A 12 ooo pies de altitud, el movimiento de hip hop de El Alto es probablemente el más alto en el mundo. La música se mezcla con estilos folklóricos ancestrales y modernos sonidos del hip hop con letras sobre la revolución y el cambio social. Al tiempo que el sol se ponía sobre los nevados […]
A 12 ooo pies de altitud, el movimiento de hip hop de El Alto es probablemente el más alto en el mundo. La música se mezcla con estilos folklóricos ancestrales y modernos sonidos del hip hop con letras sobre la revolución y el cambio social. Al tiempo que el sol se ponía sobre los nevados cercanos, me senté junto a Abraham Bojorquez, un reconocido artista del hip hop en El Alto. Abrimos una bolsa de hojas de coca y empezamos a hablar sobre lo que él llama un nuevo «instrumento de lucha.»
Estábamos en Wayna Tambo, una estación de radio, centro cultural y base no oficial de la escena del hip hop de la ciudad. Bojorquez sacó una hoja de la bolsa y dijo, «Queremos preservar nuestra cultura a través de nuestra música. Con el hip hop, miramos siempre hacia el pasado, hacia nuestros ancestros indígenas, los Aymaras, Quechuas, Guaraníes.» Él trabaja junto a otros artistas del hip hop en EL alto para mostrar «la realidad de lo que está sucediendo en nuestro país. A través de las letras criticamos los malos políticos que se aprovechan de nosotros. Con este estilo de hip hop, somos un instrumento para la lucha, un instrumento del pueblo.»
Bojorquez pertenece a un grupo de raperos de El Alto, una ciudad en crecimiento sobre la Paz y que es hogar de alrededor de 800,000 personas. Su grupo y su música se llaman Wayna Rap (Wayna significa joven en Aymara). Bajo el ala de Wayna Rap están otras pequeñas bandas como Insane Race, Uka Mau y Ke, Clandestine Race y otras. A menudo se reúnen en eventos de «estilo libre», en donde los distintos músicos toman turnos al micrófono, rapeando
Algunas de sus canciones son completamente en Aymara, una lengua indígena. Otras incluyen una mezcla de español, inglés y dialectos indígenas. Esta fusión es parte integral de la filosofía del grupo, e incrementa su popularidad en El Alto, donde una gran porción de la población habla Aymara. «La puerta está abierta para todos… Esta es nuestra propuesta de cómo cambiar la sociedad,» dijo Bojorquez. Aunque colaboran con una amplia variedad de personas, «no cantamos solo cosas como `me siento mal, mi novia me dejó y ahora me voy a emborrachar.` Se trata más de tratar de resolver problemas en la sociedad.» Los temas sociales y políticos en la música vienen de la realidad de la ciudad. La muerte y los conflictos en la Guerra del Gas provocaron un impacto enorme en El Alto, y muchas de estas canciones reflejan eso.
Una canción compuesta por Abraham para su propio grupo Uka Mau y Ke trata de las movilizaciones de Octubre 2003 en El Alto contra el plan de exportación de gas y el presidente Sanchez de Lozada. En la canción, «hablamos sobre cómo las balas son disparadas contra las personas y cómo nosotros no podemos tolerar esto pues la gente está reclamando sus derechos.» Esta canción comienza con la voz del presidente diciendo que no renunciará. Su voz es siniestra, áspera y salpicada de un inconfundible acento norteamericano: «Yo no voy a renunciar. Yo no voy a renunciar.» El sonido de enfrentamientos en la calle se vuelve más fuerte. El rugido de armas y helicópteros vienen y van hasta que la canción comienza.
«Nos movilizamos, armando barricadas en las calles. Nos movilizamos sin darnos cuenta de que nos estamos matando entre hermanos.» Otro cantante empieza a cantar al ritmo del rap, sobre los «gobiernos corruptos… con los ojos cerrados que no ven la realidad de la sociedad. Mucha gente está viviendo en la pobreza y delincuencia, es por eso que piden justicia…» La canción sigue, llamando a Sánchez de Lozada un traidor y asesino. Piden su cabeza, junto con la de Carlos Mesa, el vicepresidente. La música se fusiona con el testimonio de una mujer que relata cómo un miembro de su familia fue disparado por soldados. La letra de la canción empieza de nuevo, «Oímos por ahí que hay muertos: 80 ciudadanos, 5 policías, y grandes grupos de personas heridas. Estamos en una situación peor que la Guerra, matándonos unos a otros, sin solución.»
En muchas de las canciones de Bojorquez, flautas andinas y tambores crean un engranaje con el sonido. Este aspecto, junto con los dialectos indígenas, hace de este hip hop algo fuera de lo común en el estilo. Los temas elegidos también son distintos. En una canción, lidian con la violencia callejera y los desamparados en El Alto. Habla de los «niños que viven en las calles, huérfanos de padres y madres y de la violencia que crece día a día. La falta de trabajo y todas esas cosas,» explicó Bojorquez. «Tratamos de mostrar la verdadera realidad de lo que pasa en el país, no de esconderla.»
Una de las más conmovedoras experiencias que Bojorquez dice haber vivido durante su carrera musical vino cuando fue invitado a cantar en la oficina de las Organizaciones Barriales (Fejuve) de El Alto. Al principio se sintió nervioso pues el lugar estaba lleno de gente mayor. Su música se dirige sobre todo a una audiencia joven. Después de su primera canción, la gente aplaudió apagadamente. «Después cantamos en Aymara y la gente comenzó a llorar, muy emocionada. Ese fue un evento muy feliz para nosotros. Nos hizo pensar que lo que estamos haciendo no es en vano, que podemos provocar un impacto en la gente.»
El título de su próximo CD es «Instrumento de la Lucha», refiriéndose a su filosofía musical. «Más que nada nuestra música es una forma de protesta, pero con propuestas. Nosotros unimos, organizamos. Buscamos la unidad, no la division. Queremos abrir los ojos cerrados de la gente… la música es parte de la vida.»
Cuando Bojorquez y yo nos encontramos, meses después, era claro que el movimiento de Hip Hop de El alto estaba creciendo. Más gente llamaba a Bojorquez para pedirle consejos referentes a su música o por ayuda para grabar CDs. Otros estaban comenzando con sus propios grupos y presentándose en Wayna Tambo en conciertos. «Hoy en día, esta música está llegando a mucha gente joven que se identifica con las canciones y las letras,» dijo Bojorquez. «En El Alto hay mucha pobreza y las letras de nuestras canciones hablan de esto. La gente se identifica con ellas.»
Recientemente él ha ayudado iniciando clases de hip hop en una gran prisión de La Paz en donde se concentran prisioneros de entre 16 y 18 años de edad. La idea comenzó cuando Bojorquez y otros dieron un concierto en esa prisión. El recibimiento fue tan entusiasta que decidieron trabajar en la organización de las clases en Junio 2006. A través de las clases, Bojorquez dijo que están tratando de «mostrar la realidad de la cárcel desde dentro.» Dijo que la cárcel es otra ciudad al interior de La Paz, una «ciudad muerta» sin esperanza. «Aquí es donde el hip hop entra, para que la gente no sienta que todo está perdido.» Al final del programa, el grupo hará una presentación y grabarán un disco. Basados en el éxito de la clase, Bojorquez espera que el programa continúe en el futuro.
«Están contando una historia que llega a la gente y que puede prevenir que otros jóvenes cometan los mismos errores,» dijo, «Muchos de ellos se arrepienten de lo que han hecho y hablan de ello en sus canciones.» Ofreció la letra de César como ejemplo:
«Yo soy preso en San Pedro
Estoy esperando la puta paciencia de mi abogado
Lo que el me ha dicho ya me olvidado
Por tomar el camino mas corto
Yo mismo me fregado»
De regreso en Wayna Tambo, me encontré con algunos de los amigos raperos de Bojorquez, Grover Canaviri Huallpa y Dennis Quispe Issa. Ambos trabajaron y estudiaron al mismo tiempo, dejando poco espacio para escribir canciones y escuchar música. Esperábamos un bus para un concierto de hip hop. Hacía frío y el bus estaba atrasado, así que fuimos adentro y hablamos. Como otros que iban al concierto, estaban vestidos como gente que conocí en Nueva Cork. Las gorras de tela de camuflaje, los pantalones anchos, todo era muy familiar. Pero no solo era el estilo de ropa lo que los dos sentían una conexión. «Me identifico mucho con los grupos de Hip Hop de los Estados Unidos que hablan de violencia y discriminación.» dijo Huallpa. «Mi madre solo estudió hasta 5to grado. Ha sufrido discriminación. Todos estábamos en las calles.
Huallpa empezó a oír rap hacia mitad de los 1990, y comenzó a escribir sus propias canciones unos años después. «Antes de Wayna Tambo habían radios piratas. Lugares secretos donde nos reuníamos porque nuestros padres no lo aceptaban.» Ambos admitieron que sus padres no comprendían su estilo de vida rapero. «Piensan que solo estamos copiando a los Estados Unidos,» dijo Issa. «La gente en la calle nos discrimina por nuestra forma de hablar, caminar y vestir.»
Los dos estuvieron de acuerdo en que este tipo de hip hop estaba creciendo en EL Alto, en parte por la experiencia de la Guerra del Gas. «Octubre 2003 fue un cambio enorme para nosotros musicalmente,» explicó Issa, refiriéndose a las movilizaciones. «Tuvo un gran impacto en El Alto.»
Abajo de El Alto, en La Paz, otro movimiento de hip hop crecía exitosamente. Sdenka Suxo Cadena, una antigua artista del hip hop, de 27 años y especializada en marketing en la Universidad, ha sido parte de la escena por más de diez años. Cuando la conocí en el hogar de Mujeres Creando, un grupo anarquista, feminista, tocaban salsa cubana en la radio. Su pelo estaba recogido coletas y sonrió y rió mucho mientras habló de su trabajo.
Comenzó con el rap en 1996, cuando estaba en secundaria. «Comencá a hacerlo porque no me gustaba el sistema de la sociedad – el clasismo, materialismo, la élite. Eso no hizo feliz a la gente.» Después de estar con distintos grupos de hip hop en La Paz y en El Alto, decidió empezar un grupo de hip hop de mujeres en 2000. «No me gustaba ser controlada por un chico, o ser la mujer de alguien. A otras mujeres tampoco les gustaba eso. Así que creamos nuestro propio grupo llamado la Nueva Flavah y teníamos nuestras propias reuniones y eventos.»
Cada Jueves organizaban reuniones de hombres y mujeres de diferentes zonas de la ciudad para realizar presentaciones de hip hop, break dance e intercambiar estilos. «Queríamos compartir el hip hop sin importar las diferencias entre nosotros.» Tenían, sin embargo, algunas reglas. «No dejábamos entrar gente que hablara solo de pandillas, violencia, drogas y armas.» Su música habla de temas como la unificación Latinoamericana, chauvinismo, SIDA, raza, problemas de las mujeres y nacionalismo. Ella sabía que la política era importante, «pero para que el cambio real llegue, la gente tiene que cambiar.»
Cuando la conocí, Cadena estaba a punto de abrir un lugar para actividades relacionadas con el hip hop y la grabación de música. «Algunos chicos necesitan ayuda con la edición de la música, la grabación. Les ayudamos a sacar al aire su mensaje.» Uno de los eventos que están haciendo ahora es un intercambio de CDs donde otros artistas pueden traer su música en sus propios discos e intercambiar o comprar uno por menos de un dólar.
Ella creía que el hip hop estaba volviéndose más popular en Bolivia porque cualquiera puede hacer música, fuera del hecho de que sepan o no tocar un instrumento- «Es popular en barrios pobres donde la gente quizás no tenga una guitarra. Todo lo que necesitas es un lápiz y un papel. No necesitas dinero. Puedes hacerlo donde sea. La gente se identifica grandemente con él en barrios marginados, donde la gente no tiene acceso a clases de música o de instrumentos.» También dijo que está creciendo junto con los actuales cambios políticos al rededor de América Latina. «Es parte de este movimiento de protesta regional.»
Tuve la oportunidad de ver a esta movimiento en acción en un concierto de hip hop en una noche fría de Junio en un barrio a las afueras de La Paz. Subimos las colinas que parecían montañas rusas, zigzagueando empinadas calles, pasando junto a perros furiosos, tiendas esquineras, una mujer sacudiendo la ropa por la ventana y partidos de fútbol bajo las luces de las calles. La calle hiere la colina hacia arriba como una serpiente borracha en ángulos imposibles. La ruta era un laberinto cavernoso que parecía no terminar nunca. Estuvimos a punto de caer en dos ocasiones y tuvimos que preguntar por la dirección tres veces. Eventualmente la ciudad se expandió abajo en una vasta colección luces azules, blancas, amarillas y anaranjadas, rebosando y burbujeando de vida. Más allá de las luces estaban los Andes en completa oscuridad. Las estrellas eran a penas visibles, empequeñecidas por la constelación de la ciudad.
El concierto tuvo lugar en una amplia sala en el edificio de un colegio. Un cartel colgaba afuera en la puerta, donde gente joven vestida como los raperos neoyorquinos se reunía y fumaba. Gorras de baseball inclinadas, pantalones amplios y camisetas con logos de deportes estadounidenses eran la regla. La entrada costaba alrededor de 12 centavos. Entregué el dinero mientras mi amigo y yo éramos registrados para comprobar que no lleváramos alcohol: era un evento «seco». Adentro, el cuarto estaba lleno de gente parada, bailando al ritmo de la música, o sentada en sillas. En un balcón sobre la multitud los cantantes balanceaban los micrófonos, sacudían sus puños en el aire y rapeaban sin cansancio. Era como una mezcla entre un baile de secundaria y una lectura de poesía. Tenía la misma angustia y autoconciencia. La calidad del sonido de los parlantes era pobre, pero el entusiasmo era grande. La audiencia aplaudió y aclamó ante cualquier oportunidad que ameritara. La mayoría de canciones eran una mezcla de español y aymara, con tres palabras que aparecían regularmente: coca, revolución y Madre Tierra.
Muchos de los jovenes tomaban de botellas clandestinas, como si nada, besándose y peinandose. El cuarto era una convergencia de culturas. Algunos raperos hablaron de armas y pistolas en un respirar, y de su presidente Evo Morales en el siguiente. Bojorquez tenía puesta una gorra roja de un equipo estadounidense, pero su abrigo tenía diseños indígenas con el nombre de su grupo en aymara escrito en el frente. Reconocí algunos de los sonidos de la música estadounidense, pero las flautas, tambores, y ritmos eran todos bolivianos. El concierto mezcló frases y símbolos andinos de hace miles de años con temas y ritmos recientes, como de los videos musicales de MTV. Naciones, música, historias y pasos de baile se fusionaron en un nuevo hip hop boliviano.
El final fue una presentación de un chico joven que no podía tener más de diez años. Inclinó su gorra, movió sus pies y bailó exactamente como Michael Jackson. La gente se volvió loca.
Benjamin Dangl está trabajando con Abraham Bojorquez en una página web (que todavía está en construcción) sobre el Hip Hop en Bolivia y Latinoamérica aqui www.evolucionhiphop.com Dangl es el autor de «The Price of Fire: Resource Wars and Social Movements in Bolivia,» a ser publicado por AK Press en Marzo, 2007. Para más información sobre el trabajo y escritos de Dangl’s ver www.UpsideDownWorld.org/ben
Traducido por Patricia Simon
Noticia original: http://upsidedownworld.org/main/content/view/439/81/