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Movilización y acto del campesinado indígena

El otro campo en marcha

Fuentes: Página/12

El Movimiento Campesino Indígena cerró su primer congreso con una masiva marcha a Plaza de Mayo. Reforma agraria y soberanía alimentaria, claves para otro modelo agropecuario. Avenida de Mayo después del mediodía. Oficinistas almuerzan en un restaurante de nombre inglés y miran sorprendidos detrás del vidrio. En la calle marchan dos mil campesinos, remeras rojas […]

El Movimiento Campesino Indígena cerró su primer congreso con una masiva marcha a Plaza de Mayo. Reforma agraria y soberanía alimentaria, claves para otro modelo agropecuario.

Avenida de Mayo después del mediodía. Oficinistas almuerzan en un restaurante de nombre inglés y miran sorprendidos detrás del vidrio. En la calle marchan dos mil campesinos, remeras rojas y verdes, banderas y un grito inédito sobre la histórica avenida, que retumba frente al bar: «¿Quiénes somos? ¡Campesinos! / ¿Qué queremos? ¡Tierra, trabajo y justicia!». Gritan hasta la afonía dos mil integrantes del Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI), integrado por 20.000 familias de diez provincias. Fue el cierre del primer congreso de la organización, cuatro días de debates, donde consensuaron formas para fortalecer un modelo agropecuario opuesto a los agronegocios, basado en la reforma agraria integral y la soberanía alimentaria (producción de alimentos sanos para alimentar a la población local). Siete cuadras de hombres y mujeres del campo profundo. «Hace diez años nos decían locos. Ahora somos 20.000. A pesar de la Mesa de Enlace, las corporaciones internacionales del agro y algunos políticos, vamos a cambiar el modelo agropecuario», explica con paciencia Cristina Loaiza, santiagueña, y remata con la consigna del MNCI: «Somos tierra para alimentar al pueblo».

Jocolí en Mendoza. Paso Viejo en Córdoba. Quimilí en Santiago del Estero. San Antonio en Salta. Chos Malal en Neuquén. Sólo cinco del centenar de pequeños pueblos y ciudades desde donde partieron familias ancestrales que integran el Movimiento Campesino Indígena. Diversidad de orígenes y vivencias, pero la misma forma de vida: trabajar la tierra con sus manos, cosechar para autoconsumo familiar, entender las parcelas como el bien más preciado, no por el costo, sino por ser parte de su historia y destino de sus hijos y nietos. Por ese motivo se entiende la fuerza del canto: «Ni un metro más, la tierra es nuestra».

Luego de cuatro días de debate, al mediodía llegaron hasta Puente Pueyrredón, emblemático lugar donde se recordó a Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Marcharon sobre la autopista, bajaron en Montes de Oca y sorprendieron a los vecinos, poco acostumbrados a movilizaciones de campesinos e indígenas. Susana Rosales hace flamear una bandera del MNCI, dejó Serrezuela (Córdoba) hace seis días, participó de largas horas de debate, lleva caminadas cincuenta cuadras bajo el sol y no se le borra la sonrisa de la cara.

«El Primer Congreso y esta marcha son la prueba palpable de que el campesinado está vivo y, sobre todo, en lucha. Hace tiempo que frenamos topadoras y echamos a empresarios que quieren nuestros campos. Ahora iremos por más, soberanía alimentaria y reforma agraria integral», avisa Rosales, de 22 años, ideas claras y con voz suave pero firme señala un «enemigo» de la vida campesina: «Los grandes medios de comunicación son socios de la Mesa de Enlace, de la soja y las multinacionales de semillas y agrotóxicos. Esos medios no dicen la verdad, sólo cuidan su negocio».

El MNCI forma parte de la Vía Campesina, organización internacional de campesinos e indígenas presente en 69 países de cuatro continentes que desarrolló el concepto de «soberanía alimentaria».

Roberto Cruz tiene 40 años, vive en la comunidad aborigen El Churcal de Humahuaca (Jujuy), mira con asombro la manada de personas que salen del subte en 9 de Julio y San Juan, y evalúa el congreso y la marcha: «Volvimos a decir no a la minería, no a la soja, no al modelo que saquea y contamina la madre tierra. Volvimos a mostrar nuestras prácticas de alimentos sanos para el pueblo», afirma Cruz.

Lucía Monacci, del norte neuquino, completa: «Es un mismo modelo extractivo con distintas caras. En Neuquén no hay soja pero está el monocultivo de pino, impulsado por el gobierno, y que tiene las mismas consecuencias de desalojos y agrotóxicos. También la minería, que quiere avanzar sobre campesinos e indígenas. Como Movimiento Nacional tenemos claro que no cederemos ni un metro».

La marcha ocupó toda una mano de la 9 de Julio. Formados en cuatro filas, hombres y (muchas) mujeres con niños ocupaban siete cuadras. Doblaron en Avenida de Mayo al grito de «reforma agraria, urgente y necesaria», tema común en los ranchos del MNCI, pero ajeno a las ciudades. «El cuatro por ciento de los productores de Argentina manejan el 65 por ciento de la tierra. En la última década fueron expulsadas 300 mil familias del campo. Eso es el modelo de agronegocios», se denunció desde el palco en Plaza de Mayo.

El fin de la marcha volvió a descolocar a los oficinistas. «Alerta, alerta, alerta que camina / la lucha campesina por América latina». El grito eufórico, a metros de Casa de Gobierno, marca para el MNCI un cambio de época. Diego Montón, de Jocolí, explicó: «Siempre los grandes medios de comunicación y los funcionarios nos ningunearon. Nuestro primer congreso y la marcha fue un punto de inflexión, reconocieron al campesinado como un sujeto histórico, y al MNCI como una organización nacional con bases reales, movilizadas para lograr otro modelo agropecuario».

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-153208-2010-09-15.html