Revelar los procedimientos del «golpe suave» en Bolivia resulta en una tarea imprescindible para los latinoamericanos, ahora que se avecina una nueva oleada progresista y el imperio, obviamente, hará lo posible por destruirla.
En este marco, la experiencia vivida en Bolivia es importante dado que en ella se ha experimentado lo que hasta el momento había sido simplemente una teoría del Departamento de Estado y, si bien, hubieron intentos de probarla en Venezuela y en Nicaragua, éstos fracasaron. Bolivia se presenta pues como la experiencia más avanzada de este nuevo tipo de Golpe, ya que los modelos de Golpes parlamentarios, aplicados en el Brasil y el Paraguay obedecen a otras lógicas, pues requieren mayorías parlamentarias de derecha.
En este momento, es conveniente develar el rol de la policía, dado que comienzan a salir algunas revelaciones al respecto. El golpe de Estado en Bolivia tuvo como uno de sus principales ejes a la policía. Sin embargo, lo que han tratado de presentar a la opinión pública es que la ésta simplemente se replegó a sus guarniciones para no seguir enfrentándose a la población que protestaba en las calles, en cumplimiento de un paro cívico convocado por las fuerzas de la derecha. De este modo, aparecía como que si el principal actor de los acontecimientos hubiera sido la población, o mejor dicho, los PITITAS que, a falta de gente, amarraban cordeles (pitas) entre dos postes que hubieran en las esquinas de las calles, impidiendo, de ese modo, el paso de la gente, de ahí, el denominativo de pititas. La narrativa que han tratado de posicionar es que fue esa protesta de la gente la que provocó la renuncia de Evo Morales. Eso es ridículo, puesto que, como se ha afirmado líneas arriba, estos sectores de la población no contaban con suficiente gente para sus protestas y de ahí que recurrieran a las pititas. Los medios de comunicación evidenciaron su participación en el golpe, mostrando únicamente y exagerando los bloqueos de las pititas que se dieron en las zonas acomodadas de las ciudades, mientras que en los barrios populares, la adhesión al paro cívico era prácticamente nula y eso fue sistemáticamente ignorado por los medios.
Ahora bien, ¿cuál el rol de la policía en este contexto? Las protestas se convirtieron en violentas, cuando la OEA hizo público, antes de lo anunciado, su infame informe. Fue como si fuera un santo y seña para que los paramilitares y delincuentes pagados de la Unión Juvenil Cruceñista y de la Resistencia k’ochala comenzaron a agredir a personalidades y dirigentes del MAS y a incendiar los edificios de los Tribunales Departamentales Electorales. Es en este momento en que la policía comienza a intervenir, veladamente, en las sombras. Ya se han hecho públicos testimonios de gente que ha reconocido a policías vestidos de civil entre los paramilitares que asolaban las calles junto con los delincuentes agrediendo a todo lo que se parecía a un masista, especialmente, si iban vestidos con tradicionales vestimentas indígenas.
Así también, ya está muy claro que la policía permitió a los paramilitares quemar los recintos de los tribunales departamentales electorales. En esos momentos, diversos canales televisivos captaron imágenes de los asaltantes de esos tribunales, mientras la policía contemplaba pasivamente esos hechos. No es posible suponer que los manifestantes sobrepasaron a la policía, pues para eso se requieren ingentes cantidades de manifestantes y eso simplemente no hubo. Esto también demuestra la participación de Carlos Mesa en el golpe, pues fue él quien convocó a la gente a manifestarse en los tribunales departamentales electorales, sabía pues lo que iba a ocurrir. Es el responsable directo de las quemas de esos edificios y el principal beneficiario, puesto que allí se quemaban las pruebas de que no hubo el fraude que él denunció.
Luego vino el «motín» policial. Pero no fue un movimiento espontáneo de la base policial, por el contrario, fue el producto de las instrucciones emanadas de los más altos rangos de la estructura policial. Por esa razón no es estrictamente correcto llamarlo «motín». Está en la misma esencia de un motín que los rangos bajos se rebelen a las instrucciones de su superioridad. Acá lo que ocurrió fue la implementación de un plan coordinado con la comandancia de la policía con la dirigencia política y «cívica» de la derecha. En este marco, el ex ministro de gobierno, Carlos Romero, ha develado ya los nombres de los principales cabecillas del denominado motín, todos ellos oficiales de alta graduación. Esto también está demostrado por el video filtrado en el que el líder golpista, Luis Fernando Camacho, revela que su padre «cerró», con los militares. «Y lo propio ocurrió con la policía», agregó en su revelación. Además, una vez Evo hizo pública su renuncia «para evitar mis hermanos sigan siendo agredidos», como dijo el presidente indígena, la policía ya estaba reprimiendo las movilizaciones que se presentaban, fundamentalmente en El Alto. De este modo, la policía se había comprometido con la dirigencia de la derecha a no reprimir sus «movilizaciones», mientras sometía con mucha saña las movilizaciones del pueblo, así queda revelado el carácter profundamente racista el golpe. En ese momento, en la ciudad de El Alto, la resistencia del pueblo fue realmente poderosa y esa sí sobrepasó a la policía, incendiando varias estaciones policiales. Fue un atardecer espeluznante y una de las noches más terribles que se vio en la historia de la ciudad de La Paz. Se hizo correr el rumor que «vándalos» bajarían desde El Alto a saquear la ciudad de La Paz. Los pititas hicieron barricadas en sus barrios aterrorizados por las «hordas de masistas» que vendrían a tomar venganza. La policía filmó varios audiovisuales para difundirlos por redes, donde humildes policías suplicaban piedad y se humillaban haciendo desagravios a la wiphala que horas antes habían quemado. Entonces, se jugó la última carta que el golpe había preparado. El ejército salió a las calles para «pacificar», un eufemismo que las clases dominantes siempre han utilizado para someter las protestas de los humildes.
Así, reforzados por las Fuerzas Armadas, la policía consolidó el golpe sometiéndose a la autoridad de la autoproclamada que, en recinto parlamentario vacío, se declaró ilegalmente presidenta, custodiada por policías y militares. Es el momento culminante del golpe, y además el hecho que lo caracteriza como tal, la subordinación de la policía y las Fuerzas Armadas a una autoproclamación ilegal.
Finalmente, la «pacificación» ejecutada por la policía, una «paz» hecha posible con la sangre de las víctimas caídas en Sacaba y Senkata. Esas masacres, es necesario entenderlo, son parte del golpe, pues implican el aplastamiento a la resistencia contra la subversión reaccionaria. En ese proceso, la policía ejerció un rol protagónico.