La obra de Bolívar Echeverría, como señala Adolfo Gilly, «quiso adentrar su pensamiento, y lo hizo como pocos, en desmenuzar con mensurada calma intelectual la violencia atroz de nuestra época».
El 5 de junio de 2010 falleció el pensador ecuatoriano Bolívar Echeverría. Poco antes, el 28 de febrero, había muerto Carlos Montemayor. Unos meses después, el 18 de junio, se fue José Saramago. Apenas un día más tarde, el 19 de junio, dejó de existir Carlos Monsiváis. Pasado casi un año, el 8 de julio de 2011, partió Adolfo Sánchez Vázquez.
Más allá de las diferencias en obra y trayectoria personal de cada uno de ellos, y del dolor que su ausencia provocó entre sus seres cercanos, su muerte representó un duro golpe para la izquierda intelectual de México. Desde sus trincheras, los cinco fueron figuras clave de la vida cultural del país, críticos infatigables del poder, parte sustantiva de su conciencia crítica y referencias éticas indiscutibles. En medio de una profunda crisis político-moral, su ausencia no ha dejado de sentirse todos los días. Los libros y artículos, los ensayos o las novelas de ellos, pero también sus opiniones en entrevistas y conferencias eran una herramienta excepcional para comprender la conflictiva y desesperanzadora situación actual.
Probablemente, el menos conocido de los cinco en el amplio público, por su poca exposición a los medios masivos de comunicación, era Bolívar Echeverría. Ubicado en el mundo de la izquierda intelectual, de la academia, de la crítica de arte y de la filosofía, no fue una personalidad a la que la televisión, la radio o la prensa diaria prestaran una atención regular. La complejidad, condensación y rigor de su escritura lo alejaron de las cámaras y los micrófonos, y la heterodoxia y el filo de su pensamiento provocaron que los grandes medios de comunicación electrónicos mejor no lo buscaran.
A pesar de ello, a raíz de su partida se han multiplicado los homenajes, conferencias, coloquios y publicaciones en su honor con un vigor, una extensión y una calidad analítica que pudiera parecer inusual para quien supone que no hay vida más allá del duopolio televisivo.
Significativamente, más allá de los numerosos y conmovedores honores académicos que ha recibido, se produjo también una especie de reconocimiento popular. Sin ir más lejos, hace un par de años, en la Feria del Libro Zócalo de la ciudad de México, una gran manta con su rostro daba cuenta de su lugar como uno de los hombres imprescindibles que luchan toda la vida, de los que hablaba Bertolt Brecht.
A los homenajes se sumaron, además de una gran cantidad de intelectuales que nacieron o trabajan en nuestro país, muchos más provenientes de otras latitudes, como Michael Löwy, Immanuel Wallerstein y Robin Blackburn. El pensamiento de Bolívar disfrutaba de un enorme prestigio en otras latitudes, como quedó de manifiesto cuando se le entregó la segunda edición el Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2006 a su libro Vuelta de siglo, dos años antes de que la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) lo nombrara profesor emérito.
Las expresiones de duelo y de recuperación de la obra de Bolívar Echeverría traspasaron las fronteras nacionales. Así sucedió en su natal Ecuador, donde se sembró un roble en su honor en la sede de Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, y el Ministerio de Coordinación de la Política editó una selección de sus ensayos, en el que se le califica como «ecuatoriano de dimensión continental que ha enriquecido el pensamiento de nuestra América con una de las reflexiones más lúcidas». Así pasó en Bolivia, en donde la Vicepresidencia de este país publicó una voluminosa compilación de escritos y entrevistas suyas en un libro de más de 800 páginas, en el que se le presenta como «compañero de todos nosotros».
Más significativo aún, es que este florecimiento de reflexiones y debates, acompañados de expresiones públicas por el dolor de su ausencia, surgieron en un momento en el que el campo cultural de la izquierda estaba profundamente conmovido por la pérdida casi simultánea de tantos personajes asociados a su causa.
Tal proliferación de actividades académicas, emotivos recuerdos personales, artículos de fondo y escritos teóricos sobre su obra son muestra de la profunda huella que Bolívar dejó entre sus alumnos, del respeto que gozaba entre sus colegas, de su calidad humana y, por supuesto, de la enorme pertinencia y profundidad de su obra teórica, así como de la forma en la que echó raíces entre actores clave de procesos de transformación social en distintas latitudes.
Como señala la Vicepresidencia boliviana: «Bolívar Echeverría es un debate inevitable (…) para aproximarnos como sujetos activos a pensar y asumir nuestra realidad potenciando el conjunto de nuestras acciones».
El libro Bolívar Echeverría: crítica e interpretación, compilado por Diana Fuentes, Isaac García Venegas y Carlos Oliva Mendoza, publicado por la UNAM y la editarial Itaca, es, simultáneamente, magnífico producto y muestra fiel de este auge de reconocimientos, reflexiones y publicaciones a la memoria del pensador crítico. En él se compilaron la mayoría de las ponencias presentadas en el homenaje efectuado los días 29, 30 de septiembre y primero de octubre de 2010 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Tzantzicalandia
Parece un episodio extraído de una novela de Roberto Bolaño, pero no lo es. A veces, lo sabemos, la realidad imita al arte. Como dice Andrés Barreda, a finales de la década de los 50 del siglo pasado, el joven Bolívar, y sus compañeros Fernando Tinajero, Luis Corral y Ulises Estrella impulsaron en su natal Quito un movimiento cultural al que bautizaron como los tzantzicos. Tomaron el nombre de los indígenas Shuar del Alto Amazonas, quienes convertían las cabezas de sus enemigos en tzantzas, es decir, las reducían. «El nombre -escribió Ulises Estrella- era una provocación, un gesto iracundo para llamar la atención sobre la necesidad de cambiar el ambiente estático, esclerotizado, sumiso y dependiente que se vivía cultural y políticamente en Ecuador».
Los 36 ensayos y remembranzas incorporados a Bolívar Echeverría: crítica e interpretación dan cuenta tanto del largo camino recorrido por el autor de Valor de uso y utopía desde sus primeras creaciones intelectuales hasta sus reflexiones finales sobre la blanquitud. Las colaboraciones son como una enorme pintura mural elaborada a muchas manos (a muchas voces, habría que decir) similar a las que los grandes artistas plásticos mexicanos crearon para honrar y divulgar pasajes de la historia patria o momentos estelares de la humanidad.
En él, las brochas de antiguos alumnos, amigos, colegas, estudiosos de su trayectoria, editores, poetas, críticos de arte e investigadores plasman al Bolívar Echeverría que consideran hay que recuperar y reconocer. Unos presentan una visión panorámica de su obra, otros se concentran en pasajes específicos de ella.
Un mural así podría bautizarse como Tzantzicalandia si se quiere poner el acento en el peso en la modernidad americana o Tzantzicatitlán si se quiere destacar sus nutrientes indígenas. Un nombre que remite a su provocador proyecto juvenil y que remarca el carácter original, polémico e incisivo de una obra que criticó la modernidad capitalista con demoledora precisión. Una obra que, como señala Adolfo Gilly, «quiso adentrar su pensamiento, y lo hizo como pocos, en desmenuzar con mensurada calma intelectual la violencia atroz de nuestra época».
El enorme fresco colectivo cubre el trayecto de lo que Manuel Lavaniegos describe como «el gran arco o puente, que tiene una de sus orillas en la revisión autocrítica permanente de los fundamentos epistémicos, históricos y ontológicos del marxismo mismo (…) y en la otra encuentra el ahondamiento, también en constante alerta, en los elementos de la renovada comprensión antropológica y filosófica de la humana condicio, que diría Hannah Arendt, situada en la modernidad».
Cada uno de los trabajos presentes en el libro es una ventana para asomarse y contemplar los paisajes que Bolívar pintó y que iluminaron aspectos centrales de la modernidad capitalista. La gran mayoría de ellos siguen la huellas de los autores en los que el catedrático abrevó y con los que debatió: Heidegger, Marx, Rosa Luxemburgo, Benjamim, Adorno, Horkheimer, Sartre, Bataille, Weber, Braudel y tantos otros.
Una buena cantidad de los ensayos proporciona pistas biográficas que dan cuenta de cómo la trayectoria vital del filósofo alimentó su reflexión crítica. Casi todos los retratos trazados, hacen referencia al triángulo geográfico y vivencial que marcó su obra: su natal Quito, cuna de una generación llena de inquietudes existenciales; el Berlín, espacio condensado de la guerra fría y laboratorio privilegiado del pensamiento crítico, y el México que le proporcionó las claves para una vida de reflexión, estudio y producción teórica.
Varios de los retratos dibujados en el libro son conmovedores. Óscar Martiarena lo describe con un cierto parecido con Ricardo Flores Magón y con Walter Benjamin.
Adolfo Gilly lo dibuja como «un andino, tanto en su modo suave de ser firme como en esa peculiar capacidad de abstracción que dan las montañas ásperas y altas, los valles rientes y la antigua civilización cuyos idiomas sigue bañando con sus sonidos y significados la vida cotidiana de los Andes y cuyos modos de estar dan siempre cauce a sus sentimientos».
Federico Álvarez lo pinta como un develador de espacios que sin él seguirían escondidos. Pensamos muchas cosas que sin él no pensaríamos. «Recordarle -nos cuenta- es una felicidad. Ya de lejos sonreía».
Su alumno Ignacio Díaz de la Serna lo ratifica. «Bolívar es una de las cuatro personas con quienes más he reído en mi vida», asegura. Para mí -narra- Bolívar, los congresos de filosofía y morir a carcajadas constituían una suerte de trinidad. Y recuerda que, recién llegado de Alemania, vestía raro, con un aspecto distinto al del resto de los profesores.
Según Pedro Joel Reyes, husmeaba con el olfato de un sabueso en el enorme universo creado por el bing bang de su erudición y de sus inquietudes. Sospechaba de muchas cosas de muchas maneras. Vivió con relativa tolerancia el sentido místico que sus alumnos le endilgaron a su persona desde siempre. Para ellos, sus clases eran como sesiones místicas. Fue -asegura- un hombre feliz en el sentido aristotélico del término, pues el hombre feliz es el que actúa según sus virtudes.
José María Pérez Gay, compañero en la travesía berlinesa en la década de los 60, que había tomado a Bolívar como personaje de su novela Tu nombre es el silencio, confiesa: «a pesar de nuestras diferencias políticas, siempre sobrevivió nuestra amistad, porque Bolivar carecía de toda retórica de amistad».
Márgara Millán reconoce en su obra la capacidad para animar las tensiones ocultas de la vida vivida, la capacidad de hacer sentir en la medida que teoriza, la forma en la que lo leído se transmuta en sensación a flor de piel.
Algunos colaboradores ensayan un diálogo no por ficticio menos real, entre Bolívar y otros pensadores. Rafael Rojas, por ejemplo, apuesta por encontrar un territorio común de reflexión sobre el barroco entre el crítico literario y poeta cubano Severo Sarduy, quien salió de la isla en 1960 para ya no regresar, y el autor de El discurso crítico de Marx, que vivió apasionadamente la Revolución Cubana y las luchas del Che. Según él, «el marxista crítico latinoamericano y el exilado cubano convergen en el punto en que la revolución, para no ser entendida de manera totalitaria, debe ser asumida como una práctica cultural barroca y no como un hecho romántico».
En esta misma dirección, Ignacio M. Sánchez Prado coloca a Bolívar Echeverría frente a uno de los filósofos franceses contemporáneos más fecundos, reivindicado por el campo cultural altermundista, Jaccques Ranciére. Para Sánchez Prado, el autor de Modernidad y capitalismo permite rescatar la idea de la «distribución de lo sensible» de los parroquialismos del Ranciére, mientras que el pensador francés permite articular a Echeverría en una constelación de ideas que excede la égida (pos)colonial que suele estar al centro de las reflexiones continentales.
Otros, en cambio, se resisten a entablar estos debates imaginarios. En contra de la tendencia presente en ciertos ámbitos de hermanar la obra de Adolfo Sánchez Vázquez y Bolívar Echeverría, Gabriel Vargas Lozano constata y lamenta, que entre el autor de Las ilusiones de la modernidad y el exiliado comunista español escritor de Las ideas estéticas de Marx no se haya dado un debate aclarador de sus diferencias y/o semejanzas. Ambos filósofos -nos dice- siguieron rutas distintas al interpretar el pensamiento de Marx. Para el nacido en España, se trata de una «filosofía de la práxis», para el que se formó en Berlín, es un «discurso crítico».
Un poema
Bertolt Brecht escribió en 1938 el poema titulado A los hombres futuros, también traducido como A los que todavía no han nacido, en el que llama a las generaciones que vienen a ser indulgentes y les explica su adhesión al comunismo y las contradicciones que vivieron quienes, como él, se empeñaron en construirlo. En su parte final, hay unos versos que dicen: «Desgraciadamente, nosotros,/que queríamos preparar el camino para la amabilidad/no pudimos ser amables./Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos/en que una persona sea para otra una ayuda,/pensad en nosotros/con indulgencia».
El poema de Brecht no puede ser más actual en estos tiempos. Lo era cuando fue escrito hace 74 años, lo siguió siendo a raíz de la caída del Muro de Berlín, en 1989, y cobró nueva actualidad después de la quiebra de Lehamn Brothers, en septiembre de 2008. ¿Qué queda de eso que se ha nombrado comunismo en nuestros días? ¿Cómo juzgar los esfuerzos de quienes se empeñaron en hacerlo una realidad? ¿Hay que pensar en ellos -en nosotros también- con indulgencia?
Bolívar Echeverría, un espléndido traductor y un gran conocedor de la obra de Brecht, a quien citaba con frecuencia y utilizó como para sus epígrafes, no rehuyó el desafío de juzgar la empresa. Después de todo, el autor de La modernidad de lo barroco concibió al marxismo -como lo recuerda Carlos Antonio Aguirre Rojas- en «el momento teórico de la revolución comunista en ascenso». Y, como lo señala Diana Fuentes, Bolívar escribió sus primeros trabajos desde un compromiso manifiesto, militante, con la transformación social desde una perspectiva teórica comunista.
Bolívar -nos cuenta su compañero y amigo de muchos años Jorge Juanes- «es ante todo un hombre de su tiempo que vive intensamente la Revolución Cubana, la gesta del Che, la defensa heroica de los vietnamitas ante la invasión estadunidense, el cuestionamiento al ´socialismo real´, la liberación de las mujeres y los movimientos contestatarios en general».
Varios de los trabajos contenidos en Bolívar Echeverría: crítica e interpretación dan cuenta de la forma en la que el filósofo enfrentó las antinomias de las que da cuenta Brecht en su poema. Rodrigo Martínez Baracs muestra como, cinco años antes de la caída del Muro de Berlín, Bolívar hizo un diagnóstico claro del pensamiento crítico, de la izquierda de la izquierda, del proyecto revolucionario y comunista, pero, al mismo tiempo, proporciona las razones por las que el pensamiento crítico de Marx sigue siendo central para entender y superar las contradicciones destructivas que están surgiendo en el planeta.
Su obra, en palabras de Manuel Lavaniegos, realiza una revisión autocrítica del marxismo y marca una clara distancia con los «tremendos horrores genocidas y sus siniestras consecuencias, desatados a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI, por los regímenes comunistas o ´socialistas realmente existentes´, así como sus característicos usos dogmáticos, reificados y adulterados del discurso marxista».
En el discurso de recepción del Premio Libertador al pensamiento crítico 2006, Bolívar dejó muy claras las líneas de continuidad con su compromiso en la emancipación social, destacadas a lo largo del libro publicado en su memoria. Allí reconoció que América Latina entró a un periodo muy especial de su historia, en el que el diseño original del Estado ha comenzado a ser sustituido por otro, en el que se pretende darle a ese Estado y las instituciones republicanas un sentido diferente y contrario a ese diseño original.
El filósofo destacó en Caracas que el movimiento social y político que está llegando a protagonizar la historia latinoamericana, es uno que se levanta contra la destrucción y la barbarie; un movimiento de reconstrucción de la vida civilizada y de la vida política republicana; de innovación radical sobre lineamientos tendencialmente socialistas; un movimiento que persigue la reinvención de la democracia.
Como lo hacen notar varios artículos de Bolívar Echeverría: crítica e interpretación, el filósofo señala como es el blanco último del discurso crítico al modo de producción capitalista y de vida. Para él, el discurso crítico no es otra cosa que la expresión de la voluntad de cambio de los humillados y explotados. Son ellos quienes han formado los actuales movimientos por la emancipación, a la que sólo se podrá llegar mediante una revolución social que se radicalice ella también, entendiéndose a sí misma como una transformación de alcance civilizatorio.
No se trata pues -para dar respuesta a la petición del poema de Brecht- de ser indulgentes sino profundamente autocríticos. «Es necesario -concluye Bolívar- avanzar hacia la generalización de una forma de bienestar todavía inédita, que está por inventarse y que tendrá que hacerlo sobre la marcha misma del proceso de emancipación».
En este ejercicio de invención la obra del filósofo ecuatoriano-mexicano tiene mucho que decir, como lo demuestra, sin ir más lejos, su enorme eco en los actuales debates sobre el buen vivir o el vivir bien. Bolívar Echeverría: crítica e interpretación, ese mural de Tzantzicatitlán, es una excepcional cartografía y bitácora de la trayectoria de un intelectual excepcional. Para todos aquellos que aspiran hoy a fortalecer el pensamiento crítico, su lectura no sólo es recomendable sino necesaria.
Fuente: http://aldeaglobal.jornada.com.mx/2013/enero/el-mural-de-tzantzicatitlan