No soy fan de la insaculación, la famosa tómbola, como método para escoger representantes políticos en las instituciones. Quizás sea un defecto por mi formación leninista, motivo por el cual tampoco considero que una encuesta que viene sesgada por el reconocimiento a uno u otro candidato sea la mejor forma de escoger al máximo dirigente del partido más grande de México.
Sin embargo, la encuesta se convirtió en la única opción posible para renovar, al menos parcialmente, una dirigencia que se quería atrincherar en un partido que no les pertenece, aunque algunos y algunas consideren que son los únicos portadores del ADN Morena.
En agosto de 2018 Andrés Manuel López Obrador tomó la decisión correcta al solicitar en Congreso extraordinario que se pospusiera la renovación de la dirigencia hasta conformar gobierno, pues muchos cuadros iban a tener que dejar el partido para asumir responsabilidades en el ejecutivo. Sin embargo, todo lo que sucedió después fue una mala decisión detrás de otra, con mención de honor a la incapacidad para consolidar un único censo con toda la militancia de Morena, y premio especial para la Presidenta del Consejo y el Presidente interino a quienes la pandemia solo desnudó en sus torpes formas de hacer política (del audio filtrado a Reforma mejor ni hablar pero fue una clara metáfora de su forma de entender la política).
De lo que sí debemos de hablar es de la elección de Porfirio Muñoz Ledo como candidato con el único objetivo de competir en conocimiento con Mario Delgado (tan poco confiaban en su estructura y cuadros políticos que escogieron a un señor de 87 años a pocos meses de una elección donde Morena sin AMLO tiene que disputar 500 candidaturas federales y 15 gobernaciones, la mitad del poder territorial del país). Un Porfirio que se la pasó desacreditando a otros compañeros de partido, atreviéndose incluso a atacar al Canciller Marcelo Ebrard.
Y por eso pasó lo que tenía que pasar, que a pesar de todos los intentos por posicionar a Porfirio, se impuso la lógica y la decisión del obradorismo fue que Mario Delgado sea el Presidente de Morena hasta el 31 de agosto de 2023, a pocos meses de la decisiva elección presidencial donde va a estar en juego nada menos que la continuidad del obradorismo sin Obrador.
Con toda la honestidad del mundo debo decir que no soy fan de Mario Delgado. Es una paradoja que un itamita termine dirigiendo Morena, y creo que es necesario señalar los errores cometidos, como la firma de la reforma educativa. Pero también, honestidad obliga, es necesario reconocer su lealtad a Andrés Manuel y al proyecto obradorista, y sobre todo, que fue el único de los dos candidatos finales que tuvo un talante de diálogo no solo para no atacar a ningún contendiente, sino para incluso, el día que comenzaba la encuesta final, firmar un acuerdo con Gibrán Ramírez que implicaba el compromiso con el programa político presentado desde la iniciativa #UnPactoDesdeAbajo.
Por cierto, y aunque nunca podremos saber a ciencia cierta cómo o por qué se movieron las preferencias la última semana durante la encuesta final, la realidad es que Mario y Porfirio estaban empatados, y en los últimos días, y tras el acuerdo con Gibrán Ramírez (el único acuerdo que firmó Mario durante el desempate), la diferencia sobre Porfirio alcanzó los 20 puntos de diferencia, permitiendo un triunfo sólido, contundente, de Mario Delgado.
No es este el texto para entrar en profundidad sobre el proceso en sí, pero no puedo dejar de resaltar la vergüenza que me produce toda la operación del INE, y sobre todo, del Tribunal Electoral con resoluciones a modo, marxistas pero de Groucho (estas son mis sentencias, si no le gustan, tengo otras), y donde Gibrán Ramírez o Yeidckol Polensky fueron apartados de un manotazo con mucho menos porcentaje del que las encuestas que traían los propios candidatos les daban. Por no hablar de que Emilio Ulloa y Carlos Montes de Oca fuero los más votados para Secretario General (con el 30% y 28% respectivamente), aunque el principio de paridad de género impuesto al INE por el Tribunal (principio con el que concuerdo) le otorgase la SG a Citlalli Hernández, que obtuvo el 21% en la encuesta.
Pero todo eso ya quedó atrás y es momento de unidad y de cerrar filas tanto con Mario como con Citlalli. Los estatutos de Morena establecen de forma muy clara las funciones que le corresponden tanto al Presidente como a la Secretaria General, y es tiempo de cicatrizar heridas y trabajar para ganar en 2021, 2022, y por supuesto, 2024.
Quizás esta sea una de las mayores lecciones del proceso recién finalizado, que Morena, a pesar de quienes militaron durante la campaña en las filas del sectarismo, es de todos y todas las militantes, especialmente de quienes construyen cada día desde abajo sin reconocimiento ni reflectores de ningún tipo.
Antes de enfrentar los retos electorales, Mario Delgado tiene la necesidad de cicatrizar las heridas dejadas por este proceso electoral, pero también de recuperar la estructura territorial después de tanto arribo oportunista, especialmente durante 2018; de reimpulsar la formación política de cuadros y crear un observatorio de cargos electos; impulsar una comunicación que llene las carencias gubernamentales (AMLO no puede sostener solo la comunicación de la cuarta transformación) y dé la batalla mediática; y empezar a preparar un nuevo proyecto de nación que reemplace los 100 puntos (una vez se cumplan) de gobierno de AMLO.
Y todo ello no lo olvidemos, bajo el horizonte de primero las y los pobres, que se puede traducir como un nuevo proyecto de justicia social, ambiental y de género en beneficio de las mayorías sociales.
@KatuArkonada