" (2019)

El motor de la historia versus el de la histeria

Fuentes: Rebelión

Un político divide a la humanidad en dos clases: los instrumentos y los enemigos. Friedrich Nietzsche

Con Portrait de la Jeune Fille en Feu (2019) o Retrato de una mujer en llamas, de Céline Sciamma (Pontoise, 1978), se inicia el segundo ciclo de Directoras de ayer, hoy y siempre del Cine-Club Al Filo del Tiempo, que se emite desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños. Obra que narra la historia de una pintora que recibe el singular encargo, de retratar a la hija de una condesa que acaba de salir del convento, ha perdido a una hermana, y ahora va a casarse. Lo singular del asunto es que debe hacerlo sin que la modelo se entere, lo que obliga a la pintora a investigarla/vigilarla. El filme es un poco uno de formación, a la manera como en literatura es la Bildungsroman o novela de formación, y otro exponente del subgénero Coming of Age o del trayecto hacia la madurez, aunque aquí no se trate propiamente de adolescentes. En fin, obra preciosista que describe una relación más o menos igualitaria, un amor en sosiego, y a la vez muestra la lucha de clases, ese motor de la Historia.

Otro filme, entre muchos ya, protagonizado por mujeres (Mentes que brillan, Rompiendo las olas, Match Point, Lady Bird, Amélie), (1) en el que casi triunfa el amor pero no, de cierto modo subvierte los géneros fílmicos, borra en parte la idea de opresores y oprimidos, busca el equilibrio de la autoridad, confiere valor al lenguaje visual, destaca el vestuario y la música. Aunque a la par describe el conflicto aristocracia/plebeyos, asume en parte la realidad del Otro, presenta el cine como acto político, esboza la evocación y la necesidad humana de consolación, el lesbianismo u homosexualidad como acto natural, el al retrato por la condesa como sucedáneo del matrimonio arreglado/conveniente. Por otra parte, es una de esas obras que reúne tres de las características inherentes a los filmes mayores, como se verá. Todo ello, a través del descubrimiento del amor, mediante pinceladas fílmicas de una evidente sutileza/cuidado en el tratamiento de guion, imagen, vestuario, música, personajes.

Francia: finales del Siglo XVIII. La maestra enseña la pintura a sus alumnas. Alguna de ellas lleva el cuadro Portrait de la Jeune Fille en Feu, literalmente Retrato de la niña en llamas. La pintora Marianne va de viaje por el mar, como al inicio de El piano, de Jane Campion. Llegada posterior al sitio donde está la modelo del retrato encargado. Empieza a ser notable el trabajo de iluminación tanto en exteriores como en interiores. Ahora, Marianne y Sophie están en un salón de recepción muy poco usado. Ésta última, lleva tres años allí. Marianne, de costado frente al fuego, fuma en pipa. Un respeto notable por el cuerpo al mostrarlo. Desde el inicio todo se presenta como si se tratara de un viaje de exploración: incluso, de las emociones humanas. Marianne misma se sirve pues tiene hambre. Pregunta por vino y Sophie le trae. Luego, curiosea preguntándole cómo es su joven ama. Ella no la conoce muy bien. Llegó hace poco tiempo de donde los benedictinos, que la trajeron a casa. Su hermana murió.

Ahora, Marianne se encargará de pintarla. Ya otro pintor intentó, pero no pudo. Héloïse aún no tiene vestidos. Solo usa la ropa del convento. El vestido verde servirá para el retrato. El que pretende a la hija de la condesa es de Milán. Todos irán allá si le gusta el retrato. Ella cansó al pintor. Se negó a posarle. Él nunca vio su rostro. ¿La razón por la que resiste que la pinten? Se niega al matrimonio. Hay que pintarla sin que lo sepa, le señala la condesa a Marianne, quien cree que Heloïse va a pensar que la vigilará. Al entrar por primera vez a ese salón, la condesa se halló a sí misma viendo su imagen colgada en la pared. Marianne va tras Héloïse al mar: de pronto corre veloz hacia el acantilado por miedo; al llegar, se detiene, aunque ha soñado con eso desde hace tres años. Marianne averigua si en morir o matarse. En correr, dice Héloïse. Poco antes, Sophie contó que su hermana cayó del acantilado, o sea, se suicidó. ¿Por qué lo sabe? Porque no gritó. Marianne la vigila todo el tiempo, aun sin querer.

Héloïse llega al mar. Las olas golpean las rocas. Voltea a mirar a la pintora y se ven las dos. Observa al frente y ya son una sola: la mira con tal vigor, como si le dijera algo. Marianne describe su método de observación: ‘Uno debe poder ver la oreja y estudiar de cerca su cartílago, incluso si está cubierto de cabello. Se debe determinar si es de un tono transparente y cálido, a excepción del orificio, el cual siempre es fuerte. Su tono, incluso en la luz, debe ceder al de la mejilla, la cual es más prominente’. Le pide un libro y Marianne lo busca y se lo entrega. A aquélla le extraña que ésta duerma donde está. Bocetos de Héloïse por doquier. Ésta la llama. Sophie debe cubrirla pues hace mucho viento afuera. De nuevo, las dos a orillas del mar. Héloïse quiere bañarse. Ahora sabe que Marianne se quedará seis días más. Le pregunta si sabe nadar. ‘No sé’ Es muy peligroso si no sabe. ‘Quiero decir que no sé si pueda nadar’. Sus manos en PPP parecen decir algo. Marianne las bocetea y recoge tal sensación…

El día estuvo difícil, dice a Sophie. Héloïse siempre marcha delante de Marianne y permanece sola en la playa. No la ha visto sonreír aún. Tal vez deba intentar ser divertida, sugiere Sophie. Sonríen. No se olvide que dar alegría también da alegría, como creía Nietzsche. El retrato avanza en el lienzo. Ya se ven los rasgos de Héloïse naturales, sin afectación alguna. Su rostro es cada vez más diáfano y a la vez más potente y, por contraste, sutil. No obstante, algo parece faltar, por el gesto de la pintora. Héloïse acota que su hermana hacía el bordado. Sobre si cree que quería morir, dice que Marianne es la primera en atreverse a preguntar eso. Fuera de Héloïse misma, no en voz alta, pero sí. En su última carta, se disculpó sin motivo alguno. Por qué habría de hacerlo, señala Marianne. Por dejarme a mi suerte, responde Héloïse no sin egoísmo, prejuicio, vanidad. Quedarse en el convento tiene, sin duda, ventajas. Una biblioteca, se puede cantar, escuchar música. Y la igualdad es un sentimiento placentero.

A Marianne, en cambio, el convento le parecía injusto. Se fue luego de su primera comunión. La castigaron por dibujar al margen en su libreta. Dibuja un poco. ¿Cuándo se casará, qué hay de ella?, pregunta la curiosidad que asalta a Héloïse. No sabe si lo haga. En realidad, no tiene que hacerlo: Marianne se encargará de los negocios de su padre. Hasta ahora, todo lo que parece indecisiones, va en pos de la decisión, la consolidación, la firmeza en un campo anegado de fragilidad: la emocional. Cuando la deje salir libre la condesa, Héloïse no sabe si será libre o estará sola. En todo caso, irá a misa. No para recibir la comunión, como cree Marianne, sino para escuchar música. Factor clave en el curso del filme. La música es la mayor de las artes y el cuerpo femenino es el perfecto instrumento musical, como dice Joyce en su novela Ulysses (Cap. 11) (2): que es lo que ya figuran los cuerpos de Marianne/Héloïse. Para aquélla la música de órgano es bonita, pero lúgubre, no alegre como sus sendos cuerpos.

Héloïse nunca ha oído a una orquesta. Para Marianne no es fácil descubrir la música, juicio claro en tanto se trata de sonidos, no de palabras. La que Marianne toca en clavecín es sobre una tempestad y los insectos la sienten. Se agitan. La tempestad llega. Símil perfecto con lo que la cara de Héloïse expresa/refleja y ya sienten ambas. Como rayos y viento. Y sonrisas dibujadas en los labios. La alegría. Esa que hay que dar sabiendo que al tiempo se recibe. ‘Vas a escuchar el resto. Milán es una ciudad de música’ (3), le dice a Héloïse, quien justo ya piensa en no ir, no tener que hacerlo para vivir la tempestad que se avecina, sino en quedarse allí, donde está la complicidad, la opción de ser consolada, el encuentro con el amor. Sin importar que luego pueda evaporarse como polvo en desierto y aun así seguir ahí en el aire. En efecto, señala que así no puede esperar por Milán. Marianne aclara haber dicho que habrá buenas cosas allá. Quizás porque en ella no hay rastros de egoísmo que sí asoman en Héloïse.

Además, que si dice eso de vez en cuando va a sentirse consolada. De ahí que el filme entrañe, entre otras, la ocasión de satisfacer la necesidad de consolación, obtener abrigo sentimental, experimentar la idea rimbaudiana de ‘Yo soy otro’ (4), sin dejar de ser el mismo. Al estar sola, Héloïse sintió la libertad aludida por Marianne. Y acá viene la declaración sin ambages: ‘Pero, también sentí tu ausencia’. Como se siente a los seres queridos que ya no continúan presentes. Marianne dice a la condesa que el retrato ya está. Ante la pregunta ‘real’ de si es feliz con él cree que sí. Vamos a verlo, dice la condesa. Pero, le pide el favor de antes poder mostrárselo a su hija: ella misma le dirá la verdad. La mamá ya sabe que Marianne ‘le agrada mucho’ a Héloïse. Acaso, ¿cómo lo sabe? Ella habla mucho de ti, revela; mientras, Marianne prende fuego al viejo cuadro de esa mujer sin cabeza o que por cabeza tenía una suerte de abstracción. Marianne mira a Héloïse, mientras en la orilla del mar lee el libro que le prestó.

Tiene que contarle algo: que ella es pintora, vino para pintarla, ha terminado su retrato. Así, Héloïse entiende por qué Marianne elogia los encantos del exilio: se sentía culpable. Entonces ‘¿te vas a ir?’ Luego, con la condesa, responde. Héloïse dice que debe bañarse ese día. ‘Aún no sé si pueda nadar’. Marianne la vio y apenas sabe flotar. Deciden volver. Según Héloïse, eso explica todas sus miradas. Sobre si es ella de verdad o no la del retrato, Marianne asegura que la presencia de aquélla está hecha de momentos efímeros carentes de verdad. ‘No todo es efímero’, le responde Héloïse: ‘Algunos sentimientos son profundos’. El hecho de que no sea cercano a ella lo puede entender. Pero es triste que no sea cercano a Marianne. Pero, ‘¿cómo sabes que no es cercano a mí?’, responde Marianne e ironiza que ‘no sabía que eras crítica de arte’. Héloïse responde con el mismo dardo: ‘No sabía que eras pintora’. Y miente u olvida, porque eso ya se lo había dicho Marianne. Héloïse sale a buscar a la condesa.

Entretanto, Marianne se lanza con furia sobre el retrato y lo vuelve otro, cual si fuera de Francis Bacon: por el rostro desfigurado, como muchos de los cuadros del pintor irlandés que así reflejaba más la fealdad del mundo que la de sus modelos. Ahora, parece justificarse con la condesa, ante la sorpresa desagradable de Héloïse: ‘No fue lo suficiente bueno. Empezaré de nuevo’: a ella le parece que bromea, lo siente, la declara incompetente y la echa. Pero, la vuelta de tuerca la da la misma afectada, la mujer representada/desfigurada: ‘Se queda. Voy a posar para ella’. No como ya hizo con el pintor para el que no quiso posar. La condesa no puede creerlo. ‘Sí’. ‘¿Por qué?’ ‘¿Qué diferencia hace para ti?’, reta la hija a la condesa. ‘Ninguna’. Así que se irá por cinco días y espera que a la vuelta esté acabado. Pero, es ella, la condesa, la que por su jerarquía decide, ‘¿entendido?’ Ahora, ya con el vestido verde, como se dijo, Héloïse posa para Marianne, quien le indica que debe poner su pecho de frente a ella.

A la pregunta de Héloïse sobre si ha conocido el amor, Marianne dice ‘Sí’, pero sobre cómo sea, ya difícil conjeturar. Sobre el cuadro, anota que no consigue hacerla sonreír, siente como que sí y luego desaparece. Y cree que con ella la ira siempre sale a relucir. ‘No quise hacerte daño’, apunta Marianne. Héloïse responde cual filósofa: ‘No me has hecho daño’. Pero, la pintora sabe que su modelo sí lo hizo, porque cuando se movió hizo un gesto con la mano. Y cuando está avergonzada se muerde los labios. Si la fastidian no parpadea. ‘Lo sabes todo’, ironiza Héloïse. Marianne asevera que la perdone pues odiaría estar en su lugar. Entonces, aquélla le plantea la igualdad: ‘Estamos exactamente en el mismo lugar’ y la llama para que se arrime a ella: ‘Si me miras, ¿a quién miro yo? Y le saca a relucir un mostrario de reflejos de conducta, a un mismo tiempo modelo de observación: cuando no sabe qué decir, se toca la frente. Cuando pierde el control, levanta las cejas. Si está preocupada, respira por la boca.

Pasan a jugar cartas, a divertirse y a reír, como manda el canon de la vida sabrosa, junto a Sophie, la criada, para ellas una amiga más. Vuelta al cuadro: Marianne hace que Héloïse destape su garganta al máximo: ‘Tienes a mi futuro marido en mente’, suelta de repente. Sobre por qué no pinta hombres desnudos, en cambio mujeres, sí, Marianne dice que no puede, por ser una mujer y que no es tanto cuestión de pudor: ‘Mayormente es para prevenirnos de hacer un gran arte’. Es decir, no habla de otra cosa que el prejuicio machista en el arte y concretamente en la pintura. ‘Sin ninguna noción de la anatomía masculina, los mayores sujetos escapan’. En tal sentido, ¿cómo se las arregla Marianne? En secreto, por no decir a escondidas. ‘Es tolerado’ por la sociedad. Cómo divierte a sus modelos, pregunta Héloïse, quien no se aburre posando, sino que se interesa por Marianne. Tu complexión es notable hoy: el piropo de la pintora a su modelo va sobre su fuerte constitución y su elegancia.

Añade que es linda y posa de modo hermoso. Es lo que les dice a ellas, a sus modelos. En las que ahora se escuda para no pasar de atrevida con Héloïse o, en su defecto, para aprovechar la ocasión de declararle su amor: pero, como siempre, no lo hace, algo incierto la detiene. Y sonríe, como quien está segura del afecto que recibe, el mismo que está dispuesta a dar. (5) Entonces, lee trozos de la historia de Eurídice, a quien le advirtió el oráculo sobre jamás voltearse a mirar y por desobedecer el destino trazado por los dioses cayó al vacío. Pero, fue que temiendo perderla e impaciente por verla, su amado Orfeo volteó. Estaba loco de amor, no pudo resistir. Marianne cree que Sophie tiene un punto: ‘Él podía resistir. Sus razones no son serias. A lo mejor toma una decisión. Elige la memoria de ella. Por eso se voltea. No toma la opción del amante, sino la del poeta. Para Héloïse, ella dijo un último adiós, que apenas llegó a los oídos de él, cayó de nuevo al abismo. Quizás fue ella la que dijo ‘voltéate’.

Sophie confía a Marianne que sigue embarazada. Las mujeres cantan en coro, beben vino, Héloïse y Marianne se miran, con sus corazones a punto de estallar y, de pronto, sin más, Héloïse es la mujer, en vivo, del Retrato de una dama en llamas. Cae al piso y otra ayuda a extinguir el fuego/metáfora de la pasión que es incontenible por irreprimible e inefable. En las cuevas se besan, por fin, Héloïse y Marianne. Luego van al convento. Héloïse no está bien, no quiere comer. Marianne la busca con vela en mano. De pronto la ve, toda de blanco, pero apenas es ‘fata morgana’ (6), un espejismo. Llega a la chimenea y al lado está ella. Si pensó que se había asustado, tenía razón. Héloïse: ‘¿Todos los amantes sienten que inventan algo? Conozco los gestos. Lo imaginé todo, esperando por ti’. Marianne quiere saber si soñó con ella. ‘No. Pensé en ti’. Las tres van a resolver el lío de Sophie. Cuando regresan, y en medio de su malestar, Héloïse le dice a Marianne ¡vamos a pintar! Esta vez, le gusta el cuadro.

Tal vez sea porque Marianne cree conocerla mejor o quizás porque Héloïse ha cambiado. No destruiste el último por mí. Fue por ti. Aquella señala que le gustaría destruir este también. ‘Porque por medio de él te entrego a otro’: al milanés. Con lo que ella, es probable, derive en una ‘milanesa’, pero no lo dice. No tiene sentido del humor, menos, gastronómico. La modelo, desde su altura ‘noble’, le dice ‘ahora que me posees un poco, me guardas rencor’. Marianne lo niega. Héloïse se ratifica: que la culpa de lo que vendrá luego, de su matrimonio, de que no la apoya. Que la creyó más valiente. Tranquila: lo mismo cree Marianne. Su rival de momento piensa que entonces es eso: la halla dócil o, peor, la imagina su cómplice e imagina su placer. Pero, para Marianne es apenas ‘un modo de evitar la esperanza’. Héloïse le pide que la imagine feliz o infeliz, si eso la tranquiliza, pero no culpable. ‘¿Prefieres que me resista?’ ‘Sí’, señala Marianne. ‘¿Me lo estás pidiendo?’ E imperativa: ¡Responde! ‘No’.

Así contesta Marianne los excesos de Héloïse. Sophie notifica que mañana vuelve la condesa. Y quiere saber si estará lista. Marianne corre a buscar a Héloïse y la encuentra en el mar. Le pide que la perdone, que al día siguiente vuelve su madre y regresan al caballete a terminar el cuadro. Para saber cuándo está listo es sencillo: paran en un punto. ‘Está terminado’, dice Marianne. Héloïse le dice que puede reproducir esa imagen hasta el infinito, ‘después de un tiempo la verás, cuando pienses en mí’. Aunque dice que no tendrá una imagen de su amiga, al proponerle ésta una, dice que sí. Entonces, Mariane le pide el libro que le prestó y que marque una página: ‘La 28’, en el libro de los Amores, de Ovidio (7). Ve que sus ojos se cierran, le pide no dormirse, entre planos en los que ellas se contemplan a plenitud, sin afanes, con total libertad. Héloïse experimenta un nuevo sentir: arrepentimiento. Marianne le pide no arrepentirse, sino recordar. Ella recordará a Héloïse cuando se quedó dormida en la cocina.

Quien recordará la mirada oscura de Marianne cuando le ganó a las cartas. Ésta, por la vez inicial que se rió, hecho difícil dado el dolor que la embargaba por el suicidio de su hermana. Historia que guarda estrecho paralelo con la de Eurídice, que refiere el filme. Ambas creen que perdieron el tiempo en el camino a la risa. Héloïse recordará, además, la primera vez que la quiso besar, pero no lo hizo. Lo que de paso deja ver uno de los posibles quiebres del filme: la mayoría de veces la iniciativa es de Marianne, aquí la ‘plebeya’, y no de Héloïse, aquí un exponente ‘noble’, como hija de la condesa. Esto quizá no sea una actitud deliberada de la cineasta, sino el cómo describe la realidad histórica. Eso ocurrió en la celebración junto a la fogata. Pero, esa no fue la primera vez. Fue cuando le preguntó si había conocido el amor y que era justo en ese momento: esa fue la primera vez que Héloïse, que lo recuerda muy bien, quiso besar a Marianne. Se levanta, baja y se encuentra con un tipo que le dice: ‘Buon giorno’.

Sube y le dice a Héloïse que ‘ya llegaron’ y ésta a su vez baja a cerciorarse. La condesa aprueba el retrato (¡muy bien!) y saca un sobre, del ya a punto de extinguirse bolsillo de una prenda femenina, y se lo entrega. Marianne agradece. Y le pide a su hija ir con ella. Que en un minuto irá. ‘No, ahora’, enfatiza la condesa, ‘tengo un regalo para ti’. Marianne dice aquí ‘adiós’ y se despide de Sophie. Pasa de una estancia a otra y ve a Héloïse de blanco, vestida por su madre. ‘Que tengas buen viaje’, le dice ésta. Le da un fuerte abrazo y un beso ligero en el cuello a Héloïse y sale como un rayo, partido en dos. Con sus bocetos en mano, le dice ‘me has hecho ver triste’ a una de sus alumnas: en concreto, la que al inicio llevó el cuadro Retrato de una mujer en llamas que da título al filme. Pero, Marianne ya no está triste, se confiesa. Dice que vio a Héloïse una vez más. En una exposición camina hacia sus cuadros y al estar frente al que ella hizo de Orfeo y Eurídice un hombre le dice que si está de guardia.

Pero, ella solo observa las reacciones del espectador. El hombre le da la suya: piensa que ese Orfeo (8) es excelente. Y desde la óptica patriarcal, le dice que ‘su padre está en forma’. Ella se apresura a desmentirlo: es una pintura suya, solo que le puso el nombre del padre. ‘Por lo normal él es retratado antes de que se voltee o después, mientras Eurídice muere. Aquí parece que se despiden’. Ahora Marianne está frente al cuadro en el que se ve a Héloïse y a una niña, con el libro que le prestó y el dedo índice derecho marcando la página 28: la misma en la que a pedido de Héloïse, ella se retrató para siempre. Por lo que ahora podría verse como la amada inmortal de Beethoven. La alusión no es en vano: obedece al gusto del filme y de ambas por la música. Sus ojos se encharcan, antes de que diga que la vio una última vez. En efecto, la ve en el palco, cuando se para y cambia de silla para sentarse al extremo derecho del teatro. ‘Ella no me vio’, se duele. El filme acaba con Vivaldi y el frenesí de Las cuatro estaciones.

En conclusión, Retrato… es un filme preciosista que en gran parte muestra el amor en sosiego. No como el hoy producido por guerra, virus/negocio, ‘agenda 2030’: sin calma ni amor. Además, uno de esos filmes que reúne tres claves del gran cine: intimidad, intensidad e integridad. Intimidad en tanto ‘nuestras manos, así no seamos conscientes de ello, perciben la historia de lo que tocan’ (Jodorowsky). Intensidad gracias a la fuerza del amor que plasma ese trío de mujeres: H.-M.-Sophie. En fin, integridad en tanto honestidad, respeto por los demás, control emocional suyos, pero todavía con lastres de patriarcado/machismo. Filme que acaba H., quizás recordando su efímera vivencia con quien aún anda por ahí, pero ella no ve: tal vez por estar en el vértigo de la vida actual, la del mundo normalizado del que acata el diktat del Sistema, pero que, en un instante/descuido, será expulsado de él. Mientras M. quizás se avergüence porque fue a una fiesta de disfraces, solo que con su rostro real (Kafka).

Lo que, por otro lado, confirmaría ese sentimiento de desigualdad que, de pronto, se siente entre la plebeya y la aristócrata: esto es, la lucha de clases o lo que Marx denominó, con tino, ‘el motor de la Historia’. Que, al filo del tiempo, ha tomado otro cariz, bastante incierto, aunque muy conocido: el motor de la Histeria. O sea, el de la desigualdad sin remedio. O el de la igualdad, pero con drogas y sexo y turismo hipercomercial, sin control de ninguna clase. Al final, pese a la apariencia, no triunfa el amor, sino el Sistema, representado aquí por la nobleza. O, más bien, por la ralea esa, a la que llaman realeza, como si de paso se dijera que el pueblo no existe, es ficticio, una abstracción. Lo que, en últimas, termina siendo Marianne, la artista, la pintora, la poeta de ocasión, que, finalmente, será echada al exilio, tal como le pasó a Ovidio, el autor de Amores y el Arte de amar, a quien el emperador Augusto desterró al mar Negro y quien detrás de Virgilio más ha influido en la lírica y la épica del Medioevo.

Se dice de Marianne echada al exilio (9), de modo figurado, porque Héloïse seguirá el dictado de su clan que, sin falta, la llevará a Milán, esa cuna de la música. Así, no es gratis la cita a Orfeo, quien con su música encantaba a los seres humanos, amansaba a la fauna y embrujaba a la flora, arrastrándolos de paso a una quietud edénica. En parte la sensación que transmite Héloïse, cuando al borde del delirio llora y su pecho parece salirse del cauce hasta que por fin se apacigua: lo que parece proyectar la venganza natural cósmica que, ahora sí, es el triunfo del amor sobre la impotencia: causada por esos juguetes extraños, los áulicos de la nobleza (desde la inmanencia histórica, una y otra son instrumentos, así no sean enemigas: la única, quizás sea la condesa), capaces de dañar no solo de forma directa, sino colateral a sus más íntimos seres. Los que solo tienen espíritu de servir, tejer, amar, para que, por fin, el motor de la histeria se funda y el de la historia se disipe, de igual modo que la furia de clases.

A Santiago adorado, por su emotivo mensaje de WhatsApp en el que me pregunta si me gustó el Retrato de una mujer en llamas y justo en ese instante terminaba el texto que habla de lucha de clases y otras cosas. Y le comenté que una vez más había leído su texto 28 de febrero poco antes de su bon voyage a México.

Notas, enlaces y bibliografía:

(1) https://rebelion.org/mentes-que-brillan-y-thelma-louise-mujeres-cine-y-hombres/

«Rompiendo las olas» (1996): Campanas de libertad doblan por Bess y su catarsis/utopía

Match Point (2005): Un asesino, juguete de (concretos) poderes extraños

«Lady Bird» (2017), la frescura al observar un conflicto filial

Amélie (2001): ese sacrificio hecho en nombre del amor

(2) JOYCE, James. Ulises. Lumen / Tusquets, Barcelona, 1995, 791 pp.

(3) En efecto, La Scala de Milán es el teatro de ópera más grande del mundo. Cuna de la lírica italiana y mundial, con escenificaciones memorables de Verdi, Puccini, Rossini, Donizetti, Bellini y del triunfo de Toscanini. Se construyó en 1778 y el 3.ago se estrenó con la ópera L’Europa Riconosciuta, de A. Salieri.

(4) https://elpais.com/diario/2010/08/28/babelia/1282954362_850215.html

(5) Extrapolando de Amélie la idea del cachalote o ballena, valga citar esa sustancia cerosa en sus cabezas: espermaceti. Aunque su función biológica aún se ignora, para los científicos de algún modo les ayuda a localizar el eco y a cazar. Eso podría pasar en el caso humano de Marianne y Héloïse, quienes se atraen, eco/localizan y se ‘cazan’ de forma inusual.

(6) Título de un filme (1969/70) del cineasta alemán Werner Herzog que refleja los espejismos del Sahara.

(7) Ovidio es el poeta romano Publio Ovidio Nasón (n. en Sulmo, 43 a.n.e. y m. en el 17 o 18 d.n.e. en Tomis), autor de Amores, Heroides, Arte de amar (Ars amatoria) y su contrapunto Remedios del amor (Remedia amoris) que no solo influyó en el Medioevo, sino en la poesía del Renacimiento y del Barroco.

(8) El núcleo de su mito es el viaje al Averno, donde estaba Eurídice m. por mordedura de serpiente. Arrebatado por su arte, Hades se la devolvería solo si durante el regreso al orbe no la miraba. Pero, no hizo caso y la perdió para siempre: al parecer derivó tan misógino que las bacantes lo hicieron añicos.

(9) El exilio encarna la expulsión soterrada y hace a los seres humanos víctimas de soledad, extravío metafísico, desespero e impotencia, en un símil terrible con la cárcel abierta: la de centros comerciales (las ‘nuevas catedrales’ según Saramago en La caverna), autopistas, sistemas masivos de transporte.

FICHA TÉCNICA: Título original: Portrait de la Jeune fille en feu. En español: Retrato de la mujer en llamas. País: Francia. Año: 2019. For.: 35 mm; color; 121 min. Gén.: Drama / Romance / Historia / Cine LGBT. Guion y Dir.: Céline Sciamma. Prod.: Bénédicte Couvreur. Mús.: Para One / Arthur Simonini. Fot.: Claire Mathon. Mon.: Julien Lacheray. Vest.: Dorothée Guiraud. Int.: Héloïse (Adèle Haenel); Marianne (Noémie Merlant); Condesa (Valeria Golino); Sophie (Luàna Bajrami); Alumna del Taller (Armand Boulanger). Prod.: Lilies Films. Dist.: Mozinet / ITunes. Premios: Filme ganador de la Palma Queer en Cannes: primero dirigido por una mujer en ganar tal distinción. Mejor Guion para Céline Sciamma, también en Cannes. Estreno en cines de Francia: 18.sept.2019.

* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine, de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín Cultural de EE, desde 2012; columnista, 23/mar/2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por la UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución, con su ensayo sobre Manuel Zapata Olivella y su novela Changó, el gran putas, fue lanzado por UFES, el 20/feb/2021. Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en el portal Rebelión, EE y Las2Orillas. E-mail: [email protected]

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.