El célebre divulgador reedita un ensayo de 1987 con recetas políticas y económicas para integrar España con éxito en la Unión Europea y la economía global. Un ‘Yoyalodije’ en toda regla.
Un blog de ciencia muy recomendable, Pseudopodo, alertaba el pasado verano de una plaga que estaba acabando con la ‘bibliodiversidad’: el topillo Punset. Se refería al último lanzamiento del expolítico, profesor y divulgador, ‘Excusas para no pensar’, de Eduardo Punset, que ocupaba abusivamente los estantes de ciencias de la Casa del Libro de Madrid. Las plagas en estado avanzado, decía, son imposibles de erradicar. Y llevaba razón, porque ahora el topillo se ha extendido, ha pasado a los estantes de Historia y Política con otra obra del mismo autor, ‘La España impertinente’.
Se trata de un ensayo, mitad memorias mitad diagnóstico de los problemas económicos de España, que el presentador de Redes publicó en 1987 y ahora lo reedita Destino a 19 euros. La conclusión del estudio es que los españoles no debemos convencer a los europeos de que «hagan tal o cual cosa», sino cambiar nuestra manera de pensar. La editorial señala en el lanzamiento que, veintiséis años después, nos encontramos en las mismas.
Puede que Punset haya querido marcarse un ‘Yoyalodije’, puede que no dé abasto y haya tirado de un ensayo ya publicado dos décadas atrás para conquistar otro estante de las librerías; puede que sean las dos cosas a la vez. Pero poco importa si se trata de una republicación más oportunista que oportuna, lo interesante es el fenómeno: el autor.
Cuando Punset publicó esta obra en 1987 dijo en su presentación en Sevilla que no volvería a la política: «A mis cincuenta años no me apetece volver ahora a la política activa; estoy muy bien dando clases en la Facultad de Económicas de Barcelona». Tres meses más tarde, era el candidato del CDS a las Elecciones Europeas. Durante los actos electorales, iba repartiendo este libro a los periodistas.
En Madrid lo presentó Juan Luis Cebrián. Tuvo un discurso elogioso. Dijo que los políticos deberían leerlo y meditar acerca de las críticas que vertía sobre el funcionamiento de los viejos partidos políticos y el fracaso de las teorías macroeconómicas tradicionales. Estuvo comedido, porque en el anterior trabajo de Punset en 1982, ‘España. Sociedad abierta. Sociedad cerrada’, el director de El País criticó delante de todos los presentes algunos puntos del libro mientras lo presentaba. Reproches que el autor «no entró a contestar», subrayó el diario de Prisa al día siguiente.
Sin embargo, ‘La España impertinente’, traía ideas jugosas para el final de los años 80. Criticaba el sistema electoral duramente, las listas cerradas. Y proponía las circunscripciones electorales autonómicas en lugar de provinciales. Una idea que no era suya y que formó parte de la abultada lista de renuncias de la izquierda en la Transición a favor, precisamente, ya es casualidad, del propio partido de Punset. Para muestra, un editorial de El País se refería en octubre del 82 a la circunscripción provincial como algo «irracional» y una «alcaldada», donde «la proporcionalidad apenas funciona, o no funciona en absoluto».
Los partidos políticos ya no podían cambiar la sociedad, sostuvo Punset, y la sociedad sólo podría evolucionar con una «transformación de las mentalidades». Habría que distinguir aquí si el autor pide que hagamos lo que dice, no lo que hace, a juzgar por su conducta.
No por la calidad de su programa ‘Redes’ –que gusta al público tanto como científicos o expertos en campos como la psicología se echan las manos a la cabeza cuando lo ve- sino porque a la hora de redefinir el verano pasado su espacio en la televisión pública de los españoles, pensando en incorporar a alguien, se debió decir con ese tono tan característico con el que se dobla a sí mismo: «Mmm… a quién podemos contratar, qué difícil decisión… ¡ay! Ya lo tengo, ¡a mi propia hija!».
Un detalle que encima los medios acogieron con simpatía y cariño. «Padre e hija», decía un solemne ladillo de ABC. «Los Punsets se ponen emocionales», «Punset atrapa a su hija en Redes», un ocurrente El País. Y «Punset vuelve a lanzar sus Redes», contraatacaba La Vanguardia.
Ahora, imaginen de repente que descubrimos que un militante del PSOE ha colocado en la Fundación Ideas a su hija para enseñar a «usar la plasticidad de nuestro cerebro para cambiar y ser mejores habitantes de este planeta», que es la versión literal sobre la incorporación de Elsa a este espacio del ente público que todos pagamos. El Mundo haría sold-out. Parece que los viejos vicios del español con una migaja de poder son difíciles de cambiar hasta para él.
Del mismo modo, tampoco parece muy católico que un divulgador científico empeñe su prestigio anunciando Pan Bimbo rodeado de probetas y porcentajes, pero él tiene bula, se conoce. Aunque dijo en El Correo que se prestó a ello para financiar su fundación dedicada al aprendizaje social y emocional porque no quería «ir mendigando patrocinios» y porque: «Mi amigo Steve Pinker está demostrando que los niveles de violencia están disminuyendo y los de altruismo aumentando».
Tal vez por este tipo de detalles sus recetas económicas de hace veinte años haya que cogerlas ahora con cierta cautela. Aunque todas suenan más seductoras que el ladrillo que nos vino encima, eso sí. Punset reclamaba una reforma educativa integral, echando pestes además sobre una EGB que no enseñaba idiomas en condiciones, y una inversión en intangibles descentralizada. «El Estado de las Autonomías está a punto de demostrar en España su mayor competitividad frente al Gobierno central, precisamente, en las políticas de innovación y difusión de nuevas tecnologías», predijo.
Y también pidió «penetrar de lleno en la economía global», para posicionarse desde un punto de vista ideológico en «las corrientes de pensamiento que intentan articular una síntesis entre los planteamientos liberales y socialdemócratas superando la nítida división del trabajo». Para justificar esta idea, ‘La España impertinente’ tiene páginas dignas de ser leídas. Especialmente, el relato de un encuentro antes de las elecciones del 82 entre Santiago Carrillo y Nicolás Sartorius, entre otros miembros destacados del PCE, con representantes del Círculo de Empresarios, que agrupaba a cien de los más importantes del país.
Según la revelación de Punset, Carrillo les ofreció un gran pacto. Los comunistas tenían sólo 20 diputados, pero tenían la calle, y los empresarios eran pocos pero tenían mucho poder, dice el autor que explicó el difunto don Santiago. Entre ambos, podían llegar a un acuerdo por el que los empresarios tomarían poder político a cambio de que los sindicatos también formasen parte de la dirección de las empresas. En un principio, los empresarios temieron que eso se trataba de «un gobierno en la sombra», pero Carrillo les convenció de que era para «fomentar la inversión».
Las frases que Punset pone en boca del secretario general del Partido Comunista son de traca valenciana: «Yo les aseguro que esta economía [la de mercado] está aquí para quedarse (…) un cambio hacia el socialismo sería nefasto para la economía española. Éste no es nuestro objetivo en absoluto y en el marco de la empresa tampoco pedimos imposibles, se trata de que al comité sindical se le informe de la marcha de la empresa, de que en materia de contratación se le consulte previamente…». Toma ya. Y luego es al partido de Llamazares al que apodan «Izquierda Abierta… de patas».